Capítulo 3

Los camiones de la mudanza ya habían llegado, y debo admitir que me sorprendió mucho el gran tamaño que tenían, me preguntaba porqué eran tantos y tan grandes, si solo estaríamos viviendo cinco meses aquí, tenía planeado preguntárselo más tarde a mi madre. Mientras tanto, ella se dirigía a uno de los señores que bajaban de los camiones, detrás de ella iba el oficial Wilsonk, al parecer firmaría unas hojas para que posteriormente se dedicaran a descargar e instalar todo.

Cuando por fin firmó, Milan y yo nos acercamos.

—Hola chicos —nos saludó el oficial Wilsonk—. ¿Cómo están?.

—De maravilla —respondió Milan mientras me tomaba una fotografía—. ¿No es así Crys?.

—Si —me limité a responder.

—Bueno, me retiro, me alegra que estén bien y que llegaran a salvo, nos estaremos viendo seguido —se dirigió a mi madre—. Tiene mi número si necesita algo, cualquier cosa, a cualquier hora.

—Gracias oficial —mi madre le sonrió coquetamente—. Nos veremos después.

Aquel oficial le devolvió el gesto con una sonrisa seductora, y después se fue, miré a mi madre, parecía ilusionada, pero aquello me daba un poco de miedo, no quería que la volvieran a lastimar, si llegase a suceder, esta vez no sobreviviría, se derrumbaría.

—¿Por qué hay tantas cosas de la mudanza a parte de las que íbamos a traer? —le pregunté sin tapujos a mi madre.

—Compré nuevos muebles y cosas que nos serían de utilidad, después de todo, este será nuestro segundo hogar —me sonrió—. En la cena les contaré la verdadera historia de esta casa, y porque decidí comprarla.

—Así que hay una historia misteriosa detrás de todo esto —dijo Milan mientras tomaba algunas fotos a los chicos de la mudanza—. Pues muero por saberlo.

—¿Y tu hija, te dio también curiosidad? —mi madre me tocó la mejilla como muestra de cariño.

—Supongo que si —le sonreí con algo de cansancio.

—Pues andando, hay que apresurarnos para terminar antes de la hora de la cena —mi madre parecía más relajada.

Aquella tarde pasamos la mayor parte del tiempo ayudando a los chicos de la mudanza, mi madre se encargaba de mostrarles dónde se colocaba cada cosa, me sorprendió ver que me había comprado libreros nuevos, y que mandara equipar más de los libros que yo había decidido traer, yo también me encargué de dirigir algunas cosas de mi biblioteca personal, mi habitación, y ayudé con la de Milan, ya que a él se le veía muy divertido tomando más fotos a todos, y al parecer, no les molestaba, eso ya era ganancia.

Al terminar, exactamente a las seis de la tarde, mi madre les dio un pago extra en agradecimiento, a mi no me importó, al final ella siempre era así. Tomamos dos horas más para acomodar nuestras cosas personales, cada habitación debía tener un baño personal, pero por desgracia la única que lo tenía era mi madre, lo que significaba que Milan y yo tendríamos que compartir regadera en diferentes turnos.

Mi cama estaba hecha y todo en su lugar, me recosté en ella un momento, el cansancio me había vencido por completo, y supuse que a Milan también, ya que no me molestó en aquellos momentos.

De pronto, me di cuenta de que me faltaba por guardar un álbum de fotos que se encontraba en mi tocador, me acerqué a él con emoción, lo abrí para echar un vistazo, eran de mi época navideña, pasé vista a cada una de mis fotografías, las cuales muchas las había tomado Milan, hasta que llegué a las últimas, ver aquello hizo que se me revolviera el estómago, provocando la aparición de aquel nudo en la garganta que sacaba mis lágrimas a fuerza, se trataban de fotos de Tony y mías.

Recuerdo que hace dos años la habíamos pasado bien al principio de la velada, él tiene la costumbre de hacer una posada en su casa, que para ser honesta, siempre terminaba en una fiesta a lo grande, sus padres al parecer no le decían nada, y como obtenía muy buenas notas le daban mucha libertad, por lo que ese día acostumbraban dejarle la casa sola, y a la mañana siguiente cenaban todos en familia.

Aquella vez no pude asistir a la fiesta de siempre, por lo que tuve que ir al día siguiente, tan solo pensar que cenaría con sus padres me ponía muy nerviosa, mi corazón palpitaba al mil, me arreglé elegantemente, con un vestido de noche escotado color negro, sin mangas, que hacía juego con mis zapatillas del mismo color, me recogí el cabello como a Tony le gustaba, quería complacerlo.

Había quedado en pasar por mí a las ocho de la noche, cuando por fin llegó, una sonrisa traviesa inundó su rostro, y en el trayecto jamás se le borró, creo que en el fondo, una parte de mí sabía que sucedería, pero no lo quería aceptar, me encontraba muy confundida, era como si hubiese entrado en un coma temporal.

Llegamos a su casa y al entrar, el olor a pavo, vino y cigarrillos me provocaron el apetito. Justo cuando me dirigía a la sala de estar, Tony me jaló del brazo y sonriendo me susurró al oído algo, dando como resultado que me temblaran las piernas.

—Vayamos a mi habitación, te tengo una gran sorpresa —me dijo con un gran brillo de lujuria en sus ojos—. Te va a encantar.

—Pero... —me mordí el labio inferior—. ¿Y la cena?.

—Comeremos en mi habitación, observa, no han cenado ellos tampoco —dijo acariciando suavemente uno de los mechones de mi cabello.

—¿Y tus padres, qué dirán si no nos ven en la cena? —le pregunté con algo de angustia en mi voz.

—No te preocupes por ellos, están tan entretenidos con sus cosas de adultos que no se darán cuenta de nuestra ausencia.

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