5. Miedo

Naira.

Mi cuerpo entero está tenso, las extremidades entumecidas por la mala postura en la que me encuentro, acurrucada en el rincón más oscuro de esta pequeña habitación. Me duele todo, pero el dolor físico no se compara con el miedo que se ha instalado en mi pecho como un nudo imposible de deshacer. Me pregunto qué es lo que ese hombre planea hacer conmigo. El solo pensar en lo que pueda suceder me llena de terror. ¿Por qué me trajo aquí? ¿Qué quiere de mí? Me aterra la posibilidad de que me obligue a prostituirme o a hacer cosas de las que siempre me he cuidado. ¡Maldito Jonathan! Como fue posible entregarme a cambio de cancelar su deuda.

Intento desviar mis pensamientos hacia mi madre, esperando que esté bien. Mi pobre madre, no sabe dónde estoy ni por lo que estoy pasando. Seguramente ese animal le mentira sobre mi desaparición. Me gustaría saber si ella está preocupada, si se imagina lo que hizo su marido conmigo. El miedo y la culpa se entrelazan en mi mente, pero los aparto cuando escucho el rechinar de la puerta que se abre bruscamente. Una mujer entra, sus pasos suaves pero decididos.

—Buenos días, niña—replica mientras se acerca. Instintivamente, quiero alejarme, pero mi cuerpo no responde; estoy demasiado paralizada por el miedo.

—¿Qué quiere?—Mi voz tiembla, y siento cómo mi corazón se acelera.

—No te asustes, no te haré daño. Te he traído comida y agua,— responde con un tono de aparente calma, pero yo no confío en ella. ¿Por qué querría ayudarme? Seguramente algo le ha echado a la comida, algún veneno o droga para hacerme perder la consciencia.

—No... ustedes me quieren hacer daño,—susurro, con la voz quebrada. —Por eso me traen comida, quien sabe que le ha echado.

La mujer suspira y, como si supiera exactamente lo que pienso, toma un bocado de la comida y lo mastica lentamente frente a mí.

—Mira, te demostraré que no hay nada malo. También beberé un poco de agua,— mencionó llevándose el vaso a los labios.

La observo fijamente, esperando cualquier señal de que algo va mal, pero nada sucede. Pasan unos minutos y ella sigue allí, tranquila. Finalmente, me acerco, tambaleándome un poco por el dolor en mis piernas. Mi estómago gruñe de hambre, pero sigo con miedo. Sin embargo, la necesidad de comer me vence, y tomo un bocado de la comida. No está mal, y después de un par de mordiscos más, empiezo a comer con más rapidez.

—Debes comer. Si no lo haces, te debilitarás, y nadie te quiere matar... aún,—dice la mujer en voz baja, casi como si hablara consigo misma. La miro, confundida y asustada por sus palabras.

—Gracias...— murmuro, sin saber qué más decir. La mujer se levanta y sale de la habitación, cerrando la puerta con llave detrás de ella.

Cuando me quedo sola, mis lágrimas comienzan a fluir. No puedo evitarlo. El miedo, la impotencia, la incertidumbre sobre lo que me espera... todo se mezcla en un nudo que me aprieta la garganta. ¿Qué será de mí? ¿Qué planea hacerme ese hombre? Mi mente vuelve a mi madre. La extraño tanto, y el solo pensamiento de no volver a verla me rompe por dentro.

Camino de un lado a otro en la pequeña habitación, sin saber qué hacer. Está oscura, con solo una cama y una pequeña puerta que parece llevar a un baño. Decido entrar al baño para distraerme un poco. Hay productos de aseo, y me sorprende ver que todo parece bastante normal, no veo que se aterrador. Me ducho rápidamente, temiendo que alguien entre en cualquier momento, pero nadie lo hace. El agua caliente alivia un poco mis sentidos, aunque el miedo sigue presente en cada rincón de mi mente.

Cuando termino, me envuelvo en una toalla y vuelvo a la cama. Cierro los ojos, intentando descansar, pero el sueño no llega. De repente, un golpe fuerte en la puerta me sobresalta, seguido de una voz autoritaria. Rápidamente me pongo un vestido que estaba en la mesa.

—¡Oye tú, despierta! El señor Karl quiere verte ahora.

Mi corazón se acelera. El miedo me paraliza de nuevo, pero sé que no tengo opción. Me levanto lentamente, temblando.

—Por favor, no me haga daño,—suplico.

—Obedece al señor y nada te pasará,—responde el hombre que me ha venido a buscar. Su voz es dura, fría, como el metal. Me toma del brazo y me saca de la habitación, llevándome por largos pasillos hasta una enorme habitación que mas bien parece una sala Allí, en el fondo, sentado en una silla imponente, está ese hombre. Karl. Aunque ya no lleva el sombrero que cubría su rostro, sigue emanando una aura de poder que me intimida.

—Acércate— ordena, su voz profunda resonando en la sala.

Mis piernas tiemblan mientras doy pasos vacilantes hacia él.

—¡Más rápido!— grita, y doy un respingo, acelerando mi paso. Cuando llego lo suficientemente cerca, hace un gesto al hombre que me trajo, quien sale de la habitación cerrando la puerta detrás de él. Ahora estamos solos.

—Por favor... no me haga daño,— suplico una vez más. —Haré lo que usted quiera, pero no me mate... no me venda.

Karl se levanta y se acerca lentamente a mí. Su presencia es sofocante, me hace sentir diminuta.

—Veo que te bañaste,— comenta casi en tono de aprobación.

—S-sí, señor... Me bañé. Gracias por... por el jabón y el champú,—balbuceo, sin saber qué más decir.

—Así me gusta. Para ti, soy el señor. Repítelo,—exige.

—Sí, señor...—digo, intentando mantener la calma.

—Eso es. Tú me perteneces a mí ahora,— declara, su voz baja pero cargada de amenaza. —Eres mía, y solo mía. Esta noche vendrás conmigo al club. Bailarás para mí, me servirás copas, y usarás lo que yo te diga. ¿Entendido?

Asiento lentamente, el pánico latiendo en mi pecho.

—Ve a esa habitación. Allí hay ropa. Elige algo que te quede bien. Maquíllate, perfúmate, y prepárate para esta noche.

—Sí, señor,— murmuro, mientras él se gira, dándome la espalda.

Corro hacia la habitación que me indicó, cerrando la puerta tras de mí. Mi corazón late tan fuerte que siento que va a estallar. ¿Qué hago ahora? ¿Debería intentar escapar? No... si gasto tanto dinero para comprarme, es porque tiene planes para mí. Pero no puedo rendirme, puede matarme o venderme... cualquier cosa. Debo escapar como sea de este lugar.

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