Mi cuerpo flotaba en una burbuja que se rompió cuando sentí que Diego se separaba de mí con lentitud. Apoyó su frente en la mía, trató de recuperar el aliento y regular su respiración, suspiró y abrazó mi cuerpo como si quisiera tenerme prisionera entre sus brazos. Lo sentí tan entregado, tan vulnerable, tan angustiado que por un momento creí tener una esperanza.
Con los sentimientos aflorando como una tormenta de emociones y deseos, me prometí que sería mi último intento por salvar mi matrimonio, por salvar mi vida junto al hombre que amaba y que sería la última oportunidad que le daría para demostrarme sus sentimientos.
—No puedes mentirme, Ana… —susurró en mi oído, hizo que cada poro de mi piel se pusiera en alerta, que cada vello se erizara en el acto por su aliento cálido sobre mi tacto, que sintiera en lo m
En cuestión de segundos, llegó la misma limosina que nos llevó al hotel y nos montamos en ella. Mónica le pasó la dirección de un bar muy exclusivo al chofer, y fuimos de camino a llorar mis penas de amor, como bien lo dijo. Al llegar, la cola de gente que aguardaba por entrar era impresionante, pero al ver a Mónica, el encargado de la entrada la hizo pasar de inmediato. Entramos y quedé impresionada, porque el lugar destilaba lujo por cada rincón. Era evidente que solo las personas más influyentes y adineradas iban allí, aunque yo nunca habitué de ese tipo de lugares y tampoco lo conocía. Amaba la paz y la tranquilidad de mi hogar. Amaba quedarme en casa bebiendo café, leyendo una novela romántica, escuchando música clásica y disfrutando de la naturaleza que me ofrecía nuestro amplio jardín. Mónica cambió tanto desde que dejó a su
Me arrebató de manera ágil mi pequeño neceser, mientras yo luchaba por deshacerme de él inútilmente. Posó ambas manos en la curvatura de mi espalda, con mi bolso entre sus manos, sacando algo de él. Con una mano, me presionó más contra su cuerpo mientras la otra se desprendía de mi piel desnuda, sentí cómo mis terminaciones nerviosas se disparaban por todo mi tacto.—Mónica, Ana se quedará en casa, pueden marcharse —despachó a mis amigas, ¡me iba a dejar encerrada en casa! No, no, no. Eso tenía que ser una broma de mal gusto—. Prometo que la llevaré yo mismo al aeropuerto mañana. El vuelo no sale hasta pasado medio día, tiene tiempo. —Y colgó, tiró mi móvil al sofá que estaba cerca.—Pero ¿qué has hecho? ¡Quién te crees para decidir por mí! &
Viajamos sin contratiempos a Las Vegas. En el camino le narré a Mónica y a Laura lo ocurrido, ambas llegaron a la conclusión de que Diego Sullivan estaba locamente enamorado de mí y que hice mal en abandonarlo en nuestro lecho. Ellas no comprendían lo que mi corazón sufría, nunca tuvieron que lidiar con lo que yo me encontré al adorar tanto a ese hombre. Ese muro de contención que levantó alrededor de su corazón y que a veces pensaba había podido derribar, seguía ahí.Noches enteras amándonos con nuestros cuerpos, entregándome a él sin reserva, por completo, dando todo y nunca pude escuchar de sus labios un «te amo». Además, aún no me quedaba nada claro su relación la mujer con quien se besó en su oficina. Ella dijo ser su ex prometida y los medios manejaban la misma información. Con la situación de mi p&e
—Sí, gracias —respondí confundida, dirigí mis ojos al rostro del hombre que no me soltaba y aunque no recordaba de dónde, sus facciones y esos orbes eran familiares para mi memoria.—¿Ana? —preguntó y lo miré confundida. Era evidente que me conocía, pero ¿de dónde?—¿De dónde me conoce? —respondí con otra pregunta y su rostro se suavizó, mientras se asomaba en sus labios carnosos una sonrisa perfecta que dejaba ver unos hoyuelos a los costados que enloquecerían a cualquiera. Se parecía mucho a Erick de la sirenita, y de pronto lo recordé. Era el hombre de la playa, con el choqué cuando huía del hotel por aquel malentendido con Diego. Por Dios, ese hombre me recordaba a la perfección.¿Cómo era posible?Al notar la sorpresa en mi rostro, sonrió más amplio.
Con los ánimos renovados, salí del elevador y entré a la suite donde me encontré con mis amigas un tanto preocupadas. Les dediqué una sonrisa para tranquilizarlas y todas me vieron como si fuera un bicho raro.—¿Estás bien? —preguntó Mónica y asentí relajada—. Espera, ¿sucedió algo para que traigas esa estúpida sonrisa pintada en tu rostro? Hace apenas un par de horas parecía que ibas para tu propio entierro y ahora vienes así, como si nada hubiera pasado. ¿Qué sucede aquí, Ana Sullivan? —Al oír sus palabras, de inmediato mi cuerpo se tensó, pero no dejé que me afectara… o, por lo menos, no lo demostraría.—Ahórrate lo de Sullivan, por favor —Mi tono de voz fue demasiado duro—. Y sí, estoy mucho mejor. Pensé que te alegrarías —ironic&ea
Lucas me llevó a un restaurante de comida italiana bastante tranquilo y agradecí el gesto. Lo que menos deseaba es que alguien me reconociera e inventaran cosas sobre nosotros, aunque realmente no debería de importarme, pero no quería imaginar qué pensaría Diego de mí. Si bien decidí dar por terminada mi historia con él, lograrlo sería un completo reto. No conseguía despojarme del recuerdo que implicaba haber sido parte de él, de rememorar sus besos, sus abrazos, lo feliz que fui a su lado y de lo que me hizo sentir la última noche que compartimos juntos, apenas anoche y parecía todo tan lejano.Lo extrañaba demasiado, tanto que al cerrar mis ojos solo evocaba esos pozos azules claros que me penetraban por completo, accediendo sin ninguna dificultad hasta el rincón más inhóspito de mi alma. Rogaba a Dios por que esa falta que él me hacía,
Acabando nuestro momento en el restaurante, decidimos que era hora de volver al hotel. Ambos sonreíamos por cualquier estupidez que el otro decía y realmente me sentía muy cómoda a su lado. Necesitaba descubrir qué era ese algo que se removía dentro de mí con su contacto, su compañía, y estaba dispuesta a correr el riesgo con alguien como él. Su mirada trasmitía tantas cosas y no trataba de disimular su interés en mí. Su sonrisa me llegaba tan hondo, porque no solo lo hacía con sus labios, sino también con sus ojos. Esos ojos imposiblemente azules que tenían vida propia y reflejaban tanto de él. Cuando llegamos al hotel, me quedé de pie cerca del elevador sin saber qué decir, hasta que las palabras salieron apenas en murmullo.—Creo que es hora de despedirnos. —Estaba nerviosa y mis manos sudaban. Su cercanía, con el trascurso
Al parecer, nada le daba temor a este hombre, nada lo amedrentaría ni persuadiría para que se alejara de mí.Su personalidad era tan apabulladora que era imposible no dejarse envolver por él. Al mismo tiempo, era tranquila, trasmitía paz y seguridad.Su optimismo era contagioso, pero no podía quedarme suspendida en la nube de terciopelo en la que esta noche me colocó. Mi vida era complicada y en mi realidad también vivía aquel hombre taciturno de ojos azules claros, al que amaba con locura.—Nada te asusta, ¿cierto? —pregunté divertida y negó—. Tú ganas, pero si haremos esto, tendrá que ser a mi modo —advertí y ladeó su rostro frunciendo el ceño con deje divertido.—Como tú digas —asintió—. ¿Algún requisito especial para cortejarte? —gorjeó y golpeé