Mientras Carolina estaba en la fría sala del consultorio, su corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. Miró al médico, sus ojos llenos de súplica, mientras las lágrimas brotaban descontroladamente de sus ojos. —Por favor... —murmuró, su voz temblando—. No me haga esto... ¡No puedo perder a mi bebé! El médico, con una expresión de pesar, le respondió aunque con suavidad.—Lo siento, señorita... pero no puedo hacer nada…. Estoy cumpliendo órdenes.Las palabras resonaron en su mente como un eco cruel. La desesperación la envolvía, y su cuerpo se sentía cada vez más pesado, como si el aire se hubiera vuelto denso. —¡Por favor! —suplicó de nuevo, su voz ahora un susurro desgarrador—. ¡Haga algo! Usted es médico, ¿acaso no hizo un juramento hipocrático de respetar y salvar vidas? ¿Por qué quiere acabar con la vida de mi hijo? —inquirió en tono suplicante.Él desvió la mirada, incapaz de sostener su dolor.—Debo llamar a la enfermera y preparar la camilla para lleva
Por su parte, después de casi una semana, Lisandro despertó lentamente, sintiendo una incomodidad que le recorría todo el cuerpo. La luz del día entraba a raudales por la ventana, y el sonido de máquinas y murmullos le resultaron extraños. Se giró poco a poco, esperando ver a su esposa a su lado, pero en su lugar encontró a su madre, con una expresión de preocupación en el rostro.Apretó los ojos con fuerza, tratando de despejar la confusión que lo envolvía, tenía la mente un poco embotada.—¿Dónde… estoy? ¿Y mi… esposa? —balbuceó, su voz rasposa y llena de desasosiego por el tiempo que había durado inconsciente, sin hablar.Su madre se quedó en silencio por unos momentos, como si las palabras se le atascaran en la garganta, aunque la verdad es que ella estaba pensando en una historia creíble para contarle a su hijo. Finalmente, respiró hondo y respondió. —Te trajimos a una clínica especializada donde están tratando tu enfermedad... y en cuanto a tu esposa, creo que no es momento p
Cinco años habían pasado desde que Carolina decidió dejar atrás su vida en el país, a otro extraño, huyendo de un pasado que la atormentaba. Ahora, con Inés a su lado, ambas vestidas de manera elegante, llegaron al aeropuerto, causando sensación entre los presentes. Las miradas de admiración se posaban sobre ellas, como si su presencia iluminara el lugar.El aire estaba impregnado de un bullicio constante, el sonido de maletas rodando y conversaciones animadas. Carolina sintió una mezcla de nervios y emoción al pisar nuevamente el suelo que había dejado atrás.Se dirigieron al auto negro estacionado frente a la entrada, donde un chofer, con un traje impecable, las esperaba.—Señorita Laredo, me envió el señor para llevarla directamente a la reunión con la empresa con la que van a contratar —anunció el chofer con una voz profesional.Carolina asintió, sintiendo un leve nudo en el estómago. Subió al auto, y mientras se acomodaba en el asiento, comenzó a mirar por la ventana los cambios
El aire en la sala de reuniones se volvió denso, casi palpable, en el momento en que Lisandro se giró y vio a Carolina. Sus ojos chispeaban con una rabia contenida que parecía capaz de incendiar el ambiente. Carolina sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, sus piernas temblaron como si estuviesen hechas de gelatina. Sus ojos se encontraron con los de Lisandro, y por un momento, el mundo pareció detenerse. La rabia y el dolor del pasado amenazaban con ahogarla, pero se obligó a mantener la compostura."No puedo dejar que me afecte", pensó, apretando los puños a sus costados. "Ya no soy la misma mujer desprotegida de antes".Carolina, a pesar de la tormenta que se desataba en su interior, intentó mantener la compostura, se aclaró la garganta y habló.—Señor Quintero —saludó educadamente Carolina, su voz temblando ligeramente, pero con un tono que intentaba ser firme.—Vaya, vaya —dijo, su voz fría como el hielo—. ¡Qué sorpresa encontrarte aquí, Carolina! ¿O debería decir, se
Carolina se detuvo en medio del pasillo, sintiendo cómo la presión en su pecho aumentaba. Eliot la miraba con preocupación, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y frustración.—¿No vas a responderme por qué esa molestia de ese hombre contigo? —insistió Eliot.Ella suspiró y negó con la cabeza. —No te preocupes, Eliot —dijo, intentando restarle importancia a la situación—. No es nada, son tonterías de ese hombre.Eliot frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho. Su voz se tornó más firme, casi demandante.—Carolina, no me engañes. Está claro que no eres del agrado de Lisandro. ¿Qué pasó entre ustedes? ¡Dímelo!Ella sintió un nudo en el estómago. No quería revivir el pasado, no quería abrir viejas heridas, había tratado de esconder en lo más profundo ese dolor. —No tengo nada que contar —respondió, su tono más frío de lo que pretendía.Eliot se acercó un paso, su mirada intensa y preocupada.—Siento mucho que no confíes en mí lo suficiente. Pero ahora mi preocupación e
Lisandro se quedó paralizado al escuchar la voz del niño. Bajó la mirada y se encontró con unos ojos que lo miraban con fiereza, a pesar de su corta edad. El pequeño se había plantado frente a Carolina en una postura protectora."¿Titi?", pensó Lisandro, sintiendo que el mundo se detenía por un momento. Su mente comenzó a hacer cálculos rápidamente.—¿Quién eres tú? —preguntó Lisandro, su voz temblando ligeramente.—Soy Izan —respondió el niño con orgullo—. Y ella es mi titi Carolina. ¿Por qué le estabas gritando?Lisandro sintió que le faltaba el aire. Miró a Carolina, quien tenía una expresión de pánico en su rostro.—Carolina... —comenzó Lisandro, su voz apenas un susurro—. ¿Quién es este niño?Antes de que Carolina pudiera responder, la mujer que acompañaba a los niños se acercó.—¡Carolina! Qué bueno verla, —dijo la mujer, saludando a Carolina. —Los niños estaban ansiosos por verte.Lisandro observó la escena, sintiendo que el mundo giraba a su alrededor. La mujer lo miró con cur
El aire estaba cargado de tensión cuando Carolina se paró enfrente de Eliot, su corazón latiendo con fuerza. La decisión que acababa de tomar, aunque la llenaba de miedo, al mismo tiempo le daba un poco de alivio, porque Lisandro no se acercaría a ella.Eliot, aún en estado de shock, finalmente logró articular algunas palabras. Su expresión pasando de la sorpresa a una sonrisa radiante que iluminó su rostro.—¿Estás segura? —preguntó, su voz temblando ligeramente—. Esto es… inesperado.Carolina sintió que la mirada de todos se centraba en ella, como si estuvieran esperando una explicación, pero no la daría, necesitaba alejar de su vida a Lisandro y esa era la única manera de hacerlo.Respiró hondo, sintiendo el peso de las miradas sobre ella. Sabía que su decisión era impulsiva, pero en ese momento le parecía la única salida."No puedo dejar que Lisandro vuelva a entrar en mi vida", pensó, apretando los puños. "Esto es lo mejor para todos."—Sí, estoy segura —respondió finalmente, su
Lisandro miró con desprecio la tarjeta de invitación, su ira burbujeando en su interior, como la fuerza de un volcán.—¡No puedo creerlo! —exclamó con una expresión de sorpresa, sintiendo cómo la rabia le nublaba la razón.La tarjeta cayó de sus manos, aterrizando suavemente sobre el escritorio. Lisandro se quedó inmóvil, sintiendo como si la tierra se moviera bajo sus pies."Carolina... se va a casar", pensó, la idea lo golpeó con la fuerza de un mazo. Una mezcla de emociones lo invadió: rabia, dolor, celos... y algo más que no quería admitir. Se levantó de golpe, su silla cayendo al suelo con un estruendo. Comenzó a caminar de un lado a otro en su oficina, su mente un torbellino de pensamientos. Se acercó al bar y se tomó varios tragos seguidos, sintiendo como el calor de la bebida se agitaba en su interior.—No voy a dejarte casar con ese hombre ni con nadie Carolina —, dijo mientras la ira burbujeaba en su interior, lleno de celos. —Si mi vida es un infierno… me niego a que tú s