* GIOVANNI *
Forcé una sonrisa.
Detestaba la convivencia con los empleados, pero 'Un hombre tiene que hacer, lo que un hombre tiene que hacer'.
Claramente, invitar todas esas rondas de bebidas fue un error, pero, al fin y al cabo, de los errores se aprende.
Han pasado apenas dos años desde que asumí el cargo de presidente de la Compañía Mancini, luego de pasar otros cuatro liderando exitosamente el departamento de Recursos Humanos, y, nadie puede negar, que estoy cien por ciento comprometido con mi trabajo.
Para los miembros de la junta directiva, tener apenas treinta años de edad, parecía ser motivo suficiente para subestimarme.
No les tomó mucho tiempo darse cuenta, de cuan equivocados estaban.
Esta noche, era una de tantas en las que invertía tiempo y dinero para ganarme la lealtad de mis subordinados.
Asentí con satisfacción cuando los más veteranos del grupo incitaron a los más jóvenes a tomar todas sus cosas y retirarse del establecimiento.
—¡Miren la hora! —Dijo el encargado de Recursos Humanos mientras se ponía de pie con fatiga—. Será mejor que todos nos retiremos a nuestros hogares, el señor Mancini ha tenido un día muy ajetreado, así que andando.
Miré mi reloj, eran las diez y media de la noche. Mañana, a las siete en punto, todos y cada uno de los presentes tendrían que estar en sus puestos de trabajo con sus respectivas resacas.
Y es así, como poco a poco se fueron marchando.
De los quince subordinados que invité esta tarde a cenar, quedaron dos. Uno era el líder del equipo B del departamento de desarrollo, y, Candice Leopold, mi hermosa desarrolladora estrella.
Candy, como me permitió llamarla desde la primera vez que trabajamos hombro a hombro para un proyecto muy importante hace más de un año, cuando no podía permitirme dar un paso en falso, ella probó ser un elemento leal y competente, con el que podía trabajar de forma constante y proactiva.
Ella era una de mis desarrolladoras rotativas, puesto al que pocos pueden aspirar, ya que se requiere un firme compromiso y un sólido talento para sacar adelante los proyectos más demandantes.
Desde un principio, me rehusé a incluirla en alguno de los equipos de desarrollo de la compañía.
Poseía sólidos argumentos para mantenerla en el cargo, y otros que no lo eran tanto…
Tiré mi cabeza hacia atrás, y sonreí ante la situación estrafalaria que tenía frente a mí.
¿Por qué miraba a la mujer de otro hombre cuando tenía una encantadora esposa esperándome en casa?
Candy era lo único en mi vida, de lo que no tenía control en lo absoluto.
Era imposible apartar la mirada cuando pasaba frente a mi oficina. Rodeado de mamparas de vidrio, la privacidad era escasa, así que, desesperado por controlar mis impulsos, mandé a instalar persianas que mantenía cerradas todo el día. Esto me valió el apodo de 'Drácula' entre los más osados, sin que supieran que no había secretos en esta compañía que se me escaparan. Giré la cabeza, incómodo, al escuchar algo que me retorció el estómago.
—Candice, nena, ¿quieres que te lleve a tu casa? —dijo uno de los miembros del equipo «C».
Él estaba tan borracho, que apenas podía mantenerse en pie, pero, había algo en su mirada que me daba mala espina. Sus ojos oscuros recorrían a Candice de forma lasciva.
No era de caballeros ignorar el potencial peligro al que podría enfrentarse una mujer en el estado de Candy.
El comportamiento de aquel sujeto, hizo que mis venas se volvieran hervideros que trasportaban lava a través de cada rincón de mi cuerpo.
Maldito idiota…
De ninguna manera permitiría que ese borracho se la llevara a ningún lugar.
Me puse de pie y rodeé la mesa silenciosamente para detenerme junto al sujeto. Este me miró con los ojos achicados y rojos por todo el alcohol en su cuerpo. Le llevó un par de segundos enfocarse y notar quien lo miraba directamente a los ojos.
—¡Je-jefe! ¿A-a-aún sigue aquí? —Trastrabilló en su patético intento de alejarse de Candice—. Muchas gracias por invitarnos a cenar, es el mejor…
El sujeto hipó, y, torpemente, se alejó del lugar, mientras se agarraba de las sillas y las paredes para mantenerse en pie.
«Patético».
Lo más probable es que no recordara nada a la mañana siguiente, pero, lo mantendría vigilado. Recursos Humanos tendría mucho trabajo con un sujeto como él si continuaba comportándose de esa manera con sus compañeras de trabajo.
Mi molestia cambió su enfoque tras preguntarme: ¿Por qué Candy bebía hasta el punto de parecer una muñeca de trapo tirada sobre una silla?
Ya no había nadie a su alrededor. Se hallaba sola y ridículamente ebria.
Negué ante sus cabeceos, y como balbuceaba frases sin sentido. Así que, aparté la botella vacía de vino a la que se había aferrado toda la noche, junto con su copa, y pensé qué hacer con esta mujer.
¿Pido un taxi para ella?
¿La llevo a su casa?
Conozco la dirección. Llevarla a su hogar es algo que ya he hecho en el pasado. Y no solo con ella, con todos mis colaboradores sin distinción cuando la situación lo ameritaba.
Candy, a un trago del coma etílico, era una situación preocupante.
Coloqué mi mano en su hombro, lo que inevitablemente me hizo entrar en contacto con su piel. Esta noche, Candy llevaba un sensual vestido gris de tiras, cuyo escote ocultó bajo un saco que se hallaba en el respaldo de su silla.
—¿Dóndeee fu-fueron todoooos? —preguntó, arrastrando las palabras.
—A sus casas, Candy, ya es tarde, ¿quieres que pida un taxi para ti o prefieres que te lleve?
Sus enormes ojos marrones me miraron abiertos de par en par, tan confundidos, que cualquiera creería que acababa de preguntarle cuál era la raíz cuadrada de mil doscientos setenta y seis.
—Noooo, a casa no. Marcus me va a matar si se entera de que tome una copita de vino de más —dijo torpemente.
—¿Solo una copita? —inquirí, impresionado con su osadía. Y, por un momento, evité arrugar mi ceño ante la mención de aquel sujeto.
Pasé ambas manos sobre mi rostro, y asentí. Ella tenía razón. Conocía a grandes rasgos su relación con Marcus Douglas, un tipejo que, si por mí fuera, estaría pudriéndose en la cárcel, pero Candy era demasiado benevolente como para denunciar sus maltratos, o siquiera, permitirme hacerlo por ella.
La he visto llorar frente a mí, mientras me rogaba que no involucrara a la policía en sus problemas maritales.
El solo recuerdo de ver un moretón a un costado de su rostro, mientras hacía un torpe esfuerzo por ocultar el golpe tras unas gafas de sol, y los mechones de su cabello rubio, era físicamente frustrante.
—En ese caso, es preferible que te bajemos la borrachera un poco, ¿te parece? —le pregunté. Ella asintió vehementemente ante mi sugerencia.
No pude evitar sonreír, ante cuanta confianza ella depositaba en mí. Candy siempre ha sido una mujer muy respetuosa y sensata, aquellas eran cualidades que yo admiraba. Ya que, de los dos, alguien debía mantener su sensatez a niveles óptimos, o si no, ambos habríamos terminado teniendo sexo sobre la primera superficie plana a nuestro alcance.
Soy consciente de nuestra atracción mutua. La he visto mirándome cuando cree que nadie la está observando.
Pero, lo que ella no sabe, es que yo siempre la observo.
Siempre.
Lo sé, no es muy sensato de mi parte, pero Candy ha sido mi entretenimiento favorito desde el momento en que entró por la puerta de mi oficina en el departamento de Recursos Humanos y me dijo que quería trabajar para mi familia.
—Ven conmigo —dije, extendiendo mi mano hacia ella—. Te llevaré a un lugar donde podrás aclarar tu mente.
Candy tomó mi mano, con esa mirada intensa, y sin inhibiciones, que solía dirigir hacia mí cuando me encontraba a su alrededor.
Instalar cámaras y micrófonos personales en varios puntos ciegos de la compañía, especialmente aquellos que la vigilaban a ella, fue la mejor inversión que he hecho en años.
* GIOVANNI *—¿Por qué, Candy? —resoplé malhumorado.Verla en ese estado me hervía la sangre, ¿acaso estaba lidiando con una adolescente incapaz de controlar la cantidad de alcohol que puede tolerar su cuerpo?¿Qué habría pasado si yo me hubiese ido temprano esta noche?Ella, probablemente, estaría siendo sometida por aquel pervertido subordinado que planeaba llevársela consigo, hasta solo Dios sabe dónde. Todas las posibilidades eran vomitivas, y hasta ahora, el malestar en la boca de mi estómago continuaba haciendo estragos en mi humor.Subirla a mi auto fue una tarea titánica, y, a pesar de que secretamente disfrutaba la manera en la que sus manos acariciaban torpemente mi cuerpo mientras caminábamos hasta la entrada del establecimiento, saber que lo hacía solo porque el alcohol le restaba puntos a sus inhibiciones, no terminaba de llenarme.El valet llegó con mi vehículo y le ofrecí una generosa propina luego de que me entregó las llaves.Candice soltó un par de risas juguetonas
* CANDICE *—Anoche llegaste ebria —mencionó Marcus como saludo, mientras yo me adentraba a la cocina por una taza de café.Me dolía mucho la cabeza, así que no hice más que dedicarle una mirada vacía. Eran las seis de la mañana, así que mi esposo ya se encontraba listo para salir a la oficina con su maletín y su porta planos.Él me miró de pies a cabeza y negó en un gesto desaprobatorio.—¿Cómo diablos llegaste a casa? No veo tu auto en la entrada.Marcus tomó la bolsa de papel con su desayuno, y aguardó por una respuesta de mi parte.—Tomé un taxi —dije, simplemente.La mirada penetrante de Marcus provocó una extraña reacción en mi cuerpo, de repente, sentí comezón.Rasqué mi codo, visiblemente incómoda, pues, lo último que necesitaba hoy, era ahondar en los eventos de anoche.Él negó por última vez, antes de hacer un ademán con su mano que denotaba su poco o nulo interés en saber si lo que acababa de decir era cierto o no.—Como sea, recuerda que mañana tenemos una cita con la ter
* CANDICE *El señor Mancini se dirigió hasta la pequeña área para refrigerios que instaló en su oficina y sirvió dos tazas de café.Durante todo ese tiempo, entre ambos reinó el silencio, pues, estaba claro que a mi jefe no le agradó ni un poco que mi primera reacción —al escucharlo decirme que trabajaríamos juntos en un gran proyecto— fuera el rechazo.—Ten —dijo, dejando una taza de humeante café frente a mí en su escritorio.Él bebió un corto trago del suyo mientras se dirigía hasta su lugar. Lo vi adoptar una pose seria y profesional cuando finalmente se puso cómodo y se preparó para escuchar mis motivos para no ir con él a Viena. —No puedo dejar Nueva Orleans, no por ahora… —dije, cautelosa.—¿Y el motivo es…? —inquirió con esa mirada penetrante que me hacía temblar las piernas.—Terapia.—¿Terapia?—Sí, de parejas… ya sabe… Marcus y yo… intentamos mejorar las cosas en casa.La expresión de mi jefe se oscureció. Y estoy segura de que, si rodar sus ojos frente a mí no fuera un a
* CANDICE *Sentí una placentera punzada entre mis piernas cuando vi al señor Mancini subir a su auto y despedirse de mí con una mirada intensa, y una seductora sonrisa de medio lado.El estacionamiento era silencioso a estas horas de la mañana, así que, mis niveles de paranoia se mantenían al mínimo.Minutos atrás, ambos habíamos decidido que lo mejor sería que cada uno usara su auto para llegar al hotel, así no levantaríamos sospechas entre los empleados de la compañía de lo que estábamos a punto de hacer.Aunque, a decir verdad, que yo me subiera al vehículo de mi jefe no era una situación descabellada, pero, nuestras conciencias nos arrastraron a ser más cautelosos.Eso, y mi insistencia de mantener todo esto en secreto. Nadie podía enterarse de que ambos estábamos a punto de iniciar una relación tan descabellada.Respiré profundo mientras observaba el volante de mi auto con pesar.Por una parte, me alegraba tener estos minutos de soledad para pensar a fondo en lo que estaba a pun
* CANDICE *La sensación de su mano sosteniendo la mía, mientras caminábamos por el pasillo del hotel, solo podría definirla como «adrenalina», además, claro está, de las ardientes oleadas de lujuria que nuestros cuerpos despedían segundo a segundo.Me concentré en el sonido de la puerta haciendo clic, después de que usó la tarjeta de acceso de la habitación en ella, y de pronto, todo se tornó tan real frente a mis ojos.¡Cielos…! Mi corazón estaba a punto de explotar, en cuanto observaba su espalda ancha frente a mí, y como, él se dio la vuelta y me permitió pasar primero.Entré con él siguiéndome los pasos, y, antes de que siquiera dijera algo, él me giró para presionarme contra la puerta. La boca del señor Mancini devoró la mía con un hambre que no recordaba haber experimentado antes.El deseo que ambos sentíamos el uno por el otro no era ninguna broma.Jadeé encantada con la sensación de sus manos, arrastrándose por todas partes, hasta que sus dedos decidieron enfocarse en mi blus
* CANDICE *Una vez, una vieja amiga de la universidad me dijo: Jamás te tomes en serio nada de lo que un hombre te diga durante el sexo.Y vaya que ella tenía sus motivos para decir eso.Mi colega de clases, estuvo comprometida a matrimonio durante un par de horas, antes de que el sexy chico que conoció en un bar, y con quien pasó un romántico fin de semana, se marchara al día siguiente de jurarle amor eterno mientras se la chupaba.Un hombre es capaz de decir lo que sea, cuando toda la sangre de su cerebro se encuentra concentrada en su miembro.En el caso del señor Mancini, no dudo que él sienta un profundo aprecio por mí. Jamás dudaría de su caballerosidad a lo largo de todos estos años, pero, ¿creer que él me ama?No soy tan ingenua.Si hubiese escuchado esas palabras en un contexto similar durante mi adolescencia, me lo habría tomado en serio sin dudarlo ni por un segundo, pero, ambos ya éramos demasiado mayores como para andarnos con esos cuentos.Me reincorporé sobre mi codo p
* GIOVANNI *—¿Por qué no me dijiste que llegarías tarde, amor? —dijo mi esposa con su habitual voz dulce y cargada con un acento italiano bastante dominante.Resoplé, malhumorado, apenas crucé la puerta y recordé que hoy —se suponía— debía cenar con mis suegros.Maldición…Lo olvidé por completo.Y es que, jamás se me ocurrió que hoy cumpliría uno de mis más grandes deseos.Finalmente, Candy es mía.Mi percepción del tiempo y el espacio continuaba alterada luego de que abandoné el hotel con una Candice que no lucia del todo convencida con la idea de futuros encuentros como el de hoy, y eso me disgustaba profundamente.No estoy de humor para ver a los padres de mi esposa, pero, no me queda de otra.Antonella me miró con el ceño fruncido, de pie, frente a la puerta, luciendo un bonito vestido color rosa de diseñador y maquillaje para la noche.Su cabello negro azabache le llegaba a la cintura, cosa que no podía causarle más orgullo, ya que esa era su característica física más preciada.
* CANDICE *—¡Propongo un brindis!Todos quienes rodeaban la mesa, guardaron silencio cuando el gran jefe se puso de pie, y solicitó la atención de todos sus subordinados.Bebí un pequeño trago de mi copa de vino tinto, en cuanto mis ojos recorrían al grupo con el que convivía esta noche.Billy y Roger, dos pequeños y regordetes sujetos del equipo «A» del departamento de desarrollo, soltaron alaridos de júbilo, que pusieron en evidencia cuan pasados de copas ya estaban. El jefe elevó una ceja en dirección a ambos sujetos, quienes, a pesar de su grado de intoxicación, captaron la orden implícita en aquel pequeño y firme gesto.El hombre que lideraba esa mesa, era el responsable de firmar sus cheques a final de mes, así que se reincorporaron en sus asientos, y cerraron la boca.—Julian, Becky y Sofía, del equipo «D», han hecho un excelente trabajo con la campaña publicitaria para nuestros clientes de Lexo Airlines, ¡felicidades! —exclamó con una pequeña sonrisa de complacencia en sus