6. Eres Mía

Karl.

Observé cada detalle de la mercancía que nunca logró salir del país. Solté un suspiro largo y pesado, acercándome a los peones que esperaban mi veredicto.

—Ustedes son unos estúpidos —espeto Mijael, mirándolos con furia—. ¿Cómo es que no pueden hacer nada bien para el señor Karl?

Me observaron, petrificados, mientras les replicaba.

—Sí, señor… es que... —intentó explicar uno de ellos, tartamudeando.

—¿Qué es lo que pasa? — esta vez hable con un tono suave, acercándome a ellos—. ¿Cuánto dinero les he dado para que vivan bien? Para que sus familias no les falte nada. Y aun así, ¿fallan?

—Sí, señor, pero… pero...

Me miraron como si fueran presas frente a un depredador, llenos de miedo.

—Hacemos lo posible para cruzar la mercancía por la frontera. Haremos mejor la próxima vez…

No los dejé terminar.

—Quiero ni un mínimo error esta vez. La embarcación está lista para salir, y deben subir esa maldita mercancía al tren. No pienso perder más tiempo. Necesito que el opio llegue a destino.
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