Capítulo 22. La Tempestad.

El aire en la sala de reuniones se volvió denso, casi palpable, en el momento en que Lisandro se giró y vio a Carolina. Sus ojos chispeaban con una rabia contenida que parecía capaz de incendiar el ambiente.

Carolina sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, sus piernas temblaron como si estuviesen hechas de gelatina. Sus ojos se encontraron con los de Lisandro, y por un momento, el mundo pareció detenerse. La rabia y el dolor del pasado amenazaban con ahogarla, pero se obligó a mantener la compostura.

"No puedo dejar que me afecte", pensó, apretando los puños a sus costados. "Ya no soy la misma mujer desprotegida de antes".

Carolina, a pesar de la tormenta que se desataba en su interior, intentó mantener la compostura, se aclaró la garganta y habló.

—Señor Quintero —saludó educadamente Carolina, su voz temblando ligeramente, pero con un tono que intentaba ser firme.

—Vaya, vaya —dijo, su voz fría como el hielo—. ¡Qué sorpresa encontrarte aquí, Carolina! ¿O debería decir, se
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