Me encontraba lavando la ropa de mi madre y del insoportable de mi padrastro. Ya no soportaba más, ayer fui lavarle unas ropas a doña Beth. Sinceramente, este dia, me sentía demasiado cansada pero no tenía opción. Esa lavada me permitió conseguir el alimento para mi madre, así que no podía simplemente negarme y lave mucho, ya hoy estoy lavando lo de mama y de su marido. Deseaba poder escapar, irme lejos con mi madre, pero no tenía a dónde ir, por lo que deciste a ese pensamiento.
Terminé de tender la ropa y me dirigí a mi pequeña habitación. Me detuve a pensar en qué hacer después. Dejé todo listo, pero justo cuando estaba por relajarme, la puerta de la habitación se abrió bruscamente y luego se cerró. Ricardo entro a mi habitación
—Hola, querida hermanastra— replico con esa voz que tanto me molestaba.
—¿Qué quieres? —le solté, sin esconder mi enfado.
Se acercó más, y yo instintivamente retrocedí hasta la cama. A mi lado, la pequeña lámpara. La agarré con fuerza, sin quitarle los ojos de encima.
—Si te acercas más, te juro que te golpeo —le advertí, dispuesta a cumplir.
Él soltó una risa forzada.
—Tranquila, no te preocupes. Solo quería charlar contigo, ya sabes, como buenos hermanastros.
—Si piensas hacer algo, no te lo voy a permitir —lo corté—. Soy capaz de todo con tal de evitar que un idiota como tú me haga daño.
Él se acercó más, ignorando mi advertencia. En varias ocasiones intento abusar de mi y no se lo pienso permitir.
—Esa boquita que tienes... algún día alguien te la va a callar, pero quizás lo haga yo.
Mis manos temblaban, pero me mantuve firme.
—Eres un enfermo.
—Vámonos lejos de aquí —Pidió de repente—. Deja a tu madre y todos los problemas.
Lo miré con asco.
—¿Estás loco? —le respondí, incrédula—. ¿Cómo puedes decir eso? Casi crecimos juntos como hermanos.
Él negó con la cabeza, burlón.
—Yo nunca te vi como una hermana. Eres diferente... Eres mujer. Además, que tiene si te vi crecer, eso me ha hecho ver lo bien que has crecido.
—Pero para mí sí lo eres. Así que, aléjate o te golpearé —le dije, alzando la lámpara como advertencia—. No permitiré que un enfermo como tú se acerque a mí.
Él sonrió, malicioso.
—Di lo que quieras. Algún día vas a cambiar de opinión, eres una estúpida, deberías agradecer que te quiero sacar de esta mala vida.
—El único estúpido aquí eres tú. Tienes más de 30 años y te comportas como un asqueroso.
—Ay, tranquila —me interrumpió, con desdén—. Ni que fueras una niña de 15 años. Tú y yo podríamos...
No lo dejé terminar.
—Jamás. ¡Lárgate o gritaré! Los vecinos van a escucharlo todo.
Eso lo detuvo. Me miró por un segundo antes de girarse hacia la puerta.
—Está bien, está bien. Me voy. Pero piénsalo. Nos vamos lejos, deja que mi padre y tu madre se encarguen de la deuda. No es tu problema.
—Mi madre no tiene nada que ver con los líos de tu padre. Nunca la dejaría por alguien como tú —le respondí con frialdad.
El sonrió a carcajadas.
Cuando finalmente salió, solté un suspiro de alivio. Estaba harta, agotada. Quería huir de esa casa, de esa vida, pero no tenía dinero, ni un lugar adonde ir.
El resto del día pasó en un borrón, hasta que llegó la tarde, mi padrasto Jonathan regreso y con su típica cara de pocos amigos, me miró molesto.
—¿Qué hiciste hoy para cenar? —me preguntó como si yo le debiera explicaciones.
—Nada. Hice avena para mi madre, mañana se lo llevare. —le respondí.
—¿Avena? —bufó—. ¿Cómo le vas a dar esa porquería a tu madre?
—Es lo único que había —le dije, conteniendo la ira—. Por lo menos va a comer algo.
—¿Y nosotros qué? —se quejó, acercándose a mí con agresividad.
—Busca tú qué comer —le dije, firme.
Antes de que pudiera reaccionar, levantó la mano, listo para golpearme, pero me alejé rápidamente.
—Eres una inútil —gruñó—. Ya te he dicho que tienes que ayudar más. ¿Crees que tu madre y yo vamos a seguir trabajando todo el tiempo? Las negras como sacaran mucho billetes, así que anda pensando en dejar tus estudios.
—Usted esta loco, ni siquiera trabajas desde que mi madre empezó a ganar bien. Le has quitado todo —le respondí, sin miedo.
—Estás en mi casa —espetó, enojado—Aquí mando yo.
—No es tu casa —le recordé—. Es la casa de mi madre.
—Yo la he mejorado, ¿sabes?
No tenía sentido seguir discutiendo con mi padrastro. Estaba harta de todo.
—En fin, ya sabes que hacer.
Después de un rato, él salió, me quede pensativa en que hacer con tantas cosas. Me senté en la cama, agotada, y cerré los ojos, deseando con todas mis fuerzas que algo cambiara.
En la mañana, me levanté decidida a ir al hospital a ver a mamá. Calenté la Avena, y hice tortillas, cuando finalice, me preparé rápido, al salir me encontré con mi amigo Manuel, quien se ofreció a llevarme.
—Vas al hospital—Asentí cohibida. Subí en la parte del copiloto.
Mientras manejaba, me lanzó una mirada de reojo antes de replicar.
—Dime la verdad, Naira. ¿Tus hermanos y tu padrastro te están hostigando? Estás sola con ellos, ¿verdad?
Me encogí de hombros.
—Sí, pero ¿qué voy a hacer? Es lo que hay.
—Puedes quedarte en mi casa— me ofreció. Lo miré sorprendida. Ni loca. Su padre me cae mal... Si él supiera lo que su padre ha dicho a mis hermanastros, que quiere estar conmigo y que hasta me pagaría bien, no lo creería. Pero no podía decirle eso.
—Tranquilo, yo estoy bien. No me pueden hacer daño, me puedo defender—, le aseguré.
—Naira, eres una mujer sola contra tres hombres. ¿Cómo podrías defenderte?
—¿Por qué piensas que soy débil, Manuel? No lo soy. Puedo defenderme, sea como sea. Tranquilo, y gracias.
El asintió sin decir nada más.
Después de media hora, llegamos al hospital. Me dirigí directamente a la habitación de mamá. Estaba sentada mientras el médico la evaluaba.
—Buenos dias— Saludé y el medico me devolvió el salido con un ademán.
—Pronto le daremos el alta a su madre, señorita. No se preocupe—, mencionó el doctor. Agradecí sus palabras, aunque me pidió que siguiéramos vigilando su presión los próximos días. Mamá me miró y me sonrió débilmente. Le llevé un tortillas y pancito tostado que comió despacio. Nos pusimos a platicar un rato.
—¿Fuiste a la escuela hoy, Naira?
—No, no fui—, le respondí, algo incómoda.
—No me digas que estás trabajando de nuevo—, me dijo con tono de preocupación.
—Solo hice unas chambitas para los vecinos—, intenté tranquilizarla.
Ella suspiró profundamente y me acarició el rostro. —Te quiero mucho, mi niña preciosa. No quiero verte así. Perdóname por todo lo que estás pasando por mi culpa.
—No digas eso, mamá. Pronto estarás en casa y todo estará bien.—Me detuve antes volver a hablar — Mama quiero que consideres irnos lejos. Por favor, hazlo por mí—Le pedí.
—Naira, por favor, no hablemos de eso. Tú sabes que amo a mi esposo.
Yo suspire, tranto de no seguir el tema, la conocia y esta mas que enamorada de Jonathan. No quería preocuparla más. Besé su cabeza, y me despedí porque tenía que terminar de lavar unas sábanas para uno de mis vecinos. Eran más de las siete de la noche cuando cogí el metro de vuelta a casa. Al llegar a mi barrio, noté un grupo de personas observando algo cerca de mi casa. Sentí un mal presentimiento y apuré el paso.
Vi a mi padrastro discutiendo con unos hombres, y había una limusina estacionada. El miedo me invadió. Rápidamente, me acerqué sin ser vista. Escuché a mi padrastro suplicando:
—Te pagaré como sea, pero por favor, escúchame.
Me acerqué más y vi a un hombre con sombrero al lado de él. Mi padrastro, temblando, dijo en voz baja: —Si quieres… te la entrego a ella. Es una muchacha virgen y te puede servir como pago. Por favor, recíbela.
¿Que, porque yo? Abrí los ojos sorprendída.
Mis piernas flaquearon y mi corazón se detuvo. ¡No podía creer lo que estaba escuchando! Mi padrastro estaba dispuesto a entregarme a esos hombres. Mi voz tembló cuando susurré:
—¿De qué se trata esto?
El hombre del sombrero se acercó, quitándose los lentes.
—¿Estás seguro de que quieres entregármela, como compension por la deuda?—, preguntó con una voz que me heló la sangre.
—Sí, llévatela— murmuró mi padrastro.
—Mijael—mencionó el tipo.
Intenté correr, pero otro hombre me sujetó del brazo.
—Vamos, súbete al coche— ordenó con frialdad.
—¡No! ¡Por favor, no me lleves!—, rogué mientras las lágrimas caían por mis mejillas. Jonathan firmó un papel sin dudar, y mi corazón se rompió al verlo tan tranquilo mientras me vendía.
—Deberías pagarme más por ella— aguego hacia el desconocido quien no dejaba de verme, su mirada era siniestra.
—¿Más? Te haré volar los sesos si sigues pidiendo más—declaró con una risa cruel.
Ya no podía luchar más. Me subieron a la limusina mientras gritaba y pataleaba. El desconocido se acercó, me miró a los ojos y me hizo un gesto de silencio. Mi cuerpo temblaba de miedo y desesperación. ¿Cómo podía estar ocurriéndome esto? Que hice mal para pagar algo que ni siquiera yo había usado.
Resulta ser que soy el pago de una deuda.
KarlCuando llegamos a mi mansión, le ordené a Mijael que bajara a la chica. Vi cómo se aferraba al asiento, intentando evitar lo inevitable, como si quedarse en el coche fuera a salvarla de lo que estaba por venir. Sus esfuerzos eran patéticos. Me acerqué con calma, casi disfrutando del momento. Coloqué mi mano bajo su quijada, obligándola a mirarme directamente a los ojos.—Aquí no mandas tú —le dije con esa frialdad que me sale tan natural—. Las cosas se hacen a mi manera. Fuiste entregada como pago, así que lamento decirte que tendrás que aguantarte. Si dices una palabra más, no tienes idea de lo que soy capaz de hacer.Noté cómo su pecho se agitaba de la rabia. A pesar de todo, se quedó callada. Era casi divertido. Estaba furiosa, pero no podía hacer nada. La miré detenidamente. Tenía un rostro angelical, una belleza que me resultaba irritante y fascinante al mismo tiempo, sus ojos eran unicos, parecia una diosa. No soportaba ver su piel tan pura e intacta, pero no podía negar lo
Naira.Mi cuerpo entero está tenso, las extremidades entumecidas por la mala postura en la que me encuentro, acurrucada en el rincón más oscuro de esta pequeña habitación. Me duele todo, pero el dolor físico no se compara con el miedo que se ha instalado en mi pecho como un nudo imposible de deshacer. Me pregunto qué es lo que ese hombre planea hacer conmigo. El solo pensar en lo que pueda suceder me llena de terror. ¿Por qué me trajo aquí? ¿Qué quiere de mí? Me aterra la posibilidad de que me obligue a prostituirme o a hacer cosas de las que siempre me he cuidado. ¡Maldito Jonathan! Como fue posible entregarme a cambio de cancelar su deuda.Intento desviar mis pensamientos hacia mi madre, esperando que esté bien. Mi pobre madre, no sabe dónde estoy ni por lo que estoy pasando. Seguramente ese animal le mentira sobre mi desaparición. Me gustaría saber si ella está preocupada, si se imagina lo que hizo su marido conmigo. El miedo y la culpa se entrelazan en mi mente, pero los aparto cu
Karl.Observé cada detalle de la mercancía que nunca logró salir del país. Solté un suspiro largo y pesado, acercándome a los peones que esperaban mi veredicto.—Ustedes son unos estúpidos —espeto Mijael, mirándolos con furia—. ¿Cómo es que no pueden hacer nada bien para el señor Karl?Me observaron, petrificados, mientras les replicaba.—Sí, señor… es que... —intentó explicar uno de ellos, tartamudeando.—¿Qué es lo que pasa? — esta vez hable con un tono suave, acercándome a ellos—. ¿Cuánto dinero les he dado para que vivan bien? Para que sus familias no les falte nada. Y aun así, ¿fallan?—Sí, señor, pero… pero...Me miraron como si fueran presas frente a un depredador, llenos de miedo.—Hacemos lo posible para cruzar la mercancía por la frontera. Haremos mejor la próxima vez…No los dejé terminar.—Quiero ni un mínimo error esta vez. La embarcación está lista para salir, y deben subir esa maldita mercancía al tren. No pienso perder más tiempo. Necesito que el opio llegue a destino.
NairaSi el destino hubiera advertido sobre esta noche, quizá estaría preparada para enfrentar lo que se viene. Sentía un vacío tan profundo que apenas podía sostener la mirada en el salón. Era un ambiente sofocante, cargado de peligro, y la única razón por la que soportaba estar allí era porque ahora le pertenecía a él. Nadie más me veía, nadie se atrevía, y tenía que cumplir con él, pues era parte de mi vida… al menos por ahora. No paré de tomar. Jamás había probado un licor tan fuerte, y sentía cada trago abrasar mi garganta como fuego líquido, pero era preferible a enfrentar el miedo de frente. La bebida me adormecía los pensamientos, y con cada copa, sentía el peso de la deuda que mi madre sentía suya para proteger a su marido, esta se disipaba aunque solo fuera una ilusión.Mientras me obligaba a mantener una fachada serena, vi a esa chica llamada Tania observándome con una expresión furiosa. Su mirada era un dardo de odio. Yo le respondí con una sonrisa ligera, mostrando una co
Karl.La verdad no tengo muy claro qué es lo que me sucede. Durante años, he observado a mujeres bailar desnudas frente a mí, contorsionarse al ritmo de la música mientras las consumía con la mirada y las humillaba, quemándolas con el humo de mi cigarro. Les fascinaba ese trato; a muchas, incluso, les excita el dolor. Pero por alguna razón, yo nunca había sentido nada. Ni una pizca de deseo auténtico, nada que me llevara a experimentar un verdadero orgasmo o algo siquiera cercano al éxtasis. Sin embargo, ella era diferente.Con Naira, algo se removió en mí. Ni siquiera quería sexo, algo impensable en mi rutina usual. No, con ella deseaba algo mucho más profundo. Cuando mi mano rodeó su cuello, sentí una chispa inusual en mi pecho, una especie de ansiedad que jamás había experimentado antes. La lujuria y el deseo se entremezclaban, pero no de esa forma cruda y fría que siempre había conocido, sino de una manera casi cálida. Fue extraño, incluso perturbador. No quería simplemente hacerl
Karl.Al entrar en la gran casa, Cleo, siempre puntual en sus atenciones, se acerca con una sonrisa ligera y me pregunta:—¿Deseas desayunar, hijo?Asiento, pero hay algo más en mi mente.—Sí, Cleo, pero también prepara algo para Naira. Que se lo lleven a mi habitación.Ella parece algo sorprendida. Su mirada se cruza con la mía, y puedo notar esa chispa de curiosidad.—¿Puedo preguntar…? —titubea, aunque al final sigue adelante—. ¿Qué planeas con esa pobre chica?—Cleotilde, sabes muy bien que te aprecio por esa razón te responderé.Le devuelvo la mirada, midiendo mis palabras, aunque la duda me roe. Cleo ha estado conmigo toda mi vida, y de alguna forma, siempre ha sabido qué preguntar en los momentos justos.—No lo sé —admito—. Es difícil de expresar, Cleo. Con ella no quiero nada… pero a la vez, quiero todo. Quiero hacerla sufrir, que me ayude a encontrar ese dolor en el que siempre he vivido sin sentirlo. Pero al mismo tiempo, algo en mí… no me deja hacerlo. Mis manos no pueden,
Naira Era increíble lo que estaba presenciando en ese momento. ¿Cómo era posible que este hombre me pidiera semejante cosa? Apreté los puños con fuerza mientras observaba la sangre que brotaba de su brazo, como un chorro de agua escapando de una llave abierta a presión. Sujeté la cuchilla con manos temblorosas. —Abre los ojos,— me dijo con voz firme. Sin atreverme a cuestionar, obedecí, y mientras acercaba la cuchilla a su piel, intenté controlar mis nervios. —Hazlo bien, Naira,— insistió, con una calma que parecía burlarse de mi miedo. —Sí... sí,— respondí, tratando de parecer segura, aunque cada fibra de mi ser me gritaba que saliera de allí corriendo. Deslicé la cuchilla con cautela, sintiendo el metal desgarrar la carne como si el dolor fuera mío. Pero él, inmóvil, ni siquiera mostraba un solo gesto de incomodidad. ¿Qué clase de persona era este hombre? ¿Era realmente humano o algo más? Para mí, parecía un demonio vestido de hombre. El señor Mijael, no había quitado sus ojos d
KarlSentía el corazón de Naira latir desbocado mientras me inclinaba sobre su cuerpo. Su piel, suave y cálida, ardía bajo mis manos. Algo nuevo para mi, mi mente me gritaba que esto era un error, que este tipo de sentimientos no tenían lugar en mi vida. Pero mi cuerpo me traicionaba. Ella estaba ahí, completamente vulnerable, y algo en ella me atraía de una forma tan intensa que casi me asustaba. Yo, que siempre había sido cínico, con el corazón de acero, sin sentimientos y sensaciones internas, ahora sentía cómo esa coraza se desmoronaba poco a poco cada segundo que pasaba junto a ella.La dejé inmóvil bajo mi peso, sin permitirle moverse ni un centímetro. Con una sonrisa enigmática, empecé a besarla lentamente, recorriendo su piel con una intensidad que yo mismo no lograba comprender. ¿Desde cuándo me había vuelto tan vulnerable? Yo, el gran Karl, el hombre que nunca se permitía sentir nada. Pero aquí estaba, como un desesperado, deseando cada rincón de esta mujer que, sin proponér