Karl
Año 1997.
Mi mirada seguía perdida, fija en ese punto invisible. No había miedo, ni dolor, ni siquiera rabia. Cada golpe que me daba no tenía sentido, no para mí. Él se irritaba más al ver mi rostro vacío de emociones, desesperado por sacarme alguna reacción. Me pateó con furia, tumbándome en el suelo helado.
—¡Maldito! Llora, quiero verte suplicar de dolor —gritaba, lleno de impotencia, pero yo nunca le daría el gusto. Yo soy Karl, y nada de lo que me haga puede afectarme. El dolor nunca me ha tocado, no en este cuerpo. En realidad, lo disfruto, porque si no puedo sentir nada por mí, al menos me reconforta ver a otros sufrir. Es lo único que me queda. Verlo sufrir de rabia.
Cuando no pudo hacer nada más, se fue de la habitación, y yo solo quedé ahí recostado, tapé mi rostros y reí a carcajadas.
***
Salí de la aburrida habitación, y llegué a la cocina. Cleotilde al verme se acercó nerviosa.
—Jovencito, su padre vendrá pronto. Debería encerrarse en su habitación, ya sabe cómo se pone si lo encuentra fuera. Y peor si viene con esa mujer —me dijo casi en un susurro.
Asentí, como un acto reflejo. No tenía intención de obedecer, pero tampoco me importaba. Subí a mi habitación y miré por la ventana. Los caballos pastaban, los peones seguían con su rutina de limpiar el rancho. Todo en orden como siempre antes que el diablo viniera. Entonces lo vi aparecer con esa repugnante mujer morena. Sonreí, con asco y desprecio. Sabía lo que iba a pasar. Él es un cerdo, incapaz de controlarse. Entró con ella, directo a su habitación, como siempre.
Mi madre lo sabía. Por eso se fue, dejándome aquí con él, sin embargo todo eso me valía.
Esa noche bajé a la cocina, el hambre era lo único que me mantenía en movimiento. La hija de la señora Cleotilde, en pijama, me interceptó.
—Señorito, si su padre lo ve aquí, le irá mal. Debe volver a su habitación —me dijo con un tono que casi parecía compasión. Casi. Pero luego se acercó coqueta.
—Ve y dile que estoy aquí. Quizás venga a golpearme, como siempre. Y a ti… bueno, seguro te cogerá, como hace con todas —le solté, sin mirarla, odiaba a la mayoría de estas mujeres, la única con la que entablaba una conversación a veces era con la señora Cleotilde.
La chica bajó la cabeza. Sabía que lo que decía era cierto. Mi padre es un pedófilo, un degenerado, y todos en este lugar lo saben. La asquerosa realidad de este rancho es que nadie hace nada. Nadie puede.
Subí las escaleras, sin apuro. Desde el pasillo, vi cómo se revolcaba con la mujer en su cuarto. Me dio tanto asco que mis manos temblaron. El vaso que llevaba se me cayó y resonó en el suelo. No me importaba. Corrí a mi habitación, sabiendo lo que me esperaba al día siguiente. Pero, sinceramente, eso no me afectaba. ¿Por qué lo haría? No hay nada que pueda hacerme más daño. Nada se puede cambiar.
Al día siguiente, me levanté y me metí a la ducha. El agua era… no lo sé, fría, caliente, daba igual. Al salir, envuelto en una toalla, ahí estaba él. Sentado en la cama, esperándome.
—¿Por qué anoche me estabas espiando? —preguntó, su voz dura y cargada de rabia.
No le respondí. Me puse la ropa interior, ignorándolo. Vi cómo sacaba su faja. Él esperaba que temblara, que llorara, pero yo ya no puedo hacer nada de eso.
—Eres un loco de m****a, igual que tu madre. Todo lo que ella me hizo, te lo haré a ti —escupió con odio, mientras la faja se estrellaba contra mi piel. Una, dos, tres veces.
—Haz lo que quieras conmigo —le dije, sin emoción, con una sonrisa torcida—. No me importa.
Golpe tras golpe, no me moví. No grité. No lloré. Mi padre se cansó de intentar romperme, de hacerme sentir algo. Finalmente, llamó a uno de los peones para que me llevara a la loma.
—Llévenlo y lo quiero atado ahí debajo del sol. Hasta mi último orden, sin comer.
—Sí señor.
Sonreí de lado mientras ellos me llevaban.
Me dejaron allí, atado a un palo, bajo el sol para que me quemara la piel ensangrentada.
¿Y qué? ¿Qué iba a cambiar eso? Morir sería una bendición. Al menos, dejaría de existir en este lugar podrido. Pero, incluso eso, lo dudo. Aquí, en este infierno, parece que nada cambia. Nada se puede.
Mi vida ha sido una condena desde el día en que mi madre me dejó bajo el yugo de mi padre. Pero, incluso desde mi infancia, sabía que llegaría el momento en que yo tomaría el control, cuando las risas de los que se burlaban de mí se convertirían en gritos de desesperación.
Uno de los peones se mofó, diciendo.
—Quizás ya no serás rubio, ahora el sol te dejará negro como nosotros— Su risa retumbó, pero en mi mente solo tenía una cosa
—Ríe todo lo que quieras, el día que salga de aquí, será tu fin— Mientras ellos seguían riendo, yo elevé la mirada al cielo. El sol no me afectaba en lo más mínimo, quedé ahí, aguardando.
—Oye, este niño no llora, ¿qué clase de sujeto será? Demonios, si yo estuviera así, amarrado bajo este sol, ya estaría muerto, y encima está lleno de sangre y golpeado
—Es un fenómeno. Quizás su madre se acostó con algún alíen y así nació.
Apreté los puños, pero no por el dolor físico. Fue al escuchar que hablaban mal de mi madre.
—Esperen nomás—, pensé. Cuando sea dueño de todo, uno por uno rogara por su vida
Pasaron dos días. El sueño me abrumaba, pero no cerré los ojos. Sabía que la intención de mi padre no era matarme, sino hacerme sufrir. —Pero eso no lo va a lograr jamás.
Finalmente, la orden llegó.
—El patrón dio ordenó que bajen al muchacho.
—Ay ya era hora, nosotros con hambre por ese fenómeno.
Me desataron, y aunque sentí un poco de sueño. caminé firme hacia la mansión. Sentía los murmullos a mi alrededor, sin importar seguí mi camino.
Al llegar la señor Cleotilde, junto a señora Carelia se acercaron ayudarme, solo hice un gesto con la mano, no quería que nadie me tocara.
—Pobre criatura, espero que pronto este infierno termine para él— mencionó la señora Carelia esposa del señor Gilbert.
—Pronto acabara, tengan lo por seguro—Declare subiendo a mi habitación.
***
Cuatro años pasaron, con mis 16 años, seguía siendo el blanco del odio de mi padre. Me golpeaba sin piedad, todo porque mi madre lo abandonó y dejó toda su herencia bajo mi nombre. Cada golpe que recibía fortalecía mi resolución.
No le entregaré nada jamás. Después de una de esas palizas, me fui al río. Quería sentir algo… cualquier cosa: el agua, el viento, el calor, el frío. Pero nada me afectaba. Era, como ellos decían, un fenómeno.
Dejé de pensar al escuchar pasos. Era la hija de Cleotilde Estaba desnuda, mirándome sorprendida.
—Joven Karl, ¿puedo hacerle compañía?— Su voz era suave, seductora.
La miré con indiferencia.
—¿Quieres que te coja? ¿Ahora que mi padre ya no te satisface?—reí con burla — No me apeteces. Pero si quieres, ven.
Y así fue. Después de lo que me hizo mi padre, fue la segunda vez que estuve con una mujer, pero fue insípido. No sentí placer, ni orgasmo. No me interesaba. Lo hice únicamente para fastidiar a mi padre, como todo en mi vida.
—Es en serio, ni siquiera me besaste.
—Me diste asco—Afirme y ella se sorprendió saliendo del río.
Llegue a la mansión, con nada más un short, vi a uno de los peones hablando con mi padre. Sabía que ya le habían dado el chisme, el estalló en furia.
—Eres un hijo de puta, ¿cómo te atreves a acostarte con la mujer con quien me acuesto?
—Ella así lo quiso. Ya no quiere acostarse con un viejo asqueroso como tú—le respondí riendo. Su cara se puso roja de rabia, sacó su cinturón, pero yo lo detuve. Subí a la habitación y el me siguió...
—Maldito, ya verás lo que te haré.—Nuevamente me lanzó el fajón y lo sostuve, y esta vez fui yo quien lo golpeó sin piedad.
—¡Déjame, estas loco!—Gritó desesperado.
Cada grito suyo era música para mis oídos.
—¿Sientes ese dolor?—le dije mientras lo seguía castigando —Es el mismo que intentaste que yo sintiera. Pero jamás disfrutarás verme débil.
Su corazón no soportó el castigo, pidió sus pastillas, pero lo único que hice fue lanzarlo por la ventana. Lo vi caer y sentí una satisfacción indescriptible. No moriría fácilmente, claro que no.
Todos observaron la escena y pidieron una ambulancia.
Llegue al hospital y el medico me dio una increíble noticia. Había dejado de ser una amenaza. Ahora estaba en estado vegetal.
Yo tomé las riendas de todo.
Lo trasladaron a la mansión, y lo dejaron en una habitación lejana, por ordenes mías.
—Uhm, ahora todo cambia— susurré mientras lo observaba conectado a las máquinas que lo mantenían vivo —Verás cómo sufres en esa cama hasta que yo decida que mueras— sus ojos se aguantaron, el escucha a todo, aunque no podía moverse. Reí a carcajadas, saliendo de la habitación, bajé las escolares y salí al gran predio, donde el señor Gilbert y varios empleados me esperaban.
—Señor Karl, estamos a sus órdenes
—Gilbert, ya sabes lo que tienes que hacer. Deshazte de aquellos que mancillaron el nombre de mi madre. Quiero todo limpio. Gente nueva.
Uno de los peones trató de cuestionarme
—¿Qué dice, señor, usted aun es un chiquillo?— Me acerqué a él lentamente, saqué una pequeña navaja y, sin pensarlo dos veces, la hundí en su carne.
—Prometí vengarme— le susurré mientras gritaba de dolor. Los demás intentaron huir, pero Gilbert y sus hombres se encargaron de ellos.
—Listo, señor— dijeron al terminar.
—Bien. Recuerden... aquí mando yo. Ahora, soy el dueño de todo, el único patrón—declare colocándome mi sombrero.
Me encontraba lavando la ropa de mi madre y del insoportable de mi padrastro. Ya no soportaba más, ayer fui lavarle unas ropas a doña Beth. Sinceramente, este dia, me sentía demasiado cansada pero no tenía opción. Esa lavada me permitió conseguir el alimento para mi madre, así que no podía simplemente negarme y lave mucho, ya hoy estoy lavando lo de mama y de su marido. Deseaba poder escapar, irme lejos con mi madre, pero no tenía a dónde ir, por lo que deciste a ese pensamiento.Terminé de tender la ropa y me dirigí a mi pequeña habitación. Me detuve a pensar en qué hacer después. Dejé todo listo, pero justo cuando estaba por relajarme, la puerta de la habitación se abrió bruscamente y luego se cerró. Ricardo entro a mi habitación—Hola, querida hermanastra— replico con esa voz que tanto me molestaba.—¿Qué quieres? —le solté, sin esconder mi enfado.Se acercó más, y yo instintivamente retrocedí hasta la cama. A mi lado, la pequeña lámpara. La agarré con fuerza, sin quitarle los ojos
KarlCuando llegamos a mi mansión, le ordené a Mijael que bajara a la chica. Vi cómo se aferraba al asiento, intentando evitar lo inevitable, como si quedarse en el coche fuera a salvarla de lo que estaba por venir. Sus esfuerzos eran patéticos. Me acerqué con calma, casi disfrutando del momento. Coloqué mi mano bajo su quijada, obligándola a mirarme directamente a los ojos.—Aquí no mandas tú —le dije con esa frialdad que me sale tan natural—. Las cosas se hacen a mi manera. Fuiste entregada como pago, así que lamento decirte que tendrás que aguantarte. Si dices una palabra más, no tienes idea de lo que soy capaz de hacer.Noté cómo su pecho se agitaba de la rabia. A pesar de todo, se quedó callada. Era casi divertido. Estaba furiosa, pero no podía hacer nada. La miré detenidamente. Tenía un rostro angelical, una belleza que me resultaba irritante y fascinante al mismo tiempo, sus ojos eran unicos, parecia una diosa. No soportaba ver su piel tan pura e intacta, pero no podía negar lo
Naira.Mi cuerpo entero está tenso, las extremidades entumecidas por la mala postura en la que me encuentro, acurrucada en el rincón más oscuro de esta pequeña habitación. Me duele todo, pero el dolor físico no se compara con el miedo que se ha instalado en mi pecho como un nudo imposible de deshacer. Me pregunto qué es lo que ese hombre planea hacer conmigo. El solo pensar en lo que pueda suceder me llena de terror. ¿Por qué me trajo aquí? ¿Qué quiere de mí? Me aterra la posibilidad de que me obligue a prostituirme o a hacer cosas de las que siempre me he cuidado. ¡Maldito Jonathan! Como fue posible entregarme a cambio de cancelar su deuda.Intento desviar mis pensamientos hacia mi madre, esperando que esté bien. Mi pobre madre, no sabe dónde estoy ni por lo que estoy pasando. Seguramente ese animal le mentira sobre mi desaparición. Me gustaría saber si ella está preocupada, si se imagina lo que hizo su marido conmigo. El miedo y la culpa se entrelazan en mi mente, pero los aparto cu
Karl.Observé cada detalle de la mercancía que nunca logró salir del país. Solté un suspiro largo y pesado, acercándome a los peones que esperaban mi veredicto.—Ustedes son unos estúpidos —espeto Mijael, mirándolos con furia—. ¿Cómo es que no pueden hacer nada bien para el señor Karl?Me observaron, petrificados, mientras les replicaba.—Sí, señor… es que... —intentó explicar uno de ellos, tartamudeando.—¿Qué es lo que pasa? — esta vez hable con un tono suave, acercándome a ellos—. ¿Cuánto dinero les he dado para que vivan bien? Para que sus familias no les falte nada. Y aun así, ¿fallan?—Sí, señor, pero… pero...Me miraron como si fueran presas frente a un depredador, llenos de miedo.—Hacemos lo posible para cruzar la mercancía por la frontera. Haremos mejor la próxima vez…No los dejé terminar.—Quiero ni un mínimo error esta vez. La embarcación está lista para salir, y deben subir esa maldita mercancía al tren. No pienso perder más tiempo. Necesito que el opio llegue a destino.
NairaSi el destino hubiera advertido sobre esta noche, quizá estaría preparada para enfrentar lo que se viene. Sentía un vacío tan profundo que apenas podía sostener la mirada en el salón. Era un ambiente sofocante, cargado de peligro, y la única razón por la que soportaba estar allí era porque ahora le pertenecía a él. Nadie más me veía, nadie se atrevía, y tenía que cumplir con él, pues era parte de mi vida… al menos por ahora. No paré de tomar. Jamás había probado un licor tan fuerte, y sentía cada trago abrasar mi garganta como fuego líquido, pero era preferible a enfrentar el miedo de frente. La bebida me adormecía los pensamientos, y con cada copa, sentía el peso de la deuda que mi madre sentía suya para proteger a su marido, esta se disipaba aunque solo fuera una ilusión.Mientras me obligaba a mantener una fachada serena, vi a esa chica llamada Tania observándome con una expresión furiosa. Su mirada era un dardo de odio. Yo le respondí con una sonrisa ligera, mostrando una co
Karl.La verdad no tengo muy claro qué es lo que me sucede. Durante años, he observado a mujeres bailar desnudas frente a mí, contorsionarse al ritmo de la música mientras las consumía con la mirada y las humillaba, quemándolas con el humo de mi cigarro. Les fascinaba ese trato; a muchas, incluso, les excita el dolor. Pero por alguna razón, yo nunca había sentido nada. Ni una pizca de deseo auténtico, nada que me llevara a experimentar un verdadero orgasmo o algo siquiera cercano al éxtasis. Sin embargo, ella era diferente.Con Naira, algo se removió en mí. Ni siquiera quería sexo, algo impensable en mi rutina usual. No, con ella deseaba algo mucho más profundo. Cuando mi mano rodeó su cuello, sentí una chispa inusual en mi pecho, una especie de ansiedad que jamás había experimentado antes. La lujuria y el deseo se entremezclaban, pero no de esa forma cruda y fría que siempre había conocido, sino de una manera casi cálida. Fue extraño, incluso perturbador. No quería simplemente hacerl
Karl.Al entrar en la gran casa, Cleo, siempre puntual en sus atenciones, se acerca con una sonrisa ligera y me pregunta:—¿Deseas desayunar, hijo?Asiento, pero hay algo más en mi mente.—Sí, Cleo, pero también prepara algo para Naira. Que se lo lleven a mi habitación.Ella parece algo sorprendida. Su mirada se cruza con la mía, y puedo notar esa chispa de curiosidad.—¿Puedo preguntar…? —titubea, aunque al final sigue adelante—. ¿Qué planeas con esa pobre chica?—Cleotilde, sabes muy bien que te aprecio por esa razón te responderé.Le devuelvo la mirada, midiendo mis palabras, aunque la duda me roe. Cleo ha estado conmigo toda mi vida, y de alguna forma, siempre ha sabido qué preguntar en los momentos justos.—No lo sé —admito—. Es difícil de expresar, Cleo. Con ella no quiero nada… pero a la vez, quiero todo. Quiero hacerla sufrir, que me ayude a encontrar ese dolor en el que siempre he vivido sin sentirlo. Pero al mismo tiempo, algo en mí… no me deja hacerlo. Mis manos no pueden,
Naira Era increíble lo que estaba presenciando en ese momento. ¿Cómo era posible que este hombre me pidiera semejante cosa? Apreté los puños con fuerza mientras observaba la sangre que brotaba de su brazo, como un chorro de agua escapando de una llave abierta a presión. Sujeté la cuchilla con manos temblorosas. —Abre los ojos,— me dijo con voz firme. Sin atreverme a cuestionar, obedecí, y mientras acercaba la cuchilla a su piel, intenté controlar mis nervios. —Hazlo bien, Naira,— insistió, con una calma que parecía burlarse de mi miedo. —Sí... sí,— respondí, tratando de parecer segura, aunque cada fibra de mi ser me gritaba que saliera de allí corriendo. Deslicé la cuchilla con cautela, sintiendo el metal desgarrar la carne como si el dolor fuera mío. Pero él, inmóvil, ni siquiera mostraba un solo gesto de incomodidad. ¿Qué clase de persona era este hombre? ¿Era realmente humano o algo más? Para mí, parecía un demonio vestido de hombre. El señor Mijael, no había quitado sus ojos d