Capítulo 5. Un nuevo embarque.

El aire en el vestíbulo del hospital se volvió tenso para Carolina. Se encontraba atrapada entre la mirada inquisitiva de su madre y las palabras de Inés, quien había interrumpido la conversación justo a tiempo.

—Hola, señora, mucho gusto. Usted debe ser la mamá de Carolina —dijo Inés, extendiendo una mano con una sonrisa amigable—. Soy Inés Martínez, para servirle. Solo se trataba de una broma... es que vi a Carolina el día de su accidente y nos hicimos amigas.

Carolina sintió una oleada de alivio. Inés, con su carisma despreocupado, parecía capaz de desviar la atención.

—¿Una broma? —preguntó María, su expresión todavía entre la confusión y la preocupación.

—Sí, claro —respondió Carolina con una sonrisa nerviosa—. No creerá que somos capaces de hacer algo así, ¿verdad?

La expresión de su madre se suavizó, y una risa leve escapó de sus labios. 

—Por supuesto que no, cariño. —María respiró hondo, asintiendo lentamente—. Siempre he confiado en ti.

Inés sacó una tarjeta de su bolso y se la entregó a Carolina. 

—Espero que podamos hablarnos pronto. Llámame —dijo antes de alejarse, dejando atrás un rastro de confianza y despreocupación.

*****

Cuando Lisandro salió del hotel, ordenó a uno de sus empleados que buscara información sobre Carolina Laredo. Tenía que saber más de la mujer que había capturado su atención de una manera que nunca había experimentado.

Días después, cuando le pasaron la carpeta con la información, Lisandro se detuvo ante un reportaje de prensa titulado: "Embarcada, humillada y a punto de perder a su madre, una tragedia". La imagen que lo acompañaba le hizo el corazón pedazos. Carolina, abrazando a su madre, con su vestido de novia teñido de rojo por la sangre. A pesar de la devastación que reflejaba, su porte era de una mujer hermosa y valiente. 

Lisandro sintió que el peso de sus propias emociones lo arrastraba. Recordó cada instante con ella, cada caricia, cada mirada. Necesitaba verla otra vez. 

Sin pensarlo dos veces, tomó su teléfono y envió un mensaje. "Necesito verte otra vez. La segunda noche".

*****

Mientras tanto, Carolina caminaba por la calle con su madre, el corazón aún latiendo con la adrenalina de la confusión. De repente, su celular vibró. Era Lina.

“¡Hola, Carito! ¿Cómo estás?” Preguntó Lina en un tono burlón. “Solo te llamaba para invitarte a mi fiesta de compromiso. ¡Me voy a casar con Alberto Pérez!”

Carolina sintió que el mundo se detenía por un instante. Las palabras de Lina resonaban en su mente como una cruel burla. Su mano temblaba mientras sostenía el teléfono, incapaz de responder.

"Carolina, querida ¿Sigues ahí?" La voz de Lina sonaba impaciente al otro lado de la línea “lo siento mucho, amiga, no fue mi intención hacer esto… él me sedujo y yo… caí”.

—¿Por qué me llamas para contarme esto? A mí no me importa lo que hagan con su vida —espetó, molesta. ¿O qué quieres que te felicite, después de haberte metido en mi relación? —inquirió Carolina con Sarcasmo.

“Amiga, solo quiero que vengas, será en el hotel Royale mañana y deseo que seas la dama de honor de mi boda”.

—Sabes, querida amiga, —dijo con sarcasmo— ¡Puedes irte a la misma m****a! —exclamó, colgando el teléfono antes de que Lina pudiera responder.

La rabia le llenó los ojos de lágrimas, pero no podía permitirse llorar en ese momento. Su madre la miró con curiosidad y preocupación.

—¿Estás bien, hija? —preguntó María, notando la palidez en el rostro de Carolina.

—Sí, mamá. Solo... noticias inesperadas, —respondió Carolina, forzando una sonrisa.

En ese momento, su teléfono vibró nuevamente. Era un mensaje de Lisandro: "Necesito verte otra vez. La segunda noche. En el mismo hotel, a la misma hora y en la misma habitación."

Carolina sintió que su corazón daba un vuelco. Por un lado, la idea de ver a Lisandro nuevamente la llenaba de una emoción que no podía explicar. Por otro, el recuerdo de cómo había comenzado todo esto la hacía sentir culpable.

—¿Qué sucede, Carolina? —insistió su madre, notando su turbación.

Al levantar la vista, se encontró con la mirada sospechosa de su madre, quien estaba alerta y percibiendo el cambio en la atmósfera. 

—Todo está bien, mamá —respondió, forzando una sonrisa—. Solo estoy pensando en cómo organizarme para la semana. 

Al día siguiente, Carolina decidió vestirse con elegancia. Optó por un vestido negro que caía con gracia sobre sus curvas, acompañado de unos tacones que la hacían sentir más segura. Se miró en el espejo, ajustando el collar que adornaba su cuello. La imagen que le devolvió el espejo le gustaba: una mujer fuerte y decidida, lista para enfrentar lo que el día le deparara.

—¿Vas a salir otra vez? —preguntó su madre, al entrar a la habitación.

—Sí, mamá. Voy a una cena con Inés. —Carolina intentó sonar casual, aunque sintió el peso de la mirada inquisitiva de su madre.

María frunció el ceño, pero no dijo nada. Su madre la observaba con una mezcla de preocupación y recelo, como si pudiera leer el secreto que ocultaba. Carolina se sintió culpable, pero se obligó a ignorar ese sentimiento y salir de casa.

Una vez en la calle, tomó un taxi al hotel Royale, su corazón latiendo con emoción y nerviosismo a la vez. Al llegar, miró el elegante edificio y sintió una mezcla de expectativa y ansiedad. Esta vez no la pasaron directamente a la habitación. La dejaron en el vestíbulo, y Carolina se acomodó en un sillón, mirando el reloj con frecuencia. 

La hora acordada se acercaba, y Lisandro no aparecía. A medida que los minutos pasaban, la incomodidad se transformó en preocupación. ¿Estaría bien? ¿Tendría algún problema? Sin poder contenerse más, Carolina tomó su teléfono y le envió un mensaje. “¿Vas a llegar? ¿Dónde estás?”

El silencio de respuesta se volvió ensordecedor. Pasaron treinta minutos, luego una hora. Los ojos de Carolina recorrían la entrada, buscando verlo, pero no había señales de él. 

La ansiedad creció como una sombra sobre ella. Finalmente, después de dos horas, se dio cuenta de que no iba a llegar. La humillación se instaló en su pecho y le trajo un doloroso recuerdo.

El día de su boda, con el corazón lleno de esperanza, había esperado durante lo que pareció una eternidad, solo para ser abandonada. La sensación de abandono, de ser dejada en la estacada, le atravesó el alma. 

—Carolina, no te olvides que para él no eres más que una prostituta —se dijo, el eco de las palabras de su conciencia golpeando con fuerza. Se sintió pequeña, insignificante, y eso le pesó en el estómago.

Decidió que era hora de marcharse. Con la cabeza erguida, se dirigió hacia la salida, cuando de pronto vio entrar a Alberto y Lina. 

—¡Vaya! Así que decidiste venir a nuestro compromiso —exclamó Lina con burla, delante del séquito de personas que venían tras de ella. 

La risa de Lina resonó como un eco hiriente en el vestíbulo. Carolina sintió que su mundo se desmoronaba nuevamente.

Alberto, con una sonrisa arrogante, la miró de arriba a abajo. 

Carolina sintió que la sangre le hervía en las venas. La humillación y la rabia se mezclaron en su interior, amenazando con estallar. Pero en ese momento, recordó quién era ella ahora, una mujer fuerte que había superado adversidades inimaginables.

Con la cabeza en alto y una sonrisa fría, se acercó a la pareja.

—Felicidades —, dijo con voz serena. —Espero que sean muy felices juntos. Se merecen el uno al otro.

La sonrisa burlona de Lina vaciló por un instante, confundida por la reacción inesperada de Carolina. 

—¿Qué haces aquí vestida así? —, preguntó Alberto, su tono mezclado de curiosidad y desdén. —¿Acaso viniste a rogarme que vuelva contigo?

Carolina soltó una risa genuina. 

—Oh, Alberto. Te cuento que dejaste de ser relevante en mi vida. Estoy aquí por asuntos personales que no te conciernen.

Se giró hacia Lina. 

—Y tú, amiga, espero que disfrutes tu premio. Yo ciertamente he encontrado cosas mejores.

Sin darles tiempo a responder, Carolina se dio la vuelta y caminó con paso firme hacia la salida. Podía sentir sus miradas clavadas en su espalda, pero ya no le importaba. 

 

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