CAPÍTULO 2

Acomodo muy bien la bufanda en mi cuello y las oscuras gafas de sol en mis ojos, ya que he intentado salir dos veces a la calle y ha sido una misión fallida. Por fortuna mi plan ha sido exitoso ahora que voy cubierta, creí que se darían cuenta que soy yo, pero no ha sido así.

Avanzo con café en mano a través del pasillo que lleva hacia mi oficina. Todavía es temprano por la mañana y eso quiere decir que mis compañeros y jefe tardan en llegar. Entro y me pongo cómoda sobre el asiento, tomo un sorbo de la bebida caliente y comienzo a teclear en mi computadora para buscar los documentos y escritos pendientes por edición o corrección. Estoy tan concentrada que ni siquiera me doy cuenta que el tiempo se ha ido casi volando. Escucho un bullicio afuera, pero le resto importancia al ver entrar a mi jefe a la oficina. 

—Camila... —Se planta frente a mí.

Me aclaro la garganta y me levanto como un resorte.

—Dígame, señor Roberto. —Pestañeo algunas veces, la pantalla del aparato me cansa la vista.

—¿Qué significa esto? —Lanza una carpeta blanca sobre el escritorio, lo hace con tal rudeza y enojo que me provoca dar un respingo.

Ouch...

La tomo y leo con atención, me encuentro con que es un informe detallando mi contrato con la editorial Rogers.

—¿Y qué ocurre con esto? —Niego con la cabeza.

El hombre me quiere fulminar con la mirada. ¿Qué le pasa ahora?

—Pues que está despedida. No voy a permitir que un empleado importante de la editorial se congracie con nuestra competencia. —El regordete y pelirrojo hombre se cruza de brazos.

¡¿Qué?!

Abro la boca, pero no puedo decir nada, me ha tomado por sorpresa.

—Pero si en el contrato que firmé con usted no decía nada sobre tener prohibido trabajar con otras editoriales. Además, les propuse revisar mi libro y ni siquiera me hicieron caso, ¿por qué me reprocha esto ahora? —Niego con la cabeza muy molesta mientras recojo mis cosas—. La mejor editorial se ha fijado en mí, y déjeme decirle que usted ha perdido alguien importante.

Si me despidió, ¡pues despedida me quedo! No voy a rogarle a nadie.

—¿A dónde va? —Me mira con atención.

—¿No me ha despedido? Ya me voy, con permiso.

No soporto seguir viendo su cara. Paso por su lado con prisa y acomodo mi corto cabello, restándole importancia a su presencia. Avanzo rápidamente y enojada por el pasillo, robándome las miradas de compañeros y desconocidos. Cuando estoy a punto de abrir la puerta, escucho la voz de mi ahora ex jefe. 

—¡Vega, espere!

Hago como si no lo hubiera escuchado y salgo, encontrándome de frente con tremendo bullicio. Veo muchas personas correr hacia mí con afiches de mi novela entre las manos o bolsas de regalo.

¡Por Dios!

Estoy atónita, aquí de pie pestañeando como tonta. Me quito los lentes de aumento y me froto los ojos para comprobar si no estoy alucinando. ¡Hay cientos de personas, esto parece un concierto!

—¡Hola! ¡Camila! —Veo una jovencita venir hacia mí y me echo hacia atrás un tanto sorprendida—. ¿Podrías regalarme un autógrafo? Soy la presidenta de tu club de fans. Lo hemos llamado ¡Vegadicters!

Chilla emocionada y todas las demás gritan al unísono.

—M-muchas gracias... Sí, claro que sí...

Me siento halagada por tan bonita demostración. Acomodo mi cabello y tomo el sharpie para dejar mi firma sobre su cuaderno. Estoy muy emocionada... Tiempo después, no sé ya cuantas firmas y sonrisas he regalado, pero me siento exhausta.

—A ver, a ver... —Se escucha una voz masculina en el lugar, el guardia de seguridad aparece para ayudarme. 

—Retírense jovencitas, este es un lugar privado, por lo que no pueden estar aquí. —El hombre las ahuyenta y ellas le hacen abucheos.

—¡Chicas!... Pronto habrá una firma de autógrafos, no se preocupen. En mi blog les avisaré todo, como siempre... —intervengo.

Todas sonríen y se miran entre sí, asintiendo. Pongo mis manos a cada lado de mi cintura y exhalo profundamente cuando se van dispersando despacio. Me regreso a la editorial, para refrescarme con el delicioso frío del aire acondicionado, puesto que allá afuera ya está haciendo calor.

—¿Qué ha sido eso? —Aly se acerca a mí y me abraza.

—He sido despedida y... soy famosa... —Suelto una risita nerviosa y la miro.

—¿Y ahora qué harás? —Aly me mira con sus grandes ojos de color miel, ella es toda una española guapa.

Sonrío muy contrariada y sorprendida todavía.

—Pues ya que no tengo trabajo, me dedicaré a disfrutar de las mieles de la fama... —Finjo una mueca triste.

—Es lógico... —Asiente pensativa.

—Te diría que vinieras a disfrutar conmigo, pero debes ir con tu marido e hijo. —La miro, con un poco de burla. 

—Serás malvada... —Cierra los ojos con fingido dolor.

—Bueno amiga, nos vemos pronto. Voy a extrañar verte a diario. —Le doy un fuerte abrazo.

—Yo también te voy a extrañar. Ese jefe, es un estúpido jefe... —suspira molesta.

Le sonrío una última vez antes de salir y caminar hacia el estacionamiento. Voy a marcharme hacia mi departamento y dormiré todo el día, creo que me lo merezco y con intereses de por medio... 

Me desperezo en la cama al sentir los cálidos rayos de sol darme de lleno en la cara.

¡Buenas tardes, Miami! 

Me levanto de un salto para ir a abrir las altas y extensas cortinas, pero suelto un gemido horrorizado al ver un centenar de gente agolpada y gritando en el primer piso. Varios golpes en la puerta y el sonido del timbre me hacen dar un respingo, voy corriendo como un coyote hacia la entrada y abro la puerta con fuerza, es entoces el bonito rostro del guapo Mark me da las malas tardes, porque tiene una expresión de desespero casi épica.

—Hola, señorita Vega. —Me tiende la mano y la estrecho, fijando mi vista en sus lindos ojos miel.

—Hola Mark... ¿Qué te trae por aquí? —Ladeo la cabeza, como tratando de comprender su extraña expresión.

Desde la vez que firmamos el contrato, no lo había vuelto a ver y ahora me parece todavía más apuesto e hipnotizante. Mi corazón se acelera un poco cuando lo veo pasar tan cerca de mí y detenerse a mi lado.

No recuerdo haberlo invitado a pasar, pero bueno...

—Mis directivos me han informado sobre algo terrible. La orden ha venido desde arriba y por más que quisiéramos remediarlo, no podríamos. —Disimula un suspiro y clava sus brillantes ojos en los míos.

Mi corazón da un vuelco.

—¿A qué se refiere? —Me rasco el cuello desnudo con delicadeza y arrugo el entrecejo. Ahora solo he conseguido ponerme más ansiosa.

—La editorial ha decidido cancelar el contrato... —Hace un gesto como de estar lamentándolo—. Pero le reembolsaremos una indemnización por el incumplimiento...

No espabilo, solo me he quedado mirando hacia el oscuro mármol del suelo. Simplemente no puedo digerirlo. ¿Cómo voy a decirles aquello a mis lectores?

—¿Cómo...? —Niego y espabilo en reiteradas ocasiones.

Suspiro y miro su rostro, el cual está en dirección hacia el mío, sus ojos me escrutan con detalle.

—Lo siento mucho, señorita... —Niega con la cabeza y resopla.

Empuño las manos, muy decepcionada y molesta hasta respirar con más fuerza.

—¿Cómo va a sentirlo? No tiene nada de qué preocuparse, tiene su trabajo y su sueldo... No como yo que acabo de quedar en la ruina... —De un momento a otro tengo una horrible y torpe rabieta de la que me arrepiento luego, como siempre—. L-lo siento...

El hombre resopla de nuevo, pareciendo muy enojado. Creo que he sido algo grosera, o muy grosera.

—Debería sentirlo también por mí, por defenderla me he quedado sin empleo... —Desvía la mirada—. Con permiso...

Da la media vuelta y se marcha rápidamente, corro detrás de él.

—¡Espera! Lo siento, lo siento de verdad...

Me detengo frente al elevador, pero las puertas se cierran, dejándome ver sus expresivos ojos miel escrutarme por última vez. Regreso al apartamento con la cabeza gacha y arrastrando mis pantuflas de conejito.

Es un desastre, un completo y jodido desastre...

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