Lo vi entrar a la habitación, elegante e impecable en su ropa azul, destinada a usarse para dormir. Es hermoso y me siento bendecida por tenerlo a mi lado. - ¿Te sientes mejor? – preguntó con genuino interés. - Sí, estoy más calmada – afirmé – es que… verla de nuevo me impactó. - Te entiendo – dijo, colocándose a mi lado. - Yo no quiero hablar de eso… me pone ansiosa. Me abrazó delicadamente y comencé a sentirme en las nubes. No estaba familiarizada con esas sensaciones. Con él, todo era diferente. cada caricia y cada beso significaban el despertar de mis ilusiones e instintos femeninos, por eso, allí, sintiendo su calor, necesitaba más. En el pasado, pensé con horror, que, para mí, las relaciones íntimas nunca serían placenteras. El contacto físico, generaba repulsión y rechazo, por ello, mi cerebro atormentado, solo veía amenaza en lo que debía ser un símbolo fehaciente del deseo. Cuando apareció Jerry, se rompieron mis cadenas y me replanteé los conceptos sobre la amistad
Jerry contemplaba las fotos una y otra vez con una expresión de terror en el rostro. La reacción, de su parte, ante la evidencia, no fue inmediata. - Puedo explicarlo - dijo finalmente. Las palabras me impactaron. La respuesta no era la que esperaba. Pensé en irme, para, con ejercicios de relajación, disipar mi molestia, pero él me detuvo. - Elizabet no puedes irte, al menos no sin escucharme. No puedes condenarme antes de que hablemos. Caminé hasta un sillón, que formaba parte del mobiliario de la habitación. Me senté en una posición cómoda y dije: - Te escucho. - La conocí antes de comenzar a trabajar para ti, en aquel entonces, tuvimos una relación, pero llevo años sin verla. Lo observé detalladamente y vislumbré sinceridad en su mirada. ¿Me había dejado llevar por los acontecimientos? ¿Lo había acusado injustamente? Me sentí mal, por haber dudado de su lealtad, cuando él sólo me había dado pruebas de su amor. - Lo siento, perdona yo... - Elizabet, ellos te van a hac
La nota que el diablo me había mandado era clara. A pesar de estar en prisión siempre estaba hostigándome, acabando con mi paz. Grité con desesperación, tratando de despojarme de toda la angustia que sentía. Me senté en un banco del parque, mientras le hacía torpes señales a Jerry, para que se llevaran al niño. Era pequeño y muy inocente para presenciar mis ataques de ansiedad. Me sentí tan indefensa ante la maldad humana. ¿Por qué el destino se ensañaba conmigo? Cada golpe era la demostración clara y precisa del futuro incierto y arrollador que me esperaba. Jerry se sentó a mi lado, me abrazó, acarició mi cabello y susurró frases mágicas que me fueron calmando. - Escúchame – dijo – sabes que detrás de todo esto está Isabel, ayudando a su padre – asentí y él sonrió, aunque no con verdadera alegría – te necesito fuerte, tú eres una verdadera guerrera, vamos a salir de esto, te lo juro. Aunque a él quise calmarlo, aceptando su llamado a la fortaleza y a la calma, sabía que mientra
Me quedé mirando a la mujer que, entre aquellos objetos, gastados y sucios, se apreciaba vulnerable y devastada y se me oprimió el pecho, me lastimaba verla tan carente, pero no lograba establecer, con ella, la importante conexión que refuerza las relaciones sociales. - Vine a buscarte – dije – te voy a ayudar, pero, necesito hacerte algunas preguntas y quiero que las respondas con sinceridad. Movió la cabeza, aceptando, mientras abría los ojos asombrada. No esperaba mi ayuda, pero quería demostrarle que, a pesar de su despreocupación hacia mí, nunca perdí mi humanidad y que, gracias a James y Mirian, maduré con firmes principios y valores. - Vamos – dije, invitándola a salir de aquel agujero. Caminó a mi lado, sin atreverse a tocarme. Estaba escarmentada. Había presenciado, en nuestro último encuentro la angustia que experimenté durante el ataque de ansiedad. Llegamos al auto y Jerry le abrió la puerta de la parte trasera, después un silencio incómodo se instaló en el espacio
Miré el sobre abrumada, pero con clara muestra de cansancio. Estaba harta de contemplar, con terror, cómo él se vanagloriaba de sus actos. Necesitaba salir de ese círculo vicioso y empezaría por aquellas flores y el sospechoso sobre. No quería saber el contenido, me bastaba con su procedencia. -¿Quién trajo esto? – le pregunté a Tamara señalando los objetos que descansaban encima de la mesa. - No sé, señorita – respondió sorprendida por la pregunta – ya estaban en ese lugar cuando yo llegué. Me Frustraba el hecho de tener, dentro de la casa, un cómplice de mis enemigos, alguien que trataba de aterrorizarme, quizás Isabel había comprado aliados mientras trabajó en la mansión, podría encontrarlo dentro del equipo de seguridad o, tal vez, aquella empleada, con cara de inocente, escondía secretos que desconocíamos, sin embargo, no me dejaría dominar por la paranoia y, con cautela, investigaría la veracidad o no de mis argumentos. Cuando Jerry realizó su entrada al comedor, casi
El forcejeo de Isabel y mi deseo de hacerla pagar por el secuestro, la traición y las amenazas, propiciaron el aumento de las palabras de insultos y, las personas, se fueron concentrando en la enorme plazoleta del centro comercial. Los gritos de ella de miedo y frustración alertaron al equipo de seguridad y a Jerry, que tardaron segundos en llegar a mi lado. Intentó, para evadir el arresto, golpearme con la mano libre, pero, la frustración, causada por años de dolor, encierro y miedo, ante el contacto humano, dominó mi lado racional, aguantando más fuerte a mi rival. - Tranquila, preciosa, todo está bien – dijo calmándome mi guardián, mientras me resistía, por la rabia, a soltar a mi contendiente. Entonces pasó, la adrenalina del momento, me abandonó y comencé a respirar con la ansiedad y angustia de siempre, mientras todo se oscurecía a mi alrededor. - ¿Te sientes mejor? - me interroga mi ángel, cuando percibe mi mirada confundida e irritada. Contemplo, minuciosamente, el l
Los días pasaron, dejándome el encanto de la tranquilidad de las horas de labor ininterrumpida, dedicándome a la creación. Escribía, aprovechando el brillo y desarrollo innegable de mi mente productiva, nuevamente incluía elementos autobiográficos a la novela. Quería ganar la aceptación de los lectores, mostrando a una mujer empoderada y valiente que luchaba por alcanzar sus metas y objetivos. Pasaba el día encerrada, debatiéndome entre letras y cariños de Jerry, que me visitaba para inspirarme en mi labor. Era difícil escribir por obligación, por cumplir con los fuertes reglamentos de la editorial, pero allí estaba, enajenándome. Mis rutinas se reforzaron en aquellos días sin sol, en los que únicamente disfrutaba de la luz potente, pero artificial, de mi cuarto – estudio. Esa tarde, mi ángel, me incitó a cenar en el comedor, se sentía solo y apartado y yo accedí gustosa, también necesitaba las agradables conversaciones que solíamos tener en ese horario. La mesa lucía una decoraci
Acostada en aquella cama de hospital, después de media hora de haber recibido la noticia, no conseguía procesar, de manera adecuada, la información. Estaba embarazada y, una mezcla de sentimientos, me invadía el cuerpo y la mente. Era maravilloso traer un bebé al mundo, fruto del bonito amor que nos teníamos, pero, por otra parte, mis inseguridades, al enterarme, hicieron acto de presencia, apoderándose de todo mi cuerpo. ¿Sería capaz de adaptarme al bebé sin trasmitirle mis traumas? Me toqué el vientre con delicadeza y miré cautelosa a mi chico que, aún, permanecía en silencio, impactado con la noticia. Durante algunos minutos logré imaginarme la presencia de un pequeño en nuestras vidas. ¿Sería rubio, como su padre? Sonreí ligeramente, observando a Jerry. Finalmente se paró del sillón, acercándose a mí, con lentitud. Sus ojos impenetrables me provocaron miedo. Tenía la extraña sensación de que, sus palabras, no resultarían alentadoras. - Elizabet yo… - dijo inseguro – no sé qu