Soy Suya Señor Karl.
Soy Suya Señor Karl.
Por: Salyspears
1. Naira.

Narrador.

Naira observaba el caos desatarse en su hogar, como si la vida se empeñara en arrebatarle lo poco bueno que le quedaba. Su madre, entre lágrimas y desesperación, golpeaba con furia a su padrastro, quien se había endeudado con un mafioso de la élite y estaban cobrandole, sin embargo elle pedia a mi madre que lo pagara o que me mandara a buscar trabajo en los mejores bares y club de este sector.

—Estás loco, tu gastaste ese dinero jugando y ahora me pides y mi hija y yo lo paguemos.

—Pues quien más, tu debes pagarlo.

El temor de lo que este hombre podía hacerle a su madre, era como una nube oscura. Naira permanecía inmóvil, sentada, observando la escena, sin palabras para el desastre que se desplegaba frente a ella. Su cuerpo estaba paralizado hasta que, de repente, un grito desgarrador escapó de su garganta al ver a su madre desplomarse sobre el suelo helado de su humilde vivienda.

—¡Abre los ojos! ¡Por tu culpa, mi madre está así! —gritó Naira, desesperada, mientras su madre convulsionaba en el suelo.

Su padrastro, con una mezcla de culpa que solo aparentaba, la levantó en sus brazos y salieron a la calle. Intentaron detener un taxi, pero ninguno se detenía. La suerte parecía volver a girar cuando un compañero de clases de Naira, Manuel, pasó por la calle. Sin pensarlo dos veces, Naila le pidió ayuda.

—Manuel, es mi mamá... —la voz de Naira temblaba—. Está muy mal, se desmayó.

—Claro que sí, Naira, voy a sacar el auto de mi padre —respondió Manuel, dispuesto a ayudar.

En el auto, Naira no podía contener su frustración.

—Todo esto ocurrió por tu culpa, si no fuera por ti, mi madre estaría bien. ¿Por qué no buscas trabajo tú?

—Callete negra estúpida. Tu eres la que, no hace nada para ayudarnos.—Vocifero su padrastro. Manuel negó molesto por como la llamo ese tipo a su amiga.

—Si yo pudiera buscaria el trabajo—arremetió Naira contra su padrastro, su voz cargada de ira—Piense bien, como pagará esa deuda.

—Cállate, no tienes idea de lo que dices —respondió él, intentando levantar a su esposa.—La que debe trabajar eres tu, ya me tienes cansado.

Manuel los llevó al hospital, donde los médicos atendieron rápidamente a su madre. Afortunadamente, no era tan grave como parecía; solo un cuadro de estrés severo que requería reposo absoluto. Al escuchar el diagnóstico, Naira soltó un suspiro de alivio, pero las lágrimas no tardaron en llegar mientras se acurrucaba en una esquina de la sala. Su padrastro la miró sin decir nada, sus ojos cargados de arrepentimiento, y uno de sus hermanastros, Edgardo, no tardó en empeorar la situación.

—¿Por qué no pones a esta mujer a trabajar? Solo estudia, estudia, ¿de qué le sirve tanto estudio?—Su padrastro solo la miro y negó.

—Cállate, por favor, Edgardo —Naira suplicó—. Estamos en un hospital.

Edgardo no se detuvo y continuó: —Uno de los hombres de ese mafioso vino a buscarte. Le dijimos que no estabas, que habías tenido un accidente. Así que no se que vas hacer padre, pero esta estúpida pon la por lo menos a prostituirse con ese cuerpo debería hacer plata.

—Eres un maldito, porque no lo haces tú.—Se exaltó la morena sintiendo miedo.

La preocupación de Naira se profundizó. Su padrastro había metido a la familia en un lío del que parecía imposible salir. Y ahora ella no sabía exactamente qué hacer en ese caso. Pero su mamá estaba más que enamorada de él y ahora las consecuencias del acto de su padrastro le estaba pasando factura a su madre.

El médico apareció en la sala y preguntó por los familiares de la señora, Nicole.

—Soy su hija, puedo pasar a verla— El médico con un gesto asintió, ella miró a su padrastro el cual sólo le hizo un gesto de mala gana para que ella entrara a ver a su madre.Al entrar se sentó y acaricio la mejilla, lucia pálida.

De repente, la mano de su madre se movió débilmente. Naira la sostuvo con cuidado.

—Madre, madre mía, ¿cómo te sientes? —preguntó Naira, su voz llena de esperanza.

—Me siento mejor, cariño. Perdóname, todo esto es culpa mía —susurró su madre, con los ojos llenos de tristeza.

—No es tu culpa, madre. Solo elegiste mal. Pero no te preocupes, yo buscaré un trabajo —respondió Naira con firmeza, aunque el miedo a lo desconocido se anidaba en su pecho.

—Pero hija, ¿dónde vas a trabajar? Ni siquiera has terminado la secundaria.

—No te preocupes, me queda solo un año. Haré lo que sea necesario —aseguró Naira.

—Por favor, no te atrases más en la escuela. Y no dejes que tu padrastro te hable mal... ni tus hermanastros. Tranquila, todo estará bien.

Si su madre supiera que sus hermanastros la humillan y le gritan, incluso uno de ellos la quiso golpear y abusar pero gracias al cielo no ocurrió. Quizá se enfermería de nuevo y no quería eso.

—Mamá, quizás si hablas con tu jefa yo podría trabajar.

—No cariño, no te preocupes.

—Iré a casa a preparaste algo, aun no puedes irte de aquí.—Nicole le acaricio el rostro limpio de su hija, se sintió triste, como era posible que su hija sufriera tanto, quizás no debió de enamorarse de Jonathan, y así como sea hubiera salido adelante con Naira.

Naira, con una mezcla de determinación y dolor, salió del hospital. Regresó a su pequeña vivienda en el barrio, entró a la casa y preparó lo poco que quedaba: un poco de arroz con verduras. No había queso, ni más provisiones, pero era lo mejor que podía hacer. Mientras cocinaba, su padrastro la observaba en silencio, con la mirada perdida en sus propias manos. Uno de sus hermanos se acercó y la empujó.

Naira se encontraba en la cocina, sus manos temblaban mientras sostenía una cuchara. El ambiente estaba cargado de tensiones y reproches. Sus hermanastros y su padrastro la observaban con miradas hambrientas y crueles.

—Deberías traer algo para la cena, no tenemos nada aquí —comentó su hermanastro menor, casi con indiferencia.

Ricardo, el mayor de los hermanastros, sonrió con malicia desde el rincón donde estaba sentado. Su mirada oscura y lasciva la incomodaba.

—Así debe ser, ¿no? Quizás si te vendes al viejo ese que te molesta tendríamos comida —mencionó, dejando claro que no había olvidado el momento en que una vez intentó sobrepasarse con ella.

Las palabras de Ricardo le cayeron como un golpe, pero antes de poder procesarlas, su padrastro intervino desde el sillón, rompiendo el silencio con su habitual tono impositivo.

—Yo también tengo hambre —gruñó—. Cocina rápido y danos de comer.

Naira lo miró sin saber qué decir. Las palabras se atoraban en su garganta, pero no pudo evitar defender a su madre.

—Pero es para mamá... ella vino del trabajo y ni siquiera ha probado bocado por tu culpa ahora esta en el hospital.

El padrastro la miró con rabia, se levantó pesadamente y, antes de que Naira pudiera reaccionar, la agarró del cabello con fuerza. El dolor le arrancó un gemido ahogado.

—Tienes un cabello demasiado hermoso. Sería bueno venderlo, ¿no crees? —susurró mientras tiraba aún más fuerte, disfrutando de su sufrimiento—. ¿Por qué hablas de más? Yo también te mantuve cuando tu madre te trajo aquí. Eras pequeña entonces... Ahora te toca a ti y a tu madre mantenernos. Amo a tu madre, pero no voy a permitir que ustedes hagan lo que les plazca. ¡Cállate la boca, cocina y dame mi comida! Y llévale algo a tu madre y a mis hijos, ¡también tienen hambre!

Naira sintió cómo una lágrima silenciosa rodaba por su mejilla. Apoyada en la encimera de la cocina, apretó la cuchara entre sus manos, sabiendo que no tenía otra opción. Era una mujer sola contra tres hombres crueles y abusivos. El miedo la consumía, pero se resignó a hacer lo que le ordenaban. En ese momento, su tristeza era tan pesada que ni el deseo de rebelarse parecía posible.

En otro lugar, un hombre estaba siendo torturado en el calabozo de una lujosa mansión. Tenía los pies ensangrentados y atados, mientras movía débilmente la cabeza, rogando por su vida.

—Por favor, prometo pagarte... pero déjame en paz, ya no me sigan golpeando. Haré lo que sea, venderé tus productos... —suplicó con voz quebrada.

El hombre poderoso que lo observaba desde su asiento acariciado con terciopelo lo miraba sin piedad, su voz baja y fría resonó en el espacio.

—¿Soltarte? ¿Después de tu traición? Después de que te llevaste mi dinero y mi mercancía... —una sonrisa cruel se formó en su rostro—. Eres un hombre muerto.

Sin más palabras, el hombre se levantó de su asiento acolchado y dio la orden.

—Acaben con él, ya no sirve.

Los guardias del lugar, eficientes y sin escrúpulos, cumplieron la orden sin pestañear. Mientras tanto, el señor se retiró de la lúgubre mazmorra y entro a su inmesa mansion y aburrido salio en su limusina...

—Señor donde lo llevo—Le pregunto su chófer.

—A dónde siempre Mijael— el chofer asintió sin más.

Al llegar caminó hacia el club que poseía, un lugar exclusivo y clandestino llamado "Perla de Oro", donde solo las personas más adineradas podían entrar. Los hombres que trabajan ahi, lo saludaron con respeto, y las luces tenues del lugar daban un aire de opulencia prohibida.

Una mujer se le acercó sensualmente, acariciando su brazo.

—¿Quieres que pasemos la noche juntos? —susurró ella.

Karl, apenas la miró. Con una arrogancia natural en su tono, respondió:

—No me apeteces.

La mujer asintió con resignación.

—Está bien. Cuando quieras...

—Baila —ordenó él de manera indiferente.

Ella obedeció, encendiendo la música y comenzando a moverse lentamente, pero a Karl no le interesaba. Observaba todo con aburrimiento. Las mujeres del club ya no le ofrecían el mismo entretenimiento de antes. Se sentía harto y cansado.

Uno de sus hombres de confianza se acercó, inclinándose un poco hacia él.

—Señor, podemos hablar.

—¿Lograste lo que te pedí?

—El tipo no estaba, su hijo me mintió que su padre tuvo un accidente. Pero se que es mentira, al parecer no quieren pagar.

Karl sonrió de medio lado, su sonrisa maliciosa se ensanchó.

—Déjalo una semana más. Esta vez iré yo mismo y le volaré los sesos.

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