Carolina Laredo se encontraba en la puerta de la iglesia, vestida con un traje de novia blanco inmaculado que brillaba bajo el sol. Su cabello castaño estaba recogido en un elegante moño, pero a pesar de su apariencia perfecta, una oleada de ansiedad la invadía. Sus dedos temblaban como hojas otoñales a punto de caer, sosteniendo a duras penas el delicado ramo de rosas blancas.
El sol de la tarde proyectaba un halo sobre su cabello oscuro, simbolizando una pureza que ahora parecía más una burla que una bendición. Al lado de ella, su madre, María, la miraba con preocupación, su ceño fruncido, revelando la inquietud que ambas compartían, después de tener más de una hora esperando al novio, al punto de que los invitados salieron de la iglesia impaciente para observarla. —¿Por qué no llega mamá? ¿Y tampoco Lina? — Su voz tembló, cortando los susurros que se arremolinaban a su alrededor. El sudor brillaba tenuemente en su frente, delatando su agitación interior. Lina era su mejor amiga y la dama de honor, pero ella también brillaba por su ausencia. La impaciencia se convirtió en angustia a medida que los murmullos de los invitados empezaron a hacerse cada vez más altos, siendo como potentes truenos para ella. “¿A la novia la dejaron vestida y alborotada?”, susurró una mujer con tono burlón. “Creo que Alberto se arrepintió”, dijo otra, con un aire de desprecio. “¡Qué vergüenza que te dejen en el altar! Me da lástima, por lo menos debió avisarle que no llegaría”, se escuchó otra voz entre la multitud. Las palabras de los murmullos se colaron en su mente como cuchillas afiladas, cada una doliendo más que la anterior. —No te preocupes, hija —, dijo María, tratando de calmarla. —Él vendrá. ¿Por qué no lo llamas? —le sugirió, aunque en el fondo de su corazón tenía una mala corazonada, aunque pretendía que eso fuera un salvavidas lanzado al mar de la incertidumbre. Asintiendo, Carolina sacó su teléfono del bolso de su madre, sus movimientos robóticos mientras marcaba el número de Alberto. Un timbre... dos timbres... tres, cada uno de ellos una campanada de creciente temor. Al cuarto, la línea sonó, prometiendo conexión. El silencio se extendió por todo el momento hasta que se hizo añicos bajo el peso de gemidos y risas ahogadas. “Así, mi amor”, dijo una voz en medio de la sinfonía carnal, “Dale más duro… Ahhhh ¡Eres genial, Alberto!”, gritó la voz femenina. Carolina, confundida y alterada, tardó unos segundos en procesar lo que estaba oyendo. El golpe de una víbora no podría haber sido más venenoso que el reconocimiento que la atravesó. La voz de Lina, su confidente, su amiga, su dama de honor, entretejida en este obsceno tapiz de traición. “No, no puede ser”, murmuró para sí misma, negándose a aceptar lo que estaba escuchando. —¿Alberto? —, preguntó. Su súplica era un sonido fantasmal, tembloroso a través del auricular. El espacio entre respiraciones se extendió antes de que él respondiera. —¿Estás ahí? —. El tiempo pareció alargarse, y cuando al fin él respondió, su tono era despectivo y desagradable. “¿Qué quieres?” Sus palabras eran afiladas, que cortaban sin cuidado. —Te estoy esperando en la iglesia para nuestra boda —, le susurró ella, con la voz entrecortada como un susurro de esperanza contra el desprecio de él. Negándose a creer lo que estaba pasando, una parte de ella quería encontrar una explicación lógica, pero sus palabras no dejaron la menor duda de que no se había imaginado nada, todo era real. “¿Es en serio? ¡¿Acaso eres idiota?!” Su voz, carente de calidez, le taladró el corazón. “El hecho de que no he llegado debe darte una idea de que no quiero casarme contigo”, respondió Alberto, su voz cargada de desprecio. Un chasquido se escuchó a través del teléfono, mientras una mueca retorcía su rostro. “No quiero estar con una mojigata que ni siquiera se acostó conmigo. ¿Crees que me voy a casar sin probar la mercancía?” La risa mezcló su crueldad. “Hay otras mujeres que sí han estado dispuestas a darme todo lo que me negaste... como por ejemplo Lina. Ella sí es una mujer en todo el sentido de la palabra. Ahora déjame en paz, porque no voy a casarme contigo, ni ahora ni nunca. ¡No me molestes!” Las palabras de Alberto se clavaron en el pecho de Carolina como dagas afiladas, sintiendo que el aire le faltaba. El teléfono se le escapó de las manos y la pantalla se rompió, contra la acera, tal como pasó con sus ilusiones. Sollozos desconsolados le subieron por la garganta mientras empezaba a caminar, como una cáscara hueca vestida de blanco nupcial. Su visión se nubló con las lágrimas, distorsionando el mundo en una cruel caricatura. Las lágrimas corrieron por sus mejillas, mientras la realidad de la traición la golpeó con fuerza, y el dolor se volvió insoportable. Entonces, de pronto, un chirrido llenó el aire, una bestia metálica que avanzó a toda velocidad sin previo aviso. Carolina giró y vio la escena; su grito rasgó el aire, como un sonido desesperado y primitivo —¡Mamá! —El pánico apoderándose de su cuerpo. Corrió hacia ella, el tiempo pareció detenerse. El impacto fue brutal, y su madre cayó al suelo, la sangre manando de su cuerpo. —¡No, por favor, no! —, gritó Carolina, arrodillándose junto a su madre, llena de desesperación. Sostuvo su cabeza, sintiendo cómo su vestido blanco se empapaba de sangre. —¡Mamá, por favor, aguanta! —, suplicó, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y los murmullos de los invitados se convertían en un eco lejano. Algunos llamaban a emergencias, pero ella no podía apartar la vista de su madre. María, con una mirada llena de dolor, intentaba hablar, pero las palabras se le escapaban entre gemidos de agonía. Carolina lloraba, gritando desesperadamente, buscando ayuda en un mundo que parecía haberse desvanecido, quitándole todo rastro de felicidad. El caos la rodeaba, pero solo podía concentrarse en su madre, quien yacía allí, herida y vulnerable. La vida que había soñado se desmoronaba ante sus ojos, y la traición de Alberto y Lina se convirtió en un eco lejano en medio de la tormenta. —¡Mamá, por favor, no me dejes! —, suplicó, sintiendo que su mundo se desmoronaba. En ese momento, comprendió que había perdido mucho más que una boda; había perdido a la mujer que siempre había estado a su lado, apoyándola en cada paso. El sonido de las sirenas se escuchó a lo lejos, pero Carolina no podía esperar. Necesitaba a su madre, y no había nada que pudiera hacer para revertir lo que había ocurrido. Las lágrimas seguían corriendo con fuerza, y mientras sostenía la cabeza de su madre, juró que haría todo lo posible por salvarla, incluso si eso significaba enfrentarse a sus propios miedos y traiciones. —Vas a estar bien, mamá, te lo prometo —, murmuró, su voz entrecortada por el llanto, mientras el caos a su alrededor continuaba, una tormenta de emociones que parecía no tener fin. Los sollozos sacudieron su cuerpo, cada uno de ellos una súplica de clemencia. En pocos minutos, el ulular y las luces de las sirenas anunciaron la llegada de la ambulancia. Los paramédicos se apresuraron a ponerse al lado de María, apartándola a ella gentilmente del cuerpo de su madre. Con rostros sombríos y decididos, comenzaron a estabilizarla. —Vamos, señora, manténgase con nosotros —, murmuró uno de ellos, un salvavidas en medio de la confusión. Carolina se quedó allí, de pie, aquel vestido blanco, símbolo de amor y esperanza, ahora estaba cubierto por una mancha roja. Todos la miraban y el eco de los murmullos se convirtió en un grito desgarrador que resonaba en su corazón. El accidente, la traición, todo se arremolinaba en su mente como una tormenta implacable. Los paramédicos subieron a María en la camilla, Carolina no podía dejar de sollozar. —¡Mamá, por favor, aguanta! —, gritó, sintiendo un dolor que presionaba su pecho, dejándolo sin aliento. La llevaron al interior de la ambulancia, y ella la siguió, aferrándose a la mano de su madre. En el hospital, la firma de Carolina en el formulario de admisión era temblorosa, un testimonio apenas legible de lo destrozada que estaba. Llevaron a su madre al quirófano, pero la esperanza se desvaneció cruelmente cuando un médico salió con un administrador. —Señorita Laredo, su madre necesita una cirugía de urgencia. —Comenzó el médico, con rostro impasible—. Sin embargo, el seguro que tiene no cubre el costo de la operación —, dijo el médico, y su corazón se hundió. —¿Cuánto es? —, preguntó, aunque en el fondo sabía que la respuesta no sería buena. —Son trescientos mil dólares —, respondió el médico con un tono que no dejaba lugar a la esperanza. Los ojos de Carolina se abrieron de par en par, y comenzó a negar con la cabeza. —Yo no... no tengo ese dinero —, murmuró, el pánico apoderándose de su voz. —Por favor, ayúdenme. ¡No puedo perder a mi madre! El médico la miró con desdén. —Lo lamento mucho. Esto no es un centro de beneficencia, si no tiene el dinero, su madre no podrá operarse y no podrá salvarse. Las palabras golpearon a Carolina como una puñalada. —Por favor —, suplicó, su voz temblando. —Ayúdeme. Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario. Se arrodilló, sus lágrimas bañando su rostro, y la sangre, sus manos y su rostro, su corazón roto, buscando desesperadamente una forma de salvar a su madre. —Voy a estabilizarla, pero tiene solo veinticuatro horas para conseguir el dinero —, respondió el médico con frialdad antes de marcharse. Carolina se sentó en la sala de espera, con las manos en la cabeza, sintiendo que la desesperación la ahogaba. Las lágrimas caían sin control mientras su mente luchaba por encontrar una solución. En ese momento, una chica que la había observado se acercó. —Soy Inés Martínez. ¿Te encuentras bien? —, le preguntó, pero el rostro de Carolina era un retrato de desolación. —No pude evitar escucharte… yo tengo una forma de ayudarte a encontrar el dinero —, continuó la chica, mirando a su alrededor con cautela. —¿Cómo? —, preguntó Carolina, su voz, apenas un susurro. —Hay una aplicación donde hombres adinerados buscan compañía y pagan muy bien. Podrías conseguir el dinero allí rápido —, le dijo la muchacha, su mirada llena de una desesperación similar. Carolina dudó, su mente en conflicto, con la moral y la desesperación en guerra. La idea de vender su compañía era repulsiva, pero la imagen de su madre, sin vida, la impulsó a considerar la opción. —¿De verdad funciona? —, preguntó, tratando de aferrarse a una pizca de esperanza. —Sí, y no eres la única en esta situación. La gente está dispuesta a pagar por compañía. Te daré la información —, dijo la chica, y mientras se la proporcionaba, Carolina se sentía cada vez más atrapada. Con manos temblorosas, bajó la aplicación y miró la pantalla con desconfianza. Las palabras "regístrate" parecían brillar con una luz inquietante. El tiempo no estaba de su lado, y la vida de su madre pendía de un hilo. Con cada latido de su corazón, se preguntó si realmente podía hacer eso y si estaba en lo correcto. La desesperación la abrumaba, pero sabía que debía tomar una decisión. Miró la pantalla, y su mente, cada vez más agitada, se llenó de imágenes de su madre, su amor y su sacrificio. Finalmente, con un profundo suspiro, pulsó el botón para registrarse, y así selló su destino.La angustia y la confusión se entrelazaban en la mente de Carolina mientras revisaba la aplicación que había instalado. Se había registrado como "Rina", un seudónimo que le proporcionaba una sensación de protección, y seguridad. Su corazón latía con fuerza, y cada nueva pregunta que respondía en su teléfono y le daba a siguiente, le hacía saltar de nervios.Tomó un respiro profundo, intentando calmarse antes de tomarse una foto. Sin embargo, al verla, la realidad la golpeó: su rostro cansado y las profundas ojeras hablaban de la tormenta emocional que había estado atravesando. “No puedo subir esto”, pensó, sintiéndose un completo desastre. Si lo hacía, nadie le daría una segunda mirada, porque se veía realmente fatal.Decidió buscar en su galería una imagen adecuada. Finalmente, encontró una donde sonreía, con la luz del sol reflejándose en sus ojos azules. Esa imagen capturaba la esencia de la Carolina que alguna vez fue, antes de que la traición de su novio y el accidente de su mad
Carolina se quedó mirando fijamente la pantalla de su teléfono, el contrato firmado, pesando como una losa sobre su conciencia. Las horas pasaban lentamente, cada minuto acercándola más a su cita con Leo. Intentó dormir, pero el sueño la eludía. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de su madre en la cama del hospital, mezclado con imágenes de un hombre desconocido esperándola en una habitación de hotel. El miedo y la anticipación se arremolinaban en su estómago. Cuando finalmente amaneció, Carolina se levantó exhausta. Se miró al espejo, notando las profundas ojeras bajo sus ojos. —¿Qué estoy haciendo? —, se preguntó por enésima vez. Pero la imagen de su madre, vulnerable y necesitada, la impulsó a seguir adelante. Pasó el día en un estado de ansiedad constante, alternando entre el hospital y su casa. Cada vez que miraba a su madre inconsciente, sentía una mezcla de determinación y culpa. "Todo esto es por ti, mamá", pensó, acariciando suavemente la mano inerte de María.
Carolina sintió que el aire se le escapaba de los pulmones ante la orden directa de Lisandro. Un escalofrío recorrió su cuerpo, mezcla de nervios y anticipación. Sus manos temblaron ligeramente mientras llevaba sus dedos al cierre de su vestido. Con movimientos lentos e inseguros, comenzó a bajarlo, revelando centímetro a centímetro su piel. El aire frío de la habitación la hizo estremecerse, o quizás era la intensidad de la mirada de Lisandro sobre ella. Sus ojos verdes la recorrían con un hambre que la hacía sentir expuesta y vulnerable.Cuando el vestido cayó a sus pies, Carolina se quedó de pie frente a él, cubierta solo por su ropa interior de encaje. Instintivamente, cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de ocultar su desnudez.—No te cubras —dijo Lisandro con voz ronca—. Eres hermosa.Sus palabras la hicieron sonrojar intensamente. Lentamente, Carolina bajó los brazos, permitiéndole admirarla por completo.Lisandro se acercó en su silla de ruedas, hasta quedar justo frente
El aire en el vestíbulo del hospital se volvió tenso para Carolina. Se encontraba atrapada entre la mirada inquisitiva de su madre y las palabras de Inés, quien había interrumpido la conversación justo a tiempo.—Hola, señora, mucho gusto. Usted debe ser la mamá de Carolina —dijo Inés, extendiendo una mano con una sonrisa amigable—. Soy Inés Martínez, para servirle. Solo se trataba de una broma... es que vi a Carolina el día de su accidente y nos hicimos amigas.Carolina sintió una oleada de alivio. Inés, con su carisma despreocupado, parecía capaz de desviar la atención.—¿Una broma? —preguntó María, su expresión todavía entre la confusión y la preocupación.—Sí, claro —respondió Carolina con una sonrisa nerviosa—. No creerá que somos capaces de hacer algo así, ¿verdad?La expresión de su madre se suavizó, y una risa leve escapó de sus labios. —Por supuesto que no, cariño. —María respiró hondo, asintiendo lentamente—. Siempre he confiado en ti.Inés sacó una tarjeta de su bolso y se
Carolina salió del hotel, aun con la adrenalina corriendo por sus venas. Las palabras de Alberto resonaban en su mente. Aunque intentó ignorarlas, el eco de sus burlas la perseguía. Se dirigió a la parada esperando encontrar un taxi, dispuesta a dejar atrás no solo la humillación porque Lisandro no se había presentado, sino también las burlas de su ex.Mientras caminaba, escuchó unos pasos detrás de ella, aceleró su paso, casi corriendo a punto de llegar a la parada.El miedo se agitó en su interior, porque tenía la sensación de que alguien estaba a punto de atraparla. Cuando llegó y se giró, y se dio cuenta de que se trataba de Alberto, quien caminaba con una sonrisa arrogante en su rostro.—¿No creías que me iba a dejar así, verdad? —dijo él, acercándose a ella con una confianza que le hizo sentir incómoda.Carolina retrocedió, intentando alejarse, pero él se interpuso en su camino. —No tienes que huir, Carolina. Sé que todavía hay algo entre nosotros. ¿Por qué no aceptas ser mi
A medida que Carolina se alejaba, no pudo evitar sentirse confundida. La mezcla de emociones era intensa. Por un lado, la rabia por la actitud de Alberto, pero por otro, la extraña conexión que había sentido con Lisandro, la defensa que hizo hacia ella Cuando llegó a la casa, se miró en el espejo, sintiéndose agotada. Las emociones del día anterior y de ese encuentro la habían dejado exhausta. Así fueron pasando los días, estos se convirtieron en semanas, pero Carolina no había recibido ninguna llamada y mensaje por parte de Lisandro y eso la tenía angustiada. Cada vez que su teléfono sonaba, sentía una mezcla de esperanza y ansiedad, pero nunca era él. Una tarde, mientras caminaba por el parque cerca de su casa, se encontró con Inés. La chica la saludó efusivamente. —¡Carolina! Qué bueno verte. ¿Cómo has estado?Carolina forzó una sonrisa.—Bien, gracias. ¿Y tú?Inés la miró con curiosidad.—Te noto algo decaída. ¿Pasó algo con el hombre que conociste en la aplicación?Carolina
Carolina se llevó las manos a la cabeza, sintiendo que el mundo giraba a su alrededor. "No quiero agobiar a mi madre con esto", pensó, mientras las palabras del médico resonaban en su mente. La idea de que ella se enterara por casualidad, sobre su embarazo, la llenaba de pánico, porque temía lo que pudiera pensar de ella, y aunque era una mujer, se trataba más de un asunto de respeto. ¿Cómo le iba a explicar que aunque nunca se acostó con su novio, lo hizo con un desconocido del cual quedó embarazada?Negó enérgicamente, su madre no podía saber nada de eso, no hasta que ella supiera lo que iba a hacer.—Doctor, necesito un favor, no le cuente a mi madre, —le pidió al médico con firmeza—. No quiero que se preocupe más de lo que ya está… apenas se está recuperando y una noticia, así sería fatal para ella —concluyó.El doctor asintió, comprendiendo su preocupación.—Está bien, señorita Laredo. No le diré nada. Es importante para usted y para la tranquilidad de su embarazo, que primero
Carolina se quedó en silencio, sintiendo como las palabras de Lisandro resonaron en su cabeza. La idea de casarse, de unir su vida a la de un hombre por conveniencia, le resultaba inadmisible.No era el futuro que había imaginado. Tomó una profunda respiración, intentando calmar la tormenta que se agolpaba en su interior.—Lo siento Lisandro, pero —dijo, con voz firme—. ¡No voy a casarme contigo solo porque estoy embarazada! El día que decida casarme, lo haré por amor, no por obligación.Lisandro arqueó una ceja, sorprendido por la ferocidad de su respuesta. La miró intensamente, como si estuviera tratando de desentrañar sus pensamientos.—¿Y qué piensas hacer? ¿Tener a mi bebé sola? ¿Sin que yo sea parte de su vida? —preguntó, su tono lleno de irritación.—Sí, lo haré. Esto es una decisión que tengo que tomar sola. No necesito un anillo de compromiso para que mi vida tenga sentido —respondió Carolina, sintiendo la presión en su pecho aumentar.—Lamento decirte que estás equivocada. M