Una traición que no fue traición. Una pasión escondida que siempre fue amor. Un tercero que desbarata todo en nuestras vidas… con mi permiso.Él no podía decirme que me amaba, aunque mucho después me enteré que en el pecho no le cabía todo el sentimiento que por mí sentía.Yo solo deseaba escucharlo decir «TE AMO», al menos una sola vez en mi vida.Pero al parecer, él pensaba que demostrar con hechos sus sentimientos era suficiente para mí. Sin embargo, mi realidad era otra porque me torturaba por dentro y sufría agónicamente porque aquello no me bastaba.Cuando quise dar una oportunidad a mis propios sentimientos, una trampa con sabor a traición nos colocó a ambos en caminos muy distintos y separados por un abismo que parecía imposible rebasar.Entonces, pensé que tal vez, solo el tiempo podrí
ANAMe había casado.Después de varios intentos por escapar de las garras de amor, me había casado y en aquellos momentos suspiraba ilusionada mientras llegábamos al hotel donde nos alojaríamos durante nuestra luna de miel.Luego de registrarnos, Diego ordenó que subieran champagne y frutas a nuestra habitación, por lo que deduje que, a pesar de hacer un día soleado e ideal para la playa, nos quedaríamos en nuestra suite.—Gracias. Deje todo, por favor, en el recibidor y retírese. —El botones asintió, tomó la propina que le ofreció Diego y se retiró, nos dejó a solas mientras los nervios me inundaban.—¿Nos quedaremos encerrados con este magnífico día, mi amor? —pregunté de manera absurda para salirme de mis dudas.—Por hoy, sí —respondió con vo
Además, sería lo propio, ya que esta vez no escaparía de sus brazos y, la verdad, tampoco quería hacerlo. Quería entregarle a ese hombre lo que consideraba más preciado en mi cuerpo. Quería que fuese el primero y el último, el único en mi vida. Lo amaba tanto que sentía haberme extraído el corazón y habérselo entregado a él. Ya no era dueña de mis sentimientos, de mis deseos, de mi vida, de mis sueños. Todo se lo había otorgado al que ahora era mi flamante esposo.Con presteza comenzó a besar mi cuello, hasta llegar al lóbulo de mi oreja y lo succionó despacio, humedeciendo y soplando para erizarme la piel. Descendió pausadamente hacia mis senos y los masajeó sobre la ropa, besando sobre mi escote sin quitarme la blusa que llevaba puesta. Besó mis labios de un modo que me supo diferente.Ese beso era un beso ur
Seguí corriendo sin prestar atención a los gritos de Diego que me llamaban de manera incesante. Mi cuerpo ya no podía prolongar la huida, por lo que me oculté detrás de una roca gigante que estaba cerca de la costa y traté de regular mi respiración ganando el aire que me faltaba. Cuando me creí a salvo, volví a llorar como una magdalena desconsolada, aflojando mi cuerpo y dejándome caer sin más en la arena.  
—¿Por qué, Diego? —pregunté sin separarme de él—. ¿Por qué me mentiste de esta manera? —Un suspiro largo de resignación escapó de él.—Yo no te mentí, Ana. —Esta vez se separó, tomó con ambas manos mi rostro—. Necesito que confíes en mí. —Secó mis lágrimas con su pulgar y tomó mi mano para guiarme hacia el baño—. Necesitas una ducha y alimentarte, estás pálida.No protesté porque sabía que tenía razón.Abrió la ducha y rápidamente el vapor que se formaba por el agua caliente que caía, ocupó toda la estancia. Se acercó de nuevo a mí y de manera silenciosa me despojó de mis prendas, dejándome expuesta ante él. De milagro, la vergüenza no se hizo presente en mí, solo me que
5 años después...—¿De verdad, doctor? ¿En verdad estoy embarazada? —No lo podía creer. Después de cinco años de matrimonio y una búsqueda incesante, al fin lo conseguí.—Sí, señora Sullivan. Mis felicitaciones. Usted tiene cuatro semanas de gestación y por lo que pude apreciar en la ecografía, está todo bien. Le recetaré las indicaciones a seguir, unos suplementos y otros estudios a realizarse. —El doctor Roberts era mi ginecólogo y estaba tan feliz como yo de que al fin el tratamiento hubiera funcionado.—Gracias, Doctor —musité ilusionada, pensando en la mejor manera de decírselo a Diego.Hoy celebrábamos cinco años de matrimonio y este sería mi regalo para el amor de mi vida, para el hombre que amaba. Una sonrisa de completa dicha se asomó
—Detente… —ordené con suavidad, pero hizo caso omiso a mis palabras, aumentó la velocidad de sus pasos para llegar hasta mí—. ¡Dije que te detengas o no respondo, Diego! —Lo tomé por sorpresa y con los ojos desorbitados, detuvo sus pasos.—Ana, cariño... —Su voz estaba cargada de culpa—. No es lo que parece...¿No es lo que parece? ¿Es lo único que se le ocurrió decir?—¿Y qué piensas que me parece, Diego? —pregunté con frialdad. Limpié con brusquedad las lágrimas con el dorso de mi mano libre. La otra seguía sosteniendo la perilla de la puerta y no la soltaría, porque tenía la necesidad urgente de aferrarme a algo para no desplomarme allí mismo, resultar más ridícula y patética de lo que ya estaba quedando.—Ella... yo... —Ni siquie
Caminé hacia él con furia y cuando estuve a pasos de su cuerpo, lo quise bordear para salir del parque. Mi corazón latía agonizante por no poder abrazarlo y besarlo como siempre hacía cada vez que lo veía. Contuve la respiración y tragué grueso cuando estuvimos demasiado cerca. No lo miré, no podía, flaquearía o me desmoronaría si sus ojos me atrapaban de nuevo. Sin embargo, el no parecía querer dejar las cosas así… ni por ese día. Me tomó del brazo con posesividad e impidió que siguiera.—Ana... —El susurro de mi nombre sabía a lamento. Su voz estaba cargada de algo que parecía necesidad, urgencia, pero no me importaba escuchar sus explicaciones porque mi corazón le creería de la misma manera que aquella vez en nuestra luna de miel.—¡Suéltame! —Tiré mi brazo para soltarme,