En nuestro vagar conscientes por la vida los seres humanos debemos enfrentarnos a situaciones difíciles, que atacan directamente nuestras mentes, llevándonos a la locura y ponen a prueba nuestra capacidad de resistencia. Perder a un hijo debe ser, para una madre, un derrumbe total de su mundo, una de esas situaciones límites que nos hace cuestionarnos la decisión de seguir con vida. Dunia, mi amiga cubana, sufrió la pérdida de su hijo, condenado, desde su nacimiento, a padecer una extraña enfermedad que atacaba a su organismo, afectando su sano y adecuado crecimiento y desarrollo y, particularmente al sistema inmunológico, dejándolo sin defensas para la lucha contra el padecimiento. Sumida en su dolor y aferrada al recuerdo del pequeño, la morena, abrazó una depresión de grandes connotaciones, que la envolvió en la tristeza y la desesperanza. Pasaba horas llorando en la habitación del pequeño, lamentando su desdicha. Su esposo, quien se había mantenido a su lado durante el proc
A veces el destino nos muestra caminos diferentes y rectos en medio de las tribulaciones, ofreciéndonos una vía de escape a tanto sufrimiento. Para Dunia el comienzo era difícil e incierto, pero después de días de conversaciones con su esposo, decidió perdonarlo y volver a Cuba, a su lado, quizá por el hecho de considerarlo su única familia, o porque ya había perdido mucho y no estaba dispuesta a darle paso a la soledad. Mirando a mis hijos, esa noche, mientras los acurrucaba entre las sábanas, supe que había acabado de romper, con todos mis traumas del pasado. Allí estaba, viviendo una vida diferente a la que tenía, e incluso mejor a la que había imaginado. En todas esas noches de desvelo, en mi adolescencia, nunca imaginé que años más tarde gozaría de paz y que tendría una familia que sería mi orgullo y mi fortaleza. Recordaba que ese mismo día había asistido a uno de aquellos eventos molestos, que causaban malestares en el pasado. Mi editora me había llamado en la mañana, recor
El tiempo inflexible sigue su tránsito, modificándolo todo a su paso. Mi vida se llenó del amor de los míos y de esa lucha constante por mantenerme centrada en mi objetivo. A lo largo de estos 15 años he tenido éxito en mi vida profesional y personal. Publiqué cinco obras que tuvieron un caluroso recibimiento por parte de mis seguidores y he visto crecer a mis hijos, disfrutando de cada uno de sus éxitos. - ¿Todo está listo? - preguntó Jerry, refiriéndose a los preparativos para la cena donde conoceríamos a la novia de mi hijo Adrián. - Espera - digo nerviosa - se me olvidaron algunos asuntos en la cocina. - Calma, todo va a salir bien - expresa mi chico, dándome un beso breve en los labios. Penetro en la estancia y observo a mi empleada, fiel y eficiente, moverse con habilidad por la cocina, dándole órdenes a las otras chicas encargadas del servicio, que hoy se encuentran bajo su tutela en las tareas culinarias. - ¿Todo bien? - Le pregunto a Tamara, acercándome al fogón.
Meses más tarde mi hijo nos dio la grandiosa noticia de su boda. Todos nos alegramos, pero, en mí, además de alegría por él, estaba la incertidumbre de no saber que tenía preparado el destino para su nueva vida. Como toda madre protectora quería evitarle problemas a Adrián, aunque estaba consciente, de que todos los seres humanos tenemos que vivir nuestras experiencias para aprender, porque eso es exactamente lo que nos hace más sabios. Ayudé en los preparativos de la boda, asumiendo gran parte de los gastos, pues mi hijo apenas estaba estudiando y la familia de la chica no tenía una solvencia económica estable, preparando para ellos una celebración de ensueño. Una tarde, días antes de la ceremonia, el chico entró nervioso a mi despacho, donde trabajaba en mi nuevo proyecto. - ¿Mami podemos hablar un momento? Su actitud solemne me hizo levantar de inmediato la vista de mi cuaderno de anotaciones. - Claro mi amor - respondí. - Quisiera pedirte que me dejaras vivir en esta c
- Llegamos señorita - avisó Jerry, con su acostumbrada seriedad, apenas estacionó frente al enorme e imponente edificio de la editorial. Bajó en silencio y rodeó, con elegantes movimientos el auto, para abrirme la puerta del asiento del copiloto. Suspiré, tratando de despojarme del miedo que invadía mi cuerpo. El corazón acelerado me recordaba constantemente que no estaba acostumbrada a socializar y que odiaba la invasión de mi espacio personal. Capté, inmediatamente, la luz emitida por una cámara fotográfica y me aterré. La noche promete, me dije internamente, tratando de reprimir el sentimiento de frustración que luchaba por salir. - ¡Buitres! – exclamé molesta, refiriéndome a los fotógrafos y reporteros que esperaban mi llegada. Caminé con pasos rápidos, aunque algo inseguros, hacia el vestíbulo de la monumental construcción. Los periodistas me acosaron, tratando de buscar un acercamiento que les permitiera interrogarme sobre el lanzamiento de mi libro. No quería hablar, por
- Tienes que venir Elizabet - me gritó la responsable de la editorial con verdadera frustración - en media hora debes firmar autógrafos. - Lo siento, yo fui muy clara con ustedes. No me gustan las personas. Yo no quiero socializar. - ¿No? - preguntó ella con ironía - ¿Cómo promocionamos tu obra? A las personas sí les gusta el contacto físico. - No me interesa, ya te lo dije - alegué desesperada y visiblemente molesta. - Mira, las cosas son así, tú tienes un contrato conmigo y, este evento, está contemplado dentro del mismo, así que, tienes veinte minutos para llegar aquí o te demando por incumplimiento - amenazó la mujer sin la más mínima gota de paciencia ni sensibilidad. Suspiré estresada. ¿No podría simplemente desaparecer? Me mudaría para un lugar solitario, donde, a los idiotas que me absorbían la sangre como sanguijuelas, les fuera imposible molestarme, pero tenía razón, el contrato contemplaba el evento. Debía ceder, al menos por esta vez. Luego pondría en su sitio a
Mientras manejaba lo detallé anonadada. Pensé que era totalmente ilegal poseer esa belleza. Me atraía su carácter serio y centrado, su fortaleza física, su atractivo cuerpo y, particularmente, sus profundos ojos verdes. De repente su mirada logró descubrir mi acoso y pude percibir una ligera sonrisa estampada en el rostro del chico. - ¿Pasa algo? - preguntó irónico. Negué, depositando la vista en mis intranquilas manos. El.sentimiento me agobiaba. - Tranquila – dijo – a mí también me gusta lo que veo. ¿Tan obvia era? Me reacomodé nerviosa en el asiento. Debía controlarme, pero a pesar de saberlo, la inexperiencia que poseía en los temas de seducción, me exponían ante él, sin embargo más que avergonzada me sentía contenta, porque era la primera vez, que mi cerebro registraba esa atracción tan poderosa y agradable al mismo tiempo. El camino fue corto. Su presencia especial e imponente me generaba una paz que, ni con mis padres adoptivos, había experimentado. - Llegamos - av
Después del desagradable incidente y, con los nervios a flor de piel, no estaba preparada para volver a mi casa, por lo que, busqué el apoyo incondicional, que tanto necesitaba, en la mansión de mis padres. A pesar de la negativa del rubio, le brindé una merecida noche de descanso junto a los suyos. Quería alejarme un poco de las caricias que me desconcertaban y pensar, con la mente despejada, en los recientes acontecimientos. Continuaba negándome a la posibilidad de cambiar mi vida, por el miedo al fracaso. Cuando mi progenitora me vio atravesar el umbral de su casa, sonrió ampliamente pero, al contemplar mi rostro rojo y los hinchados labios, sustituyó la alegría por una expresión de confusión, temor y tristeza. - ¡Oh! Querida - dijo abrazándome - ¿Qué pasó? - Vi a Ransés en el evento - dije sin separarme de su cuerpo - me amenazó mamá y, de no ser por Jerry yo… No logré terminar la frase. Rompí a llorar sin consuelo. Tanto tiempo en terapia y, ante su presencia, reaccionaba,