Unas pequeñas lágrimas salieron de sus ojos y rio. Eros, entusiasmado, se acercó hasta su madre y le tendió el anillo que debía colocar en mi dedo. Al terminar de hacerlo con sus manos temblorosas, la tomé con firmeza de la cintura y la acerqué con prisa a mi cuerpo. Antes de que el juez nos diera permiso de sellar aquella ceremonia, mi boca se abalanzó sobre la suya. Oí los vítores y aplausos eufóricos de los presentes.Posé mi frente sobre la suya. Reíamos por las palabras que escuchábamos de fondo. —Al fin eres mía de nuevo. Te aseguro que esta vez será para siempre —emití con felicidad.—Siempre he sido tuya, Diego. Aunque no estuviera contigo, siempre sería tuya.—Siempre, cariño. Lo sé. —Solo yo comprendí mis palabras.Los niños se agolparon sobre nosotros, felices, al igual que los demás. Sobre todo Marcel, quien adoraba a Ana. Entendía a la perfección todo lo que ocurría. Eros, sin embargo, aún no intuía con exactitud la dimensión de las cosas, pero era feliz, así como nosot
Tragué con dificultad por la provocación de sus palabras y la cargué entre mis brazos. Se acurrucó y se aferró a mi pecho. Llegamos hasta la calesa y la ayudé a subir con cuidado. Me metí tras ella, la senté en mis piernas y acaricié con suavidad su vientre. Llevaba seis meses de embarazo, pero decidimos no saber el sexo del bebé hasta el día del nacimiento. Jonás me narró el momento de terror que habían vivido en el parto de Eros, por lo que no hubo discusión acerca de cómo tendría al bebé. Al llegar al hotel, ambos bajamos de la calesa. Los invitados nos recibieron con aplausos y músicos que amenizaron nuestra entrada.En el centro del restaurante, en la pequeña pista de baile, las luces bajaron de intensidad y un reflector nos iluminó. Tomé a mi mujer de la cintura y ella apoyó su rostro en mi pecho. Los músicos comenzaron a tocar Si nos dejan. Empezamos a mover los pies al son de la dulce melodía de la música. Sentí en lo profundo cada letra y acorde de la canción.Si nos dejan,
La fiesta siguió sin más percances ni sorpresas. Los niños se quedarían con Mónica y Jonás. Ana y yo pasaríamos la noche en la suite que en antaño ocupábamos cada vez que veníamos aquí. Luego de tirar el ramo, que casualmente atrapó Mónica, ambos nos retiramos a nuestra habitación. Cuando ingresamos al elevador, por instinto, Ana recostó su espalda y me abalancé sobre ella como un depredador. Mis manos afianzaron las suyas sobre su cabeza, besándola con vehemencia.—Me tienes condenado, Ana —murmuré poseído por el deseo—. Me tienes atrapado y sin salida alguna, encadenado a tu cuerpo, dispuesto a caer a tus pies si es preciso, cariño. —Gimió por lo bajo mientras mis labios se deslizaban sobre la piel de su cuello—. Tu cuerpo es mi paraíso, mi infierno, el único lugar del mundo donde quiero perderme, donde no me importaría arder, quemarme si es necesario haciéndote mía siempre.—Ahhh… —se quejó.Se dejaba llevar.—Te necesito, Ana. Te necesito para siempre en mi vida —manifesté en su
Los días pasaron y la barriga de mi esposa crecía sin parar. Se veía adorable y preciosa, aunque tuve que soportar sus crisis por creer que no la veía con deseo por su estado. Cada momento lo disfruté al imaginar que de esa misma manera fue con Eros. Cumplí cada capricho, cada antojo tal y como lo pedía, sin importar que cambiara de opinión a lo último. Me deleitaba por horas al verla dormir. Controlaba su suave respiración y su pacífico rostro. No me despegaba de ella. Al final de todo, cuando llegó la hora del nacimiento del bebé, me sentía más nervioso que la misma Ana. El parto fue programado. Gracias al cielo, ella no tuvo que pasar por demasiado dolor en el proceso. No obstante, las cosas dentro del quirófano no fueron para nada fáciles. Tardó casi cuatro horas en salir por algunas complicaciones que sufrió ya al fin. El médico extendió hacia mí al pequeño ser que vino al mundo y resultó ser una adorable niña. Con lágrimas en los ojos, la cargué en mis brazos con torpeza y c
Una traición que no fue traición. Una pasión escondida que siempre fue amor. Un tercero que desbarata todo en nuestras vidas… con mi permiso.Él no podía decirme que me amaba, aunque mucho después me enteré que en el pecho no le cabía todo el sentimiento que por mí sentía.Yo solo deseaba escucharlo decir «TE AMO», al menos una sola vez en mi vida.Pero al parecer, él pensaba que demostrar con hechos sus sentimientos era suficiente para mí. Sin embargo, mi realidad era otra porque me torturaba por dentro y sufría agónicamente porque aquello no me bastaba.Cuando quise dar una oportunidad a mis propios sentimientos, una trampa con sabor a traición nos colocó a ambos en caminos muy distintos y separados por un abismo que parecía imposible rebasar.Entonces, pensé que tal vez, solo el tiempo podrí
ANAMe había casado.Después de varios intentos por escapar de las garras de amor, me había casado y en aquellos momentos suspiraba ilusionada mientras llegábamos al hotel donde nos alojaríamos durante nuestra luna de miel.Luego de registrarnos, Diego ordenó que subieran champagne y frutas a nuestra habitación, por lo que deduje que, a pesar de hacer un día soleado e ideal para la playa, nos quedaríamos en nuestra suite.—Gracias. Deje todo, por favor, en el recibidor y retírese. —El botones asintió, tomó la propina que le ofreció Diego y se retiró, nos dejó a solas mientras los nervios me inundaban.—¿Nos quedaremos encerrados con este magnífico día, mi amor? —pregunté de manera absurda para salirme de mis dudas.—Por hoy, sí —respondió con vo
Además, sería lo propio, ya que esta vez no escaparía de sus brazos y, la verdad, tampoco quería hacerlo. Quería entregarle a ese hombre lo que consideraba más preciado en mi cuerpo. Quería que fuese el primero y el último, el único en mi vida. Lo amaba tanto que sentía haberme extraído el corazón y habérselo entregado a él. Ya no era dueña de mis sentimientos, de mis deseos, de mi vida, de mis sueños. Todo se lo había otorgado al que ahora era mi flamante esposo.Con presteza comenzó a besar mi cuello, hasta llegar al lóbulo de mi oreja y lo succionó despacio, humedeciendo y soplando para erizarme la piel. Descendió pausadamente hacia mis senos y los masajeó sobre la ropa, besando sobre mi escote sin quitarme la blusa que llevaba puesta. Besó mis labios de un modo que me supo diferente.Ese beso era un beso ur
Seguí corriendo sin prestar atención a los gritos de Diego que me llamaban de manera incesante. Mi cuerpo ya no podía prolongar la huida, por lo que me oculté detrás de una roca gigante que estaba cerca de la costa y traté de regular mi respiración ganando el aire que me faltaba. Cuando me creí a salvo, volví a llorar como una magdalena desconsolada, aflojando mi cuerpo y dejándome caer sin más en la arena.