—¿Por qué me haces esto? —susurré cuando sus labios se separaron de los míos—. ¿Por qué, Diego? ¿Por qué te empeñas en lastimarme?
—Lo que menos deseo es lastimarte, mi amor. —Sus manos seguían aferradas a mi rostro y cerré con fuerza los ojos para no caer en la tentación de afianzarme a él mediante un abrazo. Con él no sería feliz jamás si no se abría, si no era honesto y se liberaba de los fantasmas que lo atormentaban y, por muy doloroso que sea, su tiempo para hacerlo se terminó.
—Es lo que haces siempre, Diego. Créeme que, si pudiera, estaría a tu lado como siempre, porque que te amo, pero ya no puedo seguir, ya no puedo estar cerca de ti sin saber qué sientes, sin saber qué sucede aquí. —Coloqué la palma de mi mano sobre su pecho—. No soy de hierro, D
Desesperado, me tomó por los hombros y sorbió las lágrimas que descendieron por sus mejillas.—No digas tonterías. Tú me amas, lo dijiste y yo lo sentí. No puedes simplemente dejarme cuando yo... yo... —Su cuerpo temblaba al igual que su voz.—Tú qué, Diego, ¡tú qué! —Permaneció en un silencio que dolía y calaba el alma profundamente. Sin embargo, me besó, presionó con vehemencia nuestros labios y buscó que reaccionara. Yo, con simpleza, no respondí a su beso, y cuando se separó queriendo descifrar mi expresión, no pude evitar derramar lágrimas—. No siempre funcionará que me beses para evitar decir algo que necesito escuchar, pero que tú no puedes decir. No siempre.—Ana, por favor...—Hay alguien más, Diego —dije de pronto y su cuerpo se paraliz&oacu
Estábamos a mitad de la segunda semana que faltaba para vernos de nuevo. La oficina era un caos de personas corriendo y chocando entre sí, con los nervios de punta. El edificio donde funcionaba Sullivan Enterprise, estaba compuesto de veinticinco pisos. El piso veinte, que correspondía a las oficinas de los accionistas y donde estábamos nosotros, era un ambiente donde reinaba la sencillez y el buen gusto. Paredes blancas y cristales eran la principal atracción, con cuadros de vivos colores que le daban un toque más cálido.—¿Qué sucede, Rose? ¿Por qué estas personas parecen haber salido de un cuento de terror? —indagué a mi secretaria, quien entró a mi despacho para que firmara unos documentos. Ella, como queriendo y no hablar, se frotaba las manos y miraba a los costados. Enarqué una ceja y le señalé la silla dispuesta frente a mi escritorio para que to
—¿Qué significa esto? ¿Cómo es que ese hombre está aquí? —susurró Mónica, intrigada, al igual que yo.—No lo sé —respondí conmocionada. No quería creer que todo el tiempo que pasamos juntos supo quién era y no me lo dijo, que se asoció con Diego adrede.No. No podía ser eso, tenía que haber otra explicación para esta situación demasiado dramática, por donde se la mire.—¿Qué sucede? —intervino Diego y ambas nos miramos sin saber que decir—. ¿Acaso lo conocen? —Sus ojos viajaron de mi amiga a mí, aguardando una respuesta.—Bue... bueno, él… —Nunca había visto a Mónica tan insegura de lo que debía responder. Diego se recargó sobre la mesa con el ceño fruncido y conocía esa mirada que le prodi
Mis ojos se llenaron de lágrimas por aquellas palabras escritas de puño y letra por el hombre que amaba tanto. Por el hombre que me enseñó la felicidad y el dolor, a amar y a saber lo que se siente no ser correspondido. Por su nota, entendí que al fin comprendió que lo del divorcio iba en serio y que se había resignado al inevitable final de nuestro matrimonio.Por alguna extraña razón, en vez de darme paz y tranquilidad aquella decisión, en mi pecho se instaló una extraña sensación de pérdida y ese sentimiento oprimía con fuerza a mi corazón. Tal vez aún, en el fondo de mi ser, tenía la esperanza de que recapacitara, que confiara en mí, que liberara sus miedos conmigo y que confesara que me amaba, pero prefería vivir sin mí que dar aquel paso a mi lado.Restregué el dorso de mi mano a través de mi rostro para
Una vez en Londres, las ansias por verla aumentaron, aunque ardía de rabia porque sería acompañante de aquel hombre que me pareció hasta formidable, antes de saber que era el esposo de la mujer que me gustaba.Y ahora que me detenía a pensarlo, durante las videoconferencias que tuvimos en el transcurso de nuestras tratativas, su rostro me resultó familiar. No obstante, jamás imaginé que sería el hombre que gritó el nombre de Ana en Lagos. Recordaba perfectamente aquella corriente eléctrica que sacudió mi cuerpo cuando la sujeté de la muñeca para que no se fuera. Si no hubiera estado con Milena, en aquel momento no hubiera dudado en ir tras ella y molerme a golpes con el causante de sus lágrimas.Ahora que repasaba los hechos, el nombre de Ana estaba escrito en mi destino y viéndolo de esa manera, hasta agradecía que Milena me hubiera roto el coraz&oacu
—Por Dios, Ana, ¡estás deslumbrante!Mónica quedó sorprendida por mi aspecto y me sentí conforme. Era exactamente lo que buscaba; dejar con la boca abierta a todos y en especial a ese par que pensaban que tenían todo tipo de derechos sobre mí—Creo que a esos dos les dará un paro fulminante cuando te vean, querida. —Sonreí al negar con la cabeza. En serio esperaba que fuera así.—Eso espero, Mónica. Esta noche les daré una lección a esos dos —respondí decidida—. ¿Has hecho lo que te pedí?—¡Por supuesto! ¿Crees que una idea tan descabellada como la que se te ocurrió, podría salir bien sin mi supervisión? —preguntó demasiado seria para creérselo ella misma y rodé los ojos.—No seas dramática y mejor dime cómo es el suso
—Creo que estás confundiendo las cosas —comenté mientras él bajaba y me tendía su mano para ayudarme a hacer lo mismo.—No, Ana, eres demasiado ingenua a veces. Soy hombre y me di cuenta perfectamente que te miraba con deseo, cosa que no me gustó para nada. —Me aclaré la garganta y creí que lo mejor sería callar, imaginé que me mataría cuando supiera que el fulano ese, como él lo llamaba, se trataba nada más y nada menos que de Lucas Marshall. Sin embargo, después de hoy dudaba que existiera algo más que un fugaz recuerdo de lo que pudo haber sido entre nosotros.—Y si fuera así como dices, que me veía con deseo, ¿por qué te molesta? No puedes darme lo que te pido y tú mismo dijiste que esta noche… sería nuestra última noche. ¿Por qué te fastidia que alguien me vea de esa ma
LucasSe formó un nudo en mi garganta cuando vi cómo, de manera tan natural, Sullivan tomó su mano y la besó casi en los labios. Tragué con fuerza y sentí cómo la corbata del moño de mi esmoquin, se ajustaba demasiado a mi cuello. Presioné mis puños y di un paso, cuando Bi me tomó del brazo para detenerme.—No cometas una locura, hermano. —Tuve que coger suficiente aire para no explotar—. No sé qué está ocurriendo, pero no quiero verte sufrir. Si ella será la causante de tu dolor, aunque sea mi amiga y la aprecie, de verdad prefiero que no vuelva a acercarse a ti, Lucas.Sus palabras de preocupación me calmaron y relajé mi cuerpo.—No te preocupes, pequeña. Creo que merezco lo que está sucediendo —respondí para tranquilizarla, sin dejar de mirar cómo Sullivan la tomaba de