TRES NOCHES CON EL CEO MISTERIOSO
TRES NOCHES CON EL CEO MISTERIOSO
Por: Jeda Clavo
Capítulo 1. El accidente.

Carolina Laredo se encontraba en la puerta de la iglesia, vestida con un traje de novia blanco inmaculado que brillaba bajo el sol. Su cabello castaño estaba recogido en un elegante moño, pero a pesar de su apariencia perfecta, una oleada de ansiedad la invadía. Sus dedos temblaban como hojas otoñales a punto de caer, sosteniendo a duras penas el delicado ramo de rosas blancas.

El sol de la tarde proyectaba un halo sobre su cabello oscuro, simbolizando una pureza que ahora parecía más una burla que una bendición. Al lado de ella, su madre, María, la miraba con preocupación, su ceño fruncido, revelando la inquietud que ambas compartían, después de tener más de una hora esperando al novio, al punto de que los invitados salieron de la iglesia impaciente para observarla.

—¿Por qué no llega mamá? ¿Y tampoco Lina? — Su voz tembló, cortando los susurros que se arremolinaban a su alrededor.

El sudor brillaba tenuemente en su frente, delatando su agitación interior.

Lina era su mejor amiga y la dama de honor, pero ella también brillaba por su ausencia.

La impaciencia se convirtió en angustia a medida que los murmullos de los invitados empezaron a hacerse cada vez más altos, siendo como potentes truenos para ella.

“¿A la novia la dejaron vestida y alborotada?”, susurró una mujer con tono burlón.

“Creo que Alberto se arrepintió”, dijo otra, con un aire de desprecio.

“¡Qué vergüenza que te dejen en el altar! Me da lástima, por lo menos debió avisarle que no llegaría”, se escuchó otra voz entre la multitud.

Las palabras de los murmullos se colaron en su mente como cuchillas afiladas, cada una doliendo más que la anterior.

—No te preocupes, hija —, dijo María, tratando de calmarla. —Él vendrá. ¿Por qué no lo llamas? —le sugirió, aunque en el fondo de su corazón tenía una mala corazonada, aunque pretendía que eso fuera un salvavidas lanzado al mar de la incertidumbre.

Asintiendo, Carolina sacó su teléfono del bolso de su madre, sus movimientos robóticos mientras marcaba el número de Alberto. Un timbre... dos timbres... tres, cada uno de ellos una campanada de creciente temor. Al cuarto, la línea sonó, prometiendo conexión.

El silencio se extendió por todo el momento hasta que se hizo añicos bajo el peso de gemidos y risas ahogadas.

“Así, mi amor”, dijo una voz en medio de la sinfonía carnal, “Dale más duro… Ahhhh ¡Eres genial, Alberto!”, gritó la voz femenina.

Carolina, confundida y alterada, tardó unos segundos en procesar lo que estaba oyendo. El golpe de una víbora no podría haber sido más venenoso que el reconocimiento que la atravesó. La voz de Lina, su confidente, su amiga, su dama de honor, entretejida en este obsceno tapiz de traición.

“No, no puede ser”, murmuró para sí misma, negándose a aceptar lo que estaba escuchando.

—¿Alberto? —, preguntó. Su súplica era un sonido fantasmal, tembloroso a través del auricular.

El espacio entre respiraciones se extendió antes de que él respondiera.

—¿Estás ahí? —. El tiempo pareció alargarse, y cuando al fin él respondió, su tono era despectivo y desagradable.

“¿Qué quieres?” Sus palabras eran afiladas, que cortaban sin cuidado.

—Te estoy esperando en la iglesia para nuestra boda —, le susurró ella, con la voz entrecortada como un susurro de esperanza contra el desprecio de él.

Negándose a creer lo que estaba pasando, una parte de ella quería encontrar una explicación lógica, pero sus palabras no dejaron la menor duda de que no se había imaginado nada, todo era real.

“¿Es en serio? ¡¿Acaso eres idiota?!” Su voz, carente de calidez, le taladró el corazón. “El hecho de que no he llegado debe darte una idea de que no quiero casarme contigo”, respondió Alberto, su voz cargada de desprecio.

Un chasquido se escuchó a través del teléfono, mientras una mueca retorcía su rostro.

“No quiero estar con una mojigata que ni siquiera se acostó conmigo. ¿Crees que me voy a casar sin probar la mercancía?” La risa mezcló su crueldad. “Hay otras mujeres que sí han estado dispuestas a darme todo lo que me negaste... como por ejemplo Lina. Ella sí es una mujer en todo el sentido de la palabra. Ahora déjame en paz, porque no voy a casarme contigo, ni ahora ni nunca. ¡No me molestes!”

Las palabras de Alberto se clavaron en el pecho de Carolina como dagas afiladas, sintiendo que el aire le faltaba.

El teléfono se le escapó de las manos y la pantalla se rompió, contra la acera, tal como pasó con sus ilusiones. Sollozos desconsolados le subieron por la garganta mientras empezaba a caminar, como una cáscara hueca vestida de blanco nupcial. Su visión se nubló con las lágrimas, distorsionando el mundo en una cruel caricatura.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas, mientras la realidad de la traición la golpeó con fuerza, y el dolor se volvió insoportable.

Entonces, de pronto, un chirrido llenó el aire, una bestia metálica que avanzó a toda velocidad sin previo aviso. Carolina giró y vio la escena; su grito rasgó el aire, como un sonido desesperado y primitivo

—¡Mamá! —El pánico apoderándose de su cuerpo.

Corrió hacia ella, el tiempo pareció detenerse. El impacto fue brutal, y su madre cayó al suelo, la sangre manando de su cuerpo.

—¡No, por favor, no! —, gritó Carolina, arrodillándose junto a su madre, llena de desesperación.

Sostuvo su cabeza, sintiendo cómo su vestido blanco se empapaba de sangre.

—¡Mamá, por favor, aguanta! —, suplicó, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y los murmullos de los invitados se convertían en un eco lejano.

Algunos llamaban a emergencias, pero ella no podía apartar la vista de su madre.

María, con una mirada llena de dolor, intentaba hablar, pero las palabras se le escapaban entre gemidos de agonía. Carolina lloraba, gritando desesperadamente, buscando ayuda en un mundo que parecía haberse desvanecido, quitándole todo rastro de felicidad.

El caos la rodeaba, pero solo podía concentrarse en su madre, quien yacía allí, herida y vulnerable. La vida que había soñado se desmoronaba ante sus ojos, y la traición de Alberto y Lina se convirtió en un eco lejano en medio de la tormenta.

—¡Mamá, por favor, no me dejes! —, suplicó, sintiendo que su mundo se desmoronaba.

En ese momento, comprendió que había perdido mucho más que una boda; había perdido a la mujer que siempre había estado a su lado, apoyándola en cada paso.

El sonido de las sirenas se escuchó a lo lejos, pero Carolina no podía esperar. Necesitaba a su madre, y no había nada que pudiera hacer para revertir lo que había ocurrido.

Las lágrimas seguían corriendo con fuerza, y mientras sostenía la cabeza de su madre, juró que haría todo lo posible por salvarla, incluso si eso significaba enfrentarse a sus propios miedos y traiciones.

—Vas a estar bien, mamá, te lo prometo —, murmuró, su voz entrecortada por el llanto, mientras el caos a su alrededor continuaba, una tormenta de emociones que parecía no tener fin.

Los sollozos sacudieron su cuerpo, cada uno de ellos una súplica de clemencia. En pocos minutos, el ulular y las luces de las sirenas anunciaron la llegada de la ambulancia. Los paramédicos se apresuraron a ponerse al lado de María, apartándola a ella gentilmente del cuerpo de su madre.

Con rostros sombríos y decididos, comenzaron a estabilizarla.

—Vamos, señora, manténgase con nosotros —, murmuró uno de ellos, un salvavidas en medio de la confusión.

Carolina se quedó allí, de pie, aquel vestido blanco, símbolo de amor y esperanza, ahora estaba cubierto por una mancha roja. Todos la miraban y el eco de los murmullos se convirtió en un grito desgarrador que resonaba en su corazón.

El accidente, la traición, todo se arremolinaba en su mente como una tormenta implacable.

Los paramédicos subieron a María en la camilla, Carolina no podía dejar de sollozar.

—¡Mamá, por favor, aguanta! —, gritó, sintiendo un dolor que presionaba su pecho, dejándolo sin aliento.

La llevaron al interior de la ambulancia, y ella la siguió, aferrándose a la mano de su madre.

En el hospital, la firma de Carolina en el formulario de admisión era temblorosa, un testimonio apenas legible de lo destrozada que estaba.

Llevaron a su madre al quirófano, pero la esperanza se desvaneció cruelmente cuando un médico salió con un administrador.

—Señorita Laredo, su madre necesita una cirugía de urgencia. —Comenzó el médico, con rostro impasible—. Sin embargo, el seguro que tiene no cubre el costo de la operación —, dijo el médico, y su corazón se hundió.

—¿Cuánto es? —, preguntó, aunque en el fondo sabía que la respuesta no sería buena.

—Son trescientos mil dólares —, respondió el médico con un tono que no dejaba lugar a la esperanza.

Los ojos de Carolina se abrieron de par en par, y comenzó a negar con la cabeza.

—Yo no... no tengo ese dinero —, murmuró, el pánico apoderándose de su voz. —Por favor, ayúdenme. ¡No puedo perder a mi madre!

El médico la miró con desdén.

—Lo lamento mucho. Esto no es un centro de beneficencia, si no tiene el dinero, su madre no podrá operarse y no podrá salvarse.

Las palabras golpearon a Carolina como una puñalada.

—Por favor —, suplicó, su voz temblando. —Ayúdeme. Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario.

Se arrodilló, sus lágrimas bañando su rostro, y la sangre, sus manos y su rostro, su corazón roto, buscando desesperadamente una forma de salvar a su madre.

—Voy a estabilizarla, pero tiene solo veinticuatro horas para conseguir el dinero —, respondió el médico con frialdad antes de marcharse.

Carolina se sentó en la sala de espera, con las manos en la cabeza, sintiendo que la desesperación la ahogaba. Las lágrimas caían sin control mientras su mente luchaba por encontrar una solución.

En ese momento, una chica que la había observado se acercó.

—Soy Inés Martínez. ¿Te encuentras bien? —, le preguntó, pero el rostro de Carolina era un retrato de desolación. —No pude evitar escucharte… yo tengo una forma de ayudarte a encontrar el dinero —, continuó la chica, mirando a su alrededor con cautela.

—¿Cómo? —, preguntó Carolina, su voz, apenas un susurro.

—Hay una aplicación donde hombres adinerados buscan compañía y pagan muy bien. Podrías conseguir el dinero allí rápido —, le dijo la muchacha, su mirada llena de una desesperación similar.

Carolina dudó, su mente en conflicto, con la moral y la desesperación en guerra. La idea de vender su compañía era repulsiva, pero la imagen de su madre, sin vida, la impulsó a considerar la opción.

—¿De verdad funciona? —, preguntó, tratando de aferrarse a una pizca de esperanza.

—Sí, y no eres la única en esta situación. La gente está dispuesta a pagar por compañía. Te daré la información —, dijo la chica, y mientras se la proporcionaba, Carolina se sentía cada vez más atrapada.

Con manos temblorosas, bajó la aplicación y miró la pantalla con desconfianza. Las palabras "regístrate" parecían brillar con una luz inquietante. El tiempo no estaba de su lado, y la vida de su madre pendía de un hilo.

Con cada latido de su corazón, se preguntó si realmente podía hacer eso y si estaba en lo correcto. La desesperación la abrumaba, pero sabía que debía tomar una decisión. Miró la pantalla, y su mente, cada vez más agitada, se llenó de imágenes de su madre, su amor y su sacrificio.

Finalmente, con un profundo suspiro, pulsó el botón para registrarse, y así selló su destino.

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