CAPITULO 62

Cuando todos se marcharon, fui directo a su habitación y lo encontré de pie, observando por la ventana y mirando la luna. Me quedé en el marco de la puerta, sin entrar del todo.

—Será mejor que te duches y duermas, Diego —sugerí, conciliadora. Él solo asintió y casi cayó de bruces al intentar dirigirse al baño. Me apresuré a alcanzarlo, sosteniendo como podía su enorme cuerpo—. ¡Por Dios! ¿Se puede saber qué bicho te picó para que te embriagaras así? —interrogué molesta, llevándolo hasta la ducha y abriendo el grifo de agua fría. Diego lanzó un grito por la impresión y me sorprendí riendo por su actitud.

—En verdad disfrutas viéndome sufrir… —balbuceó con los ojos cerrados, se sostuvo con las manos en el mosaico, mientras el agua caía sobre su cuerpo cubie

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