NairaSi el destino hubiera advertido sobre esta noche, quizá estaría preparada para enfrentar lo que se viene. Sentía un vacío tan profundo que apenas podía sostener la mirada en el salón. Era un ambiente sofocante, cargado de peligro, y la única razón por la que soportaba estar allí era porque ahora le pertenecía a él. Nadie más me veía, nadie se atrevía, y tenía que cumplir con él, pues era parte de mi vida… al menos por ahora. No paré de tomar. Jamás había probado un licor tan fuerte, y sentía cada trago abrasar mi garganta como fuego líquido, pero era preferible a enfrentar el miedo de frente. La bebida me adormecía los pensamientos, y con cada copa, sentía el peso de la deuda que mi madre sentía suya para proteger a su marido, esta se disipaba aunque solo fuera una ilusión.Mientras me obligaba a mantener una fachada serena, vi a esa chica llamada Tania observándome con una expresión furiosa. Su mirada era un dardo de odio. Yo le respondí con una sonrisa ligera, mostrando una co
Karl.La verdad no tengo muy claro qué es lo que me sucede. Durante años, he observado a mujeres bailar desnudas frente a mí, contorsionarse al ritmo de la música mientras las consumía con la mirada y las humillaba, quemándolas con el humo de mi cigarro. Les fascinaba ese trato; a muchas, incluso, les excita el dolor. Pero por alguna razón, yo nunca había sentido nada. Ni una pizca de deseo auténtico, nada que me llevara a experimentar un verdadero orgasmo o algo siquiera cercano al éxtasis. Sin embargo, ella era diferente.Con Naira, algo se removió en mí. Ni siquiera quería sexo, algo impensable en mi rutina usual. No, con ella deseaba algo mucho más profundo. Cuando mi mano rodeó su cuello, sentí una chispa inusual en mi pecho, una especie de ansiedad que jamás había experimentado antes. La lujuria y el deseo se entremezclaban, pero no de esa forma cruda y fría que siempre había conocido, sino de una manera casi cálida. Fue extraño, incluso perturbador. No quería simplemente hacerl
Karl.Al entrar en la gran casa, Cleo, siempre puntual en sus atenciones, se acerca con una sonrisa ligera y me pregunta:—¿Deseas desayunar, hijo?Asiento, pero hay algo más en mi mente.—Sí, Cleo, pero también prepara algo para Naira. Que se lo lleven a mi habitación.Ella parece algo sorprendida. Su mirada se cruza con la mía, y puedo notar esa chispa de curiosidad.—¿Puedo preguntar…? —titubea, aunque al final sigue adelante—. ¿Qué planeas con esa pobre chica?—Cleotilde, sabes muy bien que te aprecio por esa razón te responderé.Le devuelvo la mirada, midiendo mis palabras, aunque la duda me roe. Cleo ha estado conmigo toda mi vida, y de alguna forma, siempre ha sabido qué preguntar en los momentos justos.—No lo sé —admito—. Es difícil de expresar, Cleo. Con ella no quiero nada… pero a la vez, quiero todo. Quiero hacerla sufrir, que me ayude a encontrar ese dolor en el que siempre he vivido sin sentirlo. Pero al mismo tiempo, algo en mí… no me deja hacerlo. Mis manos no pueden,
Naira Era increíble lo que estaba presenciando en ese momento. ¿Cómo era posible que este hombre me pidiera semejante cosa? Apreté los puños con fuerza mientras observaba la sangre que brotaba de su brazo, como un chorro de agua escapando de una llave abierta a presión. Sujeté la cuchilla con manos temblorosas. —Abre los ojos,— me dijo con voz firme. Sin atreverme a cuestionar, obedecí, y mientras acercaba la cuchilla a su piel, intenté controlar mis nervios. —Hazlo bien, Naira,— insistió, con una calma que parecía burlarse de mi miedo. —Sí... sí,— respondí, tratando de parecer segura, aunque cada fibra de mi ser me gritaba que saliera de allí corriendo. Deslicé la cuchilla con cautela, sintiendo el metal desgarrar la carne como si el dolor fuera mío. Pero él, inmóvil, ni siquiera mostraba un solo gesto de incomodidad. ¿Qué clase de persona era este hombre? ¿Era realmente humano o algo más? Para mí, parecía un demonio vestido de hombre. El señor Mijael, no había quitado sus ojos d
KarlSentía el corazón de Naira latir desbocado mientras me inclinaba sobre su cuerpo. Su piel, suave y cálida, ardía bajo mis manos. Algo nuevo para mi, mi mente me gritaba que esto era un error, que este tipo de sentimientos no tenían lugar en mi vida. Pero mi cuerpo me traicionaba. Ella estaba ahí, completamente vulnerable, y algo en ella me atraía de una forma tan intensa que casi me asustaba. Yo, que siempre había sido cínico, con el corazón de acero, sin sentimientos y sensaciones internas, ahora sentía cómo esa coraza se desmoronaba poco a poco cada segundo que pasaba junto a ella.La dejé inmóvil bajo mi peso, sin permitirle moverse ni un centímetro. Con una sonrisa enigmática, empecé a besarla lentamente, recorriendo su piel con una intensidad que yo mismo no lograba comprender. ¿Desde cuándo me había vuelto tan vulnerable? Yo, el gran Karl, el hombre que nunca se permitía sentir nada. Pero aquí estaba, como un desesperado, deseando cada rincón de esta mujer que, sin proponér
Naira.Abrí los ojos lentamente y sentí un escalofrío que recorría mi piel al recordar dónde estaba. La habitación estaba sumida en penumbras, y el aire se sentía pesado. Me acomodé la ropa como pude, tratando de sacudirme el sueño que aún me rondaba. El señor Karl no estaba, lo cual me alivió, pero ese sentimiento solo duró unos segundos. A cada paso que daba en esa casa, sentía como si caminara sobre el filo de una navaja.Caminé hacia la ventana y la abrí apenas un poco, dejando que el aire fresco de la mañana me rozara el rostro. Afuera, el campo despertaba con vida. Los gallos cantaban, y pequeños animales comenzaban a salir de sus refugios, ajenos a la tensión que me aprisionaba por dentro. Por un momento, el paisaje sereno y la luz que comenzaba a bañar el rancho me hicieron suspirar, como si todo fuera normal. Pero sabía que esa paz era solo una ilusión, un telón que ocultaba el peligro de este lugar.No podía dejar de pensar en lo que había pasado la noche anterior. La confus
Naira.Era un inmenso despacho que aparentemente es una estudio de biblioteca me quedé sorprendida observando todo a mi alrededor.—A partir de hoy, quiero que ordenes todos estos libros —ordenó sin miramientos—. Todo tiene que estar exactamente en su lugar. Lo harás mientras yo esté fuera.—Sí, señor... como usted diga.—Me gusta que seas obediente —murmuró, con una sonrisa apenas visible en el rincón de sus labios—. Así me complaces. Aunque aún no estoy seguro de qué hacer contigo, por ahora tendrás que mantener todo en orden aquí... mientras busco en que ocuparte.Se acercó a uno de los estantes y tomó un libro que puso en mis manos. Lo miré, sorprendida. Era un ejemplar polvoriento de “La Sirenita”.—Quiero que lo leas cuando tengas tiempo —ordeno en tono frío—. Y que recuerdes que, así como la sirenita desapareció en una burbuja, tú también desaparecerás con el tiempo. Sus palabras hicieron que un escalofrío recorriera mi cuerpo. Él continuó hablando, y aunque no entendí del todo
Karl.La reunión era insoportablemente aburrida. Mi pie tamborileaba bajo la mesa, ansiando escapar, pero como uno de los hombres más ricos y poderosos de este condado, sabía que mi presencia era requerida. Como miembro prominente de la élite, no podía simplemente levantarme e irme. Además, estas reuniones no eran solo para intercambiar palabras sin sentido; se trataba de demostrar que yo, Karl Voss estaba aquí para supervisar que cada moneda que aportaba fuera bien utilizada.Finalmente, la interminable charla terminó. Tras firmar un montón de papeles que garantizaban la entrega de víveres a las comunidades más necesitadas, suspiré con alivio. Ayudar a los menos afortunados me parecía importante, aunque, si soy sincero, siempre he tenido claro que mi generosidad no era una invitación para que otros se aprovecharan de mí. Detesto las traiciones, y aquí todos lo saben. Mientras me dirigía a la salida, uno de los hombres del grupo se me acercó y extendió la mano. La observé por un segun