La Navidad siempre es un acontecimiento digno de júbilo. Se celebra en las familias, tomando como punto de partida el nacimiento de Jesús, el hombre que ofrendó al mundo una prueba de amor incondicional para sus semejantes. Como parte del festejo se realizan las famosas cenas familiares que posibilitan la unión de todos sus miembros. Cuando pequeña odiaba estas fechas, porque me recordaban lo triste y sola que siempre me encontraba. Ni siquiera ese día era diferente, mi madre vendía su cuerpo por dinero y mi padrastro mantenía su misma rutina de abuso hacia mí, sin embargo, todo cambió con mi adopción, Mirian y James se encargaron de hacer, de este día, una fecha especial, digna de celebrar y, aquí estaba yo, siguiendo la tradición, preparando una glamorosa cena de Navidad. - ¿Todo está listo Tamara? - le pregunté a la joven mirando cada uno de los platillos encima de la meseta de la cocina - mira que son muchos los invitados. - Elizabet, cálmate, todo está bajo control - respondi
Salí de mi despacho luego de un día completamente creativo, envuelta en narraciones románticas con finales felices e increíbles personajes principales. Estaba acabando otro de mis libros. Todas mi historias desde hacía algún tiempo trabajaban la figura femenina a través de sus protagonistas. Eran féminas empoderadas, que mostraban el ejemplo de su resistencia y crecimiento personal. Quería dejar un legado y demostrar al mundo, que no importa cuán fuerte te golpee el destino si tu deseo de salir adelante se impone. Miré a mi alrededor, escuchando las risas y gritos de mis nietos, jugando en la alberca y no pude dejar de sonreír. Los niños se hacían bromas inocentes, sacudiendo el agua y mojando a los demás. Era una recreación sana que requería de los agradables chillidos, que eran música para mis oídos. Tenía cuatro nietos, tres de ellos de mi hijo Adrián y uno de la pequeña Liliana, porque para mí seguía siendo la preciosa niñita que exigía vestiditos de princesa para salir a la c
Sentada frente a mi escritorio, con casi 60 primaveras en mi cuerpo, enfrentándome a una narrativa más moderna, pienso en mi vida a lo largo de estos años, surcada por momentos difíciles y por otros que han marcado de forma positiva mi mundo. En el pasado pude presenciar y vivir con horror el abuso, las calamidades, la soledad y el desamor. Mi adolescencia fue un infierno terrenal y tuvo que aparecer Mirian para salvarme del fuego que me estaba devorando. A pesar del esfuerzo y los implacables desafíos del destino la soledad siempre golpeaba a mi mundo, hasta que llegó él, para enseñarme a amar, perdonar y luchar por mis sueños. Conocí entonces la otra parte de la vida, enriquecida por la esperanza y el amor. Ahora, a casi 40 años de aquel acontecimiento, veo con claridad que él fue un emisario divino que llegó para dar luz. Todas las personas que he conocido a lo largo de estos años han jugado su papel fundamental en la educativa y particular escuela de la vida, incluso aquell
- Llegamos señorita - avisó Jerry, con su acostumbrada seriedad, apenas estacionó frente al enorme e imponente edificio de la editorial. Bajó en silencio y rodeó, con elegantes movimientos el auto, para abrirme la puerta del asiento del copiloto. Suspiré, tratando de despojarme del miedo que invadía mi cuerpo. El corazón acelerado me recordaba constantemente que no estaba acostumbrada a socializar y que odiaba la invasión de mi espacio personal. Capté, inmediatamente, la luz emitida por una cámara fotográfica y me aterré. La noche promete, me dije internamente, tratando de reprimir el sentimiento de frustración que luchaba por salir. - ¡Buitres! – exclamé molesta, refiriéndome a los fotógrafos y reporteros que esperaban mi llegada. Caminé con pasos rápidos, aunque algo inseguros, hacia el vestíbulo de la monumental construcción. Los periodistas me acosaron, tratando de buscar un acercamiento que les permitiera interrogarme sobre el lanzamiento de mi libro. No quería hablar, por
- Tienes que venir Elizabet - me gritó la responsable de la editorial con verdadera frustración - en media hora debes firmar autógrafos. - Lo siento, yo fui muy clara con ustedes. No me gustan las personas. Yo no quiero socializar. - ¿No? - preguntó ella con ironía - ¿Cómo promocionamos tu obra? A las personas sí les gusta el contacto físico. - No me interesa, ya te lo dije - alegué desesperada y visiblemente molesta. - Mira, las cosas son así, tú tienes un contrato conmigo y, este evento, está contemplado dentro del mismo, así que, tienes veinte minutos para llegar aquí o te demando por incumplimiento - amenazó la mujer sin la más mínima gota de paciencia ni sensibilidad. Suspiré estresada. ¿No podría simplemente desaparecer? Me mudaría para un lugar solitario, donde, a los idiotas que me absorbían la sangre como sanguijuelas, les fuera imposible molestarme, pero tenía razón, el contrato contemplaba el evento. Debía ceder, al menos por esta vez. Luego pondría en su sitio a
Mientras manejaba lo detallé anonadada. Pensé que era totalmente ilegal poseer esa belleza. Me atraía su carácter serio y centrado, su fortaleza física, su atractivo cuerpo y, particularmente, sus profundos ojos verdes. De repente su mirada logró descubrir mi acoso y pude percibir una ligera sonrisa estampada en el rostro del chico. - ¿Pasa algo? - preguntó irónico. Negué, depositando la vista en mis intranquilas manos. El.sentimiento me agobiaba. - Tranquila – dijo – a mí también me gusta lo que veo. ¿Tan obvia era? Me reacomodé nerviosa en el asiento. Debía controlarme, pero a pesar de saberlo, la inexperiencia que poseía en los temas de seducción, me exponían ante él, sin embargo más que avergonzada me sentía contenta, porque era la primera vez, que mi cerebro registraba esa atracción tan poderosa y agradable al mismo tiempo. El camino fue corto. Su presencia especial e imponente me generaba una paz que, ni con mis padres adoptivos, había experimentado. - Llegamos - av
Después del desagradable incidente y, con los nervios a flor de piel, no estaba preparada para volver a mi casa, por lo que, busqué el apoyo incondicional, que tanto necesitaba, en la mansión de mis padres. A pesar de la negativa del rubio, le brindé una merecida noche de descanso junto a los suyos. Quería alejarme un poco de las caricias que me desconcertaban y pensar, con la mente despejada, en los recientes acontecimientos. Continuaba negándome a la posibilidad de cambiar mi vida, por el miedo al fracaso. Cuando mi progenitora me vio atravesar el umbral de su casa, sonrió ampliamente pero, al contemplar mi rostro rojo y los hinchados labios, sustituyó la alegría por una expresión de confusión, temor y tristeza. - ¡Oh! Querida - dijo abrazándome - ¿Qué pasó? - Vi a Ransés en el evento - dije sin separarme de su cuerpo - me amenazó mamá y, de no ser por Jerry yo… No logré terminar la frase. Rompí a llorar sin consuelo. Tanto tiempo en terapia y, ante su presencia, reaccionaba,
En la estación de policías todo fue un caos. Comenzaron a cuestionarme, pensando que se trataba de una forma exagerada de reaccionar, de mi parte, ante la nota. Aseguraban que estaba molesta por su libertad y que, esta, era mi forma de vengarme. Aterrada ante las palabras del oficial, quise abandonar el lugar pero, Jerry, me lo impidió con un gesto. - ¿Cómo pueden decir tantas estupideces? - preguntó frustrado - ustedes saben que el imbécil es un violador y aun así ponen en duda lo que decimos. Me equivoqué al pensar que la justicia actuaría ante la amenaza, pero veo que no es así. Me tomó de la mano y me condujo hacia la entrada de la instalación. Sus pasos rápidos recorrían el pasillo, conmigo a rastras. No me quejé porque pensé que esa era su forma de librarse de la tensión del momento. De igual manera yo estaba insultada. ¿Por qué los guardianes de la ley preferían brindarle el beneficio de la duda a un ser tan maquiavélico como Ransés? No tenía la respuesta para esa interro