Naira.
Mi cuerpo entero está tenso, las extremidades entumecidas por la mala postura en la que me encuentro, acurrucada en el rincón más oscuro de esta pequeña habitación. Me duele todo, pero el dolor físico no se compara con el miedo que se ha instalado en mi pecho como un nudo imposible de deshacer. Me pregunto qué es lo que ese hombre planea hacer conmigo. El solo pensar en lo que pueda suceder me llena de terror. ¿Por qué me trajo aquí? ¿Qué quiere de mí? Me aterra la posibilidad de que me obligue a prostituirme o a hacer cosas de las que siempre me he cuidado. ¡Maldito Jonathan! Como fue posible entregarme a cambio de cancelar su deuda.
Intento desviar mis pensamientos hacia mi madre, esperando que esté bien. Mi pobre madre, no sabe dónde estoy ni por lo que estoy pasando. Seguramente ese animal le mentira sobre mi desaparición. Me gustaría saber si ella está preocupada, si se imagina lo que hizo su marido conmigo. El miedo y la culpa se entrelazan en mi mente, pero los aparto cuando escucho el rechinar de la puerta que se abre bruscamente. Una mujer entra, sus pasos suaves pero decididos.
—Buenos días, niña—replica mientras se acerca. Instintivamente, quiero alejarme, pero mi cuerpo no responde; estoy demasiado paralizada por el miedo.
—¿Qué quiere?—Mi voz tiembla, y siento cómo mi corazón se acelera.
—No te asustes, no te haré daño. Te he traído comida y agua,— responde con un tono de aparente calma, pero yo no confío en ella. ¿Por qué querría ayudarme? Seguramente algo le ha echado a la comida, algún veneno o droga para hacerme perder la consciencia.
—No... ustedes me quieren hacer daño,—susurro, con la voz quebrada. —Por eso me traen comida, quien sabe que le ha echado.
La mujer suspira y, como si supiera exactamente lo que pienso, toma un bocado de la comida y lo mastica lentamente frente a mí.
—Mira, te demostraré que no hay nada malo. También beberé un poco de agua,— mencionó llevándose el vaso a los labios.
La observo fijamente, esperando cualquier señal de que algo va mal, pero nada sucede. Pasan unos minutos y ella sigue allí, tranquila. Finalmente, me acerco, tambaleándome un poco por el dolor en mis piernas. Mi estómago gruñe de hambre, pero sigo con miedo. Sin embargo, la necesidad de comer me vence, y tomo un bocado de la comida. No está mal, y después de un par de mordiscos más, empiezo a comer con más rapidez.
—Debes comer. Si no lo haces, te debilitarás, y nadie te quiere matar... aún,—dice la mujer en voz baja, casi como si hablara consigo misma. La miro, confundida y asustada por sus palabras.
—Gracias...— murmuro, sin saber qué más decir. La mujer se levanta y sale de la habitación, cerrando la puerta con llave detrás de ella.
Cuando me quedo sola, mis lágrimas comienzan a fluir. No puedo evitarlo. El miedo, la impotencia, la incertidumbre sobre lo que me espera... todo se mezcla en un nudo que me aprieta la garganta. ¿Qué será de mí? ¿Qué planea hacerme ese hombre? Mi mente vuelve a mi madre. La extraño tanto, y el solo pensamiento de no volver a verla me rompe por dentro.
Camino de un lado a otro en la pequeña habitación, sin saber qué hacer. Está oscura, con solo una cama y una pequeña puerta que parece llevar a un baño. Decido entrar al baño para distraerme un poco. Hay productos de aseo, y me sorprende ver que todo parece bastante normal, no veo que se aterrador. Me ducho rápidamente, temiendo que alguien entre en cualquier momento, pero nadie lo hace. El agua caliente alivia un poco mis sentidos, aunque el miedo sigue presente en cada rincón de mi mente.
Cuando termino, me envuelvo en una toalla y vuelvo a la cama. Cierro los ojos, intentando descansar, pero el sueño no llega. De repente, un golpe fuerte en la puerta me sobresalta, seguido de una voz autoritaria. Rápidamente me pongo un vestido que estaba en la mesa.
—¡Oye tú, despierta! El señor Karl quiere verte ahora.
Mi corazón se acelera. El miedo me paraliza de nuevo, pero sé que no tengo opción. Me levanto lentamente, temblando.
—Por favor, no me haga daño,—suplico.
—Obedece al señor y nada te pasará,—responde el hombre que me ha venido a buscar. Su voz es dura, fría, como el metal. Me toma del brazo y me saca de la habitación, llevándome por largos pasillos hasta una enorme habitación que mas bien parece una sala Allí, en el fondo, sentado en una silla imponente, está ese hombre. Karl. Aunque ya no lleva el sombrero que cubría su rostro, sigue emanando una aura de poder que me intimida.
—Acércate— ordena, su voz profunda resonando en la sala.
Mis piernas tiemblan mientras doy pasos vacilantes hacia él.
—¡Más rápido!— grita, y doy un respingo, acelerando mi paso. Cuando llego lo suficientemente cerca, hace un gesto al hombre que me trajo, quien sale de la habitación cerrando la puerta detrás de él. Ahora estamos solos.
—Por favor... no me haga daño,— suplico una vez más. —Haré lo que usted quiera, pero no me mate... no me venda.
Karl se levanta y se acerca lentamente a mí. Su presencia es sofocante, me hace sentir diminuta.
—Veo que te bañaste,— comenta casi en tono de aprobación.
—S-sí, señor... Me bañé. Gracias por... por el jabón y el champú,—balbuceo, sin saber qué más decir.
—Así me gusta. Para ti, soy el señor. Repítelo,—exige.
—Sí, señor...—digo, intentando mantener la calma.
—Eso es. Tú me perteneces a mí ahora,— declara, su voz baja pero cargada de amenaza. —Eres mía, y solo mía. Esta noche vendrás conmigo al club. Bailarás para mí, me servirás copas, y usarás lo que yo te diga. ¿Entendido?
Asiento lentamente, el pánico latiendo en mi pecho.
—Ve a esa habitación. Allí hay ropa. Elige algo que te quede bien. Maquíllate, perfúmate, y prepárate para esta noche.
—Sí, señor,— murmuro, mientras él se gira, dándome la espalda.
Corro hacia la habitación que me indicó, cerrando la puerta tras de mí. Mi corazón late tan fuerte que siento que va a estallar. ¿Qué hago ahora? ¿Debería intentar escapar? No... si gasto tanto dinero para comprarme, es porque tiene planes para mí. Pero no puedo rendirme, puede matarme o venderme... cualquier cosa. Debo escapar como sea de este lugar.
Karl.Observé cada detalle de la mercancía que nunca logró salir del país. Solté un suspiro largo y pesado, acercándome a los peones que esperaban mi veredicto.—Ustedes son unos estúpidos —espeto Mijael, mirándolos con furia—. ¿Cómo es que no pueden hacer nada bien para el señor Karl?Me observaron, petrificados, mientras les replicaba.—Sí, señor… es que... —intentó explicar uno de ellos, tartamudeando.—¿Qué es lo que pasa? — esta vez hable con un tono suave, acercándome a ellos—. ¿Cuánto dinero les he dado para que vivan bien? Para que sus familias no les falte nada. Y aun así, ¿fallan?—Sí, señor, pero… pero...Me miraron como si fueran presas frente a un depredador, llenos de miedo.—Hacemos lo posible para cruzar la mercancía por la frontera. Haremos mejor la próxima vez…No los dejé terminar.—Quiero ni un mínimo error esta vez. La embarcación está lista para salir, y deben subir esa maldita mercancía al tren. No pienso perder más tiempo. Necesito que el opio llegue a destino.
NairaSi el destino hubiera advertido sobre esta noche, quizá estaría preparada para enfrentar lo que se viene. Sentía un vacío tan profundo que apenas podía sostener la mirada en el salón. Era un ambiente sofocante, cargado de peligro, y la única razón por la que soportaba estar allí era porque ahora le pertenecía a él. Nadie más me veía, nadie se atrevía, y tenía que cumplir con él, pues era parte de mi vida… al menos por ahora. No paré de tomar. Jamás había probado un licor tan fuerte, y sentía cada trago abrasar mi garganta como fuego líquido, pero era preferible a enfrentar el miedo de frente. La bebida me adormecía los pensamientos, y con cada copa, sentía el peso de la deuda que mi madre sentía suya para proteger a su marido, esta se disipaba aunque solo fuera una ilusión.Mientras me obligaba a mantener una fachada serena, vi a esa chica llamada Tania observándome con una expresión furiosa. Su mirada era un dardo de odio. Yo le respondí con una sonrisa ligera, mostrando una co
Karl.La verdad no tengo muy claro qué es lo que me sucede. Durante años, he observado a mujeres bailar desnudas frente a mí, contorsionarse al ritmo de la música mientras las consumía con la mirada y las humillaba, quemándolas con el humo de mi cigarro. Les fascinaba ese trato; a muchas, incluso, les excita el dolor. Pero por alguna razón, yo nunca había sentido nada. Ni una pizca de deseo auténtico, nada que me llevara a experimentar un verdadero orgasmo o algo siquiera cercano al éxtasis. Sin embargo, ella era diferente.Con Naira, algo se removió en mí. Ni siquiera quería sexo, algo impensable en mi rutina usual. No, con ella deseaba algo mucho más profundo. Cuando mi mano rodeó su cuello, sentí una chispa inusual en mi pecho, una especie de ansiedad que jamás había experimentado antes. La lujuria y el deseo se entremezclaban, pero no de esa forma cruda y fría que siempre había conocido, sino de una manera casi cálida. Fue extraño, incluso perturbador. No quería simplemente hacerl
Karl.Al entrar en la gran casa, Cleo, siempre puntual en sus atenciones, se acerca con una sonrisa ligera y me pregunta:—¿Deseas desayunar, hijo?Asiento, pero hay algo más en mi mente.—Sí, Cleo, pero también prepara algo para Naira. Que se lo lleven a mi habitación.Ella parece algo sorprendida. Su mirada se cruza con la mía, y puedo notar esa chispa de curiosidad.—¿Puedo preguntar…? —titubea, aunque al final sigue adelante—. ¿Qué planeas con esa pobre chica?—Cleotilde, sabes muy bien que te aprecio por esa razón te responderé.Le devuelvo la mirada, midiendo mis palabras, aunque la duda me roe. Cleo ha estado conmigo toda mi vida, y de alguna forma, siempre ha sabido qué preguntar en los momentos justos.—No lo sé —admito—. Es difícil de expresar, Cleo. Con ella no quiero nada… pero a la vez, quiero todo. Quiero hacerla sufrir, que me ayude a encontrar ese dolor en el que siempre he vivido sin sentirlo. Pero al mismo tiempo, algo en mí… no me deja hacerlo. Mis manos no pueden,
Naira Era increíble lo que estaba presenciando en ese momento. ¿Cómo era posible que este hombre me pidiera semejante cosa? Apreté los puños con fuerza mientras observaba la sangre que brotaba de su brazo, como un chorro de agua escapando de una llave abierta a presión. Sujeté la cuchilla con manos temblorosas. —Abre los ojos,— me dijo con voz firme. Sin atreverme a cuestionar, obedecí, y mientras acercaba la cuchilla a su piel, intenté controlar mis nervios. —Hazlo bien, Naira,— insistió, con una calma que parecía burlarse de mi miedo. —Sí... sí,— respondí, tratando de parecer segura, aunque cada fibra de mi ser me gritaba que saliera de allí corriendo. Deslicé la cuchilla con cautela, sintiendo el metal desgarrar la carne como si el dolor fuera mío. Pero él, inmóvil, ni siquiera mostraba un solo gesto de incomodidad. ¿Qué clase de persona era este hombre? ¿Era realmente humano o algo más? Para mí, parecía un demonio vestido de hombre. El señor Mijael, no había quitado sus ojos d
KarlSentía el corazón de Naira latir desbocado mientras me inclinaba sobre su cuerpo. Su piel, suave y cálida, ardía bajo mis manos. Algo nuevo para mi, mi mente me gritaba que esto era un error, que este tipo de sentimientos no tenían lugar en mi vida. Pero mi cuerpo me traicionaba. Ella estaba ahí, completamente vulnerable, y algo en ella me atraía de una forma tan intensa que casi me asustaba. Yo, que siempre había sido cínico, con el corazón de acero, sin sentimientos y sensaciones internas, ahora sentía cómo esa coraza se desmoronaba poco a poco cada segundo que pasaba junto a ella.La dejé inmóvil bajo mi peso, sin permitirle moverse ni un centímetro. Con una sonrisa enigmática, empecé a besarla lentamente, recorriendo su piel con una intensidad que yo mismo no lograba comprender. ¿Desde cuándo me había vuelto tan vulnerable? Yo, el gran Karl, el hombre que nunca se permitía sentir nada. Pero aquí estaba, como un desesperado, deseando cada rincón de esta mujer que, sin proponér
Naira.Abrí los ojos lentamente y sentí un escalofrío que recorría mi piel al recordar dónde estaba. La habitación estaba sumida en penumbras, y el aire se sentía pesado. Me acomodé la ropa como pude, tratando de sacudirme el sueño que aún me rondaba. El señor Karl no estaba, lo cual me alivió, pero ese sentimiento solo duró unos segundos. A cada paso que daba en esa casa, sentía como si caminara sobre el filo de una navaja.Caminé hacia la ventana y la abrí apenas un poco, dejando que el aire fresco de la mañana me rozara el rostro. Afuera, el campo despertaba con vida. Los gallos cantaban, y pequeños animales comenzaban a salir de sus refugios, ajenos a la tensión que me aprisionaba por dentro. Por un momento, el paisaje sereno y la luz que comenzaba a bañar el rancho me hicieron suspirar, como si todo fuera normal. Pero sabía que esa paz era solo una ilusión, un telón que ocultaba el peligro de este lugar.No podía dejar de pensar en lo que había pasado la noche anterior. La confus
Naira.Era un inmenso despacho que aparentemente es una estudio de biblioteca me quedé sorprendida observando todo a mi alrededor.—A partir de hoy, quiero que ordenes todos estos libros —ordenó sin miramientos—. Todo tiene que estar exactamente en su lugar. Lo harás mientras yo esté fuera.—Sí, señor... como usted diga.—Me gusta que seas obediente —murmuró, con una sonrisa apenas visible en el rincón de sus labios—. Así me complaces. Aunque aún no estoy seguro de qué hacer contigo, por ahora tendrás que mantener todo en orden aquí... mientras busco en que ocuparte.Se acercó a uno de los estantes y tomó un libro que puso en mis manos. Lo miré, sorprendida. Era un ejemplar polvoriento de “La Sirenita”.—Quiero que lo leas cuando tengas tiempo —ordeno en tono frío—. Y que recuerdes que, así como la sirenita desapareció en una burbuja, tú también desaparecerás con el tiempo. Sus palabras hicieron que un escalofrío recorriera mi cuerpo. Él continuó hablando, y aunque no entendí del todo