CAPITULO 122

Era Max... aquel maldito llegó a salvarme de morir ahogado con alcohol y con mi propio vómito en mi tina. Me acompañó, me cuidó y hasta preparó de comer porque mi cuerpo pedía a gritos un poco de combustible para cobrar fuerzas y seguir matándome.

Cuando se le escapó que ella se casaría, la resignación con la que había dado por hecho que tenía que aceptar que todo terminó, despareció en un pestañeo.

¿Cómo era posible que ella estuviera con los preparativos de su boda, mientras yo me estaba pudriendo entre cuatro paredes, torturándome con su recuerdo y atestando a mis venas con alcohol?

De ningún modo la dejaría en paz... de ninguna manera dejaría pasar la oportunidad de preguntarle mínimamente, qué fue lo que pasó para que me abandonara de aquella forma.

Por eso, en cuanto supe donde

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