40. Derrotado.

Naira

Sentía mis pies entumecidos por la incómoda posición en la que llevaba horas. Cada músculo de mi cuerpo pedía descanso, pero el pánico no me dejaba pensar con claridad. Sabía que estaba dentro de un barco; el vaivén del agua y el constante murmullo de las olas me lo confirmaban. No podía ver mucho, solo percibía la oscuridad opresiva de la bodega y los sonidos de pasos pesados sobre la cubierta. Afuera, el bullicio de los hombres que manejaban la nave resonaba como una amenaza constante.

De repente, un ruido fuerte proveniente de la parte trasera rompió la tensión. Mi corazón dio un vuelco cuando escuché una voz llena de furia. Era él. Podía sentir su rabia incluso antes de que abriera la puerta. Intenté desatar mis manos atadas a la espalda, pero mis dedos estaban entumecidos, y la soga estaba tan apretada que apenas podía moverme. El miedo me secaba la garganta, y la sed comenzaba a hacerse insoportable.

La puerta se abrió de golpe, y allí estaba él. Su figura llenó el umbral,
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