—¿Por qué, Diego? —pregunté sin separarme de él—. ¿Por qué me mentiste de esta manera? —Un suspiro largo de resignación escapó de él.
—Yo no te mentí, Ana. —Esta vez se separó, tomó con ambas manos mi rostro—. Necesito que confíes en mí. —Secó mis lágrimas con su pulgar y tomó mi mano para guiarme hacia el baño—. Necesitas una ducha y alimentarte, estás pálida.
No protesté porque sabía que tenía razón.
Abrió la ducha y rápidamente el vapor que se formaba por el agua caliente que caía, ocupó toda la estancia. Se acercó de nuevo a mí y de manera silenciosa me despojó de mis prendas, dejándome expuesta ante él. De milagro, la vergüenza no se hizo presente en mí, solo me quedé de pie, observando los movimientos de Diego que seguidamente me cargó entre sus brazos, llevándome hasta la ducha. Cerré mis ojos ante el contacto del agua caliente que caía sobre mi cuerpo, relajándome al instante, calmando por un momento la tensión que sentía.
Cuando levanté mis párpados, mi mirada se encontró con unos orbes azules llenos de tristeza. Diego estaba de pie, delante de mí y desnudo, con una esponja en la mano.
—Voltéate —pidió—; te lavaré, cariño. —Volví a cerrar los ojos ante esa palabra; «cariño». Sin protestar, volteé dándole la espalda y comenzó a frotar la esponja por todo mi cuerpo.
Cuando terminó, me tomó por la cintura haciendo que girara de nuevo y nos quedáramos frente a frente. Tomó mi mano y en ella depositó la esponja.
—Es tu turno de lavarme, mi amor. —Tragué con fuerza y recorrí, por primera vez desde que estábamos en la ducha, su cuerpo que parecía esculpido por el mismísimo Miguel Ángel. Al ver que no reaccionaba, tomó mi mano entre las suyas guiándola hasta su torso, haciendo círculos con la esponja, para luego bajar a su abdomen y hacer lo mismo. De momento a otro soltó mi mano y se volteó—. Sigue sola, por favor… —Sus palabras sonaban a súplica y me desarmó por completo. Con la mano temblorosa, posé la esponja en su hombro y comencé a frotar toda su espalda, descendí hasta su cintura y caderas. Me detuve, pero él me instó a seguir—. Te faltan los glúteos, cariño.
—Creo que fue suficiente —respondí avergonzada. No podía seguir o caería en su juego de seducción y olvidaría lo enfadada que estaba.
—Por favor... sigue, Ana. Quiero sentir cómo descubres mi cuerpo, cariño. —Suspiré, volví a tomar la esponja y repasé sus glúteos con ella. Cuando terminé, solté la esponja dispuesta a salir de allí. Diego leyó mis intenciones y se volteó, tomando mi cuerpo entre sus brazos y aferrándome a él.
—Basta, Diego —dije sin mirarlo—. No es momento de juegos.
—¿Quién dijo que estoy jugando? —Me estrechó más a él—. Solo quiero que mi esposa memorice cada tramo de mi cuerpo, que sienta cada parte de mi anatomía como suya, que conozca el lugar exacto de cada lunar, cicatriz, y sea lo que sea tenga mi humanidad.
—Diego, por favor… —supliqué, pero hizo caso omiso y nos arrastró debajo de la ducha a ambos, con nuestros cuerpos unidos por sus bazos. Me removí tratando de zafarme de su agarre; fue imposible. Mi diminuto cuerpo era insignificante ante él.
Con estoicismo, me rendí y aflojé mis músculos. Él apartó los mechones de pelo que caían sobre mi rostro, llevándolos hacia atrás. Mi visión estaba empañada por la mezcla de agua y lágrimas que descendían por mis mejillas. Acarició mi cara y me propinó un casto beso en la frente. Cerré mis ojos ante su contacto y sentí cómo besaba mis párpados de a uno, bajando a mi nariz hasta posar su boca sobre mis labios.
—Eres tan hermosa —susurró y dejé escapar un quejido de mis labios entreabiertos—. De verdad. Ana, todo lo que sucedió no es lo que imaginas. —Besó mi mejilla, subió hasta mi oreja e introdujo mi lóbulo en su boca—. Solo existes tú.
Y fue suficiente para desarmarme por completo y entregarme a él sin reserva alguna, ya después me arrepentiría de ser tan fácil de convencer. Mandé al carajo mi determinación de acabar con mi matrimonio y me dejé llevar por todas las sensaciones que el hombre que amaba me trasmitía.
Lo besé con fuerza y su respuesta fue inmediata.
Comenzó a recorrer mi cuerpo con sus amplias manos, bajando hasta mis glúteos para apretarlos y levantarme. Por instinto, enrollé mis piernas a su cintura, quedando mi rostro a la altura del suyo. Rompimos el beso para mirarnos, ambos gimiendo, con la respiración dificultosa en un silencio tenso que fue roto por él.
—Jamás dudes de mí, cariño —habló y besó de manera lenta mis labios, los mordisqueó y succionó de manera pausada. Se separó de nuevo y volvió a fijar sus ojos en los míos—. Escúchame bien; nunca te traicionaría de esa manera. Siempre estaré a tu lado sin importar lo que suceda, te protegeré de todo y de todos y aunque a veces parezca un tempano de hielo, no olvides que tú siempre serás el fuego que calienta mi alma y mi corazón. Solo tú tienes ese poder, mi dulce Ana… solo tú, y juro por lo más sagrado que daría mi vida por ti. Es una promesa. —Sus palabras sonaron tan sinceras que no pude más que asentir con lágrimas en los ojos, pero esta vez por la emoción. Hundí mi rostro en su cuello y susurré un «te amo», que otra vez no tuvo respuesta.
Como si percibiera mi decepción, de una estocada se hundió en mí, haciéndome olvidar la tristeza del momento. Me arqueé por respuesta. Mis gemidos hacían eco en el amplio tocador y parecía un aliciente para mi esposo.
—Júrame que tus quejidos y gemidos siempre serán solo míos —susurró en mi oído, pero no respondí porque estaba perdida en una bruma de placer que nublaba mi juicio. Diego se detuvo y gruñí en señal de protesta por ello. Estaba a punto de acabar y se detuvo en el peor momento—. Responde, gatita —me habló con una voz tan sensual que creí venirme solo con ello.
—¿Gatita? —Fue lo único que salió de mi boca.
—Mi gatita —enfatizó. Yo fruncí mi ceño y él sonrió por respuesta—. Ronroneas como una gatita cuando estás caliente —explicó y me sonrojé.
—¡Oye! —Iba a protestar.
—Responde, gatita —volvió a pedir—. Júrame que siempre serás mía, solo mía. —Parecía que mi respuesta fuera vital para ese hombre.
—¡Lo juro, por Dios! —grité—. Por favor, Diego, sácame de esta agonía. —Y de aquella manera, debajo del agua que se esparcía sobre nuestros cuerpos, hicimos el amor de manera salvaje hasta que ya no pude contenerme y me perdí en la oleada de placer que me provocaba su contacto, sintiendo un líquido caliente en mi interior, mezclándose con el mío.
Apoyó mi espalda en el mosaico, sosteniéndose con una mano para no dejarnos caer allí mismo de lo exhaustos que quedamos. Luego de unos instantes, desenrosqué mis piernas de su cuerpo y me incorporé sobre mis pies. Diego me abrazó y le respondí. Sabía que tácitamente me preguntaba si estábamos de nuevo bien, y mi abrazo le respondía que sí. Debía confiar en él si quería ser feliz a su lado. No dejaría pasar la oportunidad de que me explicara lo que realmente significaban esos mensajes, pero estaba segura en lo profundo de mi corazón que no mentía, que era sincero y, aunque no lo fuera, sabía que, de todas maneras, terminaría creyendo en él.
5 años después...—¿De verdad, doctor? ¿En verdad estoy embarazada? —No lo podía creer. Después de cinco años de matrimonio y una búsqueda incesante, al fin lo conseguí.—Sí, señora Sullivan. Mis felicitaciones. Usted tiene cuatro semanas de gestación y por lo que pude apreciar en la ecografía, está todo bien. Le recetaré las indicaciones a seguir, unos suplementos y otros estudios a realizarse. —El doctor Roberts era mi ginecólogo y estaba tan feliz como yo de que al fin el tratamiento hubiera funcionado.—Gracias, Doctor —musité ilusionada, pensando en la mejor manera de decírselo a Diego.Hoy celebrábamos cinco años de matrimonio y este sería mi regalo para el amor de mi vida, para el hombre que amaba. Una sonrisa de completa dicha se asomó
—Detente… —ordené con suavidad, pero hizo caso omiso a mis palabras, aumentó la velocidad de sus pasos para llegar hasta mí—. ¡Dije que te detengas o no respondo, Diego! —Lo tomé por sorpresa y con los ojos desorbitados, detuvo sus pasos.—Ana, cariño... —Su voz estaba cargada de culpa—. No es lo que parece...¿No es lo que parece? ¿Es lo único que se le ocurrió decir?—¿Y qué piensas que me parece, Diego? —pregunté con frialdad. Limpié con brusquedad las lágrimas con el dorso de mi mano libre. La otra seguía sosteniendo la perilla de la puerta y no la soltaría, porque tenía la necesidad urgente de aferrarme a algo para no desplomarme allí mismo, resultar más ridícula y patética de lo que ya estaba quedando.—Ella... yo... —Ni siquie
Caminé hacia él con furia y cuando estuve a pasos de su cuerpo, lo quise bordear para salir del parque. Mi corazón latía agonizante por no poder abrazarlo y besarlo como siempre hacía cada vez que lo veía. Contuve la respiración y tragué grueso cuando estuvimos demasiado cerca. No lo miré, no podía, flaquearía o me desmoronaría si sus ojos me atrapaban de nuevo. Sin embargo, el no parecía querer dejar las cosas así… ni por ese día. Me tomó del brazo con posesividad e impidió que siguiera.—Ana... —El susurro de mi nombre sabía a lamento. Su voz estaba cargada de algo que parecía necesidad, urgencia, pero no me importaba escuchar sus explicaciones porque mi corazón le creería de la misma manera que aquella vez en nuestra luna de miel.—¡Suéltame! —Tiré mi brazo para soltarme,
—¿Mejor? —preguntó y asentí con la cabeza—. Vamos. —Me guio y me abrazó por los hombros hacia la entrada de su departamento. El trayecto lo hicimos en silencio y el tiempo bastó para tranquilizarme un poco—. Entra. Tienes que darte un baño caliente y cambiarte de ropa si no quieres enfermar —susurró y caminé directo hacia el baño, con ella siguiéndome los pasos—. En la gaveta de las toallas te dejé una muda de ropa para que la uses.—Gracias —musité y cuando mi amiga estuvo por marcharse, no pude evitar preguntar—: ¿Cómo supiste que vendría? —Sabía quién le avisó, de todas formas, quería oírlo.—Diego llamó diciendo que venias aquí y que no te encontrabas bien. —Sonreí de manera irónica. Era un libro abierto para él. Ni
Cuando llegamos al hospital, comencé a sentir mucho dolor en mi bajo vientre. Los retorcijones eran intensos de vez en cuando y más leves en otros momentos. Por Dios que no quería perder lo único maravilloso que me quedaba en la vida, lo único que me daría esperanzas y fuerzas para seguir adelante, dejando atrás al hombre que amaba.Mónica llamó al doctor Roberts desde mi teléfono y para cuando ingresamos, ya esperaba por mí. No dijo nada, pero por su expresión deduje que las cosas no estaban para nada bien.Nadie hablaba de la verdad de lo que ocurría. Ni las enfermeras, ni los médicos, ni Mónica, ni… Diego. Sí. Diego estaba allí, y no fue precisamente porque lo hubiera llamado, ni porque deseaba que estuviera, sino porque el doctor Roberts le avisó y Mónica estuvo de acuerdo en que viniera. Su rostro de preocupación por po
—Lo lamento —susurró—. Yo sí te quiero, Ana, y no te engañé en ningún momento de nuestra relación.—Eso ya no importa, Diego. Te dejo en libertad para que hagas de tu vida lo que mejor te parezca. Para que busques y ames a la persona correcta, porque, al parecer, esa persona nunca fui yo —me lamenté y mi corazón se encogió en mi pecho—. Esto se acabó y nada cambiará mi decisión. —Cerré mis ojos para no ver los suyos, para no caer en el embrujo de su mirada, cuando sentí que se apartó con violencia y se alejó de mí.—Esto no puede terminar, no dejaré que suceda jamás, nunca te daré el divorcio, Ana, ¡nunca dejarás de ser mi esposa! —Sus palabras quebradas resonaron en la habitación—. Yo te quiero, ¿no puedes entenderlo? —preguntó con
2 meses después…Estaba muy nerviosa porque después de dos meses, volvería a compartir con Diego algo más que un simple saludo frío y seco en los pasillos de la empresa. Mónica decidió que lo mejor sería alistarnos en su departamento y después ir directo al Palace Hotel, donde se llevaría a cabo el lanzamiento de una nueva colección de la Casa de Modas Ágata Sullivan.Jean, un estilista francés y amigo personal de Mónica, se encargó de nuestros aspectos y ciertamente me sorprendí con el resultado.Escogió con detalle desde los pendientes, hasta los zapatos, vestidos y accesorios que llevaríamos, además de encargarse de nuestro cabello y maquillaje.No quería pecar de vanidosa, pero en serio nos dejó grandiosas.Mi corazón se encogió cu
—Lo lamento, Mónica. —Tomé su mano y la presioné en señal de disculpas—. No obstante, es diferente y ambas somos diferentes. Tal vez tú hubieras perdonado y hubieras seguido tu vida felizmente al lado de Liam, pero yo no lo hubiera podido hacer y, ¿sabes por qué? —Negó con la cabeza, intrigada—. Porque la diferencia entre tu matrimonio y el mío es que a ti nunca Liam dejó de decirte lo mucho que te amaba, aunque cometió muchos errores que no tienen justificación, tú en el fondo de tu corazón, siempre estuviste segura de sus sentimientos. En cambio, yo jamás escuché decir a mi esposo que me ama, que se muere por mí. Sí me ha dicho que me quiere y me necesita, pero nunca que me ama. Y verlo besando a otra, en su oficina, donde cualquiera pudo haberlo visto, solo terminó por convencer a mi corazón de lo que ya sab&iacu