Capítulo 4. La decisión de un corazón partido.

Carolina sintió que el aire se le escapaba de los pulmones ante la orden directa de Lisandro. Un escalofrío recorrió su cuerpo, mezcla de nervios y anticipación. Sus manos temblaron ligeramente mientras llevaba sus dedos al cierre de su vestido. Con movimientos lentos e inseguros, comenzó a bajarlo, revelando centímetro a centímetro su piel. 

El aire frío de la habitación la hizo estremecerse, o quizás era la intensidad de la mirada de Lisandro sobre ella. Sus ojos verdes la recorrían con un hambre que la hacía sentir expuesta y vulnerable.

Cuando el vestido cayó a sus pies, Carolina se quedó de pie frente a él, cubierta solo por su ropa interior de encaje. Instintivamente, cruzó los brazos sobre su pecho, tratando de ocultar su desnudez.

—No te cubras —dijo Lisandro con voz ronca—. Eres hermosa.

Sus palabras la hicieron sonrojar intensamente. Lentamente, Carolina bajó los brazos, permitiéndole admirarla por completo.

Lisandro se acercó en su silla de ruedas, hasta quedar justo frente a ella. Extendió una mano y la posó suavemente sobre su cadera. El contacto de su piel cálida hizo que Carolina contuviera el aliento.

—Relájate —murmuró él, acariciando su costado con delicadeza—. No voy a hacerte daño.

Carolina asintió, tratando de calmar los latidos frenéticos de su corazón. Cerró los ojos cuando sintió los labios de Lisandro rozar su vientre en un beso suave. Sus manos recorrieron sus piernas, subiendo lentamente hasta llegar al borde de sus bragas.

—¿Puedo? —preguntó él, mirándola a los ojos.

Ella asintió, incapaz de formar palabras. Con dedos ágiles, Lisandro deslizó la prenda por sus piernas. Carolina contuvo un gemido cuando sintió su aliento cálido entre sus muslos.

Lo que siguió fue una explosión de sensaciones que Carolina jamás había experimentado. La boca y las manos de Lisandro la llevaron a alturas de placer que ni siquiera sabía que existían. Se aferró a sus hombros, temblando y jadeando mientras él la exploraba con maestría.

Cuando finalmente alcanzó el clímax, fue como si todo su cuerpo se deshiciera en oleadas de éxtasis. Se desplomó sobre Lisandro, quien la sostuvo con fuerza contra su pecho.

Carolina apenas podía respirar, su cuerpo aún temblando por las oleadas de placer. Se aferró a Lisandro, su rostro enterrado en su cuello mientras trataba de recuperar el aliento. Él acariciaba suavemente su espalda, sus dedos trazando patrones relajantes sobre su piel sensible.

—Eso fue... increíble —susurró ella finalmente, su voz ronca y temblorosa.

Lisandro sonrió contra su cabello. 

—Y apenas estamos empezando… te dije que funciono perfectamente.

Con un movimiento fluido, la acomodó en su regazo y se desplazó con ella a la habitación la llevó hasta la cama king size que dominaba la habitación. 

La depositó con delicadeza sobre las sábanas de seda, admirando la forma en que su piel brillaba bajo la tenue luz.

Carolina lo observó mientras él se desvestía, aún sentado en la silla, revelando un cuerpo musculoso y bien definido. 

A pesar de su condición, era evidente que Lisandro se mantenía en excelente forma física. Cuando finalmente se unió a ella en la cama, Carolina sintió una mezcla de nervios y anticipación.

—Eres hermosa —murmuró él, sus ojos recorriendo cada centímetro de su cuerpo desnudo—. Tan perfecta.

Sus labios se encontraron en un beso apasionado, sus cuerpos entrelazándose con urgencia. Las manos de Lisandro exploraron cada curva, cada valle de su cuerpo, arrancando gemidos de placer de los labios de Carolina. 

Ella se sorprendió al sentir cuán excitado estaba él, su cuerpo respondiendo con entusiasmo a pesar de su condición. Cuando finalmente él se abrió paso en su interior con dificultad, no sin antes colocarse protección, él levantó la ceja sorprendido.

—¡Eres virgen! —no fue una pregunta, sino una afirmación.

Ese descubrimiento lo impactó, e inevitablemente sintió una conexión con ella. Y a partir de allí fue como si el mundo a su alrededor desapareciera. Solo existían ellos dos, moviéndose juntos en una danza tan antigua como el tiempo mismo.

Carolina se perdió en las sensaciones, en el placer que Lisandro despertaba en ella. Cada caricia, cada embestida la llevaba más y más alto, hasta que finalmente alcanzó el clímax una vez más, gritando el nombre de Lisandro mientras el éxtasis la consumía.

Exhaustos y satisfechos, se quedaron abrazados, sus cuerpos entrelazados y cubiertos de una fina capa de sudor. Carolina apoyó su cabeza en el pecho de Lisandro, escuchando los latidos de su corazón mientras trataba de procesar todo lo que había ocurrido.

—¿Estás bien? —preguntó él suavemente, sus dedos jugando con un mechón de su cabello.

Carolina asintió, aún sin aliento. 

—Estoy... más que bien —murmuró, sorprendida por la intensidad de lo que acababa de experimentar.

Lisandro sonrió, besando suavemente su frente. 

—Me alegro. Descansa un poco, la noche es joven aún.

Carolina cerró los ojos, dejándose envolver por el calor del cuerpo de Lisandro y el aroma de su piel. Mientras el sueño comenzaba a apoderarse de ella, no pudo evitar pensar en lo surreal que era toda la situación. 

Había venido aquí por desesperación, buscando salvar a su madre. Pero ahora, en los brazos de este hombre enigmático, sentía que algo más profundo estaba naciendo. Algo que la asustaba y la emocionaba a partes iguales.

Cuando despertó horas después, la habitación estaba a oscuras excepto por la tenue luz de la luna que se colaba por las cortinas. Sin embargo, Lisandro no estaba allí. 

En su lugar, estaba una nota en la mesa de noche,  que decía: "Gracias por una noche extraordinaria. Pronto te contacto. Nos quedan dos noches". Carolina se sentó en la cama, sintiendo un extraño vacío al no tenerlo a su lado.

Recordó la noche anterior y su piel se erizó al recordar la intensidad de lo que habían compartido. Había una conexión entre ellos, una chispa que no podía ignorar, pero también un profundo miedo. ¿Qué significaba todo esto? ¿Dónde la llevaría todo eso?

Carolina se quedó mirando la nota, una mezcla de emociones agitándose en su interior. La noche anterior había sido intensa, apasionada, mucho más de lo que jamás hubiera imaginado. Pero ahora, a la fría luz de la mañana, la realidad comenzaba a asentarse.

Se levantó lentamente de la cama, sintiendo el dulce dolor en su cuerpo que le recordaba todo lo que había ocurrido. Mientras se vestía, sus pensamientos no dejaban de dar vueltas. ¿Había hecho lo correcto? ¿Cómo afectaría esto a su vida?

Salió de la habitación del hotel sintiéndose como una extraña en su propia piel. El vestíbulo, que la noche anterior le había parecido intimidante, ahora se sentía vacío y frío. 

Mientras caminaba por las calles de la ciudad, Carolina no podía dejar de pensar en Lisandro. En sus ojos verdes, en la forma en que la había tocado, en cómo la había hecho sentir. Pero también pensaba en el contrato, en el dinero, en su madre esperando en el hospital.

Llegó al hospital con el corazón acelerado. Cuando entró en la habitación de su madre, la encontró despierta, sonriendo débilmente.

—Carolina… mi niña, —dijo María con voz cansada, pero feliz.  —Los médicos dicen… que la operación… fue un éxito… No sé cómo lo hiciste… pero gracias."

Carolina sintió que las lágrimas le llenaban los ojos. Se acercó a la cama y abrazó a su madre con cuidado.

"Haría cualquier cosa por ti, mamá," susurró, su voz quebrándose ligeramente.

Mientras sostenía la mano de su madre, Carolina se dio cuenta de que, a pesar de todo, no se arrepentía. Había salvado la vida de su madre, y eso era lo único que importaba.

Pero en el fondo de su mente, la imagen de Lisandro persistía. Su toque, su voz, la forma en que la había mirado... Todo eso se había grabado en su memoria de una manera que no podía ignorar.

—¿Estás bien, hija? —preguntó María, notando la mirada distante de Carolina.

—Sí, mamá, —respondió ella, forzando una sonrisa. —Solo estoy cansada.

Pero la verdad era que Carolina estaba lejos de estar bien. Había entrado en un mundo al que nunca esperó pertenecer, y ahora no quería alejarse de él.

Los días pasaron y Carolina dividía su tiempo entre el hospital, cuidando a su madre, y su apartamento, donde pasaba horas mirando su teléfono, esperando un mensaje de Lisandro que nunca llegaba. Se sentía dividida entre el alivio de haber salvado a su madre y la confusión por los intensos sentimientos que Lisandro había despertado en ella.

Cuando a su madre la dieron de alta, ella salió adelante. No se dio cuenta de que su madre la había seguido, cuando de pronto se tropezó con Inés, la chica que le recomendó la aplicación.

—Hola Carolina ¿Entraste a la aplicación? ¿Si pudiste encontrar a algún hombre guapo que te ayudara a pagar la operación de tu mami?

Carolina sintió que el color abandonaba su rostro. Su madre estaba justo detrás de ella y había escuchado cada palabra. Se giró lentamente, con el corazón latiendo desbocado, para enfrentar la mirada confundida y dolida de María.

—Carolina... ¿De qué está hablando esta chica? —preguntó su madre, su voz temblando ligeramente.

Carolina abrió la boca, pero las palabras se negaron a salir. ¿Cómo podía explicarle a su madre lo que había hecho? ¿Cómo podía justificar sus acciones sin romperle el corazón?

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo