* CANDICE *
—Anoche llegaste ebria —mencionó Marcus como saludo, mientras yo me adentraba a la cocina por una taza de café.
Me dolía mucho la cabeza, así que no hice más que dedicarle una mirada vacía.
Eran las seis de la mañana, así que mi esposo ya se encontraba listo para salir a la oficina con su maletín y su porta planos.
Él me miró de pies a cabeza y negó en un gesto desaprobatorio.
—¿Cómo diablos llegaste a casa? No veo tu auto en la entrada.
Marcus tomó la bolsa de papel con su desayuno, y aguardó por una respuesta de mi parte.
—Tomé un taxi —dije, simplemente.
La mirada penetrante de Marcus provocó una extraña reacción en mi cuerpo, de repente, sentí comezón.
Rasqué mi codo, visiblemente incómoda, pues, lo último que necesitaba hoy, era ahondar en los eventos de anoche.
Él negó por última vez, antes de hacer un ademán con su mano que denotaba su poco o nulo interés en saber si lo que acababa de decir era cierto o no.
—Como sea, recuerda que mañana tenemos una cita con la terapeuta —me recordó—. Será ella quien llegue al fondo de tu problema con la bebida.
Le ofrecí una sonrisa sin gracia, la que él respondió con la misma energía.
En este punto, nuestra relación, más que un matrimonio, parecía la convivencia de dos compañeros de piso que no se llevaban bien.
Desde hace medio año, Marcus ocupaba la habitación de invitados. Ya que, al parecer, a nuestra terapeuta le parecía una buena idea mantenernos físicamente separados el uno del otro, hasta que nuestros sentimientos volvieran a complementarse.
Puse mis ojos en blanco de solo pensar que pronto tendría que sentarme en ese bonito sofá color mostaza, mientras Marcus le dice a nuestra psicóloga que yo no estoy poniendo de mi parte para que las cosas mejoren.
Al parecer, seguir un pequeño curso sobre control de ira te vuelve el ser más inmaculado del mundo. Ahora, soy yo la que debe olvidar cada momento traumático en nuestra relación.
Respiré profundo y me serví mi taza de café. Ya era hora que me alistara para ir a la oficina.
Lo que, claramente, me encausaba en un nuevo dilema.
Mi jefe...
«Dios... ¿Qué hice anoche?»
Regresé a mi habitación con una mueca de angustia de la que no podía deshacerme.
Me sentía muy arrepentida de mi comportamiento, o al menos, de lo que recordaba. Vi un mensaje nuevo en mi teléfono celular, y, por supuesto, no podía ser de nadie más que de mi jefe, el señor Mancini.
«Buenos días, Candy, ¿Cómo amaneciste?», decía uno de los dos mensajes de texto que me dejó hace una hora.
«Por cierto, pedí que trajeran tu auto al estacionamiento de la compañía, así que no te preocupes por él, tus llaves están en mi oficina».
Una nueva oleada de vergüenza calentó mis mejillas.
Aunque mis recuerdos de anoche no son del todo claros, puedo revivir en mi memoria ciertas imágenes que desearía fueran producto de mi imaginación, pero, algo me dice que no lo son en lo absoluto.
Creo que le metí mano a mi jefe.
Ay, no…
*****
Bajé del taxi con las gafas de sol más oscuras que encontré en mi armario.
Mis ojos reflejaban cuán miserable me sentía.
Acaricié mi sien a causa del ligero dolor de cabeza con el que desperté esta mañana. Me sentí incapaz de probar bocado, todo gracias a que mi estómago no se encontraba en su mejor momento.
Cuando llegué a mi cubículo de trabajo, luego de ver un desfile de personas que no lucían mejor que yo, ya que, por suerte, no fui la única que se excedió con el vino.
Lo que, por supuesto, me hizo sentir mejor, pero aún no era suficiente.
Dejé mi bolso y mis gafas sobre el escritorio, antes de disponerme a ir a la oficina de mi jefe.
Su asistente, una adorable mujer de unos cuarenta y tantos años, me miró con su habitual amabilidad, cuando llegué con mis hombros tensos y una sonrisa que le hacía juego.
—Buenos días, Janet, ¿Cómo estás?
—Buenos días, Candice, mejor que tú y la mitad del personal de esta empresa, al parecer —dijo con picardía.
No pude evitar soltar una pequeña carcajada.
—Tienes razón, anoche nos bebimos hasta el agua de los floreros, ¡Qué horror! —le dije risueña, mientras me apoyaba en su escritorio—. ¿El señor Mancini se encuentra ocupado? Me gustaría hablar con él.
—Déjame preguntarle.
Janet presionó el botón que la comunicaba con su jefe, y, luego de intercambiar un par de palabras, ella me hizo una seña para que pase.
Y así lo hice.
Respiré profundo y me dirigí hasta la puerta.
—Buenos días, señor Mancini —dije, apenas me adentré en el lugar—. Quiero agradecerle por toda su ayuda, anoche, yo… lo siento mucho. No suelo comportarme de esa manera cuando bebo, y, esta mañana, vi sus mensajes… me encuentro muy avergonzada por toda la situación… yo…
Mi jefe me observó sin decir una sola palabra durante todo mi discurso. Luego, este ladeó su rostro y sonrió de medio lado.
Al parecer, encontraba divertida mi verborrea.
Vaya… él realmente era un hombre encantador. Cerré la boca cuando aprecié esa sonrisa arrolladora que tanto amaba.
No me sorprende haber hecho el ridículo anoche. Mi subconsciente hizo lo que mi aburrido ser jamás se atrevería, ni en ocho vidas.
—Bueno, Candy, primero; de nada —dijo, con sus manos entrelazadas sobre el escritorio—. Me alegra haber podido ayudarte a llegar sana y salva a tu casa.
Asentí, cabizbaja.
Él abrió el cajón de su escritorio, y, pronto, escuché el tintineo de las llaves de mi auto.
—Aquí tienes —dijo, en cuanto me las extendía con una pequeña sonrisa en sus perfectos labios.
—Muchas, muchas gracias… —dije, inclinándome para tomarlas de su mano.
Contuve la respiración cuando nuestros dedos rozaron. El calor de su piel, y el aroma de su perfume, eran una combinación letal.
Ese era el principal motivo por el que me costaba trabajar a su lado.
Mi cuerpo reaccionaba instintivamente a sus estímulos, a pesar de saber, qué pensar de esa manera de un hombre casado era incorrecto.
Volteé mi mirada hacia mi derecha, donde, sabía, mi jefe tenía un retrato de su esposa y él cuando fueron de vacaciones a Europa.
—Fue un placer —mencionó, arrancándome de mis pensamientos.
Por un segundo, me sentí desorientada, pero no fue hasta que él levantó orgullosamente de su escritorio, una elegante carpeta con el logo de la compañía.
—Te tengo buenas noticias.
Lo miré expectante.
Una carpeta como esa, solo podía significar que tenía un nuevo proyecto entre manos.
—Esta mañana cerré un gran negocio —dijo, contento—. Esta compañía se encargará de la campaña anual de una importante cadena de hoteles.
El señor Mancini me extendió la carpeta, así que, no dudé en tomarla y leer el nombre de la marca.
“Sacher”.
—Vaya, esto es fantástico, felicidades, señor.
Mi jefe se reincorporó en su asiento y agitó su dedo índice frente a su rostro.
—No me felicites solo a mí, este será un trabajo en conjunto. Tú y yo, como en los viejos tiempos.
Tragué duro.
—¿Nosotros?
Él asintió, solemne.
—Este proyecto es muy importante para la compañía, así que prometí que me encargaría personalmente de supervisarlo. Los clientes vieron tu portafolio y quedaron fascinados con tu trabajo, así que me comprometí a involucrarte activamente en el desarrollo, ¿Qué opinas?
—Me siento alagada.
«Y aterrada».
—¡Magnífico! En ese caso, comenzaremos a trabajar hoy mismo, ya que la próxima semana tendremos que viajar a Viena para hablar con la empresa de turismo que se asociará a esta campaña publicitaria.
Tomé asiento cuando sentí como mis piernas flaquearon de repente.
Santo cielo… ¿Cómo seré capaz de soportar trabajar hombro a hombro con el señor Mancini una vez más?
Y no solo eso… viajaré con él a kilómetros de aquí… lejos de nuestras parejas...
—No puedo —dije de repente. No lo pensé dos veces, las palabras solo escaparon de mis labios.
—¿Qué? —inquirió, incrédulo.
—No puedo ir.
—¿Por qué no? —preguntó, poniéndose de pie y rodeando su escritorio hasta colocarse frente a mí y apoyarse en este.
Buena pregunta…
¿Por qué no?
Ahora, necesitaba una buena excusa.
¡Vamos, cerebro! ¡Tú puedes!
* CANDICE *El señor Mancini se dirigió hasta la pequeña área para refrigerios que instaló en su oficina y sirvió dos tazas de café.Durante todo ese tiempo, entre ambos reinó el silencio, pues, estaba claro que a mi jefe no le agradó ni un poco que mi primera reacción —al escucharlo decirme que trabajaríamos juntos en un gran proyecto— fuera el rechazo.—Ten —dijo, dejando una taza de humeante café frente a mí en su escritorio.Él bebió un corto trago del suyo mientras se dirigía hasta su lugar. Lo vi adoptar una pose seria y profesional cuando finalmente se puso cómodo y se preparó para escuchar mis motivos para no ir con él a Viena. —No puedo dejar Nueva Orleans, no por ahora… —dije, cautelosa.—¿Y el motivo es…? —inquirió con esa mirada penetrante que me hacía temblar las piernas.—Terapia.—¿Terapia?—Sí, de parejas… ya sabe… Marcus y yo… intentamos mejorar las cosas en casa.La expresión de mi jefe se oscureció. Y estoy segura de que, si rodar sus ojos frente a mí no fuera un a
* CANDICE *Sentí una placentera punzada entre mis piernas cuando vi al señor Mancini subir a su auto y despedirse de mí con una mirada intensa, y una seductora sonrisa de medio lado.El estacionamiento era silencioso a estas horas de la mañana, así que, mis niveles de paranoia se mantenían al mínimo.Minutos atrás, ambos habíamos decidido que lo mejor sería que cada uno usara su auto para llegar al hotel, así no levantaríamos sospechas entre los empleados de la compañía de lo que estábamos a punto de hacer.Aunque, a decir verdad, que yo me subiera al vehículo de mi jefe no era una situación descabellada, pero, nuestras conciencias nos arrastraron a ser más cautelosos.Eso, y mi insistencia de mantener todo esto en secreto. Nadie podía enterarse de que ambos estábamos a punto de iniciar una relación tan descabellada.Respiré profundo mientras observaba el volante de mi auto con pesar.Por una parte, me alegraba tener estos minutos de soledad para pensar a fondo en lo que estaba a pun
* CANDICE *La sensación de su mano sosteniendo la mía, mientras caminábamos por el pasillo del hotel, solo podría definirla como «adrenalina», además, claro está, de las ardientes oleadas de lujuria que nuestros cuerpos despedían segundo a segundo.Me concentré en el sonido de la puerta haciendo clic, después de que usó la tarjeta de acceso de la habitación en ella, y de pronto, todo se tornó tan real frente a mis ojos.¡Cielos…! Mi corazón estaba a punto de explotar, en cuanto observaba su espalda ancha frente a mí, y como, él se dio la vuelta y me permitió pasar primero.Entré con él siguiéndome los pasos, y, antes de que siquiera dijera algo, él me giró para presionarme contra la puerta. La boca del señor Mancini devoró la mía con un hambre que no recordaba haber experimentado antes.El deseo que ambos sentíamos el uno por el otro no era ninguna broma.Jadeé encantada con la sensación de sus manos, arrastrándose por todas partes, hasta que sus dedos decidieron enfocarse en mi blus
* CANDICE *Una vez, una vieja amiga de la universidad me dijo: Jamás te tomes en serio nada de lo que un hombre te diga durante el sexo.Y vaya que ella tenía sus motivos para decir eso.Mi colega de clases, estuvo comprometida a matrimonio durante un par de horas, antes de que el sexy chico que conoció en un bar, y con quien pasó un romántico fin de semana, se marchara al día siguiente de jurarle amor eterno mientras se la chupaba.Un hombre es capaz de decir lo que sea, cuando toda la sangre de su cerebro se encuentra concentrada en su miembro.En el caso del señor Mancini, no dudo que él sienta un profundo aprecio por mí. Jamás dudaría de su caballerosidad a lo largo de todos estos años, pero, ¿creer que él me ama?No soy tan ingenua.Si hubiese escuchado esas palabras en un contexto similar durante mi adolescencia, me lo habría tomado en serio sin dudarlo ni por un segundo, pero, ambos ya éramos demasiado mayores como para andarnos con esos cuentos.Me reincorporé sobre mi codo p
* GIOVANNI *—¿Por qué no me dijiste que llegarías tarde, amor? —dijo mi esposa con su habitual voz dulce y cargada con un acento italiano bastante dominante.Resoplé, malhumorado, apenas crucé la puerta y recordé que hoy —se suponía— debía cenar con mis suegros.Maldición…Lo olvidé por completo.Y es que, jamás se me ocurrió que hoy cumpliría uno de mis más grandes deseos.Finalmente, Candy es mía.Mi percepción del tiempo y el espacio continuaba alterada luego de que abandoné el hotel con una Candice que no lucia del todo convencida con la idea de futuros encuentros como el de hoy, y eso me disgustaba profundamente.No estoy de humor para ver a los padres de mi esposa, pero, no me queda de otra.Antonella me miró con el ceño fruncido, de pie, frente a la puerta, luciendo un bonito vestido color rosa de diseñador y maquillaje para la noche.Su cabello negro azabache le llegaba a la cintura, cosa que no podía causarle más orgullo, ya que esa era su característica física más preciada.
* CANDICE *—¡Propongo un brindis!Todos quienes rodeaban la mesa, guardaron silencio cuando el gran jefe se puso de pie, y solicitó la atención de todos sus subordinados.Bebí un pequeño trago de mi copa de vino tinto, en cuanto mis ojos recorrían al grupo con el que convivía esta noche.Billy y Roger, dos pequeños y regordetes sujetos del equipo «A» del departamento de desarrollo, soltaron alaridos de júbilo, que pusieron en evidencia cuan pasados de copas ya estaban. El jefe elevó una ceja en dirección a ambos sujetos, quienes, a pesar de su grado de intoxicación, captaron la orden implícita en aquel pequeño y firme gesto.El hombre que lideraba esa mesa, era el responsable de firmar sus cheques a final de mes, así que se reincorporaron en sus asientos, y cerraron la boca.—Julian, Becky y Sofía, del equipo «D», han hecho un excelente trabajo con la campaña publicitaria para nuestros clientes de Lexo Airlines, ¡felicidades! —exclamó con una pequeña sonrisa de complacencia en sus
* GIOVANNI *Forcé una sonrisa.Detestaba la convivencia con los empleados, pero 'Un hombre tiene que hacer, lo que un hombre tiene que hacer'.Claramente, invitar todas esas rondas de bebidas fue un error, pero, al fin y al cabo, de los errores se aprende.Han pasado apenas dos años desde que asumí el cargo de presidente de la Compañía Mancini, luego de pasar otros cuatro liderando exitosamente el departamento de Recursos Humanos, y, nadie puede negar, que estoy cien por ciento comprometido con mi trabajo.Para los miembros de la junta directiva, tener apenas treinta años de edad, parecía ser motivo suficiente para subestimarme.No les tomó mucho tiempo darse cuenta, de cuan equivocados estaban.Esta noche, era una de tantas en las que invertía tiempo y dinero para ganarme la lealtad de mis subordinados.Asentí con satisfacción cuando los más veteranos del grupo incitaron a los más jóvenes a tomar todas sus cosas y retirarse del establecimiento. —¡Miren la hora! —Dijo el encargado
* GIOVANNI *—¿Por qué, Candy? —resoplé malhumorado.Verla en ese estado me hervía la sangre, ¿acaso estaba lidiando con una adolescente incapaz de controlar la cantidad de alcohol que puede tolerar su cuerpo?¿Qué habría pasado si yo me hubiese ido temprano esta noche?Ella, probablemente, estaría siendo sometida por aquel pervertido subordinado que planeaba llevársela consigo, hasta solo Dios sabe dónde. Todas las posibilidades eran vomitivas, y hasta ahora, el malestar en la boca de mi estómago continuaba haciendo estragos en mi humor.Subirla a mi auto fue una tarea titánica, y, a pesar de que secretamente disfrutaba la manera en la que sus manos acariciaban torpemente mi cuerpo mientras caminábamos hasta la entrada del establecimiento, saber que lo hacía solo porque el alcohol le restaba puntos a sus inhibiciones, no terminaba de llenarme.El valet llegó con mi vehículo y le ofrecí una generosa propina luego de que me entregó las llaves.Candice soltó un par de risas juguetonas