* GIOVANNI *
—¿Por qué, Candy? —resoplé malhumorado.
Verla en ese estado me hervía la sangre, ¿acaso estaba lidiando con una adolescente incapaz de controlar la cantidad de alcohol que puede tolerar su cuerpo?
¿Qué habría pasado si yo me hubiese ido temprano esta noche?
Ella, probablemente, estaría siendo sometida por aquel pervertido subordinado que planeaba llevársela consigo, hasta solo Dios sabe dónde.
Todas las posibilidades eran vomitivas, y hasta ahora, el malestar en la boca de mi estómago continuaba haciendo estragos en mi humor.
Subirla a mi auto fue una tarea titánica, y, a pesar de que secretamente disfrutaba la manera en la que sus manos acariciaban torpemente mi cuerpo mientras caminábamos hasta la entrada del establecimiento, saber que lo hacía solo porque el alcohol le restaba puntos a sus inhibiciones, no terminaba de llenarme.
El valet llegó con mi vehículo y le ofrecí una generosa propina luego de que me entregó las llaves.
Candice soltó un par de risas juguetonas mientras la acomodaba en el asiento de copiloto. Tuve que sacudirme su agarre cuando tomó mi mano e intentó llevársela bajo la falda del vestido gris que usaba.
Mis ojos por poco se escapan de sus órbitas.
—Basta, Candy. No volveré a repetírtelo —dije, apoyando mi brazo sobre la puerta abierta de mi BMW, en cuanto mi otra mano, continuaba empujándola contra el asiento del que quería levantarse e irse.
—Quiero mi botella de vino, yo tenía una, ¿dónde está? —Dijo torpemente, mientras intentaba apartarme de su vista—. Se quedó en la mesa, ¿cierto? —Hizo un puchero—. Iré a traerla.
—De ninguna manera —dije, impasible, antes de estirarme frente a ella para colocarle el cinturón de seguridad.
Respiré profundo cuando fui sorprendido por sus labios, los cuales presionaron mi cuello con una osadía que me dejó sin palabras.
—Esto es inaudito… —murmuré molesto, mientras ella sonreía orgullosa.
No necesito aprovecharme de una mujer alcoholizada.
Eso es para los perdedores.
Así que, si esa cabecita suya —revuelta por el alcohol y malas decisiones— creía que yo sedería a mis instintos básicos y la tomaría aquí y ahora, estaba muy equivocada.
—Señor Mancini —dijo con un puchero.
Me incliné para ver qué quería, y ella solo atinó a mirarme con falsa inocencia.
—¿Puede traer mi botella de vino?
La miré severo, y ella se encogió en su asiento.
—Candy, en primer lugar, no dejaste ni una sola gota de vino en esa botella, segundo —la apunté—. Quiero que me digas cuando desarrollaste un problema con el alcohol.
—No tengo un problema. —Puso sus ojos en blanco.
—No lo dudo, tienes más de uno.
Negando, cerré la puerta y me subí al auto.
Los minutos transcurrieron en un profundo silencio.
La observé antes de girar el volante para adentrarme en la avenida principal. Candice recostó su cabeza contra el respaldo del asiento del copiloto y me dedicó una mirada de súplica.
No debí mirarla a los ojos.
El deseo que irradiaban esas hermosas auras marrones me hizo tragar saliva con fuerza.
—¿Desde cuándo bebes así? —retomé mi pregunta inicial, un poco más calmado.
Candice apartó su mirada de mí y la dirigió a la carretera que se extendía frente a nosotros.
—Lo siento… —murmuró.
Suspiré profundo, antes de extender mi mano hacia la guantera para ofrecerle una botella de agua sellada.
—Bebe —le ordené, devolviendo mi atención una vez más al camino—. Iremos por un café, y un bocadillo de media noche para que se te baje la borrachera, ¿entendido?
Candice se removió sobre su asiento. Ella dejó caer su cabeza hacia un lado e hizo una pequeña rabieta.
Jamás la había visto tan borracha.
Suspiré profundo al suponer, sin temor a equivocarme, que su motivación para beber hasta perder la conciencia era su esposo.
—Me dijiste que no querías regresar a tu casa en este estado —le recordé.
—No quiero ir a una cafetería —balbuceó caprichosamente—. Quiero ir con usted a un lugar donde podamos olvidar… olvidarlo todo.
—¿Qué tipo de lugar sería ese? —inquirí con una ceja arqueada. Una pequeña sonrisa ladeada se dibujó en mi rostro, cuando ella se acarició los labios, inquieta.
Candy parecía dispuesta a soltar un par de verdades incómodas de las que se arrepentiría por la mañana, pero, yo me aseguraría de atesorarlas en mi mente.
Ella esbozó una sonrisa coqueta cuando colocó su mano sobre mi pierna y la deslizó de arriba abajo con movimientos torpes.
Tragué duro, antes de dirigirle una mirada de advertencia que ella ignoró en su afán por frotar todo a su paso. Por poco me atraganto con mi propia saliva cuando sus dedos inquietos tocaron la hebilla de mi cinturón.
Fue en ese momento, en el que tuve que estacionar el auto a un lado de la carretera para detener sus avances.
Los ojos de Candice se tiñeron de tristeza, cuando tomé su muñeca en un agarre firme y definitivo.
—Te llevaré a la cama cuando estés dispuesta a hacer todo esto conmigo estando sobria —declaré sin una pizca de duda o burla en mi rostro.
Candy se quedó tan quieta, que, por un segundo, dudé que continuara respirando. Sus ojos de gacela eran un reto al que me había acostumbrado.
—Sé lo que hago... —murmuró, sin aliento.
—No lo creo. —negué con una sonrisa desafiante.
Candice se reincorporó en su asiento, y, sin decir una sola palabra durante el resto del camino, bajó del auto, me acompañó a una sencilla y práctica cafetería 24/7 donde le pedí una taza extra grande de café cargado, la cual se bebió con una expresión malhumorada, mientras yo, disfrutaba de una hamburguesa barata, cuyo sabor, me remontaba a mi época de estudiante de secundaria.
Encontrarme sentado frente a una ebria, caprichosa, y malhumorada Candice, mientras la observaba ingerir la suficiente cantidad de cafeína como para revivir a un caballo, en tanto yo disfrutaba de una hamburguesa de dudosa calidad con una sonrisa satisfecha, era lo que yo consideraba cerrar la noche con broche de oro.
Candice se encontraba a salvo.
Y eran estos pequeños momentos, los que calmaban mi ansiedad por tenerla.
No estoy seguro de cuanto más pueda soportar, mantener mis deseos a raya.
Quiero que sea mía.
Anhelo que su cuerpo caliente mi cama, incluso durante mis noches de ausencia.
Mantener un matrimonio y una relación con Candy no será sencillo, pero, siempre he conseguido todo lo que me propongo, y esto no será la excepción.
* CANDICE *—Anoche llegaste ebria —mencionó Marcus como saludo, mientras yo me adentraba a la cocina por una taza de café.Me dolía mucho la cabeza, así que no hice más que dedicarle una mirada vacía. Eran las seis de la mañana, así que mi esposo ya se encontraba listo para salir a la oficina con su maletín y su porta planos.Él me miró de pies a cabeza y negó en un gesto desaprobatorio.—¿Cómo diablos llegaste a casa? No veo tu auto en la entrada.Marcus tomó la bolsa de papel con su desayuno, y aguardó por una respuesta de mi parte.—Tomé un taxi —dije, simplemente.La mirada penetrante de Marcus provocó una extraña reacción en mi cuerpo, de repente, sentí comezón.Rasqué mi codo, visiblemente incómoda, pues, lo último que necesitaba hoy, era ahondar en los eventos de anoche.Él negó por última vez, antes de hacer un ademán con su mano que denotaba su poco o nulo interés en saber si lo que acababa de decir era cierto o no.—Como sea, recuerda que mañana tenemos una cita con la ter
* CANDICE *El señor Mancini se dirigió hasta la pequeña área para refrigerios que instaló en su oficina y sirvió dos tazas de café.Durante todo ese tiempo, entre ambos reinó el silencio, pues, estaba claro que a mi jefe no le agradó ni un poco que mi primera reacción —al escucharlo decirme que trabajaríamos juntos en un gran proyecto— fuera el rechazo.—Ten —dijo, dejando una taza de humeante café frente a mí en su escritorio.Él bebió un corto trago del suyo mientras se dirigía hasta su lugar. Lo vi adoptar una pose seria y profesional cuando finalmente se puso cómodo y se preparó para escuchar mis motivos para no ir con él a Viena. —No puedo dejar Nueva Orleans, no por ahora… —dije, cautelosa.—¿Y el motivo es…? —inquirió con esa mirada penetrante que me hacía temblar las piernas.—Terapia.—¿Terapia?—Sí, de parejas… ya sabe… Marcus y yo… intentamos mejorar las cosas en casa.La expresión de mi jefe se oscureció. Y estoy segura de que, si rodar sus ojos frente a mí no fuera un a
* CANDICE *Sentí una placentera punzada entre mis piernas cuando vi al señor Mancini subir a su auto y despedirse de mí con una mirada intensa, y una seductora sonrisa de medio lado.El estacionamiento era silencioso a estas horas de la mañana, así que, mis niveles de paranoia se mantenían al mínimo.Minutos atrás, ambos habíamos decidido que lo mejor sería que cada uno usara su auto para llegar al hotel, así no levantaríamos sospechas entre los empleados de la compañía de lo que estábamos a punto de hacer.Aunque, a decir verdad, que yo me subiera al vehículo de mi jefe no era una situación descabellada, pero, nuestras conciencias nos arrastraron a ser más cautelosos.Eso, y mi insistencia de mantener todo esto en secreto. Nadie podía enterarse de que ambos estábamos a punto de iniciar una relación tan descabellada.Respiré profundo mientras observaba el volante de mi auto con pesar.Por una parte, me alegraba tener estos minutos de soledad para pensar a fondo en lo que estaba a pun
* CANDICE *La sensación de su mano sosteniendo la mía, mientras caminábamos por el pasillo del hotel, solo podría definirla como «adrenalina», además, claro está, de las ardientes oleadas de lujuria que nuestros cuerpos despedían segundo a segundo.Me concentré en el sonido de la puerta haciendo clic, después de que usó la tarjeta de acceso de la habitación en ella, y de pronto, todo se tornó tan real frente a mis ojos.¡Cielos…! Mi corazón estaba a punto de explotar, en cuanto observaba su espalda ancha frente a mí, y como, él se dio la vuelta y me permitió pasar primero.Entré con él siguiéndome los pasos, y, antes de que siquiera dijera algo, él me giró para presionarme contra la puerta. La boca del señor Mancini devoró la mía con un hambre que no recordaba haber experimentado antes.El deseo que ambos sentíamos el uno por el otro no era ninguna broma.Jadeé encantada con la sensación de sus manos, arrastrándose por todas partes, hasta que sus dedos decidieron enfocarse en mi blus
* CANDICE *Una vez, una vieja amiga de la universidad me dijo: Jamás te tomes en serio nada de lo que un hombre te diga durante el sexo.Y vaya que ella tenía sus motivos para decir eso.Mi colega de clases, estuvo comprometida a matrimonio durante un par de horas, antes de que el sexy chico que conoció en un bar, y con quien pasó un romántico fin de semana, se marchara al día siguiente de jurarle amor eterno mientras se la chupaba.Un hombre es capaz de decir lo que sea, cuando toda la sangre de su cerebro se encuentra concentrada en su miembro.En el caso del señor Mancini, no dudo que él sienta un profundo aprecio por mí. Jamás dudaría de su caballerosidad a lo largo de todos estos años, pero, ¿creer que él me ama?No soy tan ingenua.Si hubiese escuchado esas palabras en un contexto similar durante mi adolescencia, me lo habría tomado en serio sin dudarlo ni por un segundo, pero, ambos ya éramos demasiado mayores como para andarnos con esos cuentos.Me reincorporé sobre mi codo p
* GIOVANNI *—¿Por qué no me dijiste que llegarías tarde, amor? —dijo mi esposa con su habitual voz dulce y cargada con un acento italiano bastante dominante.Resoplé, malhumorado, apenas crucé la puerta y recordé que hoy —se suponía— debía cenar con mis suegros.Maldición…Lo olvidé por completo.Y es que, jamás se me ocurrió que hoy cumpliría uno de mis más grandes deseos.Finalmente, Candy es mía.Mi percepción del tiempo y el espacio continuaba alterada luego de que abandoné el hotel con una Candice que no lucia del todo convencida con la idea de futuros encuentros como el de hoy, y eso me disgustaba profundamente.No estoy de humor para ver a los padres de mi esposa, pero, no me queda de otra.Antonella me miró con el ceño fruncido, de pie, frente a la puerta, luciendo un bonito vestido color rosa de diseñador y maquillaje para la noche.Su cabello negro azabache le llegaba a la cintura, cosa que no podía causarle más orgullo, ya que esa era su característica física más preciada.
* CANDICE *—¡Propongo un brindis!Todos quienes rodeaban la mesa, guardaron silencio cuando el gran jefe se puso de pie, y solicitó la atención de todos sus subordinados.Bebí un pequeño trago de mi copa de vino tinto, en cuanto mis ojos recorrían al grupo con el que convivía esta noche.Billy y Roger, dos pequeños y regordetes sujetos del equipo «A» del departamento de desarrollo, soltaron alaridos de júbilo, que pusieron en evidencia cuan pasados de copas ya estaban. El jefe elevó una ceja en dirección a ambos sujetos, quienes, a pesar de su grado de intoxicación, captaron la orden implícita en aquel pequeño y firme gesto.El hombre que lideraba esa mesa, era el responsable de firmar sus cheques a final de mes, así que se reincorporaron en sus asientos, y cerraron la boca.—Julian, Becky y Sofía, del equipo «D», han hecho un excelente trabajo con la campaña publicitaria para nuestros clientes de Lexo Airlines, ¡felicidades! —exclamó con una pequeña sonrisa de complacencia en sus
* GIOVANNI *Forcé una sonrisa.Detestaba la convivencia con los empleados, pero 'Un hombre tiene que hacer, lo que un hombre tiene que hacer'.Claramente, invitar todas esas rondas de bebidas fue un error, pero, al fin y al cabo, de los errores se aprende.Han pasado apenas dos años desde que asumí el cargo de presidente de la Compañía Mancini, luego de pasar otros cuatro liderando exitosamente el departamento de Recursos Humanos, y, nadie puede negar, que estoy cien por ciento comprometido con mi trabajo.Para los miembros de la junta directiva, tener apenas treinta años de edad, parecía ser motivo suficiente para subestimarme.No les tomó mucho tiempo darse cuenta, de cuan equivocados estaban.Esta noche, era una de tantas en las que invertía tiempo y dinero para ganarme la lealtad de mis subordinados.Asentí con satisfacción cuando los más veteranos del grupo incitaron a los más jóvenes a tomar todas sus cosas y retirarse del establecimiento. —¡Miren la hora! —Dijo el encargado