CAPITULO 110

Con un mal presentimiento, de inmediato salí de la fiesta y con el móvil en mano, comencé a llamar de manera insistente al idiota de Max.

—¡Te había dejado claro que no la podías tocar, Max! —reproché cuando respondió la llamada—. Dime de inmediato en dónde están.

—¡Cálmate, hombre! Ya está sana y salva en casa de Mónica, la tuve que traer porque tuvo un inconveniente con su vestido y no había manera de que volviera a la fiesta.

—¿Qué pasó con su vestido? No me digas que... 

—¿Puedes dejar de hacerte ideas estúpidas, Diego? —pidió cabreado y respiré hondo para serenarme—. Sabes que jamás intentaría nada. ¡Ella es tu esposa, lo dejaste claro y somos amigos, por Dios!

—Perdona, Max. Es que la noche no ha ido para nada como

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