Capítulo 2

- Tienes que venir Elizabet - me gritó la responsable de la editorial con verdadera frustración - en media hora debes firmar autógrafos.

- Lo siento, yo fui muy clara con ustedes. No me gustan las personas. Yo no quiero socializar.

- ¿No? - preguntó ella con ironía - ¿Cómo promocionamos tu obra? A las personas sí les gusta el contacto físico.

- No me interesa, ya te lo dije - alegué desesperada y visiblemente molesta.

- Mira, las cosas son así, tú tienes un contrato conmigo y, este evento, está contemplado dentro del mismo, así que, tienes veinte minutos para llegar aquí o te demando por incumplimiento - amenazó la mujer sin la más mínima gota de paciencia ni sensibilidad.

Suspiré estresada. ¿No podría simplemente desaparecer? Me mudaría para un lugar solitario, donde, a los idiotas que me absorbían la sangre como sanguijuelas, les fuera imposible molestarme, pero tenía razón, el contrato contemplaba el evento. Debía ceder, al menos por esta vez. Luego pondría en su sitio a esa desagradable e insensible mujer. Finalmente confirmé mi presencia en el lugar elegido, sintiendo los nervios completamente alterados. Esta fobia limitaba mis acciones y me convertía en un ser amargado y vulnerable para enfrentar el cumplimiento de las diferentes tareas. Debía realizar, en serio, un sinnúmero de ejercicios de relajación, para asegurarme una tarde tranquila. Bajé al garaje, ya con respiración irregular por mi próximo destino.

- Prepara el auto - ordené - vamos a salir.

Subí hasta la habitación, todavía necesitaba concentrarme en mi apariencia. El pelo mostraba mechones rebeldes que trataba de dominar con crema peinadora. Las enormes ojeras, frutos de una noche tormentosa, debido a las pesadillas, se resistían a dejarse vencer por el maquillaje. Mostré, frente al espejo, mi inconformidad con la imagen que devolvía, pero la resignación me arrastró hacia el frente de la casa, donde ya se encontraba el auto esperando por mí.

- ¿Está segura de querer exponerse de nuevo ante el cúmulo de personas que participan en esos eventos? - preguntó, mi chofer, con preocupación.

- No - respondí - pero, las obligaciones, nos acechan. Me acaban de amenazar con una demanda, así que - agregué realizando un ligero movimiento de hombros - debo asistir.

Nos adentramos en las concurridas calles de la ciudad, disfrutando de un silencio cómodo y cálido. Era eso, precisamente, lo que me encantaba del joven, su capacidad para captar mis estados de ánimo. Sabía cuándo entablar una conversación y los temas que, para mí, estaban vedados. Mi vida se reducía a eso, pasar desapercibida ante la gente. Mi pasión era escribir, plasmar, en el papel, mis profundos sentimientos y mis mayores anhelos y por eso lo disfrutaba tanto, al punto de considerarlo mi único aliciente. En la adolescencia todavía soñaba con casarme con un atractivo príncipe que me amaría todos los días de mi vida pero, casi al instante, me di cuenta que los finales felices no existen, pues solo son fruto de una mente inocente, tierna y juvenil. Mi padrastro se encargó de lanzarme a la realidad de una forma cruel e inhumana, dejándome completamente afectada con escasas posibilidades de regeneración. No tenía amigos y nunca había disfrutado de una relación romántica, fuera de mis historias. Mis personajes, hasta la fecha, eran únicamente un producto de la imaginación. ¿Qué había cambiado, en mí, para que me decidiera a incorporarle elementos autobiográficos a la protagonista de esta nueva novela?

- ¿Necesita algo, señorita? - preguntó mi acompañante, mirando mi poca disposición para salir del auto.

- Jerry, no te apartes de mí, te necesito - susurré angustiada. Me arrepentí de sonar tan desvalida, pero ya era tarde. Mis palabras habían marcado al muchacho.

- ¡Llegaste! - exclamó Danna al verme.

- Me dejaste sin opciones. Puedes vanagloriarte de tu victoria, la amenaza te funcionó - respondí con un tono que enseñaba, exactamente, el tamaño de mi molestia.

- Lo siento pero, en ocasiones eres tan frustrante.

Sus palabras me asombraron. Era la primera vez que se permitía esa osadía conmigo y sonreí, la había exasperado. Me complacía provocar reacciones imprevistas en mis conocidos hasta dejarlos expuestos por completo.

- De acuerdo, sin embargo no le debo nada a nadie, así que no permito que me cuestionen - expresé queriendo parecer calmada pero, ciertamente, podía escuchar los latidos de mi corazón acelerado.

Ocupé la silla, que me habían preparado para mi interacción con el público. Busqué, con la vista, a mi guardaespalda. Lo sentí colocarse a mi costado derecho, provocándome en los músculos una sensación placentera de relajación. Así, percibiéndome totalmente protegida, comencé la intensa jornada de firma de autógrafos.

Los seguidores expresaban de diversas formas su gusto por mi literatura. Exigían dedicatorias, firmas y fotos con el propósito de atesorar un recuerdo agradable del evento. Me conmovía el gesto de aquellas personas a las que debía mi éxito pero, la incomodidad, por lo abarrotado del local, los murmullos cada vez más intensos y la sensación de calor que experimentaba me mantenían agobiada.

De repente, un frío horrible y aterrador me recorrió todo el cuerpo, instalándose en mi pecho. El olfato inmediatamente captó el olor desagradable del peligro, me tensé y comencé a temblar, reconociendo la familiar presencia del diablo.

- Mira a quién tenemos aquí - dijo en un tono bajo para no levantar sospechas - ¿Cuántos años?

No pude contestar. ¿Por qué, después de tanto tiempo el miserable todavía tenía ese poder sobre mí? Percibió, desde el primer momento, mi estado de desconcierto ante su visita y tomó mi muñeca izquierda, apretándola con fuerza. Intenté zafarme con desesperación, sin obtener el éxito esperado, sin embargo, en fracciones de segundos, el chico rudo que prometió cuidarme, le estampó, en su rostro, un golpe que logró desestabilizarlo. Luego lo levantó, sin esfuerzo, dejándolo caer en el medio de la calle. El ex-esposo de mi madre biológica saboreó el polvo del camino mientras gritaba un sinnúmero de ofensas. Mis peores temores se hicieron realidad. Había vuelto para recordarme que, los finales felices, eran pura fantasía.

Comencé a llorar, sin consuelo y mi angustia fue intensificándose cuando, el tacto de muchas manos, que habían presenciado el espectáculo y trataban de trasmitirme consuelo y comprensión, se hizo presente en mi piel.

Jerry apareció, nuevamente, como ángel guardián para rescatarme del embarazoso momento. Apartó el gentío que me rodeaba y me tomó en sus brazos, alejándome del local. Ya en el vehículo, comenzó a acariciarme el cabello, tratando de calmar mis agitados nervios, pero yo continué aferrada a su cuerpo con una necesidad que nunca había experimentado. ¿Por qué con él era diferente? ¿En qué momento comencé a verlo como mi puerto seguro?

Durante algunos minutos ambos nos mantuvimos en la misma posición, sin atrevernos a pronunciar palabras. Sentí que, este silencio, para nada incómodo, se convertía en nuestro mejor aleado.

- ¿Te sientes mejor? – preguntó susurrando en mi oído.

Asentí con unos rítmicos movimientos de cabeza y me aparté de su cuerpo.

- Disculpa - supliqué con el malestar provocado por las demostraciones de afecto compartidas.

- ¿Quién era ese hombre? - interrogó dejando ver una mueca de desprecio.

- Alguien que volvió a mi vida para atormentarla - respondí sin querer brindar muchas explicaciones - y es peligroso - agregué.

- Bien, cuando tengas ganas de hablar aquí estoy para escuchar sin juzgarte - sus ojos mostraron una luz extraña y desconocida pero hermosa. Detallé sus facciones y me sentí cautivada ante tanta belleza. ¿Por qué, de repente, me atraía el joven con el que había mantenido relaciones laborales por cuatro años?

- ¿Para la casa? - preguntó, tratando de romper esa conexión que nos mantenía extasiados y paralizados.

- No - contesté - llévame a otro lugar, es que no quiero, por ahora, volver a mi casa.

Pensó durante algunos minutos que se me antojaron eternos, adoptando una pose que realzaba todos sus atributos. Después convencido expresó:

- Te llevaré a conocer a las dos mujeres más importantes de mi vida.

Me desconcertaron y dolieron sus palabras. ¿Tendría novia? De solo imaginarlo mi corazón se descontroló. No comprendía la reacción de mi cuerpo, pues tampoco existía el más mínimo lazo entre nosotros y, a juzgar por mi extraña conducta, las posibilidades al respecto eran escasas. No era mujer para él, me repetía en mi mente una y otra vez.

- De acuerdo, confío en ti.

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