Lisandro se pasó una mano por el cabello, visiblemente incómodo con la situación. —Carolina, tienes que entender... Mi familia tiene ciertas expectativas sobre con quién debo casarme. Alguien de nuestra misma posición social y económica. Carolina sintió como si le hubieran dado una bofetada. Las palabras de Lisandro la golpearon con fuerza, dejándola sin aliento.—Entonces... ¿Te casaste conmigo en secreto? ¿Sin que tu familia supiera? —preguntó, su voz apenas un susurro.Lisandro asintió lentamente.—Sí. Sabía que si les decía, harían todo lo posible por impedir esta boda. Por eso decidí hacerlo así.Carolina dio un paso atrás, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos.—¿Y qué pasará ahora? ¿Cómo crees que reaccionarán cuando se enteren?Lisandro se acercó a ella, intentando tomarla de las manos, pero Carolina se apartó.—No lo sé, Carol. Probablemente, no lo tomarán bien al principio. Pero con el tiempo...—¿Con el tiempo, qué, Lisandro? —interrumpió Carolina,
Lisandro se levantó de la cama con rapidez, se vistió en tiempo récord cuidando de no despertar a su esposa. Una vez estuvo listo, se quedó viéndola por varios segundos, sin querer angustiarlas con los problemas que se le avecinaban.Se acercó, besó sus labios, la miró por última vez antes de salir de la suite con un suspiro de resignación.Ni siquiera esperó al chofer, se sentía lo suficientemente fuerte ese día para conducir el mismo. Condujo por las calles de la ciudad, a la mayor velocidad que le permitían las leyes de tránsito, mientras su mente era un torbellino de pensamientos y emociones. Sabía que la conversación que estaba a punto de tener con sus padres sería difícil, incómoda, porque ellos estaban acostumbrados a salirse con la suya, pero él no estaba dispuesto a permitírselos. Iba a defender su amor por Carolina, y el futuro que les esperaba juntos. La imagen de su esposa, y saber que llevaba en su vientre a su hijo, lo llenaba de una determinación y un optimismo sin p
El desmayo de Lisandro fue un golpe devastador. Su cuerpo cayó al suelo con un sonido sordo, y la escena se oscureció, como si el mundo mismo se hubiera detenido. Sus padres, alarmados por la gravedad de la situación, intercambiaron miradas de preocupación. No había tiempo que perder. Pronto llegó la ambulancia y lo llevaron a un hospital donde fue atendido de emergencia.Sin embargo, a medida que los minutos pasaron, las noticias eran cada vez más desalentadoras. Lisandro yacía en una cama de hospital, rodeado de monitores que parpadeaban y sonaban en un ritmo incesante. Sus padres, aún en estado de shock, esperaban en la sala de espera, nerviosos y angustiados. La ansiedad crecía con cada minuto que pasaba sin noticias. Finalmente, un médico salió de la sala de emergencias, su rostro serio y su expresión grave hicieron que el corazón de los Quintero Ovalles se hundiera. —¿Cómo está mi hijo? —preguntó su madre, con una voz temblorosa.—Lo siento, pero las cosas no están bien —resp
—¡Esperen! —gritó, corriendo tras ellos, mientras los hombres se alejaban—. ¡No pueden hacer esto! ¡Tengo derecho a hablar con mi esposo!Uno de los hombres, sin girar la cabeza, dijo con desdén.—Tu "derecho" no importa aquí. Tu presencia es un estorbo para el señor Quintero.Carolina sintió que su corazón se hundía. No podía creer que Lisandro la estuviera abandonando de esa manera. La desesperación la llevó a aferrarse a la puerta del hotel, esperando que todo fuera un malentendido.—¡Lisandro! —gritó, su voz desgarrándose—. ¡Eres un cobarde! Pero no hubo respuesta. Carolina se encontró de repente en la acera frente al hotel, descalza y vistiendo solo un pijama corto, con frío, temblando. Lloraba mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder.Con las piernas temblorosas, logró ponerse de pie; era consciente de lo ridícula que debía verse. Pero eso ya no importaba. Nada importaba."¿Cómo pudo Lisandro hacerme esto?", pensó, sintiendo que su corazón se hacía pedazos. "¿Acaso
Carolina se despertó con un nudo en el estómago, un malestar que no la dejaba en paz. Se sentó en la cama, sintiendo que el mundo giraba a su alrededor. —¿Qué me pasa? —murmuró, mientras una ola de náuseas la invadía. Se levantó rápidamente, corriendo al baño, donde el vómito salió de su cuerpo como un torrente. Su madre, al escuchar el ruido, se apresuró a entrar. —¡Carolina! —exclamó su madre, con evidente preocupación en su voz—. ¿Estás bien? Carolina no pudo responder. Solo podía sostenerse del inodoro, sintiendo que su cuerpo se rebelaba contra ella. Después de varios minutos, logró calmarse, pero el dolor en su bajo vientre persistía, como si alguien le estuviera apretando con fuerza. —Vamos al médico —dijo su madre, con determinación—. Necesitas atención, esos dolores en el vientre no son buenos. La visita al médico fue un tormento. Carolina se sentó en la sala de espera, sintiendo que todos los ojos estaban sobre ella. La ansiedad la consumía. Cuando finalmente la llama
Pero si Carolina creía que sus palabras eran suficientes para controlar a una mujer como Genoveva estaba muy equivocada, porque esta en vez de alejarse, comenzó a reírse a carcajadas con una expresión de absoluta maldad, de una manera tan siniestra que le hizo sentir un sudor frío recorrer su espalda.No pudo evitar quedarse paralizada ante la mirada de la madre de Lisandro, sintió el miedo atenazarla por dentro como con una mano invisible. Mientras la risa de la mujer resonaba en la habitación como un eco cruel.—¡¿Estás loca?! —dijo Genoveva, con una burla evidente en su voz—. ¿Crees que puedes echarme de algún lugar? ¡Soy una Quintero Ovalles! El único por encima de nosotros es Dios, y del resto, ninguno de los mortales puede hacer nada en nuestra contra —exclamó, con desdén.Las palabras de la mujer fueron como un golpe en el estómago para Carolina. Sintió que el aire le faltaba, que el mundo se desvanecía a su alrededor. Genoveva continuó, su voz llena de veneno.—Fuiste un pasat
Mientras Carolina estaba en la fría sala del consultorio, su corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. Miró al médico, sus ojos llenos de súplica, mientras las lágrimas brotaban descontroladamente de sus ojos. —Por favor... —murmuró, su voz temblando—. No me haga esto... ¡No puedo perder a mi bebé! El médico, con una expresión de pesar, le respondió aunque con suavidad.—Lo siento, señorita... pero no puedo hacer nada…. Estoy cumpliendo órdenes.Las palabras resonaron en su mente como un eco cruel. La desesperación la envolvía, y su cuerpo se sentía cada vez más pesado, como si el aire se hubiera vuelto denso. —¡Por favor! —suplicó de nuevo, su voz ahora un susurro desgarrador—. ¡Haga algo! Usted es médico, ¿acaso no hizo un juramento hipocrático de respetar y salvar vidas? ¿Por qué quiere acabar con la vida de mi hijo? —inquirió en tono suplicante.Él desvió la mirada, incapaz de sostener su dolor.—Debo llamar a la enfermera y preparar la camilla para lleva
Por su parte, después de casi una semana, Lisandro despertó lentamente, sintiendo una incomodidad que le recorría todo el cuerpo. La luz del día entraba a raudales por la ventana, y el sonido de máquinas y murmullos le resultaron extraños. Se giró poco a poco, esperando ver a su esposa a su lado, pero en su lugar encontró a su madre, con una expresión de preocupación en el rostro.Apretó los ojos con fuerza, tratando de despejar la confusión que lo envolvía, tenía la mente un poco embotada.—¿Dónde… estoy? ¿Y mi… esposa? —balbuceó, su voz rasposa y llena de desasosiego por el tiempo que había durado inconsciente, sin hablar.Su madre se quedó en silencio por unos momentos, como si las palabras se le atascaran en la garganta, aunque la verdad es que ella estaba pensando en una historia creíble para contarle a su hijo. Finalmente, respiró hondo y respondió. —Te trajimos a una clínica especializada donde están tratando tu enfermedad... y en cuanto a tu esposa, creo que no es momento p