* GIOVANNI *—¿Por qué no me dijiste que llegarías tarde, amor? —dijo mi esposa con su habitual voz dulce y cargada con un acento italiano bastante dominante.Resoplé, malhumorado, apenas crucé la puerta y recordé que hoy —se suponía— debía cenar con mis suegros.Maldición…Lo olvidé por completo.Y es que, jamás se me ocurrió que hoy cumpliría uno de mis más grandes deseos.Finalmente, Candy es mía.Mi percepción del tiempo y el espacio continuaba alterada luego de que abandoné el hotel con una Candice que no lucia del todo convencida con la idea de futuros encuentros como el de hoy, y eso me disgustaba profundamente.No estoy de humor para ver a los padres de mi esposa, pero, no me queda de otra.Antonella me miró con el ceño fruncido, de pie, frente a la puerta, luciendo un bonito vestido color rosa de diseñador y maquillaje para la noche.Su cabello negro azabache le llegaba a la cintura, cosa que no podía causarle más orgullo, ya que esa era su característica física más preciada.
* CANDICE *—Buenos días, preciosa, ¿Cómo amaneciste?Di un respingo apenas escuché la voz de mi jefe a centímetros de mi oído. Un cosquilleo recorrió mi espalda, y sentí cómo mis mejillas se ruborizaron intensamente.Retrocedí con un movimiento brusco de mi silla giratoria, observando cautelosamente a mí alrededor. Por suerte, mis compañeros de cubículo aún no habían llegado. Al menos por el momento, no tendríamos que preocuparnos de las miradas indiscretas.Finalmente, elevé mi mirada hacia el señor Mancini, quien me observaba expectante. Él lucía de muy buen humor, y por la manera en la que tomó asiento en el escritorio de mi pequeña área de trabajo, tampoco sentía ningún tipo de temor de que alguien comenzara a esparcir rumores sobre nosotros dos.Mi jefe se cruzó de brazos y me dedicó una mirada dúctil.—No te angusties, antes de salir de mi oficina, revisé que no hubiera moros en la costa —dijo, con una sonrisa radiante. Luego, consultó la hora en su reloj de muñeca—. Solo somos
* GIOVANNI *Sobre mi cadáver…Instalar cámaras y micrófonos en el Departamento de Desarrollo ha sido una de las mejores decisiones que he tomado como presidente de esta compañía.Desde la comodidad de mi silla, podía observar las imágenes en blanco y negro que se desplegaban en la pantalla de mi tablet. Esta tarde, mientras las pasaba una a una hasta llegar a mi favorita, aquella que me mostraba a Candice concentrada en su trabajo mientras intentaba finalizar algunas tareas pendientes antes del final de su jornada, recordé cuánta curiosidad sentí al verla pasar hasta su cubículo con su celular en la mano, absorta en su conversación.Hice algo que pocas veces hago, y eso fue accionar el micrófono que coloqué bajo su escritorio. Por lo general, siempre me he conformado con observarla trabajar, pero esta vez sentí demasiada curiosidad como para dejarlo pasar. Gracias a esto, me enteré de los planes de Marcus. Aún puedo sentir cómo mi sangre hierve cuando escuché a Candice considerar la
*CANDICE*Me escondí detrás de la puerta de uno de los cubículos del baño de damas, ubicado tres pisos por debajo del departamento de desarrollo, y rompí en sollozos incontrolables. Sentía el rastro de lágrimas en mis mejillas mientras intentaba calmarme, lidiando con la frustración y el enojo.¿Cómo pudo hacerme esto? ¿De verdad el señor Mancini no dejará de confundirme con sus acciones desde que sucumbimos a nuestro deseo?Puse una mano en mi pecho, buscando recuperar la serenidad. No necesitaba que alguien entrara al baño y me escuchara en ese estado. Salí del cubículo una vez que mi respiración se estabilizó, dirigiéndome hacia el lavamanos donde me encontré con mi lamentable reflejo.Las lágrimas habían dejado manchas en mi maquillaje, así que tomé un par de toallitas de papel, las humedecí y limpié el desastre. Afortunadamente, pronto los pasillos de la empresa estarían vacíos, solo tenía que esperar a que mis compañeros de departamento se fueran a casa para buscar mi bolso y re
* GIOVANNI *—¿Renunciar? ¿Con que esas tenemos? —exclamé con incredulidad, dejando escapar un suspiro exasperado. Llevaba alrededor de dos horas sumido en mis pensamientos, rezongando y rechinando los dientes frente al persistente recuerdo de Candice confrontándome esta tarde.«¿Es que acaso aún no lo comprende?».El sonido agudo y monótono del tintineo de mis dedos sobre la superficie pulida del escritorio, se mezclaba con el silencio opresivo que llenaba mi oficina. Cada toque era una descarga de frustración, y un recordatorio de la tensión que se había instalado en el ambiente desde que Candice abandonó el departamento de desarrollo con lágrimas en los ojos frente a todos sus compañeros de trabajo.Hubo muchos murmureos, y en todos ellos, ambos éramos los protagonistas.Me tranquilizaba que los pasillos aledaños estuvieran desiertos a estas altas horas de la noche, brindándome la privacidad necesaria para dejar salir mi frustración.Observé los fragmentos de una vieja lámpara que
* CANDICE *—¡Propongo un brindis!Todos quienes rodeaban la mesa, guardaron silencio cuando el gran jefe se puso de pie, y solicitó la atención de todos sus subordinados.Bebí un pequeño trago de mi copa de vino tinto, en cuanto mis ojos recorrían al grupo con el que convivía esta noche.Billy y Roger, dos pequeños y regordetes sujetos del equipo «A» del departamento de desarrollo, soltaron alaridos de júbilo, que pusieron en evidencia cuan pasados de copas ya estaban. El jefe elevó una ceja en dirección a ambos sujetos, quienes, a pesar de su grado de intoxicación, captaron la orden implícita en aquel pequeño y firme gesto.El hombre que lideraba esa mesa, era el responsable de firmar sus cheques a final de mes, así que se reincorporaron en sus asientos, y cerraron la boca.—Julian, Becky y Sofía, del equipo «D», han hecho un excelente trabajo con la campaña publicitaria para nuestros clientes de Lexo Airlines, ¡felicidades! —exclamó con una pequeña sonrisa de complacencia en sus
* GIOVANNI *Forcé una sonrisa.Detestaba la convivencia con los empleados, pero 'Un hombre tiene que hacer, lo que un hombre tiene que hacer'.Claramente, invitar todas esas rondas de bebidas fue un error, pero, al fin y al cabo, de los errores se aprende.Han pasado apenas dos años desde que asumí el cargo de presidente de la Compañía Mancini, luego de pasar otros cuatro liderando exitosamente el departamento de Recursos Humanos, y, nadie puede negar, que estoy cien por ciento comprometido con mi trabajo.Para los miembros de la junta directiva, tener apenas treinta años de edad, parecía ser motivo suficiente para subestimarme.No les tomó mucho tiempo darse cuenta, de cuan equivocados estaban.Esta noche, era una de tantas en las que invertía tiempo y dinero para ganarme la lealtad de mis subordinados.Asentí con satisfacción cuando los más veteranos del grupo incitaron a los más jóvenes a tomar todas sus cosas y retirarse del establecimiento. —¡Miren la hora! —Dijo el encargado
* GIOVANNI *—¿Por qué, Candy? —resoplé malhumorado.Verla en ese estado me hervía la sangre, ¿acaso estaba lidiando con una adolescente incapaz de controlar la cantidad de alcohol que puede tolerar su cuerpo?¿Qué habría pasado si yo me hubiese ido temprano esta noche?Ella, probablemente, estaría siendo sometida por aquel pervertido subordinado que planeaba llevársela consigo, hasta solo Dios sabe dónde. Todas las posibilidades eran vomitivas, y hasta ahora, el malestar en la boca de mi estómago continuaba haciendo estragos en mi humor.Subirla a mi auto fue una tarea titánica, y, a pesar de que secretamente disfrutaba la manera en la que sus manos acariciaban torpemente mi cuerpo mientras caminábamos hasta la entrada del establecimiento, saber que lo hacía solo porque el alcohol le restaba puntos a sus inhibiciones, no terminaba de llenarme.El valet llegó con mi vehículo y le ofrecí una generosa propina luego de que me entregó las llaves.Candice soltó un par de risas juguetonas