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Capítulo 6: "Encerrando la culpa".

* CANDICE *

Sentí una placentera punzada entre mis piernas cuando vi al señor Mancini subir a su auto y despedirse de mí con una mirada intensa, y una seductora sonrisa de medio lado.

El estacionamiento era silencioso a estas horas de la mañana, así que, mis niveles de paranoia se mantenían al mínimo.

Minutos atrás, ambos habíamos decidido que lo mejor sería que cada uno usara su auto para llegar al hotel, así no levantaríamos sospechas entre los empleados de la compañía de lo que estábamos a punto de hacer.

Aunque, a decir verdad, que yo me subiera al vehículo de mi jefe no era una situación descabellada, pero, nuestras conciencias nos arrastraron a ser más cautelosos.

Eso, y mi insistencia de mantener todo esto en secreto. Nadie podía enterarse de que ambos estábamos a punto de iniciar una relación tan descabellada.

Respiré profundo mientras observaba el volante de mi auto con pesar.

Por una parte, me alegraba tener estos minutos de soledad para pensar a fondo en lo que estaba a punto de hacer.

Iba a serle infiel a Marcus, y eso, además de disparar mi adrenalina a niveles insospechados, también me llenaba de culpa.

Hace tiempo, mi esposo tuvo un desliz: una aventura de casi medio año con una excompañera de su antiguo trabajo. Cuando me enteré, nuestro matrimonio cambió para siempre; fue ese día cuando los problemas realmente comenzaron. Lo odié por destruir lo que teníamos, por arruinar nuestra relación.

Jamás pensé que terminaría siendo el tipo de persona que hace algo así también, se supone que lo perdoné para reconstruir nuestro matrimonio desde cero.

¿Por qué ahora estoy haciendo esto?

Mordisqueé mis labios mientras sostenía el volante de mi auto con semblante ausente. Vacilé en sí debía encender el motor para conducirme hacia los brazos del único hombre que despertaba en mí una sensación de plenitud con su sola presencia, o, por otra parte, podría hacer lo correcto, bajar del auto y llamar a mi jefe para decirle que había cambiado de opinión.

Las consecuencias que tendría que afrontar al decepcionarlo de esa manera, eran tan graves como simplemente ver este encuentro como un pequeño desliz que no volvería a pasar en un futuro.

Ni siquiera yo era capaz de convencerme de semejante mentira.

Sé que una vez pruebe a Giovanni Mancini volveré a él como una droga, una y otra, y otra vez.   

Golpeé el volante con la palma de mi mano y recargué mi rostro sobre él, sintiéndome miserable.

Mi piel ansiaba experimentar la sensación del cuerpo del señor Mancini sobre el mío, moviéndose entre mis piernas al ritmo de las olas, deslizándose sobre la orilla y de regreso.

Ser infiel era un acto egoísta, y lo sabía. Había decidido sucumbir al placer con un hombre casado, mientras en casa me esperaba el hombre que elegí como esposo, con todos sus defectos.

Mis sentimientos por Marcus, o la falta de ellos, no eran una excusa para faltar a mi compromiso con él. Pero, mi honor, libraba una sangrienta batalla con el enorme deseo que sentía por mi jefe.

Estoy segura de que, si llamara al señor Mancini, y le dijera que no puedo seguir adelante con lo que habíamos acordado, él comprendería… o, eso creo...

Aunque, aquellas palabras que escuché de sus labios hace un par de minutos, me hacían dudar de cuan involucrada en este frenesí ya me hallaba.

«¿Estás segura de esto? Porque una vez que te haga mía, no creo poder dejarte ir».

Aún podía sentir el agradable calor de su aliento contra mi oreja. Dios… ¿Cómo podría decir que no?

Mi amor platónico me deseaba tanto como yo a él.

Una oportunidad como esa no se veía dos veces en la vida.

Así que, finalmente, encendí mi auto y me puse en marcha. Ya tendría tiempo para sentirme mortificada luego, que sea la Candice del futuro quien cargue con las consecuencias.

Yo, en este preciso instante, solo deseo sentirme llena por el maravilloso hombre que aguardaba por mí en un pequeño hotel a las afueras de la ciudad.

*****

—Listo, llegó la hora... —dije en un susurro, en cuanto bajé de mi vehículo y vi la elegante fachada del hotel cinco estrellas frente a mí.

El lugar parecía ser un sitio discreto, al menos, era lo suficientemente alejado de nuestros hogares, y eso me tranquilizaba. Además, sé que esta cadena de hoteles no cuenta con servicios como salones para eventos y reuniones ejecutivas, así que la afluencia de personas se limita a los huéspedes. 

Por un instante, me pregunté cuanto tiempo el señor Mancini había estado planeando el protocolo a seguir para un escenario como este.

O, ¿esta no era la primera vez que tenía una aventura?

Sentí un nudo en mi estómago con la simple idea de que mi suposición fuera acertada.

Mordisqué mis uñas, mientras intentaba recordar algún rumor relacionado con el señor Mancini y una supuesta infidelidad a su esposa.

Por suerte, a mis oídos nunca llegó ningún comentario así.

Bufé y sacudí mi cabeza para despejar cualquier tonto pensamiento como ese.

Al final de cuentas, eso no me incumbe.    

Durante el camino hasta aquí, tomé toda mi culpa interna y la encerré en una caja, para, posteriormente, tirar la llave lejos, al menos, por un momento. Era consciente de que una vez este día culminara, caería en una profunda espiral de arrepentimiento, pero, por ahora, no podía negar lo que sentía.

Me decidí a concentrarme en el presente, ya que el futuro es incierto, y ciertamente, el pasado ya no existe.

Una vez el señor Mancini y yo abandonemos este hotel dentro de un par de horas, el pasado será algo que no podremos cambiar, y nuestro futuro será tan incierto como lo habría sido si no estuviéramos en esta situación.

Pasé una mano sobre mi cabello y miré todo a mí alrededor, pronto, vi a mi jefe bajar de su auto, el cual se encontraba estacionado al otro lado de la calle.

Él se dirigió a mí con un paso cómodo y elegante.

De él no conseguí percibir ni una gota de duda. Su mirada era serena y su sonrisa brillante. Él lucía feliz, y yo no pude evitar contagiarme con esa felicidad.

Una vez el señor Mancini se detuvo junto a mí, extendió su mano para tomar la mía en un apretón firme y me guio hacia la puerta del hotel con una sonrisa cómplice que secundé.

Maldición, su sonrisa de ángel, contrastaba con su talento para seducirme, al grado de encontrarme a punto de pecar entre sus brazos.

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