—Entonces eso quiere decir que aún no le dijiste nada. No le hablaste de Amber ni mucho menos de tus sentimientos —concluyó, y asentí—. Por Dios, hijo mío. Tuviste que haberle dicho cuando te advertí tantas veces que algo así podría suceder. Realmente no sé qué decir, pues comprendo a la perfección que esté furiosa y que te haya pedido el divorcio. Sin embargo, aún estás a tiempo de decirle la verdad, Diego. Mientras las cosas estén tibias, hazlo. De no hacerlo, perderás a tu esposa. Sé que eso te dolería mucho. Solo basta con verte, mi pequeño, basta con mirar tus hermosos ojos para darse cuenta de cuánto amas a esa muchacha.
—Lo sé, mamá, y siento que todo lo que dices está ocurriendo. Ella... Ana simplemente ya no me quiere en su vida. En cuanto a decirle que la amo, lo he intentado muchas veces y
Después de rememorar aquel momento, sacudí la cabeza para intentar serenarme. Caminé lento hasta aquella fotografía y la tomé entre mis manos. Tragué con dificultad y la volví a admirar por algunos segundos.—Que el cielo me perdone si es blasfemia, pero juro por mi vida que volverás conmigo. si no es el caso, prefiero morir… a vivir y no tenerte —le hablé como un loco a la foto antes de propinarle un beso y guardarla en el pequeño bolso que llevaba conmigo.Me dirigí hacía la salida. Pude sentir cómo mi alma y mi corazón se desprendían de mi cuerpo, rehusándose a marcharse de allí. Sostuve por unos diez minutos el pomo de la puerta. Con resignación y tristeza, al fin pude cerrarla. Sentí que cerraba las puertas de una vida al lado de la mujer que amaba.No sabía cómo haría para dejarla en pa
Aunque había seguido al pie de la letra los consejos del abuelo, no había recibido ningún tipo de señal de mi esposa, quien se llamó a silencio. Margaret, mi secretaría, me había comentado de manera fugaz que Rose, la asistente de Ana, le había dicho que ella no había leído ninguna de mis tarjetas, y que la primera, al leerla, le había generado lágrimas. Que Ana había llorado como una cría y que después botó todo a la basura. Hoy le enviaría las últimas, con sesenta y siete rosas y la tarjeta. Habían pasado ya dos meses desde que no dormía con mi esposa, que no la besaba en los labios y que mi vida se había convertido en un perfecto desastre por su ausencia. Esta noche se llevaría a cabo el lanzamiento de la última colección de la casa de modas de mi madre, y esa sería la oportunidad perfecta para poder tantear de nuevo terreno y limar asperezas. En la empresa, solo me evitaba. Llegaba temprano y se iba a una hora en que yo no podía moverme de aquí. A
Después de darle vueltas y vueltas a la corazonada que tenía sobre aquel viaje, decidí llamar a Liam para que almorzáramos juntos y no estar torturándome y autocompadeciéndome por ser un completo idiota.—¿Cómo te fue anoche? —preguntó, mientras leía una revista y ordenábamos la comida.—No sabría definirlo —dije y me miró confundido—. Ana me entregó los papeles del divorcio.—Vaya... creo que estás perdiendo tu encanto —se burló y sonreí triste—. Entonces es definitiva la ruptura... —asumió y negué con seguridad.—Al menos para mí, no. Y estoy seguro de que ella tampoco quiere hacerlo. Además, al final de la noche, ella y yo terminamos en la cama y eso solo quiere decir que aun quiere estar conmigo, que me extraña y necesita igual que yo.<
Ni bien puse un pie allí, tomé el teléfono y marqué incontadas veces su número de móvil, y la voz odiosa del contestador era el único sonido que se escuchaba. Ya desesperado y un tanto furioso, le marqué a Mónica. Si ella no me respondía, no dudaría un solo segundo en ir hasta aquella ciudad que estaba comenzando a detestar. Al tercer repique, contestó.—Pásame a Ana, por favor —pedí con frustración, mientras caminaba como un animal enjaulado por todo el salón de la casa.—Ella no se encuentra y lo mejor es que no la vuelvas a molestar —la voz tajante de aquella pelirroja que en tiempos remotos fue mi peor enemiga, resonó molesta.—Entonces... vio las fotografías... —asumí con un largo suspiro, mientras tomaba asiento en el enorme sillón color crema.—Lo hizo —afirm&oacu
Los días pasaban y nada cambiaba entre ambos. Ella por su lado y yo por mi cuenta.La terapia iba ablandando la coraza que tenía puesta, pero el humor de perros que ya era parte de mí desde el día en que Ana me reveló tenía a alguien más en su vida, aumentaba con el correr de los días.No toleraba a nadie, no soportaba entablar conversación por más de un minuto con ninguna de las personas que laboraban para mí. Nada me gustaba, nada me apetecía. Amenacé al mejor equipo de trabajo de Londres con mandarlos a la mierda si no me traían algo mejor... patrañas, con las que excusaba mi mala vibra.Después de comentarles al abuelo y a mi madre todas las palabras que cruzamos con Ana el día de su regreso, ambos lamentaron que mi relación se hubiera acabado de aquella manera. Daban por hecho nuestro divorcio y me veían con pena cuando les de
Después de haber conversado con Max, tenía que valorar la posibilidad de que la sorpresa que le había preparado para confesarle mis sentimientos, tendría que esperar al menos un día más. No dejaría correr el reloj demasiado. Me urgía recuperar a mi esposa y más aún, después de lo que los ojos de aquel hombre dejaron vislumbrar, estaba desesperado porque todo el mundo supiera que ella y yo, habíamos arreglado las cosas y que no habría ningún divorcio de por medio.Cuando estaba de camino a buscar a Ana al piso de Mónica, llamé al abuelo para avisar que tal vez no se diera la velada que el también ayudó a idear. Muy decepcionado, preguntó las razones y le expliqué que la cena a la que íbamos, se estaría extendiendo más de lo previsto y que si no se daba esa noche, de todas maneras lo haría al día siguiente
Antes de descender del auto, le dejé claro a Ana que luego, continuaríamos lo que fue interrumpido y ella solo me vio aturdida. Le hice prometer que no me dejaría botado durante la noche y que sería mi acompañante durante toda la velada, quedándome más tranquilo, porque no iba a tolerar que Lucas Marshall la estuviera merodeando en mi presencia. Además, le adelanté que tenía una sorpresa para ella y sabía que había pinchado su curiosidad.Sin embargo, Ana estaba pensativa. Algo no cuadraba, algo le atemorizaba o la ponía nerviosa. Tal vez fuera el tonto juego que armaron con Max, o tal vez, la cercanía de aquel hombre. Esperaba con toda esperanza que fuera porque lo repelía y no por la idea que había concebido mi mente.Mis celos y aquella maquinación —que pensaba absurda hasta hace instantes—, cobraron más fuerza cuando
Con un mal presentimiento, de inmediato salí de la fiesta y con el móvil en mano, comencé a llamar de manera insistente al idiota de Max.—¡Te había dejado claro que no la podías tocar, Max! —reproché cuando respondió la llamada—. Dime de inmediato en dónde están.—¡Cálmate, hombre! Ya está sana y salva en casa de Mónica, la tuve que traer porque tuvo un inconveniente con su vestido y no había manera de que volviera a la fiesta.—¿Qué pasó con su vestido? No me digas que...—¿Puedes dejar de hacerte ideas estúpidas, Diego? —pidió cabreado y respiré hondo para serenarme—. Sabes que jamás intentaría nada. ¡Ella es tu esposa, lo dejaste claro y somos amigos, por Dios!—Perdona, Max. Es que la noche no ha ido para nada como