El desmayo de Lisandro fue un golpe devastador. Su cuerpo cayó al suelo con un sonido sordo, y la escena se oscureció, como si el mundo mismo se hubiera detenido. Sus padres, alarmados por la gravedad de la situación, intercambiaron miradas de preocupación. No había tiempo que perder. Pronto llegó la ambulancia y lo llevaron a un hospital donde fue atendido de emergencia.Sin embargo, a medida que los minutos pasaron, las noticias eran cada vez más desalentadoras. Lisandro yacía en una cama de hospital, rodeado de monitores que parpadeaban y sonaban en un ritmo incesante. Sus padres, aún en estado de shock, esperaban en la sala de espera, nerviosos y angustiados. La ansiedad crecía con cada minuto que pasaba sin noticias. Finalmente, un médico salió de la sala de emergencias, su rostro serio y su expresión grave hicieron que el corazón de los Quintero Ovalles se hundiera. —¿Cómo está mi hijo? —preguntó su madre, con una voz temblorosa.—Lo siento, pero las cosas no están bien —resp
—¡Esperen! —gritó, corriendo tras ellos, mientras los hombres se alejaban—. ¡No pueden hacer esto! ¡Tengo derecho a hablar con mi esposo!Uno de los hombres, sin girar la cabeza, dijo con desdén.—Tu "derecho" no importa aquí. Tu presencia es un estorbo para el señor Quintero.Carolina sintió que su corazón se hundía. No podía creer que Lisandro la estuviera abandonando de esa manera. La desesperación la llevó a aferrarse a la puerta del hotel, esperando que todo fuera un malentendido.—¡Lisandro! —gritó, su voz desgarrándose—. ¡Eres un cobarde! Pero no hubo respuesta. Carolina se encontró de repente en la acera frente al hotel, descalza y vistiendo solo un pijama corto, con frío, temblando. Lloraba mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder.Con las piernas temblorosas, logró ponerse de pie; era consciente de lo ridícula que debía verse. Pero eso ya no importaba. Nada importaba."¿Cómo pudo Lisandro hacerme esto?", pensó, sintiendo que su corazón se hacía pedazos. "¿Acaso
Carolina se despertó con un nudo en el estómago, un malestar que no la dejaba en paz. Se sentó en la cama, sintiendo que el mundo giraba a su alrededor. —¿Qué me pasa? —murmuró, mientras una ola de náuseas la invadía. Se levantó rápidamente, corriendo al baño, donde el vómito salió de su cuerpo como un torrente. Su madre, al escuchar el ruido, se apresuró a entrar. —¡Carolina! —exclamó su madre, con evidente preocupación en su voz—. ¿Estás bien? Carolina no pudo responder. Solo podía sostenerse del inodoro, sintiendo que su cuerpo se rebelaba contra ella. Después de varios minutos, logró calmarse, pero el dolor en su bajo vientre persistía, como si alguien le estuviera apretando con fuerza. —Vamos al médico —dijo su madre, con determinación—. Necesitas atención, esos dolores en el vientre no son buenos. La visita al médico fue un tormento. Carolina se sentó en la sala de espera, sintiendo que todos los ojos estaban sobre ella. La ansiedad la consumía. Cuando finalmente la llama
Pero si Carolina creía que sus palabras eran suficientes para controlar a una mujer como Genoveva estaba muy equivocada, porque esta en vez de alejarse, comenzó a reírse a carcajadas con una expresión de absoluta maldad, de una manera tan siniestra que le hizo sentir un sudor frío recorrer su espalda.No pudo evitar quedarse paralizada ante la mirada de la madre de Lisandro, sintió el miedo atenazarla por dentro como con una mano invisible. Mientras la risa de la mujer resonaba en la habitación como un eco cruel.—¡¿Estás loca?! —dijo Genoveva, con una burla evidente en su voz—. ¿Crees que puedes echarme de algún lugar? ¡Soy una Quintero Ovalles! El único por encima de nosotros es Dios, y del resto, ninguno de los mortales puede hacer nada en nuestra contra —exclamó, con desdén.Las palabras de la mujer fueron como un golpe en el estómago para Carolina. Sintió que el aire le faltaba, que el mundo se desvanecía a su alrededor. Genoveva continuó, su voz llena de veneno.—Fuiste un pasat
Mientras Carolina estaba en la fría sala del consultorio, su corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. Miró al médico, sus ojos llenos de súplica, mientras las lágrimas brotaban descontroladamente de sus ojos. —Por favor... —murmuró, su voz temblando—. No me haga esto... ¡No puedo perder a mi bebé! El médico, con una expresión de pesar, le respondió aunque con suavidad.—Lo siento, señorita... pero no puedo hacer nada…. Estoy cumpliendo órdenes.Las palabras resonaron en su mente como un eco cruel. La desesperación la envolvía, y su cuerpo se sentía cada vez más pesado, como si el aire se hubiera vuelto denso. —¡Por favor! —suplicó de nuevo, su voz ahora un susurro desgarrador—. ¡Haga algo! Usted es médico, ¿acaso no hizo un juramento hipocrático de respetar y salvar vidas? ¿Por qué quiere acabar con la vida de mi hijo? —inquirió en tono suplicante.Él desvió la mirada, incapaz de sostener su dolor.—Debo llamar a la enfermera y preparar la camilla para lleva
Por su parte, después de casi una semana, Lisandro despertó lentamente, sintiendo una incomodidad que le recorría todo el cuerpo. La luz del día entraba a raudales por la ventana, y el sonido de máquinas y murmullos le resultaron extraños. Se giró poco a poco, esperando ver a su esposa a su lado, pero en su lugar encontró a su madre, con una expresión de preocupación en el rostro.Apretó los ojos con fuerza, tratando de despejar la confusión que lo envolvía, tenía la mente un poco embotada.—¿Dónde… estoy? ¿Y mi… esposa? —balbuceó, su voz rasposa y llena de desasosiego por el tiempo que había durado inconsciente, sin hablar.Su madre se quedó en silencio por unos momentos, como si las palabras se le atascaran en la garganta, aunque la verdad es que ella estaba pensando en una historia creíble para contarle a su hijo. Finalmente, respiró hondo y respondió. —Te trajimos a una clínica especializada donde están tratando tu enfermedad... y en cuanto a tu esposa, creo que no es momento p
Cinco años habían pasado desde que Carolina decidió dejar atrás su vida en el país, a otro extraño, huyendo de un pasado que la atormentaba. Ahora, con Inés a su lado, ambas vestidas de manera elegante, llegaron al aeropuerto, causando sensación entre los presentes. Las miradas de admiración se posaban sobre ellas, como si su presencia iluminara el lugar.El aire estaba impregnado de un bullicio constante, el sonido de maletas rodando y conversaciones animadas. Carolina sintió una mezcla de nervios y emoción al pisar nuevamente el suelo que había dejado atrás.Se dirigieron al auto negro estacionado frente a la entrada, donde un chofer, con un traje impecable, las esperaba.—Señorita Laredo, me envió el señor para llevarla directamente a la reunión con la empresa con la que van a contratar —anunció el chofer con una voz profesional.Carolina asintió, sintiendo un leve nudo en el estómago. Subió al auto, y mientras se acomodaba en el asiento, comenzó a mirar por la ventana los cambios
El aire en la sala de reuniones se volvió denso, casi palpable, en el momento en que Lisandro se giró y vio a Carolina. Sus ojos chispeaban con una rabia contenida que parecía capaz de incendiar el ambiente. Carolina sintió que el aire se le escapaba de los pulmones, sus piernas temblaron como si estuviesen hechas de gelatina. Sus ojos se encontraron con los de Lisandro, y por un momento, el mundo pareció detenerse. La rabia y el dolor del pasado amenazaban con ahogarla, pero se obligó a mantener la compostura."No puedo dejar que me afecte", pensó, apretando los puños a sus costados. "Ya no soy la misma mujer desprotegida de antes".Carolina, a pesar de la tormenta que se desataba en su interior, intentó mantener la compostura, se aclaró la garganta y habló.—Señor Quintero —saludó educadamente Carolina, su voz temblando ligeramente, pero con un tono que intentaba ser firme.—Vaya, vaya —dijo, su voz fría como el hielo—. ¡Qué sorpresa encontrarte aquí, Carolina! ¿O debería decir, se