Caminé sin rumbo por las calles de la ciudad, ignoré por completo al hombre que actuaba de mi chofer y que me seguía de cerca. No me importaba nada. Estaba perdido, demasiado ido.
¿Por qué la vida se empeñaba en hacerme infeliz? Cuando al fin tenía una de las cosas que más había añorado, me quitaba algo vital: la posibilidad de disfrutar de una vida al lado de la mujer que amaba. Me sentía rabioso, dolido y enojado con Dios.
¿Acaso pagaba algún tipo de falta que cometí sin haberme dado cuenta? No recordaba un solo momento de mi vida en el que hubiera sido un mal hijo, un mal hermano. Ni siquiera un mal jefe, todo lo contrario. Cuando la mujer que esperaba fuera mi esposa me abandonó sin piedad, tampoco me ensañé con ella, tampoco le deseé lo peor. No entendía por qué la vida me escogió precisamente para dar pelea de manera c
Diego Ver aquella escena en que la mujer de mi vida se aferraba a ese desgraciado, consiguió tambalear toda mi existencia. Mis esperanzas que Ana solo estuviera confundida y que, como la vez anterior, terminara volviendo a mi lado, se fue al mismísimo infierno en aquel preciso momento.Venía dispuesto a reconquistarla, a pelear por ella, por su amor, a arrastrarme hasta la humillación si era posible, aunque estuviera vigilada de cerca por ese perro guardián que se había conseguido. La decisión de luchar por ella, la tomé luego de que ese hombre que se metió en medio de lo nuestro, me realizara una visita a mi oficina para advertirme sobre mi acercamiento a Ana. En ese instante supe que, si tenía tanta inseguridad como para ir a amenazarme de manera tan sutil, era porque existía esa mínima posibilidad que lo dejara para volver conmigo; él lo sabía y temía q
Me quedé estupefacta.¿Una crisis? Realmente Diego se fumaba algo que lo hacía tener alucinaciones. El pobre de Ernesto se quedó impresionado por aquella respuesta y después de que su semblante nos diera a entender que no podía creerlo, asintió un poco apenado.—Lo siento, pero es la única que disponemos. Saben que tiene dos habitaciones, si el problema es compartir... la cama. —Esto último lo dijo en un murmullo casi inaudible.Lo miré con la boca abierta, mientras Diego solo reía divertido por la situación. Ernesto sudaba y apartó la vista por la vergüenza. Pobre hombre.—Está bien, Ernesto. Y disculpa por no haberte aviso con antelación —se disculpó Diego, para nada sentido por su omisión. Ernesto asintió y nos acompañó hasta el elevador para que fuéramos al último piso, d
—Diego... —murmuré sobrepasada por aquellas palabras. Estaba al límite de todo, necesitaba huir de él o caería rendida, lastimando y traicionando a una persona inocente. Así que decidí atacarlo, herirlo para que se alejara de mí y no nos sometiera a esa tortura—. Sabes hacerlo perfectamente. Fuiste tú quien me mostró cómo se puede estar con otra persona sin remordimiento alguno, sin pensar en lo que pudiera sentir la que en su día fue tu esposa.Negó y me soltó de pronto para sostener el puente de su nariz, irritado, fastidiado y diría que... hasta derrotado. Sentí un frio correr por mi cuerpo con la ausencia de su tacto.—No, Ana. Nada de eso jamás experimenté, jamás ocurrió. ¿Es demasiado pedirte una oportunidad para que me escuches? —Me vio suplicante y negué.—Tuviste todas las
Cuando todos se marcharon, fui directo a su habitación y lo encontré de pie, observando por la ventana y mirando la luna. Me quedé en el marco de la puerta, sin entrar del todo.—Será mejor que te duches y duermas, Diego —sugerí, conciliadora. Él solo asintió y casi cayó de bruces al intentar dirigirse al baño. Me apresuré a alcanzarlo, sosteniendo como podía su enorme cuerpo—. ¡Por Dios! ¿Se puede saber qué bicho te picó para que te embriagaras así? —interrogué molesta, llevándolo hasta la ducha y abriendo el grifo de agua fría. Diego lanzó un grito por la impresión y me sorprendí riendo por su actitud.—En verdad disfrutas viéndome sufrir… —balbuceó con los ojos cerrados, se sostuvo con las manos en el mosaico, mientras el agua caía sobre su cuerpo cubie
Me removí despacio y fui despertando por la molestia que me generaba la luz del sol que ingresaba por la ventana. Giré para buscarlo y se encontraba allí, recostado, dormía con tranquilidad y sujetaba mi cuerpo por la cintura. Por unos segundos, volteé levemente y admiré la belleza del hombre colosal que fue mi esposo y que aún amaba con locura. Recordé las veces que sus ojos y su boca desarmaron cualquier barrera que le imponía cuando trataba de conseguirme, de conquistarme. Ese rostro masculino de perfectas facciones, pestañas y cejas tupidas, fueron mi perdición desde siempre.Regresé de inmediato a mi posición, disfruté del calor que su cuerpo emanaba. Como si sintiera mis movimientos, acercó aún más mi cuerpo al suyo y hundió su nariz en mi pelo, aspiró el olor. La piel se me erizó, el calor comenzó a subir hasta mis mejillas
Todas aquellas palabras me dejaron en jaque. Escuchar de sus labios aquella confesión, me hacía sentir poderosa, invencible y plena. Apartó mis manos de su cintura y me invitó a que nos sentáramos en la arena. Cuando ambos nos acomodamos con las piernas cruzadas, uno frente al otro, comenzó a narrar lo que sucedió en su pasado.—Todo comenzó cuando estaba en el último año de la preparatoria...Le presté toda mi atención. Escuchaba con paciencia todo lo que argumentaba.Era impresionante cómo su vida fue cambiando, gracias a que su padre le implantó un hilo con el que lo manejó a costa de aquella mujer. Un par de veces se quebró, interrumpió su relato.En esos momentos, tomaba sus manos, trataba de infundirle consuelo y confianza para seguir. Cuando llegó el momento en que me confesó lo que ocurrió en su of
—Necesito que me digas qué harás con respecto a él. ¿Qué deseas hacer? —Tragó con fuerza—. Juro que tengo miedo, Ana. De la manera en que hablas de él, de cómo se ha portado contigo... Al parecer, fue mejor compañero de lo que fui yo, y supo sacarte del abismo al que te lancé sin querer. Créeme que deseo que me elijas, pero al escucharte, tengo mis dudas. ¿Tú quieres seguir con tus planes a su lado? —Tembló, ansioso por lo que pudiera decirle.Me solté de sus manos y me aferré a su cuello, estampé un beso suave a sus labios.—¿Esto responde a tu pregunta? —musité seria y negó. Volví a besarlo con más intensidad, invadí su boca con necesidad y urgencia—. ¿Y ahora? —volví a cuestionar e hizo un gesto aceptable—. Entonces creo que debemos hacer al
Llegamos al hospital y rápidamente localicé la fornida silueta de Jonás.—¡Jonás, por Dios! ¿Qué sucedió? —El pálpito en mi pecho me decía que no era nada bueno—. ¿Qué pasó con Lucas? —Jonás se quedó en silencio, esquivaba mis ojos—. ¡Maldita sea, Jonás! Responde, ¿qué pasa con Lucas? Y quiero la verdad. —Para entonces, estaba segura que sucedía algo malo y mis orbes brillaron por la angustia.—Ana, no me corresponde a mí decírtelo...—Ah, ¿no? ¡¿Y entonces a quién?! —Me llevé los dedos al puente de la nariz ya exasperada por el mutismo de ese hombre—. Mira, Jonás, lo mejor es que seas sincero y me digas de una vez qué pasa con Lucas, qué tiene... de eso dependen muchas cosas. —Frunció e