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3. #ETHIANA: El error (1/10)

(ARIANA JÁUREGUI)

3 AÑOS DESPUÉS, 2 DE ABRIL DEL 2024

Tener amigos en este mundo es muy fácil, porque todos son los que quieren ser, pero muy pocos son los que son verdaderamente sinceros, honestos, con quienes verdaderamente son. No me voy a poner como ejemplo porque no soy del todo congruente con mis actos. Pero Kaia es mi mejor amiga en este mundo; incluso hemos decidido hacer las mismas pasarelas para pasar tiempo juntas, salir a desayunar o comer. Ella no tiene tanta «ayuda» como la tengo yo; ella no tiene un chófer, ni un ama de llaves. Sí tiene una señora que se encarga de limpiar su departamento un día a la semana y una asistente, pero tiene más descansos que la mía. ¿Es malo que mi asistente solo tenga dos días libres? No son exactamente todos los fines de semana porque ella me acompaña a las pasarelas o sesiones fotográficas. Se supone que Keyla nos asiste a los tres, lleva nuestras agendas, pero a quien más consciente es a mí; siempre está conmigo y me encanta porque me trata como si fuese su hermana, o incluso, su hija.

Volviendo al cumpleaños, esta fiesta es de Kaia; cumple al fin 27 años, a mí me falta un año para cumplirlos. A pesar de que no me gusta invitar a Sarah a las fiestas a las que me invitan, e incluso a las que ni siquiera voy, este cumpleaños creí que era necesario que mis dos amigas se conocieran ya. Aunque desde el inicio de la noche solo compartí un poco con Kaia, porque Sarah no me quería soltar, ni tampoco deseaba que lo hiciera, porque quería decir que me quedaría completamente sola.

Alcé mis manos al aire al ritmo de la música, moviendo mi cuerpo como si no le temiera absolutamente a nada, como si quisiera quedarme aquí para siempre o al menos hasta que la música pare. Varios chicos me invitaron a salir, pero este día había prometido que sería únicamente de mi mejor amiga, con quien bailé la mayoría de las canciones, al menos hasta que me apartó porque un chico le estaba haciendo ojitos desde el otro lado de la sala. Quise protestar, pero la música era demasiado alta, y ella ya se había ido. Lo sé, no importó.

Pero yo la traje a la fiesta, qué bonito.

Me muevo entre la gente, evitando chocar con nadie porque tenía miedo de que mi enojo explosivo caiga encima de alguien y luego salga en alguna revista o periódico. La casa era de una amiga que también es modelo, de hecho, de una muy buena amiga mía; estuvo conmigo en algunas pasarelas, pero por supuesto, ella también estaba ligando con alguien. Camino por el pasillo de las habitaciones, metiéndome en una que, tras una búsqueda muy escudriñada, encontré vacía. La mayoría de las habitaciones o bien estaban con llave, o estaban con dos personas acurrucándose contra una cama, una pared o un mueble. Un poco de vergüenza y asco me dio porque no terminaba de entender por qué deben de hacer este tipo de actos en una casa que no es tuya; un hotel, no lo sé. Mi hermano tuvo novias en la escuela, alguna que otra vez lo vi teniendo un beso con ellas, pero jamás estos gestos tan pasionales que no hay necesidad que otros lo vean, por último, cierren la puerta con llave. Es horrible.

—Esta es mi primera fiesta, y estoy sola.

Bueno, no es cierto, no es la primera fiesta a la que asisto, pero sí una donde hay mucha gente contemporánea conmigo, que están bebiendo y tocándose inapropiadamente. Muchas de esas personas las conozco porque trabajamos en lo mismo, otros porque son amigos de Kaia, pero no más que eso. No pude seguir conociendo a nadie porque mi querida amiga tiró de mí para llevarme al centro de la pista de baile para después detenerme a mitad de la canción para irse con alguien más; sí que se lo voy a decir. De donde estoy recostada en el sofá me levanto para explorar; por el contenido de la habitación parecía una oficina, pero no estaba del todo segura porque era demasiado colorida, no la típica que tiene mi padre en casa. Vi a mi alrededor cuadros, un escritorio con un precioso monitor donde se podía usar para muchas cosas, en especial una buena partida de Sims, y un mini bar que sin pensar dos veces decidí hurgar. Después del champán que probé hace dos años, no volví a repetirlo, pero ahora me dan ganas de experimentar, de ser imprudente.

Sin pensarlo más, saqué una botella de champán rosa que para mi suerte ya estaba abierta, cogí el vaso que está dentro de la heladera para servirme un poco, bebiendo este líquido de un tirón, largo y entero. Exhalé un quejido que acompaña un gesto de asco, frío, al sentir lo helado de la bebida en mi garganta, aunque no me gustó, volví a servirme otro poco para beber este de una sola sentada. Más que suficiente para calmar esa irracionalidad.

Cerré los párpados un segundo con la botella en la mano y en la otra el vaso que me entumecía los dedos. Tan frío que no podía sostenerlo por mucho tiempo porque tengo miedo de que se me queden pegadas las huellas digitales.

—Música —dije en voz alta, asumiendo que la casa es igual de inteligente que la mía. Estaba en lo cierto, porque salió música de los parlantes que tienen en forma de nube rosa—. ¿Qué es?

La música era tan suavecita que seguirla no era demasiado difícil; me gustaba tanto que me levanté para bailarla, bebiendo del pico de la botella. Gracias a mi madre reconocí el idioma. Cuando se detuvo, volví a poner todo en su sitio, pero quedándome con la botella; pedí que la repitieran en bucle, tarareando la canción como debía ser. Esa noche llevaba un vestido que moví en cada vuelta que daba, y con una sonrisa en los labios canté como pude la canción. Muchos colores vi al cerrar los párpados, formas que tomaban formas; vi tantas cosas que todo el sentimiento negativo se escapó de mis manos como lo hizo la botella al caer en la alfombra. Practiqué ballet en mis primeros años de vida; gracias a la práctica camino tan delicada en las pasarelas, pero esa noche improvisé, bailando en bucle, al igual que la canción.

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