Mirando mi teléfono, parada en el centro del comedor parecía una estatua viviente. Me mantuve inmóvil, sin que consiguiera aclarar mis ideas. La imagen era particularmente dolorosa, porque mostraba a mi rubio rodeando los hombros de Samira, quien reía, satisfecha de su obra. Comencé a sentir los dolorosos movimientos estomacales, acompañados de las intensas náuseas. Dunia, experimentada en la materia, me asistió con la infusión de la noche anterior, pero esta vez mi desesperación me llevó a la locura y estallé en sollozos, abrazada de la morena. - Tranquila - me decía a intervalos. Cuando pude hablar y pensar con claridad le tendí el teléfono, para que comprobara cuál es el detonante, la joven contempló detenidamente la imagen y dijo con seguridad. - Eres débil y ellos lo saben, en la foto no se aprecia nada que pueda culpar a Jerry de tener una relación con esa víbora. Tienes que calmarte y aprender a lidiar con ellas, eso le hace daño a tu bebé. Recostada en su hombro fui ca
Llevaba varios días con los malestares que no cesaban de golpearme, había adelgazado, porque no consiguía probar alimentos. Dunia había sido un gran apoyo en esta etapa, acompañándome en las interminables horas de desfallecimiento. Programó una cita con un ginecólogo conocido, pues su preocupación por mi inapetencia aumentaba en la medida en que pasaban los días de abstinencia. El chequeo arrojó baja hemoglobina, lógico totalmente, si tenemos en cuenta las largas horas de ayuno, pero los demás resultados fueron satisfactorios. - Necesitas comer - dijo Dunia delante del galeno. El joven me contempló con minuciosidad y asintió. Esa curiosidad también característica de los cubanos, los llevaban a ser imprudentes en su trato. - ¿Estás casada? - preguntó curioso. - Casi - respondí, tratando de mantener distancia, algo en él me generaba intranquilidad y, tomando a mi amiga del brazo, la arrastré hasta la calle. - Estaba complaciente el doctor - comentó irónica. Lo había percibi
Esa noche dormí tranquila, sin tormentos ni pensamientos hostiles. Me alegraba el no tener que asociar la imagen de aquella plástica, aliada de mis enemigas, con mi guardián. Al fin estaba libre de mentiras, engaños y falsas promesas, pero extrañamente, esperé una señal suya que durante los días posteriores al evento no llegó. - Te quiero alejada de la cama - dijo mi amiga esa tarde, después de haberme contemplado frustrada durante una semana, deprimida, triste y derrotada. - Llámale y busca tú misma la verdad, sin imaginarte cosas. Toda la mañana estuve pensando en su sugerencia, pero mi orgullo dominaba mis acciones y me llevaba a dejar el teléfono, cuando resuelta y dispuesta, intentaba la llamada. - En el amor no hay orgullo que valga - me dijo Dunia que contemplaba molesta mi proceder - ahora mismo toma el teléfono y llama. Al ver mi inseguridad, ella misma buscó el contacto y, al escuchar la voz de mi guardián me extendió el celular, susurrándome que hablara. - Hola
Poco a poco me recuperaba de la tragedia que estuvo a punto de consumir mi vida. Era el segundo bebé que el destino me arrebataba y comencé a pensar, por primera vez, en cada una de las señales que me había mandado, todas esclarecedoras y directas, quizás aún no estaba preparada para asumir la maternidad, o tal vez, era un mundo peligroso y convulso para un niño, perseguida y acechada por mis enemigos e inestable aún en el plano emocional, por lo que pensé en esperar con tranquilidad mi momento. Aquella tarde miré a Jerry, quien sentado en la terraza de la casa de Dunia, no dejaba de contemplarme. Había estado tan pendiente de mí, cuidàndome, a pesar de mis rechazos, que logré sentirme sobrecogida. - ¿Por qué le creíste a ella? - pregunté. - Porque soy un estúpido inseguro - respondió - con mis propios traumas, creí que te estabas alejando, porque ya no me amabas. - Yo te amaba, pero quería esperar, no podía verte con ella yo... necesitaba sanar, pero ahora...- ¿ Me amabas? -
Esa noche volví a entregarme a mi chico con una intensidad nueva, generada por la larga separación. En sus brazos, cada caricia, alcanzaba un nuevo significado, deseaba más, dejarme devorar por la pasión, era suya y él lo sabía, a pesar de mis muros, de mis inseguridades y desconfianzas. - ¡Cómo te extrañaba! - exclamó. No respondí, pero mis besos le mostraban lo que las palabras no pudieron expresar, también lo extrañé, ni un solo día había dejado de pensarlo, aun cuando había llorado su Inevitable pérdida. - Mañana veré lo del pasaje - dijo - extraño a Adrián. - Yo también - comenté - ahora más que nunca necesito de su pureza. - Lo lograremos - dijo, tocando mi vientre - ¿Lo sabes, verdad? En sus palabras siempre encontraba la promesa de un mañana mejor y me aferraba a la idea, con garras. Por lo menos, esa mujer que había salido de su país asustada, en nada se parecía a la guerrera que volvía dispuesta a luchar, vencer y reconstruir su vida. - ¿Te vas? - preguntó Duni
Mientras leía, las lágrimas nublaban mi vista. Me había ayudado y siempre pensé que, para ella, había sido un error, un estorbo en su vida. Recordé, tras el secuestro de Adrián, que el niño se había referido a una mujer que lo salvó del maltrato. Era ella, siempre había sido Jessica, hasta aquella foto de Samira con otro hombre, que nos había hecho replantearnos la paternidad de mi guardián, era obra suya. ¿Cómo no pude darme cuenta de sus verdaderas intenciones? - Tengo que saber qué pasó con ella, se lo debo. - Localizaré a Andy - dijo mi chico - a ver qué podemos hacer. Recordé todas las ocasiones en que mi madre biológica me apartaba de su lado, sacándome de la casa, las veces que se ofrecía como un trofeo, para apartar a su amante de mi lado. Ahora todo encajaba con claridad, me estaba protegiendo del sádico, de sus ataques de locura, de su violencia y de su tortura. En su mente perturbada no valoró la posibilidad de pedir ayuda, porque se sintió acorralado y visiblemente
En aquel restaurante, angustiada y expectante, esperaba una explicación adecuada para mis dudas, generadas por las palabras de Samira. - Quiero una explicación - dije - con la verdad. Jerry se aclaró la garganta y con cautela y suavidad comenzó a hablar. - Elizabet yo no tengo una relación con Samira. - ¿La tenías cuando yo estaba en Cuba? Él respiró profundo, estaba cansado y agobiado. - Yo siempre la acompañé por el bebé, no estuvimos juntos. - ¿Y el beso? - pregunté porque la duda devoraba mis entrañas. - No correspondí al beso - dijo con honestidad - tienes que creerme, yo te amo. Lo contemplé y vi su desesperación, no podía ser tan básica, predecible y creer en las mentiras de la rubia. - Confío en ti, tranquilo - dije y pude apreciar cómo mi guardián soltaba el aire que tenía acumulado, en señal de alivio. Me tomó las manos con dulzura, expresándome delicadeza y caballerosidad. - Gracias, mi amor, por creer en mí. ¿Creía en él? Quería hacerlo, pero aún
Esa noche hablamos con Adrián, expresándole lo importante que era él en nuestras vidas, tratando de atenuar el daño que pudiera haber ocasionado el rechazo de su madre. El pequeño nos escuchó serio como, si de pronto, hubiera madurado. - Yo quiero estar con ustedes - informó con timidez - ella no me quiere. Se me oprimió el corazón por su confesión. ¿Cómo una mujer puede ser feliz sin el más mínimo instinto maternal? Sus ojos cristalizados me dejaron sin palabras. - Nosotros te amamos y mucho - dije, acariciando su cabello - debes estar feliz por eso. Asintió y una sonrisa hermosa y tierna apareció en su bello rostro, pero la intranquilidad propia de la edad, dominó sus acciones y comenzó a correr detrás de su mascota. - Eres un ángel - afirmó mi guardián - y somos bendecidos por tenerte. La satisfacción era mutua, porque sin ellos la recuperación hubiera sido imposible, adornaban mis días, brindándome energía para la lucha. Comencé a asistir a los aburridas y largas re