La angustia y la confusión se entrelazaban en la mente de Carolina mientras revisaba la aplicación que había instalado. Se había registrado como "Rina", un seudónimo que le proporcionaba una sensación de protección, y seguridad. Su corazón latía con fuerza, y cada nueva pregunta que respondía en su teléfono y le daba a siguiente, le hacía saltar de nervios.
Tomó un respiro profundo, intentando calmarse antes de tomarse una foto. Sin embargo, al verla, la realidad la golpeó: su rostro cansado y las profundas ojeras hablaban de la tormenta emocional que había estado atravesando.
“No puedo subir esto”, pensó, sintiéndose un completo desastre. Si lo hacía, nadie le daría una segunda mirada, porque se veía realmente fatal.
Decidió buscar en su galería una imagen adecuada. Finalmente, encontró una donde sonreía, con la luz del sol reflejándose en sus ojos azules. Esa imagen capturaba la esencia de la Carolina que alguna vez fue, antes de que la traición de su novio y el accidente de su madre la arrebataran de su mundo de felicidad.
Al subir la foto, una ola de inseguridad la invadió. "¿Qué estoy haciendo?", se preguntó, mientras el recuerdo de su madre en la cama del hospital la empujaba a seguir adelante.
No tenía otra opción, esa era su única salida, y a pesar de tu su determinación, comenzó a florecer en medio del caos.
Navegó por la aplicación, su pulso acelerado mientras sus ojos recorrían las imágenes de otros perfiles. Fue entonces cuando se encontró con un hombre que la hizo detenerse en seco.
Era un hombre de aspecto impresionante: cabello castaño, ojos verdes como esmeraldas, y una nariz cuadrada que le daba un aire de sofisticación. Su porte era elegante, como si hubiera salido de una portada de revista. El nombre de su perfil era Leo.
Carolina frunció el ceño, intrigada y desconfiada. "¿Por qué este hombre está buscando una compañera en línea?", pensó, preguntándose si era genuino o simplemente un farsante con intenciones ocultas.
“No creo que un hombre como este tenga necesidad de buscar una mujer en este tipo de aplicación, a este las mujeres deben lloverle como moscas”, murmuró, dejando el perfil atrás y continuando su búsqueda.
Mientras tanto, a kilómetros de allí, Leo, cuyo nombre verdadero era Lisandro Quintero, se encontraba en su despacho, revisando perfiles en la misma aplicación.
Su mirada se detuvo en una mujer con ojos tan azules como el océano. "¿Quién es ella?", se preguntó, y con un clic, decidió abrir el cuadro de diálogo para ver más sobre la misteriosa mujer.
“Hola, Rina. Me interesas. Quiero contratarte por tres noches”, escribió de manera directa, y esperó la respuesta con una impaciencia que lo carcomía por dentro.
Esa no era una de sus virtudes, y la tensión en el aire parecía intensificarse.
Por su parte, Carolina seguía explorando la aplicación cuando de repente recibió una notificación en su pantalla. Era un mensaje de Leo. Al leerlo, su corazón se detuvo por un instante.
"¿Él realmente me está contratando?", pensó, la adrenalina recorriendo su cuerpo.
Se sentó erguida, luchando entre la incredulidad y la emoción. "¿Tres noches? ¿Y a cambio de qué? ¿Qué tanto tendré que hacer?", se preguntó, antes de responder.
Carolina respiró hondo, sus dedos temblando sobre la pantalla de su teléfono. Después de varios intentos fallidos, logró escribir una respuesta:
“Hola, Leo. Gracias por tu interés. ¿Podrías darme más detalles sobre lo que implican esas tres noches?”
Enviando el mensaje, la ansiedad se apoderó de ella, mientras su corazón latía con fuerza.
La respuesta llegó casi de inmediato.
"Tres noches en mi compañía. Teniendo intimidad, a cambio te ofrezco trescientos mil dólares."
Carolina contuvo el aliento, una mezcla de sorpresa y terror recorriendo su cuerpo. Era exactamente la cantidad que necesitaba para la operación de su madre. Pero la idea de pasar tres noches con un desconocido la aterrorizaba.
“Es mucho dinero”, respondió con manos temblorosas. “¿Por qué yo?”
"Tu foto me intrigó", contestó Leo. "Hay algo en tus ojos... una mezcla de inocencia y determinación. Me interesa conocerte mejor."
Carolina dudó. Todo en ella gritaba que esto era una locura, que debía rechazar la oferta. Pero la imagen de su madre en el hospital, luchando por su vida, la impulsó a seguir adelante. “¿Y si esto es lo que necesito?”, pensó, mientras la desesperación se convertía en un motor que la empujaba hacia lo desconocido.
“De acuerdo”, escribió finalmente, con una mezcla de temor y determinación. “Acepto tu oferta, con la condición de que me pagues por adelantado. Necesito el dinero urgente”.
Envió el mensaje y esperó, mientras sentía que el corazón se le iba a salir por la garganta y sus manos sudaban copiosamente, teniendo que limpiarlas en su ropa.
"Está bien, acepto, pero debes firmarme un contrato que te enviaré. Léelo cuidadosamente y fírmalo si estás de acuerdo con los términos. Nos veremos mañana a las 8 pm en el Hotel Royale." Respondió Leo.
El escalofrío recorrió la espalda de Carolina. ¿En qué se estaba metiendo? La incertidumbre la envolvía como un manto pesado, pero ya no había vuelta atrás. Por su madre, estaba dispuesta a todo. “¿Qué he hecho?”, se preguntó, sintiendo que las sombras de su decisión comenzaban a cerrarse a su alrededor.
Mientras revisaba su mensaje una vez más, la urgencia y el miedo la invadieron. ¿Era esto lo que realmente quería? “Solo serán tres noches”, intentó convencerse a sí misma, pero la voz en su interior seguía gritando que estaba cruzando una línea de no retorno.
Finalmente, cuando el contrato llegó, su corazón palpitó con fuerza. Las palabras parecían danzar ante sus ojos, cada cláusula llevándola más cerca del abismo. Con un suspiro profundo, se forzó a leerlo, cada palabra, haciéndola temblar más.
Sin embargo, su mente estaba lejos de enfocarse solo en el contenido del documento. Pensaba en su madre, en la urgencia de la situación, y eso la impulsaba a seguir adelante.
Tomó el teléfono nuevamente, las manos temblorosas mientras se preparaba para pulsar el botón de aceptar. “Esto es por mamá”, se recordó a sí misma, y una chispa de determinación brilló en su pecho.
Cuando finalmente presionó "enviar", sintió un torbellino de emociones: alivio, miedo, pero sobre todo, una inquietante sensación de que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Y aunque sabía que había tomado una decisión peligrosa, también sabía que no tenía otra opción.
La noche se cernió sobre ella, y con cada latido de su corazón, se preguntaba si realmente podía hacer esto. La vida de su madre pendía de un hilo, y en ese instante, Carolina entendió que estaba a punto de entrar en un mundo del que tal vez nunca podría escapar.
Con el teléfono aún en la mano, sintió que la ansiedad se convertía en una adrenalina palpable. "Mañana a las 8 pm", murmuró para sí misma, mientras la incertidumbre se apoderaba de sus pensamientos.
Se recostó contra la pared, luchando por encontrar un poco de paz en medio de la tormenta que se había desatado en su vida. Su mente estaba llena de preguntas: "¿Qué pasará si esto sale mal? ¿Qué pasará si me arrepiento? ¿Será que puedo hacer esto?", las preguntas surgían en su mente a borbotones, pero en el fondo, sabía que ya no había marcha atrás.
“Por favor, mamá”, susurró al aire, mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. “Te prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para ayudarte”, pensó, deseando que el tiempo transcurriera lento para no enfrentarse a esa nueva realidad.
Carolina se quedó mirando fijamente la pantalla de su teléfono, el contrato firmado, pesando como una losa sobre su conciencia. Las horas pasaban lentamente, cada minuto acercándola más a su cita con Leo. Intentó dormir, pero el sueño la eludía. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de su madre en la cama del hospital, mezclado con imágenes de un hombre desconocido esperándola en una habitación de hotel. El miedo y la anticipación se arremolinaban en su estómago. Cuando finalmente amaneció, Carolina se levantó exhausta. Se miró al espejo, notando las profundas ojeras bajo sus ojos. —¿Qué estoy haciendo? —, se preguntó por enésima vez. Pero la imagen de su madre, vulnerable y necesitada, la impulsó a seguir adelante. Pasó el día en un estado de ansiedad constante, alternando entre el hospital y su casa. Cada vez que miraba a su madre inconsciente, sentía una mezcla de determinación y culpa. "Todo esto es por ti, mamá", pensó, acariciando suavemente la mano inerte de María.
Carolina sintió que el aire se le escapaba de los pulmones ante la orden directa de Lisandro. Un escalofrío recorrió su cuerpo, mezcla de nervios y anticipación. Sus manos temblaron ligeramente mientras llevaba sus dedos al cierre de su vestido. Con movimientos lentos e inseguros, comenzó a bajarlo, revelando centímetro a centímetro su piel. El aire frío de la habitación la hizo estremecerse, o quizás era la intensidad de la mirada de Lisandro sobre ella. Sus ojos verdes la recorrían con un hambre que la hacía sentir expuesta y vulnerable.Cuando el vestido cayó a sus pies, Carolina se quedó de pie frente a él, cubierta solo por su ropa interior de encaje. Instintivamente, cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de ocultar su desnudez.—No te cubras —dijo Lisandro con voz ronca—. Eres hermosa.Sus palabras la hicieron sonrojar intensamente. Lentamente, Carolina bajó los brazos, permitiéndole admirarla por completo.Lisandro se acercó en su silla de ruedas, hasta quedar justo frente
El aire en el vestíbulo del hospital se volvió tenso para Carolina. Se encontraba atrapada entre la mirada inquisitiva de su madre y las palabras de Inés, quien había interrumpido la conversación justo a tiempo.—Hola, señora, mucho gusto. Usted debe ser la mamá de Carolina —dijo Inés, extendiendo una mano con una sonrisa amigable—. Soy Inés Martínez, para servirle. Solo se trataba de una broma... es que vi a Carolina el día de su accidente y nos hicimos amigas.Carolina sintió una oleada de alivio. Inés, con su carisma despreocupado, parecía capaz de desviar la atención.—¿Una broma? —preguntó María, su expresión todavía entre la confusión y la preocupación.—Sí, claro —respondió Carolina con una sonrisa nerviosa—. No creerá que somos capaces de hacer algo así, ¿verdad?La expresión de su madre se suavizó, y una risa leve escapó de sus labios. —Por supuesto que no, cariño. —María respiró hondo, asintiendo lentamente—. Siempre he confiado en ti.Inés sacó una tarjeta de su bolso y se
Carolina salió del hotel, aun con la adrenalina corriendo por sus venas. Las palabras de Alberto resonaban en su mente. Aunque intentó ignorarlas, el eco de sus burlas la perseguía. Se dirigió a la parada esperando encontrar un taxi, dispuesta a dejar atrás no solo la humillación porque Lisandro no se había presentado, sino también las burlas de su ex.Mientras caminaba, escuchó unos pasos detrás de ella, aceleró su paso, casi corriendo a punto de llegar a la parada.El miedo se agitó en su interior, porque tenía la sensación de que alguien estaba a punto de atraparla. Cuando llegó y se giró, y se dio cuenta de que se trataba de Alberto, quien caminaba con una sonrisa arrogante en su rostro.—¿No creías que me iba a dejar así, verdad? —dijo él, acercándose a ella con una confianza que le hizo sentir incómoda.Carolina retrocedió, intentando alejarse, pero él se interpuso en su camino. —No tienes que huir, Carolina. Sé que todavía hay algo entre nosotros. ¿Por qué no aceptas ser mi
A medida que Carolina se alejaba, no pudo evitar sentirse confundida. La mezcla de emociones era intensa. Por un lado, la rabia por la actitud de Alberto, pero por otro, la extraña conexión que había sentido con Lisandro, la defensa que hizo hacia ella Cuando llegó a la casa, se miró en el espejo, sintiéndose agotada. Las emociones del día anterior y de ese encuentro la habían dejado exhausta. Así fueron pasando los días, estos se convirtieron en semanas, pero Carolina no había recibido ninguna llamada y mensaje por parte de Lisandro y eso la tenía angustiada. Cada vez que su teléfono sonaba, sentía una mezcla de esperanza y ansiedad, pero nunca era él. Una tarde, mientras caminaba por el parque cerca de su casa, se encontró con Inés. La chica la saludó efusivamente. —¡Carolina! Qué bueno verte. ¿Cómo has estado?Carolina forzó una sonrisa.—Bien, gracias. ¿Y tú?Inés la miró con curiosidad.—Te noto algo decaída. ¿Pasó algo con el hombre que conociste en la aplicación?Carolina
Carolina se llevó las manos a la cabeza, sintiendo que el mundo giraba a su alrededor. "No quiero agobiar a mi madre con esto", pensó, mientras las palabras del médico resonaban en su mente. La idea de que ella se enterara por casualidad, sobre su embarazo, la llenaba de pánico, porque temía lo que pudiera pensar de ella, y aunque era una mujer, se trataba más de un asunto de respeto. ¿Cómo le iba a explicar que aunque nunca se acostó con su novio, lo hizo con un desconocido del cual quedó embarazada?Negó enérgicamente, su madre no podía saber nada de eso, no hasta que ella supiera lo que iba a hacer.—Doctor, necesito un favor, no le cuente a mi madre, —le pidió al médico con firmeza—. No quiero que se preocupe más de lo que ya está… apenas se está recuperando y una noticia, así sería fatal para ella —concluyó.El doctor asintió, comprendiendo su preocupación.—Está bien, señorita Laredo. No le diré nada. Es importante para usted y para la tranquilidad de su embarazo, que primero
Carolina se quedó en silencio, sintiendo como las palabras de Lisandro resonaron en su cabeza. La idea de casarse, de unir su vida a la de un hombre por conveniencia, le resultaba inadmisible.No era el futuro que había imaginado. Tomó una profunda respiración, intentando calmar la tormenta que se agolpaba en su interior.—Lo siento Lisandro, pero —dijo, con voz firme—. ¡No voy a casarme contigo solo porque estoy embarazada! El día que decida casarme, lo haré por amor, no por obligación.Lisandro arqueó una ceja, sorprendido por la ferocidad de su respuesta. La miró intensamente, como si estuviera tratando de desentrañar sus pensamientos.—¿Y qué piensas hacer? ¿Tener a mi bebé sola? ¿Sin que yo sea parte de su vida? —preguntó, su tono lleno de irritación.—Sí, lo haré. Esto es una decisión que tengo que tomar sola. No necesito un anillo de compromiso para que mi vida tenga sentido —respondió Carolina, sintiendo la presión en su pecho aumentar.—Lamento decirte que estás equivocada. M
María sintió que le faltaba el aire. La noticia del embarazo de Carolina la golpeó como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago y sacado todo el aire. Comenzó a ver todo oscuro, el mundo le dio vueltas y antes de que pudiera caer al suelo, Lisandro se levantó de la silla de ruedas y la sostuvoLisandro sostuvo a María con firmeza, ayudándola a sentarse en el sofá. La mujer estaba pálida y temblorosa, tratando de procesar la noticia.—¿Está bien, señora María? —preguntó Lisandro, su voz llena de preocupación.María asintió débilmente, pero sus ojos estaban llenos de confusión y dolor. —No puedo creerlo, —murmuró. —Mi Carolina... ¿Embarazada?“¿Y de este hombre que apenas conozco?", pensó, sintiendo una mezcla de confusión y dolor.Lisandro se arrodilló frente a ella, tomando sus manos entre las suyas. —Sé que es mucho para asimilar, señora María —, dijo suavemente. —Pero le aseguro que mis intenciones son honorables. María lo miró fijamente, sus ojos llenos de lágrimas.—¿Por