—Yo… los dejo solos —dijo Mónica y caminó hacia su alcoba. Si quería amedrentarme, lo consiguió, pero no se lo haría saber. No le debía nada y no había hecho nada malo. Solo traté de seguir, igual que él.
—Tú querías explicarme lo que había sucedido y enseñarme algo, así que aquí estoy. —Una estruendosa carcajada resonó por el lugar.
—¿Es en serio? ¿Aún te importa lo que tenga que decirte? —preguntó irónico y lo miré confundida—. No me hagas reír, Ana. Ya vi con quién me estuviste viendo la cara todo el tiempo. Nada más y nada menos que con nuestro socio; no te dio pena mentirme en la cara. ¡Hacerme pasar por estúpido delante de ese engreído de Marshall, de Mónica, que estoy seguro lo sabía, de ese abogaducho de qui
Mi mundo, que había logrado cierta estabilidad después de tanto tiempo, tambaleó al oír aquella confesión. Y no porque no fuese de mi agrado escuchar de aquellos labios que me amaba, sino porque aquella confesión llegaba tarde, en el tiempo y momento equivocado.Mentiría si negaba que escucharlo decir aquello, no hacía que mi alma y mi corazón se liberaran por completo de esa prisión en la que se habían visto presas por no tener la certeza de lo que sentía por mí.Quería correr por un campo desierto y gritar a los cuatro vientos que era la mujer más feliz del mundo, que por fin me sentía completa. Quería decirle que aún lo amaba, pero que tenía miedo a salir lastimada porque esta vez sería letal para mí. Sin embargo, aun así, deseaba gritarle que él era el único que llenaba cada hueco
Nuestras frentes se unieron ya sin poder resistirnos. Las lágrimas seguían brotando como si de una fuente inagotable se tratara.Tiernamente rozó sus labios húmedos con los míos y sentí cómo mi garganta seca por la sed de sus besos, volvían a la normalidad con ese simple gesto.—No puedes negar que sientes lo mismo que yo, gatita. Tu cuerpo te delata, te siento vibrar bajo mis manos —murmuró de manera seductora sobre mi boca—. Quédate conmigo, mi amor.Negué con la cabeza. Traté de separarme de él porque me sentía sucia al darme cuenta que traicionaba al hombre que me ayudó a salir de la profunda depresión a la que Diego me lanzó, y aunque asumía que lo amaba demasiado, Lucas no se merecía aquello de mi parte. Sin embargo, no dejó que me alejara.—Hey, ¿qué sucede, cariño?
LucasLuego que Ana se marchara a casa de Mónica y me dejara caer en un sueño profundo, desperté por el sobresalto que el patán de mi amigo causó en mi habitación.—¡¿Pero qué demonios?! —grité sorprendido por el frío del agua que cayó sobre mi rostro, mientras él se carcajeaba divertido.—Por Dios, Lucas, ¿qué haces durmiendo a estas horas? —Luego de terminar de burlarse a costa mía, compuso su porte serio, preguntando aquello con total incredulidad.Conocía de sobra mi rutina, sabía que no era asiduo a dormir siestas y mucho menos, dejarme llevar por el sueño a estas horas de la tarde.—Eres un idiota, Jonás —lo reprendí, mientras me incorporaba y tomaba una toalla para secar mi rostro—. La verdad es que me he sentido demasiado cansado. Creo que el camb
Caminé sin rumbo por las calles de la ciudad, ignoré por completo al hombre que actuaba de mi chofer y que me seguía de cerca. No me importaba nada. Estaba perdido, demasiado ido.¿Por qué la vida se empeñaba en hacerme infeliz? Cuando al fin tenía una de las cosas que más había añorado, me quitaba algo vital: la posibilidad de disfrutar de una vida al lado de la mujer que amaba. Me sentía rabioso, dolido y enojado con Dios.¿Acaso pagaba algún tipo de falta que cometí sin haberme dado cuenta? No recordaba un solo momento de mi vida en el que hubiera sido un mal hijo, un mal hermano. Ni siquiera un mal jefe, todo lo contrario. Cuando la mujer que esperaba fuera mi esposa me abandonó sin piedad, tampoco me ensañé con ella, tampoco le deseé lo peor. No entendía por qué la vida me escogió precisamente para dar pelea de manera c
Diego Ver aquella escena en que la mujer de mi vida se aferraba a ese desgraciado, consiguió tambalear toda mi existencia. Mis esperanzas que Ana solo estuviera confundida y que, como la vez anterior, terminara volviendo a mi lado, se fue al mismísimo infierno en aquel preciso momento.Venía dispuesto a reconquistarla, a pelear por ella, por su amor, a arrastrarme hasta la humillación si era posible, aunque estuviera vigilada de cerca por ese perro guardián que se había conseguido. La decisión de luchar por ella, la tomé luego de que ese hombre que se metió en medio de lo nuestro, me realizara una visita a mi oficina para advertirme sobre mi acercamiento a Ana. En ese instante supe que, si tenía tanta inseguridad como para ir a amenazarme de manera tan sutil, era porque existía esa mínima posibilidad que lo dejara para volver conmigo; él lo sabía y temía q
Me quedé estupefacta.¿Una crisis? Realmente Diego se fumaba algo que lo hacía tener alucinaciones. El pobre de Ernesto se quedó impresionado por aquella respuesta y después de que su semblante nos diera a entender que no podía creerlo, asintió un poco apenado.—Lo siento, pero es la única que disponemos. Saben que tiene dos habitaciones, si el problema es compartir... la cama. —Esto último lo dijo en un murmullo casi inaudible.Lo miré con la boca abierta, mientras Diego solo reía divertido por la situación. Ernesto sudaba y apartó la vista por la vergüenza. Pobre hombre.—Está bien, Ernesto. Y disculpa por no haberte aviso con antelación —se disculpó Diego, para nada sentido por su omisión. Ernesto asintió y nos acompañó hasta el elevador para que fuéramos al último piso, d
—Diego... —murmuré sobrepasada por aquellas palabras. Estaba al límite de todo, necesitaba huir de él o caería rendida, lastimando y traicionando a una persona inocente. Así que decidí atacarlo, herirlo para que se alejara de mí y no nos sometiera a esa tortura—. Sabes hacerlo perfectamente. Fuiste tú quien me mostró cómo se puede estar con otra persona sin remordimiento alguno, sin pensar en lo que pudiera sentir la que en su día fue tu esposa.Negó y me soltó de pronto para sostener el puente de su nariz, irritado, fastidiado y diría que... hasta derrotado. Sentí un frio correr por mi cuerpo con la ausencia de su tacto.—No, Ana. Nada de eso jamás experimenté, jamás ocurrió. ¿Es demasiado pedirte una oportunidad para que me escuches? —Me vio suplicante y negué.—Tuviste todas las
Cuando todos se marcharon, fui directo a su habitación y lo encontré de pie, observando por la ventana y mirando la luna. Me quedé en el marco de la puerta, sin entrar del todo.—Será mejor que te duches y duermas, Diego —sugerí, conciliadora. Él solo asintió y casi cayó de bruces al intentar dirigirse al baño. Me apresuré a alcanzarlo, sosteniendo como podía su enorme cuerpo—. ¡Por Dios! ¿Se puede saber qué bicho te picó para que te embriagaras así? —interrogué molesta, llevándolo hasta la ducha y abriendo el grifo de agua fría. Diego lanzó un grito por la impresión y me sorprendí riendo por su actitud.—En verdad disfrutas viéndome sufrir… —balbuceó con los ojos cerrados, se sostuvo con las manos en el mosaico, mientras el agua caía sobre su cuerpo cubie