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1. El Escándalo y la Propuesta (5/5)

—Ethan —dijo Yu-jin, con una sonrisa formal que me pareció exagerada—. Permíteme presentarte a la madre de Ariana, Matilde Vázquez.

La efusividad de Yu-jin me puso nervioso. Sentía una presión extraña en el pecho, como si me estuvieran observando desde todas partes. Asentí con una sonrisa forzada, mientras Yu-jin y Matilde intercambiaban cumplidos y hablaban de temas que me resultaban ajenos. Sus palabras resonaban a mi alrededor como un zumbido distante.

—Serán una pareja encantadora —dijo Matilde, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Su mirada era penetrante, como si pudiera leer mis pensamientos—. Estoy segura de que esto generará muchas oportunidades… muchos contratos para ambos.

La confirmación me golpeó como un puñetazo en el estómago. «Todo era una farsa, una elaborada estrategia de marketing». Me estaban utilizando como un simple peón en su retorcido juego, y Matilde, con su frialdad y su pragmatismo, era la maestra de ceremonias. Sentí una profunda repulsión. Apreté los puños sobre la mesa, intentando reprimir la rabia que me recorría las venas. «Esto es una locura. Un maldito secuestro en el que me han robado mi libertad.» La puerta se abrió, y Ariana apareció en la sala. Su expresión de sorpresa me desconcertó. Por un instante, dudé de mis propias sospechas. Pero el recuerdo de su frialdad y su sarcasmo en el estacionamiento me devolvió a la realidad. «Ella también era parte de esto. Ella también me estaba mintiendo.»

—Hija, ¡qué alegría verte! —exclamó Matilde, con una sonrisa que me pareció forzada y artificial. Me miró con una expresión que me hizo sentir como un producto en un escaparate—. Justo a tiempo para la firma. Aquí tienes, cariño.

Ariana tomó el contrato y lo firmó con una calma que me desconcertó. No mostró ninguna emoción, ni siquiera cuando Matilde añadió, con una sonrisa de Matilde se ensanchó, triunfal, mostrando una satisfacción que me heló la sangre. Me miró con una mezcla de condescendencia y astucia. —Ya verás, hija, trabajar con Ethan será maravilloso. Es un chico con un futuro brillante, ¿no te parece, Ethan? Una oportunidad como esta es justo lo que necesitabas.

Su pregunta, aunque formulada con una sonrisa, era una clara advertencia. Me estaban obligando a aceptar su versión de la historia, a convertirme en cómplice de su farsa. Sentí una profunda repulsión. Apreté los puños con fuerza, sintiendo un sudor frío recorrer mi frente, intentando controlar la rabia que me paralizaba. Me sentía atrapado en una trampa, un rehén en un juego macabro que no había elegido jugar. Me senté en silencio, con la mirada fija en el contrato que yacía sobre la mesa. La firma de Ariana, justo debajo de la línea donde se suponía que debía ir la mía, resaltaba con fuerza, como una declaración de guerra. Sentí cómo el peso del contrato, ahora con la firma de ambos, se convertía en una cadena invisible pero indestructible que me ataba a ellos. La reunión concluyó, y el silencio posterior fue casi ensordecedor. Me puse de pie de un salto, con la urgencia de quien escapa de un incendio. Ariana estaba cerca de la puerta, pero la evité como si fuera un obstáculo invisible. Pasé a su lado sin siquiera rozarla, como si entre nosotros hubiera un muro de cristal. Salí de la habitación a toda prisa, como un conejo huyendo de un depredador. Necesitaba aire, espacio, cualquier cosa que me alejara de esa atmósfera densa y sofocante. Salí de la mansión con la mente en blanco, caminando mecánicamente hacia la Hummer negra. Ignoré al chofer y me metí dentro del auto, buscando refugio en la oscuridad. El pánico me asaltó de repente, como una ola que me arrastraba hacia el fondo. Mis manos temblaban sin control, mi respiración se agitó y un vacío helado se instaló en mi pecho. Saqué mi teléfono y marqué el número de Jae-hyun. Necesitaba aferrarme a algo, a cualquier cosa que me recordara que aún era humano.

—Hyung… —susurré, con la voz rota por las lágrimas que comenzaban a brotar de mis ojos—. Me han vendido… como una mercancía, como un producto más en su catálogo.

—Ji-hoon… ¿qué estás diciendo? ¿De qué hablas? —preguntó Jae-hyun, su voz, al principio confusa y adormilada, se fue transformando rápidamente en preocupación al escuchar mi tono desesperado.

—¡Hyung! ¡Me vendieron! —exclamé, antes de que el llanto me ahogara por completo.

—Ji-hoon, cálmate. Por favor, respira. Dime, ¿qué pasó? —La voz de Jae-hyun ahora era firme, casi urgente. Se notaba que estaba intentando procesar la información y que estaba realmente angustiado por mi estado.

—No lo sé… —susurré, con la voz apenas audible. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al recordar el momento exacto en que estampé mi firma en el contrato. La pluma se deslizó suavemente sobre el papel, pero para mí fue como si estuviera firmando con mi propia sangre. Sentí un vacío helado en el estómago, como si me hubieran arrancado el alma. Era una sensación de pérdida irreparable, de haber sellado mi destino con una tinta invisible pero imborrable—. Solo sé que tuve que firmar mi sentencia…

—Ji-hoon… ¡dios mío! ¿Qué demonios pasó? —exclamó Jae-hyun, con la voz entrecortada por la preocupación. Se podía escuchar el latido acelerado de su corazón a través del teléfono. Su reacción era visceral, un reflejo del terror que mis palabras le habían transmitido—. Dime, por favor, dime qué firmaste y sé más claro, por favor.

—Hyung… —murmuré entre sollozos, sintiendo cómo las lágrimas me nublaban la vista. Me costaba respirar, el aire parecía escasear a mi alrededor. Intenté explicarle lo que había sucedido, pero las palabras salían entrecortadas y confusas—. Yu-jin… Matilde Vázquez… Ariana… un contrato… me vendieron… como… una pareja… —Las palabras se ahogaron en mi garganta, incapaz de articular una frase coherente. Sentía que me derrumbaba por dentro—. ¡No puedo!

—Ji-hoon, escúchame bien —dijo Jae-hyun con voz firme y decidida. Se podía sentir la determinación inquebrantable en su tono—. Voy a tomar el primer vuelo a Los Ángeles. No te preocupes, no estás solo en esto. Juntos vamos a salir de esto. Te lo juro.

—Gracias, Hyun —dije, con la voz apenas audible. Un escalofrío me recorrió la espalda al escuchar la puerta de la mansión abrirse y la voz de Yu-jin, con su tono amable y persuasivo, llamándome desde el interior. Sabía que no había escapatoria. Estaba atrapado en su red. Me giré hacia la ventana, como un animal acorralado que espera su destino—. Hyun, tengo que colgar. Me está buscando Yu-jin —dije, con un suspiro de derrota. Corté la llamada sin esperar respuesta. Sabía que cualquier intento de resistencia era inútil. Estaba solo, completamente solo.

Al otro lado de la línea, Jae-hyun apretó los puños con rabia. Escuchar la voz de Ji-hoon tan rota le partió el alma.

—Ji-hoon… te juro que voy a ayudarte. Voy a estar allí contigo, y juntos vamos a hacer que paguen por esto.

Las palabras de Jae-hyun encendieron una chispa de esperanza en mi interior. Cerré los ojos por un instante, sintiendo cómo la determinación comenzaba a reemplazar al miedo. Cuando los abrí, la máscara fría y calculadora había regresado a mi rostro. Estaba listo. Estaba listo para la guerra.

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