Epílogo

Karl.

Durante años pensé que la vida no tenía nada bueno para mí. Mi infancia estuvo marcada por el maltrato, la humillación y el odio de mi propio padre, el hombre que, según yo creía, debería amarme por ser su único hijo. Pero lo único que recibí de él fueron golpes y desprecio. Un odio que no comprendía en su momento, pero con los años entendí que él solo era un hombre lleno de resentimiento, un ser que buscaba dominar a los más débiles, a los pobres, a los necesitados, incluso a mí, su hijo.

Mi pecado, según él, fue haber nacido blanco mientras él era negro. ¿Qué culpa tenía yo de mi color? Él nunca lo aceptó. Durante años insistió en hacer pruebas de ADN, convencido de que no podía ser su hijo. Mi madre, cansada de su abuso, lo abandonó. Y el murió en el mismo lugar dónde una vez me tenía encerrado. No lloré su muerte. No sentí nada. Ni siquiera lástima, merecía más castigo de lo que la vida le cobro.

Ahora, 15 años después, soy un hombre completamente diferente. Feliz. Estoy cas
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