—Diego... —murmuré sobrepasada por aquellas palabras. Estaba al límite de todo, necesitaba huir de él o caería rendida, lastimando y traicionando a una persona inocente. Así que decidí atacarlo, herirlo para que se alejara de mí y no nos sometiera a esa tortura—. Sabes hacerlo perfectamente. Fuiste tú quien me mostró cómo se puede estar con otra persona sin remordimiento alguno, sin pensar en lo que pudiera sentir la que en su día fue tu esposa.
Negó y me soltó de pronto para sostener el puente de su nariz, irritado, fastidiado y diría que... hasta derrotado. Sentí un frio correr por mi cuerpo con la ausencia de su tacto.
—No, Ana. Nada de eso jamás experimenté, jamás ocurrió. ¿Es demasiado pedirte una oportunidad para que me escuches? —Me vio suplicante y negué.
—Tuviste todas las
Cuando todos se marcharon, fui directo a su habitación y lo encontré de pie, observando por la ventana y mirando la luna. Me quedé en el marco de la puerta, sin entrar del todo.—Será mejor que te duches y duermas, Diego —sugerí, conciliadora. Él solo asintió y casi cayó de bruces al intentar dirigirse al baño. Me apresuré a alcanzarlo, sosteniendo como podía su enorme cuerpo—. ¡Por Dios! ¿Se puede saber qué bicho te picó para que te embriagaras así? —interrogué molesta, llevándolo hasta la ducha y abriendo el grifo de agua fría. Diego lanzó un grito por la impresión y me sorprendí riendo por su actitud.—En verdad disfrutas viéndome sufrir… —balbuceó con los ojos cerrados, se sostuvo con las manos en el mosaico, mientras el agua caía sobre su cuerpo cubie
Me removí despacio y fui despertando por la molestia que me generaba la luz del sol que ingresaba por la ventana. Giré para buscarlo y se encontraba allí, recostado, dormía con tranquilidad y sujetaba mi cuerpo por la cintura. Por unos segundos, volteé levemente y admiré la belleza del hombre colosal que fue mi esposo y que aún amaba con locura. Recordé las veces que sus ojos y su boca desarmaron cualquier barrera que le imponía cuando trataba de conseguirme, de conquistarme. Ese rostro masculino de perfectas facciones, pestañas y cejas tupidas, fueron mi perdición desde siempre.Regresé de inmediato a mi posición, disfruté del calor que su cuerpo emanaba. Como si sintiera mis movimientos, acercó aún más mi cuerpo al suyo y hundió su nariz en mi pelo, aspiró el olor. La piel se me erizó, el calor comenzó a subir hasta mis mejillas
Todas aquellas palabras me dejaron en jaque. Escuchar de sus labios aquella confesión, me hacía sentir poderosa, invencible y plena. Apartó mis manos de su cintura y me invitó a que nos sentáramos en la arena. Cuando ambos nos acomodamos con las piernas cruzadas, uno frente al otro, comenzó a narrar lo que sucedió en su pasado.—Todo comenzó cuando estaba en el último año de la preparatoria...Le presté toda mi atención. Escuchaba con paciencia todo lo que argumentaba.Era impresionante cómo su vida fue cambiando, gracias a que su padre le implantó un hilo con el que lo manejó a costa de aquella mujer. Un par de veces se quebró, interrumpió su relato.En esos momentos, tomaba sus manos, trataba de infundirle consuelo y confianza para seguir. Cuando llegó el momento en que me confesó lo que ocurrió en su of
—Necesito que me digas qué harás con respecto a él. ¿Qué deseas hacer? —Tragó con fuerza—. Juro que tengo miedo, Ana. De la manera en que hablas de él, de cómo se ha portado contigo... Al parecer, fue mejor compañero de lo que fui yo, y supo sacarte del abismo al que te lancé sin querer. Créeme que deseo que me elijas, pero al escucharte, tengo mis dudas. ¿Tú quieres seguir con tus planes a su lado? —Tembló, ansioso por lo que pudiera decirle.Me solté de sus manos y me aferré a su cuello, estampé un beso suave a sus labios.—¿Esto responde a tu pregunta? —musité seria y negó. Volví a besarlo con más intensidad, invadí su boca con necesidad y urgencia—. ¿Y ahora? —volví a cuestionar e hizo un gesto aceptable—. Entonces creo que debemos hacer al
Llegamos al hospital y rápidamente localicé la fornida silueta de Jonás.—¡Jonás, por Dios! ¿Qué sucedió? —El pálpito en mi pecho me decía que no era nada bueno—. ¿Qué pasó con Lucas? —Jonás se quedó en silencio, esquivaba mis ojos—. ¡Maldita sea, Jonás! Responde, ¿qué pasa con Lucas? Y quiero la verdad. —Para entonces, estaba segura que sucedía algo malo y mis orbes brillaron por la angustia.—Ana, no me corresponde a mí decírtelo...—Ah, ¿no? ¡¿Y entonces a quién?! —Me llevé los dedos al puente de la nariz ya exasperada por el mutismo de ese hombre—. Mira, Jonás, lo mejor es que seas sincero y me digas de una vez qué pasa con Lucas, qué tiene... de eso dependen muchas cosas. —Frunció e
Lucas me echó un rápido vistazo, percibió que mi angustia se debía a algo más que su estado de salud. Tendió su mano hacia mí y me acerqué con temor de causarle daño, tomando su tacto con suavidad. Tiró de mí, hasta que tomé asiento al borde de su cama, a su lado. No pude evitar estudiar sus perfectas facciones desprovistas de su color habitual. No entendía cómo de la noche a la mañana, yacía de ese modo, tendido en una cama de hospital.—¿Sucedió algo? —inquirió con tranquilidad, sostuvo con firmeza mi mano y escrutó mi rostro, un tanto preocupado.Quise gritarle y reclamarle que no me hubiera dicho nada, mas eso ya no servía de nada.—¿Te parece poco? —indagué de pronto, llorosa y furiosa—. ¿Te parece poco lo que está sucediendo, Lucas? ¿Te parece tan
Lucas lo miró confundido y yo estupefacta por sus dichos. El único que fue capaz de lanzarle un reclamo por semejante sugerencia al médico, fue Jonás, quién me veía con preocupación.—¿Pero qué idioteces dice, Doctor?—No es ninguna idiotez —resolló el médico—. Lo sugiero porque es la única manera de salvarle la vida al señor Marshall.—Explíquese mejor —exigió aturdido Jonás. Para entonces, Lucas y yo lo observábamos como si hubiéramos descubierto algún marciano escondido en el armario.—Es fácil, señor Spencer. El único familiar del señor Marshall, es su hermana y también la única posible donante de médula, que por desgracia no es compatible. Por lo que el señor Marshall necesita tener un hijo para que sea su donante y pueda s
Después de un tenso silencio, y que ninguno se atrevió a emitir palabra por diferentes razones, Lucas carraspeó llamando nuestra atención.—Jonás, déjanos a solas, por favor —exigió y a duras penas el susodicho accedió, dejándonos solos—. Ana, no tienes que hacerlo...—Quiero hacerlo, Lucas. Es verdad lo que dijo el médico; de todas maneras, si decidiste casarte conmigo, supongo que habías pensado en la posibilidad de ser padre. —Tuve que recurrir a ese recurso para que pensara que no era ningún sacrificio para mí.—Ana... hasta hace unos momentos estaba seguro que me dirías que lo nuestro no tenía futuro, porque volverías con Sullivan... —Sus palabras me tomaron por sorpresa y, sobre todo, el tono conciliador que utilizaba.No sonaba a reproche, pero sí me asombré por lo asertivo de sus de