- Tienes que venir Elizabet - me gritó la responsable de la editorial con verdadera frustración - en media hora debes firmar autógrafos.
- Lo siento, yo fui muy clara con ustedes. No me gustan las personas. Yo no quiero socializar. - ¿No? - preguntó ella con ironía - ¿Cómo promocionamos tu obra? A las personas sí les gusta el contacto físico. - No me interesa, ya te lo dije - alegué desesperada y visiblemente molesta. - Mira, las cosas son así, tú tienes un contrato conmigo y, este evento, está contemplado dentro del mismo, así que, tienes veinte minutos para llegar aquí o te demando por incumplimiento - amenazó la mujer sin la más mínima gota de paciencia ni sensibilidad. Suspiré estresada. ¿No podría simplemente desaparecer? Me mudaría para un lugar solitario, donde, a los idiotas que me absorbían la sangre como sanguijuelas, les fuera imposible molestarme, pero tenía razón, el contrato contemplaba el evento. Debía ceder, al menos por esta vez. Luego pondría en su sitio a esa desagradable e insensible mujer. Finalmente confirmé mi presencia en el lugar elegido, sintiendo los nervios completamente alterados. Esta fobia limitaba mis acciones y me convertía en un ser amargado y vulnerable para enfrentar el cumplimiento de las diferentes tareas. Debía realizar, en serio, un sinnúmero de ejercicios de relajación, para asegurarme una tarde tranquila. Bajé al garaje, ya con respiración irregular por mi próximo destino. - Prepara el auto - ordené - vamos a salir. Subí hasta la habitación, todavía necesitaba concentrarme en mi apariencia. El pelo mostraba mechones rebeldes que trataba de dominar con crema peinadora. Las enormes ojeras, frutos de una noche tormentosa, debido a las pesadillas, se resistían a dejarse vencer por el maquillaje. Mostré, frente al espejo, mi inconformidad con la imagen que devolvía, pero la resignación me arrastró hacia el frente de la casa, donde ya se encontraba el auto esperando por mí. - ¿Está segura de querer exponerse de nuevo ante el cúmulo de personas que participan en esos eventos? - preguntó, mi chofer, con preocupación. - No - respondí - pero, las obligaciones, nos acechan. Me acaban de amenazar con una demanda, así que - agregué realizando un ligero movimiento de hombros - debo asistir. Nos adentramos en las concurridas calles de la ciudad, disfrutando de un silencio cómodo y cálido. Era eso, precisamente, lo que me encantaba del joven, su capacidad para captar mis estados de ánimo. Sabía cuándo entablar una conversación y los temas que, para mí, estaban vedados. Mi vida se reducía a eso, pasar desapercibida ante la gente. Mi pasión era escribir, plasmar, en el papel, mis profundos sentimientos y mis mayores anhelos y por eso lo disfrutaba tanto, al punto de considerarlo mi único aliciente. En la adolescencia todavía soñaba con casarme con un atractivo príncipe que me amaría todos los días de mi vida pero, casi al instante, me di cuenta que los finales felices no existen, pues solo son fruto de una mente inocente, tierna y juvenil. Mi padrastro se encargó de lanzarme a la realidad de una forma cruel e inhumana, dejándome completamente afectada con escasas posibilidades de regeneración. No tenía amigos y nunca había disfrutado de una relación romántica, fuera de mis historias. Mis personajes, hasta la fecha, eran únicamente un producto de la imaginación. ¿Qué había cambiado, en mí, para que me decidiera a incorporarle elementos autobiográficos a la protagonista de esta nueva novela? - ¿Necesita algo, señorita? - preguntó mi acompañante, mirando mi poca disposición para salir del auto. - Jerry, no te apartes de mí, te necesito - susurré angustiada. Me arrepentí de sonar tan desvalida, pero ya era tarde. Mis palabras habían marcado al muchacho. - ¡Llegaste! - exclamó Danna al verme. - Me dejaste sin opciones. Puedes vanagloriarte de tu victoria, la amenaza te funcionó - respondí con un tono que enseñaba, exactamente, el tamaño de mi molestia. - Lo siento pero, en ocasiones eres tan frustrante. Sus palabras me asombraron. Era la primera vez que se permitía esa osadía conmigo y sonreí, la había exasperado. Me complacía provocar reacciones imprevistas en mis conocidos hasta dejarlos expuestos por completo. - De acuerdo, sin embargo no le debo nada a nadie, así que no permito que me cuestionen - expresé queriendo parecer calmada pero, ciertamente, podía escuchar los latidos de mi corazón acelerado. Ocupé la silla, que me habían preparado para mi interacción con el público. Busqué, con la vista, a mi guardaespalda. Lo sentí colocarse a mi costado derecho, provocándome en los músculos una sensación placentera de relajación. Así, percibiéndome totalmente protegida, comencé la intensa jornada de firma de autógrafos. Los seguidores expresaban de diversas formas su gusto por mi literatura. Exigían dedicatorias, firmas y fotos con el propósito de atesorar un recuerdo agradable del evento. Me conmovía el gesto de aquellas personas a las que debía mi éxito pero, la incomodidad, por lo abarrotado del local, los murmullos cada vez más intensos y la sensación de calor que experimentaba me mantenían agobiada. De repente, un frío horrible y aterrador me recorrió todo el cuerpo, instalándose en mi pecho. El olfato inmediatamente captó el olor desagradable del peligro, me tensé y comencé a temblar, reconociendo la familiar presencia del diablo. - Mira a quién tenemos aquí - dijo en un tono bajo para no levantar sospechas - ¿Cuántos años? No pude contestar. ¿Por qué, después de tanto tiempo el miserable todavía tenía ese poder sobre mí? Percibió, desde el primer momento, mi estado de desconcierto ante su visita y tomó mi muñeca izquierda, apretándola con fuerza. Intenté zafarme con desesperación, sin obtener el éxito esperado, sin embargo, en fracciones de segundos, el chico rudo que prometió cuidarme, le estampó, en su rostro, un golpe que logró desestabilizarlo. Luego lo levantó, sin esfuerzo, dejándolo caer en el medio de la calle. El ex-esposo de mi madre biológica saboreó el polvo del camino mientras gritaba un sinnúmero de ofensas. Mis peores temores se hicieron realidad. Había vuelto para recordarme que, los finales felices, eran pura fantasía. Comencé a llorar, sin consuelo y mi angustia fue intensificándose cuando, el tacto de muchas manos, que habían presenciado el espectáculo y trataban de trasmitirme consuelo y comprensión, se hizo presente en mi piel. Jerry apareció, nuevamente, como ángel guardián para rescatarme del embarazoso momento. Apartó el gentío que me rodeaba y me tomó en sus brazos, alejándome del local. Ya en el vehículo, comenzó a acariciarme el cabello, tratando de calmar mis agitados nervios, pero yo continué aferrada a su cuerpo con una necesidad que nunca había experimentado. ¿Por qué con él era diferente? ¿En qué momento comencé a verlo como mi puerto seguro? Durante algunos minutos ambos nos mantuvimos en la misma posición, sin atrevernos a pronunciar palabras. Sentí que, este silencio, para nada incómodo, se convertía en nuestro mejor aleado. - ¿Te sientes mejor? – preguntó susurrando en mi oído. Asentí con unos rítmicos movimientos de cabeza y me aparté de su cuerpo. - Disculpa - supliqué con el malestar provocado por las demostraciones de afecto compartidas. - ¿Quién era ese hombre? - interrogó dejando ver una mueca de desprecio. - Alguien que volvió a mi vida para atormentarla - respondí sin querer brindar muchas explicaciones - y es peligroso - agregué. - Bien, cuando tengas ganas de hablar aquí estoy para escuchar sin juzgarte - sus ojos mostraron una luz extraña y desconocida pero hermosa. Detallé sus facciones y me sentí cautivada ante tanta belleza. ¿Por qué, de repente, me atraía el joven con el que había mantenido relaciones laborales por cuatro años? - ¿Para la casa? - preguntó, tratando de romper esa conexión que nos mantenía extasiados y paralizados. - No - contesté - llévame a otro lugar, es que no quiero, por ahora, volver a mi casa. Pensó durante algunos minutos que se me antojaron eternos, adoptando una pose que realzaba todos sus atributos. Después convencido expresó: - Te llevaré a conocer a las dos mujeres más importantes de mi vida. Me desconcertaron y dolieron sus palabras. ¿Tendría novia? De solo imaginarlo mi corazón se descontroló. No comprendía la reacción de mi cuerpo, pues tampoco existía el más mínimo lazo entre nosotros y, a juzgar por mi extraña conducta, las posibilidades al respecto eran escasas. No era mujer para él, me repetía en mi mente una y otra vez. - De acuerdo, confío en ti.Mientras manejaba lo detallé anonadada. Pensé que era totalmente ilegal poseer esa belleza. Me atraía su carácter serio y centrado, su fortaleza física, su atractivo cuerpo y, particularmente, sus profundos ojos verdes. De repente su mirada logró descubrir mi acoso y pude percibir una ligera sonrisa estampada en el rostro del chico. - ¿Pasa algo? - preguntó irónico. Negué, depositando la vista en mis intranquilas manos. El.sentimiento me agobiaba. - Tranquila – dijo – a mí también me gusta lo que veo. ¿Tan obvia era? Me reacomodé nerviosa en el asiento. Debía controlarme, pero a pesar de saberlo, la inexperiencia que poseía en los temas de seducción, me exponían ante él, sin embargo más que avergonzada me sentía contenta, porque era la primera vez, que mi cerebro registraba esa atracción tan poderosa y agradable al mismo tiempo. El camino fue corto. Su presencia especial e imponente me generaba una paz que, ni con mis padres adoptivos, había experimentado. - Llegamos - av
Después del desagradable incidente y, con los nervios a flor de piel, no estaba preparada para volver a mi casa, por lo que, busqué el apoyo incondicional, que tanto necesitaba, en la mansión de mis padres. A pesar de la negativa del rubio, le brindé una merecida noche de descanso junto a los suyos. Quería alejarme un poco de las caricias que me desconcertaban y pensar, con la mente despejada, en los recientes acontecimientos. Continuaba negándome a la posibilidad de cambiar mi vida, por el miedo al fracaso. Cuando mi progenitora me vio atravesar el umbral de su casa, sonrió ampliamente pero, al contemplar mi rostro rojo y los hinchados labios, sustituyó la alegría por una expresión de confusión, temor y tristeza. - ¡Oh! Querida - dijo abrazándome - ¿Qué pasó? - Vi a Ransés en el evento - dije sin separarme de su cuerpo - me amenazó mamá y, de no ser por Jerry yo… No logré terminar la frase. Rompí a llorar sin consuelo. Tanto tiempo en terapia y, ante su presencia, reaccionaba,
En la estación de policías todo fue un caos. Comenzaron a cuestionarme, pensando que se trataba de una forma exagerada de reaccionar, de mi parte, ante la nota. Aseguraban que estaba molesta por su libertad y que, esta, era mi forma de vengarme. Aterrada ante las palabras del oficial, quise abandonar el lugar pero, Jerry, me lo impidió con un gesto. - ¿Cómo pueden decir tantas estupideces? - preguntó frustrado - ustedes saben que el imbécil es un violador y aun así ponen en duda lo que decimos. Me equivoqué al pensar que la justicia actuaría ante la amenaza, pero veo que no es así. Me tomó de la mano y me condujo hacia la entrada de la instalación. Sus pasos rápidos recorrían el pasillo, conmigo a rastras. No me quejé porque pensé que esa era su forma de librarse de la tensión del momento. De igual manera yo estaba insultada. ¿Por qué los guardianes de la ley preferían brindarle el beneficio de la duda a un ser tan maquiavélico como Ransés? No tenía la respuesta para esa interro
Pasé gran parte de la noche molesta, pues la negativa del guardaespaldas ante mi decisión de regresar a la mansión, fue exagerada. Le expliqué que contrataría seguridad extra y que él se encargaría de chequearlo todo, pero lo tomó como un rechazo o queja hacia su trabajo. Sabía que Ransés no descansaría hasta poner en práctica su plan macabro y me aterraba pensar que, su familia, pudiera enfrentar los desatinos de ese loco. Finalmente dio por terminada la charla y subió a la habitación dando señales de inquietud. La tensión de los últimos acontecimientos había cambiado su estado de ánimo. Su humor irritable actuaba, directamente, sobre mi ansiedad. ¿Jerry no entendía que necesitaba paz y que solo él podía brindármela? Intenté dormir, pero, únicamente, conseguí extenuarme dando vueltas en la cama. Cuando amaneció ya me encontraba vestida y maquillada, dispuesta para la partida. Bajé en silencio las escaleras que me separaban de la enorme cocina y me asusté al llegar, pues esperaba en
Me desperté como tantas veces, con una molesta sensación de calor. No recordaba haber prendido la calefacción. Salí de la cama y caminé hasta el baño, para dejarme acariciar por la lluvia artificial. El agua caliente me relajó. Disfruté, cada minuto, de la caricia agradable en mi piel. Cuando concluí el ritual comencé a vestirme, dispuesta a esmerarme en la tarea. Un largo vestido estampado y el sencillo peinado y maquillaje, completaron la obra. El espejo me mostró una imagen diferente,agradable y juvenil. - ¡Qué hermosa! – exclamó Isabel, cuando me coloqué a su lado en la cocina. - ¿Ya comenzaste? – pregunté, refiriéndome a los golpes, aún visibles, ocasionados por Ransés – ¿Te sientes bien? - Estoy mejor – respondió la joven con una sonrisa en sus labios. Me sentí avergonzada porque, el agravio recibido, fue, aunque no directamente, mi culpa, había traído al diablo a sus vidas y eso me estaba torturando. Cada señal en su cuerpo, las percibí como muestra de la conducta cruel
El oficializar nuestro romance era un paso de avance en mi aspecto psicológico. Me adentraba en un cuento de hadas, donde mi príncipe azul, me llenaba de respeto, consideración, confianza y amor cada día. Era un hombre detallista y tierno que se debatía entre la ola de emociones y responsabilidades. No habíamos tenido más señales del sádico, pero, aquel ataque, era la primicia de nuevas tentativas de secuestro. Yo estaba calmada, porque sabía que, mi guardián, me protegería siempre, pero el rubio mostraba una creciente inquietud y, aquel silencio, no le parecía tan satisfactorio como a mí, pues pensaba que Ransés se estaba preparando para atacar. Una mañana me despertó el grito de Isabel proveniente de la cocina. Espantada salí corriendo del cuarto, presa de una enorme ansiedad y, al llegar, pude presenciar el rostro desencajado de la joven, que estrujaba rabiosa un papel con sus manos. Jerry entró, con desesperación, a la estancia, sin dudas porque también había escuchado la fuerte l
Me desperté aturdida y con un enorme dolor en la cabeza. Deparé, de inmediato, en que, mis manos, estaban atadas y, la soga, me lastimaba la piel. Recordaba el secuestro y, la forma tan fácil, en que lo llevaron a efecto. Comencé pensar en la posibilidad, no tan lejana, de la existencia de un cómplice dentro de mi casa. Detallé la habitación, presa del miedo y la desesperanza. ¿Qué piedad podía tener conmigo Ransés cuando me consideraba culpable del tiempo que estuvo en prisión? De repente, sentí el sonido de la puerta, al abrirse y comencé a temblar. Mi verdugo se posicionó frente a mí con una sonrisa de suficiencia. - ¿Pensaste que podrías librarte de mí? – preguntó – cuando yo quiero algo – rápidamente, anuló la distancia que nos separaba y me apretó, bruscamente, el rostro – ya debías de saberlo, nunca me doy por vencido. Lo escuché, con un sentimiento de repulsión. El tono irónico, de siempre, molestaba mis oídos y experimenté los primeros síntomas de un ataque de ansieda
Abrí los ojos, pero, la claridad me molestó. De repente, la idea del secuestro me asaltó la mente y, aterrorizada, comencé a detallar la habitación. Las paredes blancas me llamaron la atención, porque contrastaban con el sucio recinto donde me tenían secuestrada. Me incorporo en la cama y veo el suero que han conectado a mi brazo. ¿Cómo llegué aquí? Intento quitarme las agujas, totalmente asustada. Si Ransés me había traído al hospital tenía poco tiempo para escapar. - Tranquila, te vas a lastimar. Estás a salvo – me sobresalté. ¡Esa voz! Creí que no volvería a escucharla. -¿Jerry? – pregunté sin poder pararme a observarlo. Me tomó las manos, con delicadeza y las apretó, brindándome apoyo, después se colocó a mi lado y preguntó: - ¿Cómo te sientes? - Mi cuerpo está adolorido, por los golpes… - no pude terminar porque comencé a llorar, totalmente desconsolada. Mi protector se sentó a mi lado, besó mis manos y me abrazó. - No, preciosa, no llores, ya estás a salvo – dijo.