Caminé hacia él con furia y cuando estuve a pasos de su cuerpo, lo quise bordear para salir del parque. Mi corazón latía agonizante por no poder abrazarlo y besarlo como siempre hacía cada vez que lo veía. Contuve la respiración y tragué grueso cuando estuvimos demasiado cerca. No lo miré, no podía, flaquearía o me desmoronaría si sus ojos me atrapaban de nuevo. Sin embargo, el no parecía querer dejar las cosas así… ni por ese día. Me tomó del brazo con posesividad e impidió que siguiera.
—Ana... —El susurro de mi nombre sabía a lamento. Su voz estaba cargada de algo que parecía necesidad, urgencia, pero no me importaba escuchar sus explicaciones porque mi corazón le creería de la misma manera que aquella vez en nuestra luna de miel.
—¡Suéltame! —Tiré mi brazo para soltarme, pero él aumentó la fuerza de su agarre y no me liberó. Me removí tratando de zafarme, mas era demasiado pequeña en comparación a él.
—¡No lo haré! —Su voz esta vez fue firme y muy llena de convicción—. No hasta que me escuches. —Nuestros cuerpos se encontraban uno al lado del otro, mientras nuestras miradas se perdían en direcciones contrarias. Presionó mi brazo y tiró de mí hasta dejarnos frente a frente. Vi al suelo.
—¿Piensas que lo haré? —Levanté mi rostro y lo enfrenté. Entrecerró sus ojos por no comprender mis palabras—. ¿Piensas que te escucharé? ¿Que te creeré?
—Sería lo más lógico —respondió camuflando el temblor de su voz—. Siempre te he dicho que jamás te engañaría, que tienes que confiar en mí, aunque a veces las cosas den a entender que no debes creerme. —Una carcajada resonó fuerte bajo la lluvia. Estaba completamente loco—. ¿De qué te ríes? —preguntó de la manera en que solo lo hacía cuando la paciencia se le acababa. Sentí que aquella situación era una especie de deja vú, que ya habíamos pasado por esto y recordé que fue la misma escena en la playa, cuando ocurrió algo parecido en nuestra luna de miel.
—De ti —respondí y pareció también recordarlo—. Todo tú me da risa. —Volví a reír como una desquiciada.
—¡Esto no es un juego, Ana! —gritó para hacerme entrar en razón.
—¡Pues, al parecer, sí lo es! —Mi risa cesó y mi voz estaba cargada de rabia—. Al parecer, para ti todo esto es un juego, siempre fue un juego y fui una estúpida que cayó en él.
—¿De qué estás hablando? —dijo sorprendido, aproveché para tirar mi brazo y escapar de su agarre.
—Pierdes tu tiempo, Diego. Digas lo que digas, no volveré a creerte. —La convicción de mis palabras me sorprendió hasta a mí. Jamás imaginé que sería capaz de rechazarlo, de rechazar la posibilidad de una explicación para que todo volviera a ser como antes.
—Estás muy alterada. —Trató de mantener la calma—. Vamos a casa, démonos un baño y hablemos como personas adultas.
—¡No iré contigo a ningún lado, Diego! ¿No lo entiendes? ¿Aún no comprendes? ¡Así que, apártate de mi camino de una vez! —Quería marcharme, ya no podía seguir manteniendo esa conversación sin desmoronarme.
—No seas infantil. Estás empapada y si seguimos aquí, perdiendo el tiempo, cogerás una gripe.
—¿Infantil? —No lo podía creer—. ¿Te parecería infantil llegar a mi oficina y encontrarme besándome con un fulano? ¿Con alguien que no eres tú, «mi esposo»? —Golpeé su duro torso con mi mano, pero él no reaccionó. Solo esquivó su mirada para no verme a los ojos, lo que provocó mi rabia—. ¡Eres un maldito embustero! —exclamé mientras comenzaba a pegarle con ambas manos en el pecho—. ¡Un farsante y manipulador! —Seguí con mis golpes y Diego no se movía, no reaccionaba, no hablaba. Solo escuchaba mis insultos con el rostro esquivo y sin moverse de ese punto donde estaba de pie—. ¡Jamás debí confiar en ti! ¡Jamás debí haberte dado una oportunidad ni haberme casado contigo! ¡Maldito, maldito, maldito! —Mis lágrimas desbordaban por mis ojos, empañando todo mi rostro y el temblor de mis sollozos hicieron que los golpes que le estaba lanzando a Diego, cada vez fueran más débiles. Él al fin reaccionó y me tomó por los hombros para sostenerme porque estaba a punto de caer al suelo, rendida por el dolor, por el llanto. Me arrastró hacia su cuerpo y me abrazó por los hombros—. ¡Ni siquiera me amas, Diego! Ni siquiera me amas… —sollocé en sus brazos y, aun así, tampoco lo negó, no contradijo mis palabras y fue el detonante de todo. Me aparté de él con violencia y lo empujé con las pocas fuerzas que me quedaban ante su mirada cargada de dolor e incredulidad.
—No hagas esto, Ana…
—¡Aléjate de mí! ¿Me oíste? —Lo apunté con mi dedo índice en señal de advertencia—. ¡Déjame en paz, no te vuelvas a acercar a mí nunca más!
No se movió, no reaccionó y tampoco habló. Entonces caminé a paso apresurado para marcharme de una vez.
—¡Solo por hoy lo dejaré así! —respondió, eso me sorprendió y me detuve sin voltear a mirarlo—. Ve olvidándote de esa absurda idea del divorcio, eso jamás ocurrirá. —Giré mi cuerpo con mis ojos plagados de sorpresa, nos quedamos frente a frente otra vez—. Hasta que la muerte nos separe, ¿recuerdas? —pronunció y me quedé de piedra. Era demasiado cínico de su parte traer a colación aquellos recuerdos.
«La imagen de felicidad que mi rostro reflejaba era digno del día más feliz de mi vida. Era el principio de algo que había anhelado por mucho tiempo.
—¿Sabes qué significa este anillo? —preguntó Diego de manera suave, tomó mi mano y acarició la joya que encajaba de manera perfecta en mi dedo. Yo simplemente negué, aguardé sus palabras—. La cantidad de piedras representa cada etapa de nuestra relación, mi dulce Ana. —Sonreí de felicidad y regocijo—. Es decir, la relación de pareja, en cuanto al matrimonio: el pasado de novios, el presente de casados y el futuro de hasta que la muerte los separe.
—Realmente espero que sea de esa manera, Diego —susurré—. Hasta que la muerte nos separe…».
Cuando reaccioné de mi letargo, Diego se encontraba cerca, muchísimo.
Sin pensarlo demasiado, mi palma dio de lleno contra su rostro, esto provocó un sonoro ruido por la cachetada que le propiné. Mi mano ardía y él simplemente se acarició la mejilla, no creyendo aún que le levanté la mano.
—¡Eres un cretino sin corazón! —grité—. Mira que utilizar esas palabras para manipularme resulta demasiado bajo, hasta para un canalla como tú. —Sus ojos se habían tornado oscuros—. Aunque sea, lo último que haga en mi vida, Diego Sullivan, óyelo bien. —Lo volví a señalar con mi dedo índice—. Dejaré de ser tu esposa.
—¡Sobre mi cadáver! —bramó—. Tú también, escúchame bien, Ana. —Con sus dos enormes manos, me tomó del rostro haciendo que lo mirara a los ojos—. Nunca te daré el divorcio, porque tú eres mía, así como yo soy tuyo por el resto de nuestra existencia y te aseguro que, si existe forma, me aseguraré que después de muertos siga siendo así, por la eternidad, aquí y en otra vida si es que eso existe, ¿me oíste? —Me soltó—. Grábate eso en tu terca cabecita.
Me alejé dando pasos hacia atrás, estudié la determinación en su rostro. El muy idiota hablaba en serio y sería demasiado difícil conseguir mi libertad si se empeñaba en no darme el divorcio.
—¡Eres un maldito egoísta! —siseé con frustración.
—No te daré el divorcio —repitió con convicción.
Sonreí al negar, no lo creía aún. Ya no tenía nada que hacer allí, ni nada que discutir con él. Era tiempo de marcharme.
—Eso lo veremos. —Fueron las palabras que resonaron en aquel parque desierto.
Corrí hasta la calle principal y él no me siguió esta vez. Era mejor así, solo estábamos dilatando el final de nuestra relación. Paré un taxi y le di al chofer la dirección de Mónica, esperaba que ella pudiera recibirme y rogaba que no tuviera compañía esta noche, porque en verdad no tenía a nadie más y no quería estar sola. No ahora.
Necesitaba desahogarme y que me consolaran.
Que me dijeran si estaba equivocada en no querer escuchar sus explicaciones, en cerrarme tanto por lo que vi.
Yo simplemente sentía que no podía, que no debía escucharlo porque al final terminaría creyendo en él, cuando sabía a la perfección que no me amaba.
Llegué al edificio de Mónica y ella ya estaba en la acera… ¿esperándome?
Bajé del taxi y mi amiga corrió hasta mí con el rostro preocupado. Sin soportarlo más, me lancé a sus brazos y lloré.
Mónica solo me abrazó, frotó mi cabeza y mis hombros, me consoló, esperó que terminara de llorar sin decir nada y se lo agradecí.
Cuando me calmé, me separé de ella, quien cogió mi rostro entre sus manos y limpió con su pulgar algunas lágrimas que no paraban de fluir.
—¿Mejor? —preguntó y asentí con la cabeza—. Vamos. —Me guio y me abrazó por los hombros hacia la entrada de su departamento. El trayecto lo hicimos en silencio y el tiempo bastó para tranquilizarme un poco—. Entra. Tienes que darte un baño caliente y cambiarte de ropa si no quieres enfermar —susurró y caminé directo hacia el baño, con ella siguiéndome los pasos—. En la gaveta de las toallas te dejé una muda de ropa para que la uses.—Gracias —musité y cuando mi amiga estuvo por marcharse, no pude evitar preguntar—: ¿Cómo supiste que vendría? —Sabía quién le avisó, de todas formas, quería oírlo.—Diego llamó diciendo que venias aquí y que no te encontrabas bien. —Sonreí de manera irónica. Era un libro abierto para él. Ni
Cuando llegamos al hospital, comencé a sentir mucho dolor en mi bajo vientre. Los retorcijones eran intensos de vez en cuando y más leves en otros momentos. Por Dios que no quería perder lo único maravilloso que me quedaba en la vida, lo único que me daría esperanzas y fuerzas para seguir adelante, dejando atrás al hombre que amaba.Mónica llamó al doctor Roberts desde mi teléfono y para cuando ingresamos, ya esperaba por mí. No dijo nada, pero por su expresión deduje que las cosas no estaban para nada bien.Nadie hablaba de la verdad de lo que ocurría. Ni las enfermeras, ni los médicos, ni Mónica, ni… Diego. Sí. Diego estaba allí, y no fue precisamente porque lo hubiera llamado, ni porque deseaba que estuviera, sino porque el doctor Roberts le avisó y Mónica estuvo de acuerdo en que viniera. Su rostro de preocupación por po
—Lo lamento —susurró—. Yo sí te quiero, Ana, y no te engañé en ningún momento de nuestra relación.—Eso ya no importa, Diego. Te dejo en libertad para que hagas de tu vida lo que mejor te parezca. Para que busques y ames a la persona correcta, porque, al parecer, esa persona nunca fui yo —me lamenté y mi corazón se encogió en mi pecho—. Esto se acabó y nada cambiará mi decisión. —Cerré mis ojos para no ver los suyos, para no caer en el embrujo de su mirada, cuando sentí que se apartó con violencia y se alejó de mí.—Esto no puede terminar, no dejaré que suceda jamás, nunca te daré el divorcio, Ana, ¡nunca dejarás de ser mi esposa! —Sus palabras quebradas resonaron en la habitación—. Yo te quiero, ¿no puedes entenderlo? —preguntó con
2 meses después…Estaba muy nerviosa porque después de dos meses, volvería a compartir con Diego algo más que un simple saludo frío y seco en los pasillos de la empresa. Mónica decidió que lo mejor sería alistarnos en su departamento y después ir directo al Palace Hotel, donde se llevaría a cabo el lanzamiento de una nueva colección de la Casa de Modas Ágata Sullivan.Jean, un estilista francés y amigo personal de Mónica, se encargó de nuestros aspectos y ciertamente me sorprendí con el resultado.Escogió con detalle desde los pendientes, hasta los zapatos, vestidos y accesorios que llevaríamos, además de encargarse de nuestro cabello y maquillaje.No quería pecar de vanidosa, pero en serio nos dejó grandiosas.Mi corazón se encogió cu
—Lo lamento, Mónica. —Tomé su mano y la presioné en señal de disculpas—. No obstante, es diferente y ambas somos diferentes. Tal vez tú hubieras perdonado y hubieras seguido tu vida felizmente al lado de Liam, pero yo no lo hubiera podido hacer y, ¿sabes por qué? —Negó con la cabeza, intrigada—. Porque la diferencia entre tu matrimonio y el mío es que a ti nunca Liam dejó de decirte lo mucho que te amaba, aunque cometió muchos errores que no tienen justificación, tú en el fondo de tu corazón, siempre estuviste segura de sus sentimientos. En cambio, yo jamás escuché decir a mi esposo que me ama, que se muere por mí. Sí me ha dicho que me quiere y me necesita, pero nunca que me ama. Y verlo besando a otra, en su oficina, donde cualquiera pudo haberlo visto, solo terminó por convencer a mi corazón de lo que ya sab&iacu
Mi cuerpo flotaba en una burbuja que se rompió cuando sentí que Diego se separaba de mí con lentitud. Apoyó su frente en la mía, trató de recuperar el aliento y regular su respiración, suspiró y abrazó mi cuerpo como si quisiera tenerme prisionera entre sus brazos. Lo sentí tan entregado, tan vulnerable, tan angustiado que por un momento creí tener una esperanza.Con los sentimientos aflorando como una tormenta de emociones y deseos, me prometí que sería mi último intento por salvar mi matrimonio, por salvar mi vida junto al hombre que amaba y que sería la última oportunidad que le daría para demostrarme sus sentimientos.—No puedes mentirme, Ana… —susurró en mi oído, hizo que cada poro de mi piel se pusiera en alerta, que cada vello se erizara en el acto por su aliento cálido sobre mi tacto, que sintiera en lo m
En cuestión de segundos, llegó la misma limosina que nos llevó al hotel y nos montamos en ella. Mónica le pasó la dirección de un bar muy exclusivo al chofer, y fuimos de camino a llorar mis penas de amor, como bien lo dijo. Al llegar, la cola de gente que aguardaba por entrar era impresionante, pero al ver a Mónica, el encargado de la entrada la hizo pasar de inmediato. Entramos y quedé impresionada, porque el lugar destilaba lujo por cada rincón. Era evidente que solo las personas más influyentes y adineradas iban allí, aunque yo nunca habitué de ese tipo de lugares y tampoco lo conocía. Amaba la paz y la tranquilidad de mi hogar. Amaba quedarme en casa bebiendo café, leyendo una novela romántica, escuchando música clásica y disfrutando de la naturaleza que me ofrecía nuestro amplio jardín. Mónica cambió tanto desde que dejó a su
Me arrebató de manera ágil mi pequeño neceser, mientras yo luchaba por deshacerme de él inútilmente. Posó ambas manos en la curvatura de mi espalda, con mi bolso entre sus manos, sacando algo de él. Con una mano, me presionó más contra su cuerpo mientras la otra se desprendía de mi piel desnuda, sentí cómo mis terminaciones nerviosas se disparaban por todo mi tacto.—Mónica, Ana se quedará en casa, pueden marcharse —despachó a mis amigas, ¡me iba a dejar encerrada en casa! No, no, no. Eso tenía que ser una broma de mal gusto—. Prometo que la llevaré yo mismo al aeropuerto mañana. El vuelo no sale hasta pasado medio día, tiene tiempo. —Y colgó, tiró mi móvil al sofá que estaba cerca.—Pero ¿qué has hecho? ¡Quién te crees para decidir por mí! &