Karl.Al entrar en la gran casa, Cleo, siempre puntual en sus atenciones, se acerca con una sonrisa ligera y me pregunta:—¿Deseas desayunar, hijo?Asiento, pero hay algo más en mi mente.—Sí, Cleo, pero también prepara algo para Naira. Que se lo lleven a mi habitación.Ella parece algo sorprendida. Su mirada se cruza con la mía, y puedo notar esa chispa de curiosidad.—¿Puedo preguntar…? —titubea, aunque al final sigue adelante—. ¿Qué planeas con esa pobre chica?—Cleotilde, sabes muy bien que te aprecio por esa razón te responderé.Le devuelvo la mirada, midiendo mis palabras, aunque la duda me roe. Cleo ha estado conmigo toda mi vida, y de alguna forma, siempre ha sabido qué preguntar en los momentos justos.—No lo sé —admito—. Es difícil de expresar, Cleo. Con ella no quiero nada… pero a la vez, quiero todo. Quiero hacerla sufrir, que me ayude a encontrar ese dolor en el que siempre he vivido sin sentirlo. Pero al mismo tiempo, algo en mí… no me deja hacerlo. Mis manos no pueden,
Naira Era increíble lo que estaba presenciando en ese momento. ¿Cómo era posible que este hombre me pidiera semejante cosa? Apreté los puños con fuerza mientras observaba la sangre que brotaba de su brazo, como un chorro de agua escapando de una llave abierta a presión. Sujeté la cuchilla con manos temblorosas. —Abre los ojos,— me dijo con voz firme. Sin atreverme a cuestionar, obedecí, y mientras acercaba la cuchilla a su piel, intenté controlar mis nervios. —Hazlo bien, Naira,— insistió, con una calma que parecía burlarse de mi miedo. —Sí... sí,— respondí, tratando de parecer segura, aunque cada fibra de mi ser me gritaba que saliera de allí corriendo. Deslicé la cuchilla con cautela, sintiendo el metal desgarrar la carne como si el dolor fuera mío. Pero él, inmóvil, ni siquiera mostraba un solo gesto de incomodidad. ¿Qué clase de persona era este hombre? ¿Era realmente humano o algo más? Para mí, parecía un demonio vestido de hombre. El señor Mijael, no había quitado sus ojos d
KarlSentía el corazón de Naira latir desbocado mientras me inclinaba sobre su cuerpo. Su piel, suave y cálida, ardía bajo mis manos. Algo nuevo para mi, mi mente me gritaba que esto era un error, que este tipo de sentimientos no tenían lugar en mi vida. Pero mi cuerpo me traicionaba. Ella estaba ahí, completamente vulnerable, y algo en ella me atraía de una forma tan intensa que casi me asustaba. Yo, que siempre había sido cínico, con el corazón de acero, sin sentimientos y sensaciones internas, ahora sentía cómo esa coraza se desmoronaba poco a poco cada segundo que pasaba junto a ella.La dejé inmóvil bajo mi peso, sin permitirle moverse ni un centímetro. Con una sonrisa enigmática, empecé a besarla lentamente, recorriendo su piel con una intensidad que yo mismo no lograba comprender. ¿Desde cuándo me había vuelto tan vulnerable? Yo, el gran Karl, el hombre que nunca se permitía sentir nada. Pero aquí estaba, como un desesperado, deseando cada rincón de esta mujer que, sin proponér
Naira.Abrí los ojos lentamente y sentí un escalofrío que recorría mi piel al recordar dónde estaba. La habitación estaba sumida en penumbras, y el aire se sentía pesado. Me acomodé la ropa como pude, tratando de sacudirme el sueño que aún me rondaba. El señor Karl no estaba, lo cual me alivió, pero ese sentimiento solo duró unos segundos. A cada paso que daba en esa casa, sentía como si caminara sobre el filo de una navaja.Caminé hacia la ventana y la abrí apenas un poco, dejando que el aire fresco de la mañana me rozara el rostro. Afuera, el campo despertaba con vida. Los gallos cantaban, y pequeños animales comenzaban a salir de sus refugios, ajenos a la tensión que me aprisionaba por dentro. Por un momento, el paisaje sereno y la luz que comenzaba a bañar el rancho me hicieron suspirar, como si todo fuera normal. Pero sabía que esa paz era solo una ilusión, un telón que ocultaba el peligro de este lugar.No podía dejar de pensar en lo que había pasado la noche anterior. La confus
Naira.Era un inmenso despacho que aparentemente es una estudio de biblioteca me quedé sorprendida observando todo a mi alrededor.—A partir de hoy, quiero que ordenes todos estos libros —ordenó sin miramientos—. Todo tiene que estar exactamente en su lugar. Lo harás mientras yo esté fuera.—Sí, señor... como usted diga.—Me gusta que seas obediente —murmuró, con una sonrisa apenas visible en el rincón de sus labios—. Así me complaces. Aunque aún no estoy seguro de qué hacer contigo, por ahora tendrás que mantener todo en orden aquí... mientras busco en que ocuparte.Se acercó a uno de los estantes y tomó un libro que puso en mis manos. Lo miré, sorprendida. Era un ejemplar polvoriento de “La Sirenita”.—Quiero que lo leas cuando tengas tiempo —ordeno en tono frío—. Y que recuerdes que, así como la sirenita desapareció en una burbuja, tú también desaparecerás con el tiempo. Sus palabras hicieron que un escalofrío recorriera mi cuerpo. Él continuó hablando, y aunque no entendí del todo
Narrador.Naira observaba el caos desatarse en su hogar, como si la vida se empeñara en arrebatarle lo poco bueno que le quedaba. Su madre, entre lágrimas y desesperación, golpeaba con furia a su padrastro, quien se había endeudado con un mafioso de la élite y estaban cobrandole, sin embargo elle pedia a mi madre que lo pagara o que me mandara a buscar trabajo en los mejores bares y club de este sector.—Estás loco, tu gastaste ese dinero jugando y ahora me pides y mi hija y yo lo paguemos.—Pues quien más, tu debes pagarlo.El temor de lo que este hombre podía hacerle a su madre, era como una nube oscura. Naira permanecía inmóvil, sentada, observando la escena, sin palabras para el desastre que se desplegaba frente a ella. Su cuerpo estaba paralizado hasta que, de repente, un grito desgarrador escapó de su garganta al ver a su madre desplomarse sobre el suelo helado de su humilde vivienda.—¡Abre los ojos! ¡Por tu culpa, mi madre está así! —gritó Naira, desesperada, mientras su madre
KarlAño 1997.Mi mirada seguía perdida, fija en ese punto invisible. No había miedo, ni dolor, ni siquiera rabia. Cada golpe que me daba no tenía sentido, no para mí. Él se irritaba más al ver mi rostro vacío de emociones, desesperado por sacarme alguna reacción. Me pateó con furia, tumbándome en el suelo helado.—¡Maldito! Llora, quiero verte suplicar de dolor —gritaba, lleno de impotencia, pero yo nunca le daría el gusto. Yo soy Karl, y nada de lo que me haga puede afectarme. El dolor nunca me ha tocado, no en este cuerpo. En realidad, lo disfruto, porque si no puedo sentir nada por mí, al menos me reconforta ver a otros sufrir. Es lo único que me queda. Verlo sufrir de rabia.Cuando no pudo hacer nada más, se fue de la habitación, y yo solo quedé ahí recostado, tapé mi rostros y reí a carcajadas.***Salí de la aburrida habitación, y llegué a la cocina. Cleotilde al verme se acercó nerviosa.—Jovencito, su padre vendrá pronto. Debería encerrarse en su habitación, ya sabe cómo se p
Me encontraba lavando la ropa de mi madre y del insoportable de mi padrastro. Ya no soportaba más, ayer fui lavarle unas ropas a doña Beth. Sinceramente, este dia, me sentía demasiado cansada pero no tenía opción. Esa lavada me permitió conseguir el alimento para mi madre, así que no podía simplemente negarme y lave mucho, ya hoy estoy lavando lo de mama y de su marido. Deseaba poder escapar, irme lejos con mi madre, pero no tenía a dónde ir, por lo que deciste a ese pensamiento.Terminé de tender la ropa y me dirigí a mi pequeña habitación. Me detuve a pensar en qué hacer después. Dejé todo listo, pero justo cuando estaba por relajarme, la puerta de la habitación se abrió bruscamente y luego se cerró. Ricardo entro a mi habitación—Hola, querida hermanastra— replico con esa voz que tanto me molestaba.—¿Qué quieres? —le solté, sin esconder mi enfado.Se acercó más, y yo instintivamente retrocedí hasta la cama. A mi lado, la pequeña lámpara. La agarré con fuerza, sin quitarle los ojos