Cuando el llanto mermó, doblé despacio aquella carta y se la tendí a Jonás.—Guárdala con las otras notas y todos los recuerdos que me dejó, Jonás. Recuerda que nadie debe saber sobre ello, mucho menos Diego. —Hice alusión a todas las cosas que conservaría de aquel hombre, pues así lo deseaba.—No tienes por qué ocultarlo, pequeña. No tiene nada de malo que quieras conservar esas cosas.—Lo sé, Jonás. No obstante, si has conocido un poco a Diego, sabes que jamás estará de acuerdo en que lo haga. Sigue dolido. Presiento que eso no se le pasará por más que pasen los años y Lucas ya no esté.—¿Sabe que conservarás la casa de Santorini para Eros? —Negué—. Esto se pondrá interesante en unos años —Rio con ganas.Asentí, dado que tenía razón.—Es mejor así. Ya con los años veré cómo hacerlo cambiar de opinión. Viste cómo se puso cuando le mencionaste sobre la herencia de Eros.—Sí, y lo entiendo, Ana. Sin embargo, debe apartar lo personal de los intereses de su hijo. Además, está el otro peq
Cuando me entregaron los resultados en un sobre, mis dedos temblaron al tratar de abrirlo.Tomé una bocanada de aire y lo hice con el pálpito del pecho acelerado a mil revoluciones por minuto. Lo leí; el resultado de la prueba fue positivo. Estaba embarazada. Esperaba un bebé del hombre que amaba, al que perseguí en sueños por tantas noches, al que dibujé en mis pensamientos por tantos días.Me pasé tantos años, tantos meses y días soñando con algo que pensaba que se incumpliría. Perseguí por todo ese tiempo el amor de un hombre que creí que no me correspondía, cuando en su corazón se forjó un sentimiento tan fuerte como el mío, que el tiempo, la distancia, los extraños metidos en nuestra historia y las dificultades que la vida misma nos impuso, no lograron romper.Me dolió el alma, el corazón y la mente durante tantos años imaginándome ser la dueña de su amor, que su boca pronunciaba aquellas palabras que tanto había aguardado. Después añoraba y divagaba que, si en esta vida no volve
DiegoDespués de tanto tiempo, de tantos años, hoy puedo decir que lo tengo todo: una hermosa familia que llena mis días de dicha y de dolores de cabeza. Justo ahora sufro un calambre cerebral. Marcel, mi hijo mayor, se ha enamorado perdidamente de Alejandra, una hermosa jovencita que conoció en un crucero del que acabamos de regresar. Con apenas quince años ni siquiera puedo concebir que esté de esa manera, pero yo mejor que nadie sé que en el corazón no se manda. Aún recuerdo cómo hace seis años atrás las cosas cobraron su curso y definieron el camino que debí transitar en la vida desde un principio.Su sonrisa siempre será lo más hermoso que mis ojos conocerán. Su mirada, esas gemas esmeraldas que me aturden aún a pesar de tantos años juntos en esta misma historia, siguen siendo mi mayor perdición. Con una sonrisa dibujada en mis labios, suelo rememorar nuestro pasado. Entretanto, ella duerme acurrucada en mi pecho.Aquellos momentos marcaron el final de mi suplicio y mi sufrim
Unas pequeñas lágrimas salieron de sus ojos y rio. Eros, entusiasmado, se acercó hasta su madre y le tendió el anillo que debía colocar en mi dedo. Al terminar de hacerlo con sus manos temblorosas, la tomé con firmeza de la cintura y la acerqué con prisa a mi cuerpo. Antes de que el juez nos diera permiso de sellar aquella ceremonia, mi boca se abalanzó sobre la suya. Oí los vítores y aplausos eufóricos de los presentes.Posé mi frente sobre la suya. Reíamos por las palabras que escuchábamos de fondo. —Al fin eres mía de nuevo. Te aseguro que esta vez será para siempre —emití con felicidad.—Siempre he sido tuya, Diego. Aunque no estuviera contigo, siempre sería tuya.—Siempre, cariño. Lo sé. —Solo yo comprendí mis palabras.Los niños se agolparon sobre nosotros, felices, al igual que los demás. Sobre todo Marcel, quien adoraba a Ana. Entendía a la perfección todo lo que ocurría. Eros, sin embargo, aún no intuía con exactitud la dimensión de las cosas, pero era feliz, así como nosot
Tragué con dificultad por la provocación de sus palabras y la cargué entre mis brazos. Se acurrucó y se aferró a mi pecho. Llegamos hasta la calesa y la ayudé a subir con cuidado. Me metí tras ella, la senté en mis piernas y acaricié con suavidad su vientre. Llevaba seis meses de embarazo, pero decidimos no saber el sexo del bebé hasta el día del nacimiento. Jonás me narró el momento de terror que habían vivido en el parto de Eros, por lo que no hubo discusión acerca de cómo tendría al bebé. Al llegar al hotel, ambos bajamos de la calesa. Los invitados nos recibieron con aplausos y músicos que amenizaron nuestra entrada.En el centro del restaurante, en la pequeña pista de baile, las luces bajaron de intensidad y un reflector nos iluminó. Tomé a mi mujer de la cintura y ella apoyó su rostro en mi pecho. Los músicos comenzaron a tocar Si nos dejan. Empezamos a mover los pies al son de la dulce melodía de la música. Sentí en lo profundo cada letra y acorde de la canción.Si nos dejan,
La fiesta siguió sin más percances ni sorpresas. Los niños se quedarían con Mónica y Jonás. Ana y yo pasaríamos la noche en la suite que en antaño ocupábamos cada vez que veníamos aquí. Luego de tirar el ramo, que casualmente atrapó Mónica, ambos nos retiramos a nuestra habitación. Cuando ingresamos al elevador, por instinto, Ana recostó su espalda y me abalancé sobre ella como un depredador. Mis manos afianzaron las suyas sobre su cabeza, besándola con vehemencia.—Me tienes condenado, Ana —murmuré poseído por el deseo—. Me tienes atrapado y sin salida alguna, encadenado a tu cuerpo, dispuesto a caer a tus pies si es preciso, cariño. —Gimió por lo bajo mientras mis labios se deslizaban sobre la piel de su cuello—. Tu cuerpo es mi paraíso, mi infierno, el único lugar del mundo donde quiero perderme, donde no me importaría arder, quemarme si es necesario haciéndote mía siempre.—Ahhh… —se quejó.Se dejaba llevar.—Te necesito, Ana. Te necesito para siempre en mi vida —manifesté en su
Los días pasaron y la barriga de mi esposa crecía sin parar. Se veía adorable y preciosa, aunque tuve que soportar sus crisis por creer que no la veía con deseo por su estado. Cada momento lo disfruté al imaginar que de esa misma manera fue con Eros. Cumplí cada capricho, cada antojo tal y como lo pedía, sin importar que cambiara de opinión a lo último. Me deleitaba por horas al verla dormir. Controlaba su suave respiración y su pacífico rostro. No me despegaba de ella. Al final de todo, cuando llegó la hora del nacimiento del bebé, me sentía más nervioso que la misma Ana. El parto fue programado. Gracias al cielo, ella no tuvo que pasar por demasiado dolor en el proceso. No obstante, las cosas dentro del quirófano no fueron para nada fáciles. Tardó casi cuatro horas en salir por algunas complicaciones que sufrió ya al fin. El médico extendió hacia mí al pequeño ser que vino al mundo y resultó ser una adorable niña. Con lágrimas en los ojos, la cargué en mis brazos con torpeza y c
Una traición que no fue traición. Una pasión escondida que siempre fue amor. Un tercero que desbarata todo en nuestras vidas… con mi permiso.Él no podía decirme que me amaba, aunque mucho después me enteré que en el pecho no le cabía todo el sentimiento que por mí sentía.Yo solo deseaba escucharlo decir «TE AMO», al menos una sola vez en mi vida.Pero al parecer, él pensaba que demostrar con hechos sus sentimientos era suficiente para mí. Sin embargo, mi realidad era otra porque me torturaba por dentro y sufría agónicamente porque aquello no me bastaba.Cuando quise dar una oportunidad a mis propios sentimientos, una trampa con sabor a traición nos colocó a ambos en caminos muy distintos y separados por un abismo que parecía imposible rebasar.Entonces, pensé que tal vez, solo el tiempo podrí