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Capítulo 3: "Quiero que sea mía"

* GIOVANNI *

—¿Por qué, Candy? —resoplé malhumorado.

Verla en ese estado me hervía la sangre, ¿acaso estaba lidiando con una adolescente incapaz de controlar la cantidad de alcohol que puede tolerar su cuerpo?

¿Qué habría pasado si yo me hubiese ido temprano esta noche?

Ella, probablemente, estaría siendo sometida por aquel pervertido subordinado que planeaba llevársela consigo, hasta solo Dios sabe dónde. 

Todas las posibilidades eran vomitivas, y hasta ahora, el malestar en la boca de mi estómago continuaba haciendo estragos en mi humor.

Subirla a mi auto fue una tarea titánica, y, a pesar de que secretamente disfrutaba la manera en la que sus manos acariciaban torpemente mi cuerpo mientras caminábamos hasta la entrada del establecimiento, saber que lo hacía solo porque el alcohol le restaba puntos a sus inhibiciones, no terminaba de llenarme.

El valet llegó con mi vehículo y le ofrecí una generosa propina luego de que me entregó las llaves.

Candice soltó un par de risas juguetonas mientras la acomodaba en el asiento de copiloto. Tuve que sacudirme su agarre cuando tomó mi mano e intentó llevársela bajo la falda del vestido gris que usaba.

Mis ojos por poco se escapan de sus órbitas.

—Basta, Candy. No volveré a repetírtelo —dije, apoyando mi brazo sobre la puerta abierta de mi BMW, en cuanto mi otra mano, continuaba empujándola contra el asiento del que quería levantarse e irse.

—Quiero mi botella de vino, yo tenía una, ¿dónde está? —Dijo torpemente, mientras intentaba apartarme de su vista—. Se quedó en la mesa, ¿cierto? —Hizo un puchero—. Iré a traerla.

—De ninguna manera —dije, impasible, antes de estirarme frente a ella para colocarle el cinturón de seguridad.

Respiré profundo cuando fui sorprendido por sus labios, los cuales presionaron mi cuello con una osadía que me dejó sin palabras. 

—Esto es inaudito… —murmuré molesto, mientras ella sonreía orgullosa. 

No necesito aprovecharme de una mujer alcoholizada.

Eso es para los perdedores.

Así que, si esa cabecita suya —revuelta por el alcohol y malas decisiones— creía que yo sedería a mis instintos básicos y la tomaría aquí y ahora, estaba muy equivocada.

—Señor Mancini —dijo con un puchero.

Me incliné para ver qué quería, y ella solo atinó a mirarme con falsa inocencia.

—¿Puede traer mi botella de vino?

La miré severo, y ella se encogió en su asiento.

—Candy, en primer lugar, no dejaste ni una sola gota de vino en esa botella, segundo —la apunté—. Quiero que me digas cuando desarrollaste un problema con el alcohol.  

—No tengo un problema. —Puso sus ojos en blanco.

—No lo dudo, tienes más de uno.

Negando, cerré la puerta y me subí al auto.

Los minutos transcurrieron en un profundo silencio.

La observé antes de girar el volante para adentrarme en la avenida principal. Candice recostó su cabeza contra el respaldo del asiento del copiloto y me dedicó una mirada de súplica.

No debí mirarla a los ojos.

El deseo que irradiaban esas hermosas auras marrones me hizo tragar saliva con fuerza.

—¿Desde cuándo bebes así? —retomé mi pregunta inicial, un poco más calmado.

Candice apartó su mirada de mí y la dirigió a la carretera que se extendía frente a nosotros.

—Lo siento… —murmuró.

Suspiré profundo, antes de extender mi mano hacia la guantera para ofrecerle una botella de agua sellada.

—Bebe —le ordené, devolviendo mi atención una vez más al camino—. Iremos por un café, y un bocadillo de media noche para que se te baje la borrachera, ¿entendido?

Candice se removió sobre su asiento. Ella dejó caer su cabeza hacia un lado e hizo una pequeña rabieta.

Jamás la había visto tan borracha.

Suspiré profundo al suponer, sin temor a equivocarme, que su motivación para beber hasta perder la conciencia era su esposo. 

—Me dijiste que no querías regresar a tu casa en este estado —le recordé.

—No quiero ir a una cafetería —balbuceó caprichosamente—. Quiero ir con usted a un lugar donde podamos olvidar… olvidarlo todo. 

—¿Qué tipo de lugar sería ese? —inquirí con una ceja arqueada. Una pequeña sonrisa ladeada se dibujó en mi rostro, cuando ella se acarició los labios, inquieta.   

Candy parecía dispuesta a soltar un par de verdades incómodas de las que se arrepentiría por la mañana, pero, yo me aseguraría de atesorarlas en mi mente.

Ella esbozó una sonrisa coqueta cuando colocó su mano sobre mi pierna y la deslizó de arriba abajo con movimientos torpes.

Tragué duro, antes de dirigirle una mirada de advertencia que ella ignoró en su afán por frotar todo a su paso. Por poco me atraganto con mi propia saliva cuando sus dedos inquietos tocaron la hebilla de mi cinturón.

Fue en ese momento, en el que tuve que estacionar el auto a un lado de la carretera para detener sus avances.

Los ojos de Candice se tiñeron de tristeza, cuando tomé su muñeca en un agarre firme y definitivo.

—Te llevaré a la cama cuando estés dispuesta a hacer todo esto conmigo estando sobria —declaré sin una pizca de duda o burla en mi rostro.

Candy se quedó tan quieta, que, por un segundo, dudé que continuara respirando. Sus ojos de gacela eran un reto al que me había acostumbrado.

—Sé lo que hago... —murmuró, sin aliento.

—No lo creo. —negué con una sonrisa desafiante.

Candice se reincorporó en su asiento, y, sin decir una sola palabra durante el resto del camino, bajó del auto, me acompañó a una sencilla y práctica cafetería 24/7 donde le pedí una taza extra grande de café cargado, la cual se bebió con una expresión malhumorada, mientras yo, disfrutaba de una hamburguesa barata, cuyo sabor, me remontaba a mi época de estudiante de secundaria.

Encontrarme sentado frente a una ebria, caprichosa, y malhumorada Candice, mientras la observaba ingerir la suficiente cantidad de cafeína como para revivir a un caballo, en tanto yo disfrutaba de una hamburguesa de dudosa calidad con una sonrisa satisfecha, era lo que yo consideraba cerrar la noche con broche de oro. 

Candice se encontraba a salvo.

Y eran estos pequeños momentos, los que calmaban mi ansiedad por tenerla.

No estoy seguro de cuanto más pueda soportar, mantener mis deseos a raya.

Quiero que sea mía.

Anhelo que su cuerpo caliente mi cama, incluso durante mis noches de ausencia.

Mantener un matrimonio y una relación con Candy no será sencillo, pero, siempre he conseguido todo lo que me propongo, y esto no será la excepción.

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