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Capítulo 2: "Ven conmigo"

* GIOVANNI *

Forcé una sonrisa.

Detestaba la convivencia con los empleados, pero 'Un hombre tiene que hacer, lo que un hombre tiene que hacer'.

Claramente, invitar todas esas rondas de bebidas fue un error, pero, al fin y al cabo, de los errores se aprende.

Han pasado apenas dos años desde que asumí el cargo de presidente de la Compañía Mancini, luego de pasar otros cuatro liderando exitosamente el departamento de Recursos Humanos, y, nadie puede negar, que estoy cien por ciento comprometido con mi trabajo.

Para los miembros de la junta directiva, tener apenas treinta años de edad, parecía ser motivo suficiente para subestimarme.

No les tomó mucho tiempo darse cuenta, de cuan equivocados estaban.

Esta noche, era una de tantas en las que invertía tiempo y dinero para ganarme la lealtad de mis subordinados.

Asentí con satisfacción cuando los más veteranos del grupo incitaron a los más jóvenes a tomar todas sus cosas y retirarse del establecimiento.  

—¡Miren la hora! —Dijo el encargado de Recursos Humanos mientras se ponía de pie con fatiga—. Será mejor que todos nos retiremos a nuestros hogares, el señor Mancini ha tenido un día muy ajetreado, así que andando. 

Miré mi reloj, eran las diez y media de la noche. Mañana, a las siete en punto, todos y cada uno de los presentes tendrían que estar en sus puestos de trabajo con sus respectivas resacas.

Y es así, como poco a poco se fueron marchando.

De los quince subordinados que invité esta tarde a cenar, quedaron dos. Uno era el líder del equipo B del departamento de desarrollo, y, Candice Leopold, mi hermosa desarrolladora estrella.

Candy, como me permitió llamarla desde la primera vez que trabajamos hombro a hombro para un proyecto muy importante hace más de un año, cuando no podía permitirme dar un paso en falso, ella probó ser un elemento leal y competente, con el que podía trabajar de forma constante y proactiva.

Ella era una de mis desarrolladoras rotativas, puesto al que pocos pueden aspirar, ya que se requiere un firme compromiso y un sólido talento para sacar adelante los proyectos más demandantes.

Desde un principio, me rehusé a incluirla en alguno de los equipos de desarrollo de la compañía.

Poseía sólidos argumentos para mantenerla en el cargo, y otros que no lo eran tanto…

Tiré mi cabeza hacia atrás, y sonreí ante la situación estrafalaria que tenía frente a mí.

¿Por qué miraba a la mujer de otro hombre cuando tenía una encantadora esposa esperándome en casa?

Candy era lo único en mi vida, de lo que no tenía control en lo absoluto.

Era imposible apartar la mirada cuando pasaba frente a mi oficina. Rodeado de mamparas de vidrio, la privacidad era escasa, así que, desesperado por controlar mis impulsos, mandé a instalar persianas que mantenía cerradas todo el día. Esto me valió el apodo de 'Drácula' entre los más osados, sin que supieran que no había secretos en esta compañía que se me escaparan. Giré la cabeza, incómodo, al escuchar algo que me retorció el estómago.

—Candice, nena, ¿quieres que te lleve a tu casa? —dijo uno de los miembros del equipo «C».

Él estaba tan borracho, que apenas podía mantenerse en pie, pero, había algo en su mirada que me daba mala espina. Sus ojos oscuros recorrían a Candice de forma lasciva.

No era de caballeros ignorar el potencial peligro al que podría enfrentarse una mujer en el estado de Candy.

El comportamiento de aquel sujeto, hizo que mis venas se volvieran hervideros que trasportaban lava a través de cada rincón de mi cuerpo.

Maldito idiota…

De ninguna manera permitiría que ese borracho se la llevara a ningún lugar.

Me puse de pie y rodeé la mesa silenciosamente para detenerme junto al sujeto. Este me miró con los ojos achicados y rojos por todo el alcohol en su cuerpo. Le llevó un par de segundos enfocarse y notar quien lo miraba directamente a los ojos.

—¡Je-jefe! ¿A-a-aún sigue aquí? —Trastrabilló en su patético intento de alejarse de Candice—. Muchas gracias por invitarnos a cenar, es el mejor…

El sujeto hipó, y, torpemente, se alejó del lugar, mientras se agarraba de las sillas y las paredes para mantenerse en pie.

«Patético».

Lo más probable es que no recordara nada a la mañana siguiente, pero, lo mantendría vigilado. Recursos Humanos tendría mucho trabajo con un sujeto como él si continuaba comportándose de esa manera con sus compañeras de trabajo.

Mi molestia cambió su enfoque tras preguntarme: ¿Por qué Candy bebía hasta el punto de parecer una muñeca de trapo tirada sobre una silla?

Ya no había nadie a su alrededor. Se hallaba sola y ridículamente ebria.

Negué ante sus cabeceos, y como balbuceaba frases sin sentido. Así que, aparté la botella vacía de vino a la que se había aferrado toda la noche, junto con su copa, y pensé qué hacer con esta mujer.

¿Pido un taxi para ella?

¿La llevo a su casa?

Conozco la dirección. Llevarla a su hogar es algo que ya he hecho en el pasado. Y no solo con ella, con todos mis colaboradores sin distinción cuando la situación lo ameritaba.

Candy, a un trago del coma etílico, era una situación preocupante.

Coloqué mi mano en su hombro, lo que inevitablemente me hizo entrar en contacto con su piel. Esta noche, Candy llevaba un sensual vestido gris de tiras, cuyo escote ocultó bajo un saco que se hallaba en el respaldo de su silla.

—¿Dóndeee fu-fueron todoooos? —preguntó, arrastrando las palabras.

—A sus casas, Candy, ya es tarde, ¿quieres que pida un taxi para ti o prefieres que te lleve?

Sus enormes ojos marrones me miraron abiertos de par en par, tan confundidos, que cualquiera creería que acababa de preguntarle cuál era la raíz cuadrada de mil doscientos setenta y seis.

—Noooo, a casa no. Marcus me va a matar si se entera de que tome una copita de vino de más —dijo torpemente.

—¿Solo una copita? —inquirí, impresionado con su osadía. Y, por un momento, evité arrugar mi ceño ante la mención de aquel sujeto.

Pasé ambas manos sobre mi rostro, y asentí. Ella tenía razón. Conocía a grandes rasgos su relación con Marcus Douglas, un tipejo que, si por mí fuera, estaría pudriéndose en la cárcel, pero Candy era demasiado benevolente como para denunciar sus maltratos, o siquiera, permitirme hacerlo por ella.

La he visto llorar frente a mí, mientras me rogaba que no involucrara a la policía en sus problemas maritales.

El solo recuerdo de ver un moretón a un costado de su rostro, mientras hacía un torpe esfuerzo por ocultar el golpe tras unas gafas de sol, y los mechones de su cabello rubio, era físicamente frustrante.

—En ese caso, es preferible que te bajemos la borrachera un poco, ¿te parece? —le pregunté. Ella asintió vehementemente ante mi sugerencia.

No pude evitar sonreír, ante cuanta confianza ella depositaba en mí. Candy siempre ha sido una mujer muy respetuosa y sensata, aquellas eran cualidades que yo admiraba. Ya que, de los dos, alguien debía mantener su sensatez a niveles óptimos, o si no, ambos habríamos terminado teniendo sexo sobre la primera superficie plana a nuestro alcance.

Soy consciente de nuestra atracción mutua. La he visto mirándome cuando cree que nadie la está observando.

Pero, lo que ella no sabe, es que yo siempre la observo.

Siempre. 

Lo sé, no es muy sensato de mi parte, pero Candy ha sido mi entretenimiento favorito desde el momento en que entró por la puerta de mi oficina en el departamento de Recursos Humanos y me dijo que quería trabajar para mi familia.

—Ven conmigo —dije, extendiendo mi mano hacia ella—. Te llevaré a un lugar donde podrás aclarar tu mente.

Candy tomó mi mano, con esa mirada intensa, y sin inhibiciones, que solía dirigir hacia mí cuando me encontraba a su alrededor.

Instalar cámaras y micrófonos personales en varios puntos ciegos de la compañía, especialmente aquellos que la vigilaban a ella, fue la mejor inversión que he hecho en años.

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