* CANDICE *
Sentí una placentera punzada entre mis piernas cuando vi al señor Mancini subir a su auto y despedirse de mí con una mirada intensa, y una seductora sonrisa de medio lado.
El estacionamiento era silencioso a estas horas de la mañana, así que, mis niveles de paranoia se mantenían al mínimo.
Minutos atrás, ambos habíamos decidido que lo mejor sería que cada uno usara su auto para llegar al hotel, así no levantaríamos sospechas entre los empleados de la compañía de lo que estábamos a punto de hacer.
Aunque, a decir verdad, que yo me subiera al vehículo de mi jefe no era una situación descabellada, pero, nuestras conciencias nos arrastraron a ser más cautelosos.
Eso, y mi insistencia de mantener todo esto en secreto. Nadie podía enterarse de que ambos estábamos a punto de iniciar una relación tan descabellada.
Respiré profundo mientras observaba el volante de mi auto con pesar.
Por una parte, me alegraba tener estos minutos de soledad para pensar a fondo en lo que estaba a punto de hacer.
Iba a serle infiel a Marcus, y eso, además de disparar mi adrenalina a niveles insospechados, también me llenaba de culpa.
Hace tiempo, mi esposo tuvo un desliz: una aventura de casi medio año con una excompañera de su antiguo trabajo. Cuando me enteré, nuestro matrimonio cambió para siempre; fue ese día cuando los problemas realmente comenzaron. Lo odié por destruir lo que teníamos, por arruinar nuestra relación.
Jamás pensé que terminaría siendo el tipo de persona que hace algo así también, se supone que lo perdoné para reconstruir nuestro matrimonio desde cero.
¿Por qué ahora estoy haciendo esto?
Mordisqueé mis labios mientras sostenía el volante de mi auto con semblante ausente. Vacilé en sí debía encender el motor para conducirme hacia los brazos del único hombre que despertaba en mí una sensación de plenitud con su sola presencia, o, por otra parte, podría hacer lo correcto, bajar del auto y llamar a mi jefe para decirle que había cambiado de opinión.
Las consecuencias que tendría que afrontar al decepcionarlo de esa manera, eran tan graves como simplemente ver este encuentro como un pequeño desliz que no volvería a pasar en un futuro.
Ni siquiera yo era capaz de convencerme de semejante mentira.
Sé que una vez pruebe a Giovanni Mancini volveré a él como una droga, una y otra, y otra vez.
Golpeé el volante con la palma de mi mano y recargué mi rostro sobre él, sintiéndome miserable.
Mi piel ansiaba experimentar la sensación del cuerpo del señor Mancini sobre el mío, moviéndose entre mis piernas al ritmo de las olas, deslizándose sobre la orilla y de regreso.
Ser infiel era un acto egoísta, y lo sabía. Había decidido sucumbir al placer con un hombre casado, mientras en casa me esperaba el hombre que elegí como esposo, con todos sus defectos.
Mis sentimientos por Marcus, o la falta de ellos, no eran una excusa para faltar a mi compromiso con él. Pero, mi honor, libraba una sangrienta batalla con el enorme deseo que sentía por mi jefe.
Estoy segura de que, si llamara al señor Mancini, y le dijera que no puedo seguir adelante con lo que habíamos acordado, él comprendería… o, eso creo...
Aunque, aquellas palabras que escuché de sus labios hace un par de minutos, me hacían dudar de cuan involucrada en este frenesí ya me hallaba.
«¿Estás segura de esto? Porque una vez que te haga mía, no creo poder dejarte ir».
Aún podía sentir el agradable calor de su aliento contra mi oreja. Dios… ¿Cómo podría decir que no?
Mi amor platónico me deseaba tanto como yo a él.
Una oportunidad como esa no se veía dos veces en la vida.
Así que, finalmente, encendí mi auto y me puse en marcha. Ya tendría tiempo para sentirme mortificada luego, que sea la Candice del futuro quien cargue con las consecuencias.
Yo, en este preciso instante, solo deseo sentirme llena por el maravilloso hombre que aguardaba por mí en un pequeño hotel a las afueras de la ciudad.
*****
—Listo, llegó la hora... —dije en un susurro, en cuanto bajé de mi vehículo y vi la elegante fachada del hotel cinco estrellas frente a mí.
El lugar parecía ser un sitio discreto, al menos, era lo suficientemente alejado de nuestros hogares, y eso me tranquilizaba. Además, sé que esta cadena de hoteles no cuenta con servicios como salones para eventos y reuniones ejecutivas, así que la afluencia de personas se limita a los huéspedes.
Por un instante, me pregunté cuanto tiempo el señor Mancini había estado planeando el protocolo a seguir para un escenario como este.
O, ¿esta no era la primera vez que tenía una aventura?
Sentí un nudo en mi estómago con la simple idea de que mi suposición fuera acertada.
Mordisqué mis uñas, mientras intentaba recordar algún rumor relacionado con el señor Mancini y una supuesta infidelidad a su esposa.
Por suerte, a mis oídos nunca llegó ningún comentario así.
Bufé y sacudí mi cabeza para despejar cualquier tonto pensamiento como ese.
Al final de cuentas, eso no me incumbe.
Durante el camino hasta aquí, tomé toda mi culpa interna y la encerré en una caja, para, posteriormente, tirar la llave lejos, al menos, por un momento. Era consciente de que una vez este día culminara, caería en una profunda espiral de arrepentimiento, pero, por ahora, no podía negar lo que sentía.
Me decidí a concentrarme en el presente, ya que el futuro es incierto, y ciertamente, el pasado ya no existe.
Una vez el señor Mancini y yo abandonemos este hotel dentro de un par de horas, el pasado será algo que no podremos cambiar, y nuestro futuro será tan incierto como lo habría sido si no estuviéramos en esta situación.
Pasé una mano sobre mi cabello y miré todo a mí alrededor, pronto, vi a mi jefe bajar de su auto, el cual se encontraba estacionado al otro lado de la calle.
Él se dirigió a mí con un paso cómodo y elegante.
De él no conseguí percibir ni una gota de duda. Su mirada era serena y su sonrisa brillante. Él lucía feliz, y yo no pude evitar contagiarme con esa felicidad.
Una vez el señor Mancini se detuvo junto a mí, extendió su mano para tomar la mía en un apretón firme y me guio hacia la puerta del hotel con una sonrisa cómplice que secundé.
Maldición, su sonrisa de ángel, contrastaba con su talento para seducirme, al grado de encontrarme a punto de pecar entre sus brazos.
* CANDICE *La sensación de su mano sosteniendo la mía, mientras caminábamos por el pasillo del hotel, solo podría definirla como «adrenalina», además, claro está, de las ardientes oleadas de lujuria que nuestros cuerpos despedían segundo a segundo.Me concentré en el sonido de la puerta haciendo clic, después de que usó la tarjeta de acceso de la habitación en ella, y de pronto, todo se tornó tan real frente a mis ojos.¡Cielos…! Mi corazón estaba a punto de explotar, en cuanto observaba su espalda ancha frente a mí, y como, él se dio la vuelta y me permitió pasar primero.Entré con él siguiéndome los pasos, y, antes de que siquiera dijera algo, él me giró para presionarme contra la puerta. La boca del señor Mancini devoró la mía con un hambre que no recordaba haber experimentado antes.El deseo que ambos sentíamos el uno por el otro no era ninguna broma.Jadeé encantada con la sensación de sus manos, arrastrándose por todas partes, hasta que sus dedos decidieron enfocarse en mi blus
* CANDICE *Una vez, una vieja amiga de la universidad me dijo: Jamás te tomes en serio nada de lo que un hombre te diga durante el sexo.Y vaya que ella tenía sus motivos para decir eso.Mi colega de clases, estuvo comprometida a matrimonio durante un par de horas, antes de que el sexy chico que conoció en un bar, y con quien pasó un romántico fin de semana, se marchara al día siguiente de jurarle amor eterno mientras se la chupaba.Un hombre es capaz de decir lo que sea, cuando toda la sangre de su cerebro se encuentra concentrada en su miembro.En el caso del señor Mancini, no dudo que él sienta un profundo aprecio por mí. Jamás dudaría de su caballerosidad a lo largo de todos estos años, pero, ¿creer que él me ama?No soy tan ingenua.Si hubiese escuchado esas palabras en un contexto similar durante mi adolescencia, me lo habría tomado en serio sin dudarlo ni por un segundo, pero, ambos ya éramos demasiado mayores como para andarnos con esos cuentos.Me reincorporé sobre mi codo p
* GIOVANNI *—¿Por qué no me dijiste que llegarías tarde, amor? —dijo mi esposa con su habitual voz dulce y cargada con un acento italiano bastante dominante.Resoplé, malhumorado, apenas crucé la puerta y recordé que hoy —se suponía— debía cenar con mis suegros.Maldición…Lo olvidé por completo.Y es que, jamás se me ocurrió que hoy cumpliría uno de mis más grandes deseos.Finalmente, Candy es mía.Mi percepción del tiempo y el espacio continuaba alterada luego de que abandoné el hotel con una Candice que no lucia del todo convencida con la idea de futuros encuentros como el de hoy, y eso me disgustaba profundamente.No estoy de humor para ver a los padres de mi esposa, pero, no me queda de otra.Antonella me miró con el ceño fruncido, de pie, frente a la puerta, luciendo un bonito vestido color rosa de diseñador y maquillaje para la noche.Su cabello negro azabache le llegaba a la cintura, cosa que no podía causarle más orgullo, ya que esa era su característica física más preciada.
* CANDICE *—¡Propongo un brindis!Todos quienes rodeaban la mesa, guardaron silencio cuando el gran jefe se puso de pie, y solicitó la atención de todos sus subordinados.Bebí un pequeño trago de mi copa de vino tinto, en cuanto mis ojos recorrían al grupo con el que convivía esta noche.Billy y Roger, dos pequeños y regordetes sujetos del equipo «A» del departamento de desarrollo, soltaron alaridos de júbilo, que pusieron en evidencia cuan pasados de copas ya estaban. El jefe elevó una ceja en dirección a ambos sujetos, quienes, a pesar de su grado de intoxicación, captaron la orden implícita en aquel pequeño y firme gesto.El hombre que lideraba esa mesa, era el responsable de firmar sus cheques a final de mes, así que se reincorporaron en sus asientos, y cerraron la boca.—Julian, Becky y Sofía, del equipo «D», han hecho un excelente trabajo con la campaña publicitaria para nuestros clientes de Lexo Airlines, ¡felicidades! —exclamó con una pequeña sonrisa de complacencia en sus
* GIOVANNI *Forcé una sonrisa.Detestaba la convivencia con los empleados, pero 'Un hombre tiene que hacer, lo que un hombre tiene que hacer'.Claramente, invitar todas esas rondas de bebidas fue un error, pero, al fin y al cabo, de los errores se aprende.Han pasado apenas dos años desde que asumí el cargo de presidente de la Compañía Mancini, luego de pasar otros cuatro liderando exitosamente el departamento de Recursos Humanos, y, nadie puede negar, que estoy cien por ciento comprometido con mi trabajo.Para los miembros de la junta directiva, tener apenas treinta años de edad, parecía ser motivo suficiente para subestimarme.No les tomó mucho tiempo darse cuenta, de cuan equivocados estaban.Esta noche, era una de tantas en las que invertía tiempo y dinero para ganarme la lealtad de mis subordinados.Asentí con satisfacción cuando los más veteranos del grupo incitaron a los más jóvenes a tomar todas sus cosas y retirarse del establecimiento. —¡Miren la hora! —Dijo el encargado
* GIOVANNI *—¿Por qué, Candy? —resoplé malhumorado.Verla en ese estado me hervía la sangre, ¿acaso estaba lidiando con una adolescente incapaz de controlar la cantidad de alcohol que puede tolerar su cuerpo?¿Qué habría pasado si yo me hubiese ido temprano esta noche?Ella, probablemente, estaría siendo sometida por aquel pervertido subordinado que planeaba llevársela consigo, hasta solo Dios sabe dónde. Todas las posibilidades eran vomitivas, y hasta ahora, el malestar en la boca de mi estómago continuaba haciendo estragos en mi humor.Subirla a mi auto fue una tarea titánica, y, a pesar de que secretamente disfrutaba la manera en la que sus manos acariciaban torpemente mi cuerpo mientras caminábamos hasta la entrada del establecimiento, saber que lo hacía solo porque el alcohol le restaba puntos a sus inhibiciones, no terminaba de llenarme.El valet llegó con mi vehículo y le ofrecí una generosa propina luego de que me entregó las llaves.Candice soltó un par de risas juguetonas
* CANDICE *—Anoche llegaste ebria —mencionó Marcus como saludo, mientras yo me adentraba a la cocina por una taza de café.Me dolía mucho la cabeza, así que no hice más que dedicarle una mirada vacía. Eran las seis de la mañana, así que mi esposo ya se encontraba listo para salir a la oficina con su maletín y su porta planos.Él me miró de pies a cabeza y negó en un gesto desaprobatorio.—¿Cómo diablos llegaste a casa? No veo tu auto en la entrada.Marcus tomó la bolsa de papel con su desayuno, y aguardó por una respuesta de mi parte.—Tomé un taxi —dije, simplemente.La mirada penetrante de Marcus provocó una extraña reacción en mi cuerpo, de repente, sentí comezón.Rasqué mi codo, visiblemente incómoda, pues, lo último que necesitaba hoy, era ahondar en los eventos de anoche.Él negó por última vez, antes de hacer un ademán con su mano que denotaba su poco o nulo interés en saber si lo que acababa de decir era cierto o no.—Como sea, recuerda que mañana tenemos una cita con la ter
* CANDICE *El señor Mancini se dirigió hasta la pequeña área para refrigerios que instaló en su oficina y sirvió dos tazas de café.Durante todo ese tiempo, entre ambos reinó el silencio, pues, estaba claro que a mi jefe no le agradó ni un poco que mi primera reacción —al escucharlo decirme que trabajaríamos juntos en un gran proyecto— fuera el rechazo.—Ten —dijo, dejando una taza de humeante café frente a mí en su escritorio.Él bebió un corto trago del suyo mientras se dirigía hasta su lugar. Lo vi adoptar una pose seria y profesional cuando finalmente se puso cómodo y se preparó para escuchar mis motivos para no ir con él a Viena. —No puedo dejar Nueva Orleans, no por ahora… —dije, cautelosa.—¿Y el motivo es…? —inquirió con esa mirada penetrante que me hacía temblar las piernas.—Terapia.—¿Terapia?—Sí, de parejas… ya sabe… Marcus y yo… intentamos mejorar las cosas en casa.La expresión de mi jefe se oscureció. Y estoy segura de que, si rodar sus ojos frente a mí no fuera un a