—Necesito que me digas qué harás con respecto a él. ¿Qué deseas hacer? —Tragó con fuerza—. Juro que tengo miedo, Ana. De la manera en que hablas de él, de cómo se ha portado contigo... Al parecer, fue mejor compañero de lo que fui yo, y supo sacarte del abismo al que te lancé sin querer. Créeme que deseo que me elijas, pero al escucharte, tengo mis dudas. ¿Tú quieres seguir con tus planes a su lado? —Tembló, ansioso por lo que pudiera decirle.
Me solté de sus manos y me aferré a su cuello, estampé un beso suave a sus labios.
—¿Esto responde a tu pregunta? —musité seria y negó. Volví a besarlo con más intensidad, invadí su boca con necesidad y urgencia—. ¿Y ahora? —volví a cuestionar e hizo un gesto aceptable—. Entonces creo que debemos hacer al
Llegamos al hospital y rápidamente localicé la fornida silueta de Jonás.—¡Jonás, por Dios! ¿Qué sucedió? —El pálpito en mi pecho me decía que no era nada bueno—. ¿Qué pasó con Lucas? —Jonás se quedó en silencio, esquivaba mis ojos—. ¡Maldita sea, Jonás! Responde, ¿qué pasa con Lucas? Y quiero la verdad. —Para entonces, estaba segura que sucedía algo malo y mis orbes brillaron por la angustia.—Ana, no me corresponde a mí decírtelo...—Ah, ¿no? ¡¿Y entonces a quién?! —Me llevé los dedos al puente de la nariz ya exasperada por el mutismo de ese hombre—. Mira, Jonás, lo mejor es que seas sincero y me digas de una vez qué pasa con Lucas, qué tiene... de eso dependen muchas cosas. —Frunció e
Lucas me echó un rápido vistazo, percibió que mi angustia se debía a algo más que su estado de salud. Tendió su mano hacia mí y me acerqué con temor de causarle daño, tomando su tacto con suavidad. Tiró de mí, hasta que tomé asiento al borde de su cama, a su lado. No pude evitar estudiar sus perfectas facciones desprovistas de su color habitual. No entendía cómo de la noche a la mañana, yacía de ese modo, tendido en una cama de hospital.—¿Sucedió algo? —inquirió con tranquilidad, sostuvo con firmeza mi mano y escrutó mi rostro, un tanto preocupado.Quise gritarle y reclamarle que no me hubiera dicho nada, mas eso ya no servía de nada.—¿Te parece poco? —indagué de pronto, llorosa y furiosa—. ¿Te parece poco lo que está sucediendo, Lucas? ¿Te parece tan
Lucas lo miró confundido y yo estupefacta por sus dichos. El único que fue capaz de lanzarle un reclamo por semejante sugerencia al médico, fue Jonás, quién me veía con preocupación.—¿Pero qué idioteces dice, Doctor?—No es ninguna idiotez —resolló el médico—. Lo sugiero porque es la única manera de salvarle la vida al señor Marshall.—Explíquese mejor —exigió aturdido Jonás. Para entonces, Lucas y yo lo observábamos como si hubiéramos descubierto algún marciano escondido en el armario.—Es fácil, señor Spencer. El único familiar del señor Marshall, es su hermana y también la única posible donante de médula, que por desgracia no es compatible. Por lo que el señor Marshall necesita tener un hijo para que sea su donante y pueda s
Después de un tenso silencio, y que ninguno se atrevió a emitir palabra por diferentes razones, Lucas carraspeó llamando nuestra atención.—Jonás, déjanos a solas, por favor —exigió y a duras penas el susodicho accedió, dejándonos solos—. Ana, no tienes que hacerlo...—Quiero hacerlo, Lucas. Es verdad lo que dijo el médico; de todas maneras, si decidiste casarte conmigo, supongo que habías pensado en la posibilidad de ser padre. —Tuve que recurrir a ese recurso para que pensara que no era ningún sacrificio para mí.—Ana... hasta hace unos momentos estaba seguro que me dirías que lo nuestro no tenía futuro, porque volverías con Sullivan... —Sus palabras me tomaron por sorpresa y, sobre todo, el tono conciliador que utilizaba.No sonaba a reproche, pero sí me asombré por lo asertivo de sus de
Jamás en mi vida me había sentido de la manera en que lo hice cuando escribí una de las cartas. En ella plasmaba mentiras que herían mi alma, porque eran mis propias mentiras y me entristecía más por mí que por él, porque cada embuste me alejaría un poco más de Diego, logrando solo su desprecio, mientras yo me ahogaba en falsedades. De ahora en más, solo me quedaba emitir sonrisas falsas que disimularan mi frustración e impotencia que sentía por cómo terminaban las cosas, porque era inevitable pensar que, para mí, en el momento en que daba por finalizado todo tipo de unión con Diego, mi vida sentimental también acababa.Tal vez con el tiempo, lograra estabilidad al lado de Lucas y del niño o niña que prometí gestar por su bien, pero, por ninguna razón o circunstancias, mi corazón volvería a sentir lo que solo a
Me froté los brazos y apoyé la frente en el cristal, cerré los ojos e imaginé qué estaría haciendo, qué estaría pensando… tal vez para ese momento me odiaba con todas sus fuerzas, tal vez ni siquiera mi nombre deseaba oír y no podía culparlo.¿Me estaría odiando? ¿Qué habrá sentido con lo que escribí? ¿Qué habrá pensado cuando no aparecí?Apenas se cumplirían cuatro días desde que nos despedimos en el aeropuerto. Cinco días desde la última vez que vibré entre sus brazos. Seis días desde que Lucas llamó y entró en ese estado deplorable, siete días desde que supe toda la verdad, ocho días desde la primera vez que volví a sentirme viva por su sola presencia.¿Cómo haría para seguir sin él?¿Cómo h
Desperté de repente con un intenso dolor de cabeza. Estaba en mi cama, cubierto con una manta hasta el cuello. Traté de incorporarme, pero no pude hacerlo. Levanté la manta y noté que estaba desnudo.«¿Qué carajos había pasado?».—Hasta que al fin despiertas, bella durmiente. —Max entraba sonriente a la habitación con un delantal puesto y unas pantuflas.¿Pero qué mierda hacía de esa manera?Caminó hacia las ventanas y corrió por completo las cortinas, dejó que los rayos de sol ingresaran por ellas. Me cubrí el rostro porque la luz intensificaba mi dolor de cabeza. Max sonrió de oreja a oreja y se llevó ambas manos a la cintura. De verdad que se veía extremadamente ridículo; camisa gris, pantalones de traje azul real, unas pantuflas y un delantal. No pude evitar reír a carcajadas ante la imagen
—Hasta que por fin te encuentro...Esa voz...Esos ojos...Esos labios...Sentí cómo mis piernas fallaban y traté de no moverme para no desplomarme en ese mismo instante.—Diego... —susurré sorprendida y él dio un paso hacia mí.—Sí, soy Diego. El hombre con el que juraste pasar el resto de tu vida, con quien hace poco más de tres semanas compartiste más que tu cuerpo. Al que dejaste plantado, sin explicación alguna, y al que luego abandonaste, dejándole un simple papel con palabras iguales a veneno. Sí, Ana. Ese hombre, Diego, soy yo. Me alegra que aún lo recuerdes.De mis labios entreabiertos escapó un gemido de sorpresa. No sabía qué decir y aún me costaba procesar que fuera él. Pestañeé varias veces para asegurarme de que no estaba soñando, que no maquinaba todo