CAPITULO 107

Los días pasaban y nada cambiaba entre ambos. Ella por su lado y yo por mi cuenta.

La terapia iba ablandando la coraza que tenía puesta, pero el humor de perros que ya era parte de mí desde el día en que Ana me reveló tenía a alguien más en su vida, aumentaba con el correr de los días.

No toleraba a nadie, no soportaba entablar conversación por más de un minuto con ninguna de las personas que laboraban para mí. Nada me gustaba, nada me apetecía. Amenacé al mejor equipo de trabajo de Londres con mandarlos a la mierda si no me traían algo mejor... patrañas, con las que excusaba mi mala vibra.

Después de comentarles al abuelo y a mi madre todas las palabras que cruzamos con Ana el día de su regreso, ambos lamentaron que mi relación se hubiera acabado de aquella manera. Daban por hecho nuestro divorcio y me veían con pena cuando les de

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