Inicio / Chick Lit / Ten cuidado con lo que deseas / Capítulo 4: "¿Trabajaremos hombro a hombro?"
Capítulo 4: "¿Trabajaremos hombro a hombro?"

* CANDICE *

—Anoche llegaste ebria —mencionó Marcus como saludo, mientras yo me adentraba a la cocina por una taza de café.

Me dolía mucho la cabeza, así que no hice más que dedicarle una mirada vacía. 

Eran las seis de la mañana, así que mi esposo ya se encontraba listo para salir a la oficina con su maletín y su porta planos.

Él me miró de pies a cabeza y negó en un gesto desaprobatorio.

—¿Cómo diablos llegaste a casa? No veo tu auto en la entrada.

Marcus tomó la bolsa de papel con su desayuno, y aguardó por una respuesta de mi parte.

—Tomé un taxi —dije, simplemente.

La mirada penetrante de Marcus provocó una extraña reacción en mi cuerpo, de repente, sentí comezón.

Rasqué mi codo, visiblemente incómoda, pues, lo último que necesitaba hoy, era ahondar en los eventos de anoche.

Él negó por última vez, antes de hacer un ademán con su mano que denotaba su poco o nulo interés en saber si lo que acababa de decir era cierto o no.

—Como sea, recuerda que mañana tenemos una cita con la terapeuta —me recordó—. Será ella quien llegue al fondo de tu problema con la bebida.

Le ofrecí una sonrisa sin gracia, la que él respondió con la misma energía.

En este punto, nuestra relación, más que un matrimonio, parecía la convivencia de dos compañeros de piso que no se llevaban bien.

Desde hace medio año, Marcus ocupaba la habitación de invitados. Ya que, al parecer, a nuestra terapeuta le parecía una buena idea mantenernos físicamente separados el uno del otro, hasta que nuestros sentimientos volvieran a complementarse.

Puse mis ojos en blanco de solo pensar que pronto tendría que sentarme en ese bonito sofá color mostaza, mientras Marcus le dice a nuestra psicóloga que yo no estoy poniendo de mi parte para que las cosas mejoren.

Al parecer, seguir un pequeño curso sobre control de ira te vuelve el ser más inmaculado del mundo. Ahora, soy yo la que debe olvidar cada momento traumático en nuestra relación.

Respiré profundo y me serví mi taza de café. Ya era hora que me alistara para ir a la oficina.

Lo que, claramente, me encausaba en un nuevo dilema.

Mi jefe...

«Dios... ¿Qué hice anoche?»

Regresé a mi habitación con una mueca de angustia de la que no podía deshacerme.

Me sentía muy arrepentida de mi comportamiento, o al menos, de lo que recordaba. Vi un mensaje nuevo en mi teléfono celular, y, por supuesto, no podía ser de nadie más que de mi jefe, el señor Mancini.

«Buenos días, Candy, ¿Cómo amaneciste?», decía uno de los dos mensajes de texto que me dejó hace una hora.

«Por cierto, pedí que trajeran tu auto al estacionamiento de la compañía, así que no te preocupes por él, tus llaves están en mi oficina».

Una nueva oleada de vergüenza calentó mis mejillas.

Aunque mis recuerdos de anoche no son del todo claros, puedo revivir en mi memoria ciertas imágenes que desearía fueran producto de mi imaginación, pero, algo me dice que no lo son en lo absoluto.

Creo que le metí mano a mi jefe.

Ay, no…

*****

Bajé del taxi con las gafas de sol más oscuras que encontré en mi armario.

Mis ojos reflejaban cuán miserable me sentía.

Acaricié mi sien a causa del ligero dolor de cabeza con el que desperté esta mañana. Me sentí incapaz de probar bocado, todo gracias a que mi estómago no se encontraba en su mejor momento.

Cuando llegué a mi cubículo de trabajo, luego de ver un desfile de personas que no lucían mejor que yo, ya que, por suerte, no fui la única que se excedió con el vino.

Lo que, por supuesto, me hizo sentir mejor, pero aún no era suficiente.

Dejé mi bolso y mis gafas sobre el escritorio, antes de disponerme a ir a la oficina de mi jefe.

Su asistente, una adorable mujer de unos cuarenta y tantos años, me miró con su habitual amabilidad, cuando llegué con mis hombros tensos y una sonrisa que le hacía juego.

—Buenos días, Janet, ¿Cómo estás?

—Buenos días, Candice, mejor que tú y la mitad del personal de esta empresa, al parecer —dijo con picardía.

No pude evitar soltar una pequeña carcajada.

—Tienes razón, anoche nos bebimos hasta el agua de los floreros, ¡Qué horror! —le dije risueña, mientras me apoyaba en su escritorio—. ¿El señor Mancini se encuentra ocupado? Me gustaría hablar con él.

—Déjame preguntarle.

Janet presionó el botón que la comunicaba con su jefe, y, luego de intercambiar un par de palabras, ella me hizo una seña para que pase.

Y así lo hice.

Respiré profundo y me dirigí hasta la puerta.

—Buenos días, señor Mancini —dije, apenas me adentré en el lugar—. Quiero agradecerle por toda su ayuda, anoche, yo… lo siento mucho. No suelo comportarme de esa manera cuando bebo, y, esta mañana, vi sus mensajes… me encuentro muy avergonzada por toda la situación… yo…

Mi jefe me observó sin decir una sola palabra durante todo mi discurso. Luego, este ladeó su rostro y sonrió de medio lado.

Al parecer, encontraba divertida mi verborrea.

Vaya… él realmente era un hombre encantador. Cerré la boca cuando aprecié esa sonrisa arrolladora que tanto amaba.

No me sorprende haber hecho el ridículo anoche. Mi subconsciente hizo lo que mi aburrido ser jamás se atrevería, ni en ocho vidas.

—Bueno, Candy, primero; de nada —dijo, con sus manos entrelazadas sobre el escritorio—. Me alegra haber podido ayudarte a llegar sana y salva a tu casa.

Asentí, cabizbaja.

Él abrió el cajón de su escritorio, y, pronto, escuché el tintineo de las llaves de mi auto.

—Aquí tienes —dijo, en cuanto me las extendía con una pequeña sonrisa en sus perfectos labios.

—Muchas, muchas gracias… —dije, inclinándome para tomarlas de su mano.

Contuve la respiración cuando nuestros dedos rozaron. El calor de su piel, y el aroma de su perfume, eran una combinación letal.

Ese era el principal motivo por el que me costaba trabajar a su lado.

Mi cuerpo reaccionaba instintivamente a sus estímulos, a pesar de saber, qué pensar de esa manera de un hombre casado era incorrecto.

Volteé mi mirada hacia mi derecha, donde, sabía, mi jefe tenía un retrato de su esposa y él cuando fueron de vacaciones a Europa.

—Fue un placer —mencionó, arrancándome de mis pensamientos.

Por un segundo, me sentí desorientada, pero no fue hasta que él levantó orgullosamente de su escritorio, una elegante carpeta con el logo de la compañía.

—Te tengo buenas noticias.

Lo miré expectante.

Una carpeta como esa, solo podía significar que tenía un nuevo proyecto entre manos.

—Esta mañana cerré un gran negocio —dijo, contento—. Esta compañía se encargará de la campaña anual de una importante cadena de hoteles.

El señor Mancini me extendió la carpeta, así que, no dudé en tomarla y leer el nombre de la marca.

“Sacher”.

—Vaya, esto es fantástico, felicidades, señor.

Mi jefe se reincorporó en su asiento y agitó su dedo índice frente a su rostro.

—No me felicites solo a mí, este será un trabajo en conjunto. Tú y yo, como en los viejos tiempos.

Tragué duro.

—¿Nosotros?

Él asintió, solemne.

—Este proyecto es muy importante para la compañía, así que prometí que me encargaría personalmente de supervisarlo. Los clientes vieron tu portafolio y quedaron fascinados con tu trabajo, así que me comprometí a involucrarte activamente en el desarrollo, ¿Qué opinas?

—Me siento alagada.

«Y aterrada».

—¡Magnífico! En ese caso, comenzaremos a trabajar hoy mismo, ya que la próxima semana tendremos que viajar a Viena para hablar con la empresa de turismo que se asociará a esta campaña publicitaria.

Tomé asiento cuando sentí como mis piernas flaquearon de repente.

Santo cielo… ¿Cómo seré capaz de soportar trabajar hombro a hombro con el señor Mancini una vez más?

Y no solo eso… viajaré con él a kilómetros de aquí… lejos de nuestras parejas...

—No puedo —dije de repente. No lo pensé dos veces, las palabras solo escaparon de mis labios.

—¿Qué? —inquirió, incrédulo.

—No puedo ir.

—¿Por qué no? —preguntó, poniéndose de pie y rodeando su escritorio hasta colocarse frente a mí y apoyarse en este.

Buena pregunta…

¿Por qué no?

Ahora, necesitaba una buena excusa.

¡Vamos, cerebro! ¡Tú puedes!

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo