—Sí, gracias —respondí confundida, dirigí mis ojos al rostro del hombre que no me soltaba y aunque no recordaba de dónde, sus facciones y esos orbes eran familiares para mi memoria.
—¿Ana? —preguntó y lo miré confundida. Era evidente que me conocía, pero ¿de dónde?
—¿De dónde me conoce? —respondí con otra pregunta y su rostro se suavizó, mientras se asomaba en sus labios carnosos una sonrisa perfecta que dejaba ver unos hoyuelos a los costados que enloquecerían a cualquiera. Se parecía mucho a Erick de la sirenita, y de pronto lo recordé. Era el hombre de la playa, con el choqué cuando huía del hotel por aquel malentendido con Diego. Por Dios, ese hombre me recordaba a la perfección.
¿Cómo era posible?
Al notar la sorpresa en mi rostro, sonrió más amplio.
Con los ánimos renovados, salí del elevador y entré a la suite donde me encontré con mis amigas un tanto preocupadas. Les dediqué una sonrisa para tranquilizarlas y todas me vieron como si fuera un bicho raro.—¿Estás bien? —preguntó Mónica y asentí relajada—. Espera, ¿sucedió algo para que traigas esa estúpida sonrisa pintada en tu rostro? Hace apenas un par de horas parecía que ibas para tu propio entierro y ahora vienes así, como si nada hubiera pasado. ¿Qué sucede aquí, Ana Sullivan? —Al oír sus palabras, de inmediato mi cuerpo se tensó, pero no dejé que me afectara… o, por lo menos, no lo demostraría.—Ahórrate lo de Sullivan, por favor —Mi tono de voz fue demasiado duro—. Y sí, estoy mucho mejor. Pensé que te alegrarías —ironic&ea
Lucas me llevó a un restaurante de comida italiana bastante tranquilo y agradecí el gesto. Lo que menos deseaba es que alguien me reconociera e inventaran cosas sobre nosotros, aunque realmente no debería de importarme, pero no quería imaginar qué pensaría Diego de mí. Si bien decidí dar por terminada mi historia con él, lograrlo sería un completo reto. No conseguía despojarme del recuerdo que implicaba haber sido parte de él, de rememorar sus besos, sus abrazos, lo feliz que fui a su lado y de lo que me hizo sentir la última noche que compartimos juntos, apenas anoche y parecía todo tan lejano.Lo extrañaba demasiado, tanto que al cerrar mis ojos solo evocaba esos pozos azules claros que me penetraban por completo, accediendo sin ninguna dificultad hasta el rincón más inhóspito de mi alma. Rogaba a Dios por que esa falta que él me hacía,
Acabando nuestro momento en el restaurante, decidimos que era hora de volver al hotel. Ambos sonreíamos por cualquier estupidez que el otro decía y realmente me sentía muy cómoda a su lado. Necesitaba descubrir qué era ese algo que se removía dentro de mí con su contacto, su compañía, y estaba dispuesta a correr el riesgo con alguien como él. Su mirada trasmitía tantas cosas y no trataba de disimular su interés en mí. Su sonrisa me llegaba tan hondo, porque no solo lo hacía con sus labios, sino también con sus ojos. Esos ojos imposiblemente azules que tenían vida propia y reflejaban tanto de él. Cuando llegamos al hotel, me quedé de pie cerca del elevador sin saber qué decir, hasta que las palabras salieron apenas en murmullo.—Creo que es hora de despedirnos. —Estaba nerviosa y mis manos sudaban. Su cercanía, con el trascurso
Al parecer, nada le daba temor a este hombre, nada lo amedrentaría ni persuadiría para que se alejara de mí.Su personalidad era tan apabulladora que era imposible no dejarse envolver por él. Al mismo tiempo, era tranquila, trasmitía paz y seguridad.Su optimismo era contagioso, pero no podía quedarme suspendida en la nube de terciopelo en la que esta noche me colocó. Mi vida era complicada y en mi realidad también vivía aquel hombre taciturno de ojos azules claros, al que amaba con locura.—Nada te asusta, ¿cierto? —pregunté divertida y negó—. Tú ganas, pero si haremos esto, tendrá que ser a mi modo —advertí y ladeó su rostro frunciendo el ceño con deje divertido.—Como tú digas —asintió—. ¿Algún requisito especial para cortejarte? —gorjeó y golpeé
—¿Por qué me haces esto? —susurré cuando sus labios se separaron de los míos—. ¿Por qué, Diego? ¿Por qué te empeñas en lastimarme?—Lo que menos deseo es lastimarte, mi amor. —Sus manos seguían aferradas a mi rostro y cerré con fuerza los ojos para no caer en la tentación de afianzarme a él mediante un abrazo. Con él no sería feliz jamás si no se abría, si no era honesto y se liberaba de los fantasmas que lo atormentaban y, por muy doloroso que sea, su tiempo para hacerlo se terminó.—Es lo que haces siempre, Diego. Créeme que, si pudiera, estaría a tu lado como siempre, porque que te amo, pero ya no puedo seguir, ya no puedo estar cerca de ti sin saber qué sientes, sin saber qué sucede aquí. —Coloqué la palma de mi mano sobre su pecho—. No soy de hierro, D
Desesperado, me tomó por los hombros y sorbió las lágrimas que descendieron por sus mejillas.—No digas tonterías. Tú me amas, lo dijiste y yo lo sentí. No puedes simplemente dejarme cuando yo... yo... —Su cuerpo temblaba al igual que su voz.—Tú qué, Diego, ¡tú qué! —Permaneció en un silencio que dolía y calaba el alma profundamente. Sin embargo, me besó, presionó con vehemencia nuestros labios y buscó que reaccionara. Yo, con simpleza, no respondí a su beso, y cuando se separó queriendo descifrar mi expresión, no pude evitar derramar lágrimas—. No siempre funcionará que me beses para evitar decir algo que necesito escuchar, pero que tú no puedes decir. No siempre.—Ana, por favor...—Hay alguien más, Diego —dije de pronto y su cuerpo se paraliz&oacu
Estábamos a mitad de la segunda semana que faltaba para vernos de nuevo. La oficina era un caos de personas corriendo y chocando entre sí, con los nervios de punta. El edificio donde funcionaba Sullivan Enterprise, estaba compuesto de veinticinco pisos. El piso veinte, que correspondía a las oficinas de los accionistas y donde estábamos nosotros, era un ambiente donde reinaba la sencillez y el buen gusto. Paredes blancas y cristales eran la principal atracción, con cuadros de vivos colores que le daban un toque más cálido.—¿Qué sucede, Rose? ¿Por qué estas personas parecen haber salido de un cuento de terror? —indagué a mi secretaria, quien entró a mi despacho para que firmara unos documentos. Ella, como queriendo y no hablar, se frotaba las manos y miraba a los costados. Enarqué una ceja y le señalé la silla dispuesta frente a mi escritorio para que to
—¿Qué significa esto? ¿Cómo es que ese hombre está aquí? —susurró Mónica, intrigada, al igual que yo.—No lo sé —respondí conmocionada. No quería creer que todo el tiempo que pasamos juntos supo quién era y no me lo dijo, que se asoció con Diego adrede.No. No podía ser eso, tenía que haber otra explicación para esta situación demasiado dramática, por donde se la mire.—¿Qué sucede? —intervino Diego y ambas nos miramos sin saber que decir—. ¿Acaso lo conocen? —Sus ojos viajaron de mi amiga a mí, aguardando una respuesta.—Bue... bueno, él… —Nunca había visto a Mónica tan insegura de lo que debía responder. Diego se recargó sobre la mesa con el ceño fruncido y conocía esa mirada que le prodi