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2. El debut público (9/9)

Asentimos en silencio, uniendo nuestras miradas en un pacto tácito. Sabíamos que nos enfrentábamos a una situación difícil, pero también sabíamos que no estábamos solos. Juntos, intentaríamos navegar por este nuevo y complicado capítulo de nuestras vidas, aferrándonos a la esperanza de que, al final, podríamos salir adelante sin perdernos a nosotros mismos en el camino. La determinación brillaba en nuestros ojos, un pequeño fuego que ardía en medio de la oscuridad. A la mañana siguiente, bajamos a desayunar al restaurante del hotel. El ambiente era tranquilo, con el suave murmullo de las conversaciones y el tintineo de las tazas. Apenas nos habíamos sentado cuando un miembro del staff se acercó con Ariana, que sonreía al vernos. Yo apenas la vi, desviando mi mirada a mi café, intentando mantenerme al margen de su presencia. Los demás hicieron lo mismo después de saludarla amablemente frente al miembro del staff.

—Buenos días, chicos —dijo Ariana, con una voz alegre que contrastaba con la frialdad que irradiaba el ambiente.

—Buenos días —respondieron los demás al unísono, con una cortesía forzada.

—Me enteré de que se van pronto —continuó Ariana, con una sonrisa que se desvaneció un poco al notar nuestras expresiones—. Y quería… quería darles un pequeño regalo como muestra de gratitud por… por todo.

—Es muy amable de tu parte, Ariana —dijo Jae-hyun, con una sonrisa educada pero distante.

—No es necesario —añadió Ji-woo, con un tono cortante.

—Sí, gracias —dijo Min-ho, sin mirarla directamente.

Incluso Seo-joon, generalmente el más tímido, se limitó a un breve asentimiento de cabeza. Yo seguí concentrado en mi café, fingiendo que nada de esto me importaba.

—¿Interrumpo algo? Tal vez pueda venir más tarde —preguntó Ariana, con la voz temblorosa y los ojos a punto de aguarse. Su sonrisa había desaparecido por completo, reemplazada por una expresión de dolor y frustración. Sus manos jugueteaban nerviosamente con el borde de su bolso. Miró a cada uno de nosotros buscando una respuesta, pero solo encontró miradas evasivas y gestos de desinterés. Era como si fuéramos estatuas, presentes físicamente, pero ausentes emocionalmente. — ¿Están… enojados conmigo? —preguntó con un hilo de voz, la pregunta flotando en el aire denso y cargado de tensión—. Yo solo… solo quiero pasar tiempo con ustedes.

El silencio se hizo aún más incómodo. Nadie se atrevía a responder. Yo sentía una mezcla de lástima y fastidio. Sabía que ella estaba intentando encajar, pero su presencia era un recordatorio constante del contrato y de la farsa que me obligaban a representar.

Finalmente, Tae-yang, con su habitual franqueza, rompió el silencio con una crueldad sutil que heló el ambiente:

—No somos una organización de caridad para recibir tus limosnas, Ariana.

Las palabras de Tae-yang resonaron en el ambiente como un trueno silencioso. La expresión de Ariana se transformó en una mezcla de sorpresa e indignación, como si hubiera recibido una bofetada. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se contuvo para no llorar frente a nosotros. Podía sentir la tensión en mis hombros, mi cuerpo rígido como una piedra. Apreté la mandíbula, intentando controlar la rabia que me consumía por dentro.

—Yo… yo solo… —balbuceó Ariana, con la voz entrecortada por la emoción. Intentó recomponerse, pero su labio inferior temblaba ligeramente, y una fina línea de lágrimas comenzaba a acumularse en sus ojos. Se mordió el labio, intentando controlar el llanto que amenazaba con salir.

Levanté la vista de mi café, mirándola directamente a los ojos. Mi voz era fría y dura, desprovista de cualquier rastro de la amabilidad que le había mostrado en el pasado. —No hay cámaras cerca, Ariana. No necesitamos pasar tiempo juntos. Ni nosotros, ni mucho menos yo —Mi mirada recorrió a los demás, que mantenían un silencio sepulcral, como si estuvieran conteniendo la respiración, petrificados ante la dureza de mis palabras. Incluso Jae-hyun, que siempre intentaba mediar, permanecía en silencio, con la mirada fija en su plato.

Ha-neul, con una expresión de fingida lástima y una dureza que me sorprendió viniendo de él, añadió: —Lo siento, preciosa. Pero las cosas son así.

Ariana respiró hondo, intentando mantener la compostura. Sus ojos, ahora brillantes por las lágrimas que luchaban por salir, nos recorrieron a cada uno, buscando una pizca de comprensión o al menos de arrepentimiento. Finalmente, con la voz apenas audible, susurró: —¿De verdad… de verdad no les importo en absoluto? ¿Ni siquiera un poco?

Ariana nos miró a todos con una expresión de profundo dolor y humillación antes de darse la vuelta y alejarse rápidamente de nuestra mesa, casi corriendo. Sus pasos resonaban con fuerza en el suelo del restaurante, atrayendo algunas miradas curiosas. No volteó hacia atrás ni una sola vez, como si temiera que, si lo hacía, las lágrimas que contenía a duras penas finalmente se derramarían. La vi desaparecer por la entrada, dejando tras de sí un vacío helado. El silencio volvió a reinar en nuestra mesa, pero esta vez era un silencio diferente, un silencio pesado y opresivo que se asentaba sobre nosotros como una losa. Ya no era la incomodidad inicial, sino un silencio cargado de tensión, resentimiento y una palpable sensación de que algo se había roto irremediablemente. La atmósfera se había vuelto irrespirable. Podía sentir las miradas de los demás posadas sobre mí, pero no me atrevía a levantar la vista. El eco de mis propias palabras resonaba en mi cabeza, frías y crueles, y un atisbo de culpa comenzaba a abrirse paso entre la coraza de frialdad que me había construido. El desayuno, que apenas habíamos tocado, se había convertido en un recordatorio amargo de la crueldad que habíamos mostrado. El aroma del café, que antes me resultaba reconfortante, ahora me producía nauseas. La imagen de Ariana alejándose, con los hombros caídos y la cabeza gacha, se repetía una y otra vez en mi mente. Sabía que habíamos cruzado una línea, una línea que tal vez nunca podríamos cruzar de vuelta.

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