Capítulo 3. El Encuentro Decisivo

Carolina se quedó mirando fijamente la pantalla de su teléfono, el contrato firmado, pesando como una losa sobre su conciencia. Las horas pasaban lentamente, cada minuto acercándola más a su cita con Leo. 

Intentó dormir, pero el sueño la eludía. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de su madre en la cama del hospital, mezclado con imágenes de un hombre desconocido esperándola en una habitación de hotel. El miedo y la anticipación se arremolinaban en su estómago.

Cuando finalmente amaneció, Carolina se levantó exhausta. Se miró al espejo, notando las profundas ojeras bajo sus ojos. 

—¿Qué estoy haciendo? —, se preguntó por enésima vez. Pero la imagen de su madre, vulnerable y necesitada, la impulsó a seguir adelante.

Pasó el día en un estado de ansiedad constante, alternando entre el hospital y su casa. Cada vez que miraba a su madre inconsciente, sentía una mezcla de determinación y culpa. "Todo esto es por ti, mamá", pensó, acariciando suavemente la mano inerte de María.

A medida que se acercaba la hora, Carolina comenzó a prepararse mecánicamente.  Se fue al apartamento que compartía con su madre, se duchó, dejando que el agua caliente lavara sus miedos, al menos momentáneamente. 

Eligió un vestido sencillo, pero elegante, aplicó un maquillaje suave para ocultar su cansancio, y se peinó con cuidado.

Mientras se miraba en el espejo una última vez, notó que sus manos temblaban ligeramente. Respiró hondo, intentando calmarse. 

—Puedo hacer esto —, se dijo a sí misma, aunque su voz sonaba poco convincente, incluso a sus propios oídos.

A las 7:30 pm, Carolina salió de su apartamento. El trayecto en taxi hasta el Hotel Royale fue un borrón de luces de la ciudad y pensamientos agitados. Cuando el vehículo se detuvo frente al imponente edificio, sintió que su corazón se aceleraba.

Entró al lujoso vestíbulo, sintiéndose fuera de lugar entre el mármol reluciente y los candelabros de cristal. Se acercó a la recepción con pasos vacilantes.

—Buenas noches —, dijo con voz temblorosa. —Tengo una cita con... Leo… con el señor Lisandro.

El nombre se sentía extraño en sus labios.

El recepcionista la miró con una cálida sonrisa.

—Por supuesto, señorita. El señor Quintero la está esperando en la suite presidencial, en el último piso —dijo el recepcionista, entregándole una tarjeta llave—. El ascensor está a la derecha. Que tenga una excelente noche.

Carolina agradeció con un débil asentimiento y se dirigió hacia el ascensor. Cuando las puertas del ascensor se cerraron, un silencio incómodo la envolvió. Miró su reflejo en el metal pulido: una mujer perdida, buscando respuestas en el eco de su propia imagen. 

—No hay vuelta atrás, Carolina —murmuró, sintiendo el corazón latir en su pecho como un tambor de guerra.

Finalmente, el ascensor se detuvo en el piso indicado y el pitido del ascensor sonó como un llamado. Cuando las puertas se abrieron, revelaron un pasillo elegantemente decorado. 

Se obligó a salir, sus pasos resonando en el pasillo.  Con pasos temblorosos, se acercó a la única puerta del piso. Sintió un escalofrío recorrer su espalda. Respiró hondo, intentando calmar sus nervios, y pasó la tarjeta por el lector. La luz verde parpadeó y la puerta se abrió con un suave clic.

La incertidumbre la abrumaba, pero también había una chispa de determinación. Había hecho esto por su madre, por salvarla, y eso le daba la fuerza necesaria para seguir adelante. 

Carolina entró lentamente a la suite, maravillada por el lujo que la rodeaba. Enormes ventanales ofrecían una vista impresionante de la ciudad iluminada. Pero estaba vacía, él no estaba allí. Se quedó en la sala, caminando de un lado a otro, tratando de calmar sus latidos acelerados. 

—Todo va a estar bien —se dijo, pero su mente estaba llena de pensamientos oscuros. Le provocaba salir corriendo, huir y dejar todo así, pero sabía que eso sería peor. Ella había firmado un contrato y Lisandro ya había cumplido con su parte del trato.

Finalmente, el reloj marcó las 8:00 p.m., y en ese mismo instante, la puerta se abrió. Pero al ver a Lisandro en una silla de ruedas, sintió que el mundo se detenía por un instante. 

—¿Qué…? —su voz se cortó y retrocedió, involuntariamente, el corazón en un puño. 

La sorpresa la invadió, no porque lo discriminara, sino por la revelación abrupta que su mente tuvo que procesar.

Lisandro sonrió al notar su reacción. Su rostro transmitía una confianza que contrastaba con su situación. Sin embargo, en su mirada había una chispa de diversión.

—¿Te sorprende verme así? —preguntó, su tono ligero, como si adivinara los pensamientos que pasaban por la cabeza de Carolina.

Ella sintió que el color se le subía a la cara, y la incomodidad la envolvió como un manto pesado. “Claro, es por eso que no tiene novia. Porque está discapacitado. Seguramente no le debe funcionar… eso bien”, pensó, sintiendo el rubor teñir sus mejillas. 

Carolina sintió que el calor le subía por el cuello hasta las mejillas. La vergüenza y la confusión se entremezclaban en su interior mientras luchaba por encontrar las palabras adecuadas.

—Yo... lo siento —balbuceó finalmente—. No quise... es solo que...

—No te preocupes —la interrumpió Lisandro con una sonrisa tranquilizadora—. Entiendo que puede ser una sorpresa. Pero te aseguro que soy perfectamente capaz en todos los aspectos. Funciono muy bien, y dentro de poco, voy a demostrártelo. —señaló como si le hubiese adivinado el pensamiento, su sonrisa aumentando.

Sus ojos verdes brillaron con un destello de picardía que hizo que Carolina se sonrojara aún más. Se sentía como una tonta por haber asumido cosas sobre él basándose solo en su apariencia.

—Perdóname —dijo ella en voz baja—. No debí reaccionar así. Fue muy descortés de mi parte.

—Está bien, Rina —respondió él, usando el nombre falso que ella había elegido—. ¿Qué te parece si empezamos de nuevo? Soy Lisandro Quintero, encantado de conocerte.

Extendió su mano hacia ella con un gesto elegante. Carolina dudó un momento antes de acercarse y estrecharla. El contacto de su piel envió un escalofrío por su brazo.

—Mucho gusto, soy Carolina Laredo —murmuró ella, sintiéndose repentinamente tímida.

—¿Te apetece una copa de vino? —ofreció Lisandro, señalando una botella sobre la mesa—. Creo que nos vendría bien relajarnos un poco.

Carolina asintió, agradecida por la distracción. Mientras Lisandro se movía con destreza en su silla para servir las copas, ella lo observó con curiosidad. Sus movimientos eran fluidos y seguros, sin rastro de torpeza o incomodidad. Era evidente que estaba completamente adaptado a su condición.

—Toma —dijo él, ofreciéndole una copa de cristal llena de un líquido rubí oscuro—. Es un Cabernet Sauvignon excelente. Espero que te guste.

Sus dedos se rozaron al tomar la copa y Carolina sintió un cosquilleo en la piel. Dio un pequeño sorbo, dejando que el sabor rico y afrutado se extendiera por su lengua.

—Está delicioso —comentó, genuinamente impresionada.

—Me alegro de que te guste —sonrió Lisandro—. ¿Por qué no nos sentamos y hablamos un poco? Me gustaría conocerte mejor

Carolina asintió y se sentó en el sofá, con la copa de vino entre sus manos temblorosas. Lisandro maniobró su silla para quedar frente a ella, sus ojos verdes estudiándola con intensidad.

Sin embargo, antes de que pudiera conversar con ella, su móvil resonó en la habitación. Él miró la pantalla, pensó por un segundo desviar la llamada, pero al final la atendió, frunciendo el ceño con una expresión de molestia.

“Lisandro, debes venir a hacerte la evaluación médica, tienes varios días de retraso y sabes que eso no es bueno para tu salud”.

—Lo entiendo perfectamente, apenas pueda busco un momento en mi agenda para ir a verlo. Buenas noches —con esas palabras cortó la llamada con un gesto de impaciencia.

Luego prestó de nuevo su atención a Carolina, quien había permanecido en silencio.

—Era solo una llamada importancia. Volvamos a nuestra conversación. Cuéntame, Carolina —dijo él con voz suave—. ¿Qué te trae realmente aquí?

Ella bajó la mirada, insegura de cómo responder. La verdad pugnaba por salir de sus labios, pero temía que al revelarla, todo se derrumbara.

—Yo... necesito el dinero —murmuró finalmente, su voz apenas audible. Carolina sintió que las lágrimas amenazaban con brotar. Tomó un sorbo de vino para ganar tiempo y compostura antes de responder.

 —Mi madre... —comenzó, su voz quebrándose—. Tuvo un accidente. Y requería de una operación urgente y yo... no contaba con dinero para pagarla.

Las lágrimas finalmente se derramaron por sus mejillas. Se sentía vulnerable y expuesta, pero también extrañamente aliviada de compartir su carga con alguien.

Lisandro la observó en silencio por un momento, su expresión indescifrable. —Escucha —. No tienes que hacer esto si no quieres… Puedo ayudarte con el dinero sin...

—No —lo interrumpió Carolina, sorprendiéndose a sí misma con la firmeza de su voz—. Yo... quiero cumplir con mi parte del trato. Es lo justo.

 

Lisandro la miró con una mezcla de admiración. Debía admitir que esa chica le sorprendió. Una parte de su carácter le da mucho interés.

—Pues, ven aquí —una vez ella se paró en frente, con una voz ronca que estremeció cada terminación nerviosa de su cuerpo, le dio una orden—¡Desnúdate! Es hora de que cumplas la parte del trato como es tu deseo.

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