Pasé gran parte de la noche molesta, pues la negativa del guardaespaldas ante mi decisión de regresar a la mansión, fue exagerada. Le expliqué que contrataría seguridad extra y que él se encargaría de chequearlo todo, pero lo tomó como un rechazo o queja hacia su trabajo. Sabía que Ransés no descansaría hasta poner en práctica su plan macabro y me aterraba pensar que, su familia, pudiera enfrentar los desatinos de ese loco. Finalmente dio por terminada la charla y subió a la habitación dando señales de inquietud. La tensión de los últimos acontecimientos había cambiado su estado de ánimo. Su humor irritable actuaba, directamente, sobre mi ansiedad. ¿Jerry no entendía que necesitaba paz y que solo él podía brindármela? Intenté dormir, pero, únicamente, conseguí extenuarme dando vueltas en la cama. Cuando amaneció ya me encontraba vestida y maquillada, dispuesta para la partida. Bajé en silencio las escaleras que me separaban de la enorme cocina y me asusté al llegar, pues esperaba en
Me desperté como tantas veces, con una molesta sensación de calor. No recordaba haber prendido la calefacción. Salí de la cama y caminé hasta el baño, para dejarme acariciar por la lluvia artificial. El agua caliente me relajó. Disfruté, cada minuto, de la caricia agradable en mi piel. Cuando concluí el ritual comencé a vestirme, dispuesta a esmerarme en la tarea. Un largo vestido estampado y el sencillo peinado y maquillaje, completaron la obra. El espejo me mostró una imagen diferente,agradable y juvenil. - ¡Qué hermosa! – exclamó Isabel, cuando me coloqué a su lado en la cocina. - ¿Ya comenzaste? – pregunté, refiriéndome a los golpes, aún visibles, ocasionados por Ransés – ¿Te sientes bien? - Estoy mejor – respondió la joven con una sonrisa en sus labios. Me sentí avergonzada porque, el agravio recibido, fue, aunque no directamente, mi culpa, había traído al diablo a sus vidas y eso me estaba torturando. Cada señal en su cuerpo, las percibí como muestra de la conducta cruel
El oficializar nuestro romance era un paso de avance en mi aspecto psicológico. Me adentraba en un cuento de hadas, donde mi príncipe azul, me llenaba de respeto, consideración, confianza y amor cada día. Era un hombre detallista y tierno que se debatía entre la ola de emociones y responsabilidades. No habíamos tenido más señales del sádico, pero, aquel ataque, era la primicia de nuevas tentativas de secuestro. Yo estaba calmada, porque sabía que, mi guardián, me protegería siempre, pero el rubio mostraba una creciente inquietud y, aquel silencio, no le parecía tan satisfactorio como a mí, pues pensaba que Ransés se estaba preparando para atacar. Una mañana me despertó el grito de Isabel proveniente de la cocina. Espantada salí corriendo del cuarto, presa de una enorme ansiedad y, al llegar, pude presenciar el rostro desencajado de la joven, que estrujaba rabiosa un papel con sus manos. Jerry entró, con desesperación, a la estancia, sin dudas porque también había escuchado la fuerte l
Me desperté aturdida y con un enorme dolor en la cabeza. Deparé, de inmediato, en que, mis manos, estaban atadas y, la soga, me lastimaba la piel. Recordaba el secuestro y, la forma tan fácil, en que lo llevaron a efecto. Comencé pensar en la posibilidad, no tan lejana, de la existencia de un cómplice dentro de mi casa. Detallé la habitación, presa del miedo y la desesperanza. ¿Qué piedad podía tener conmigo Ransés cuando me consideraba culpable del tiempo que estuvo en prisión? De repente, sentí el sonido de la puerta, al abrirse y comencé a temblar. Mi verdugo se posicionó frente a mí con una sonrisa de suficiencia. - ¿Pensaste que podrías librarte de mí? – preguntó – cuando yo quiero algo – rápidamente, anuló la distancia que nos separaba y me apretó, bruscamente, el rostro – ya debías de saberlo, nunca me doy por vencido. Lo escuché, con un sentimiento de repulsión. El tono irónico, de siempre, molestaba mis oídos y experimenté los primeros síntomas de un ataque de ansieda
Abrí los ojos, pero, la claridad me molestó. De repente, la idea del secuestro me asaltó la mente y, aterrorizada, comencé a detallar la habitación. Las paredes blancas me llamaron la atención, porque contrastaban con el sucio recinto donde me tenían secuestrada. Me incorporo en la cama y veo el suero que han conectado a mi brazo. ¿Cómo llegué aquí? Intento quitarme las agujas, totalmente asustada. Si Ransés me había traído al hospital tenía poco tiempo para escapar. - Tranquila, te vas a lastimar. Estás a salvo – me sobresalté. ¡Esa voz! Creí que no volvería a escucharla. -¿Jerry? – pregunté sin poder pararme a observarlo. Me tomó las manos, con delicadeza y las apretó, brindándome apoyo, después se colocó a mi lado y preguntó: - ¿Cómo te sientes? - Mi cuerpo está adolorido, por los golpes… - no pude terminar porque comencé a llorar, totalmente desconsolada. Mi protector se sentó a mi lado, besó mis manos y me abrazó. - No, preciosa, no llores, ya estás a salvo – dijo.
Lo vi entrar a la habitación, elegante e impecable en su ropa azul, destinada a usarse para dormir. Es hermoso y me siento bendecida por tenerlo a mi lado. - ¿Te sientes mejor? – preguntó con genuino interés. - Sí, estoy más calmada – afirmé – es que… verla de nuevo me impactó. - Te entiendo – dijo, colocándose a mi lado. - Yo no quiero hablar de eso… me pone ansiosa. Me abrazó delicadamente y comencé a sentirme en las nubes. No estaba familiarizada con esas sensaciones. Con él, todo era diferente. cada caricia y cada beso significaban el despertar de mis ilusiones e instintos femeninos, por eso, allí, sintiendo su calor, necesitaba más. En el pasado, pensé con horror, que, para mí, las relaciones íntimas nunca serían placenteras. El contacto físico, generaba repulsión y rechazo, por ello, mi cerebro atormentado, solo veía amenaza en lo que debía ser un símbolo fehaciente del deseo. Cuando apareció Jerry, se rompieron mis cadenas y me replanteé los conceptos sobre la amistad
Jerry contemplaba las fotos una y otra vez con una expresión de terror en el rostro. La reacción, de su parte, ante la evidencia, no fue inmediata. - Puedo explicarlo - dijo finalmente. Las palabras me impactaron. La respuesta no era la que esperaba. Pensé en irme, para, con ejercicios de relajación, disipar mi molestia, pero él me detuvo. - Elizabet no puedes irte, al menos no sin escucharme. No puedes condenarme antes de que hablemos. Caminé hasta un sillón, que formaba parte del mobiliario de la habitación. Me senté en una posición cómoda y dije: - Te escucho. - La conocí antes de comenzar a trabajar para ti, en aquel entonces, tuvimos una relación, pero llevo años sin verla. Lo observé detalladamente y vislumbré sinceridad en su mirada. ¿Me había dejado llevar por los acontecimientos? ¿Lo había acusado injustamente? Me sentí mal, por haber dudado de su lealtad, cuando él sólo me había dado pruebas de su amor. - Lo siento, perdona yo... - Elizabet, ellos te van a hac
La nota que el diablo me había mandado era clara. A pesar de estar en prisión siempre estaba hostigándome, acabando con mi paz. Grité con desesperación, tratando de despojarme de toda la angustia que sentía. Me senté en un banco del parque, mientras le hacía torpes señales a Jerry, para que se llevaran al niño. Era pequeño y muy inocente para presenciar mis ataques de ansiedad. Me sentí tan indefensa ante la maldad humana. ¿Por qué el destino se ensañaba conmigo? Cada golpe era la demostración clara y precisa del futuro incierto y arrollador que me esperaba. Jerry se sentó a mi lado, me abrazó, acarició mi cabello y susurró frases mágicas que me fueron calmando. - Escúchame – dijo – sabes que detrás de todo esto está Isabel, ayudando a su padre – asentí y él sonrió, aunque no con verdadera alegría – te necesito fuerte, tú eres una verdadera guerrera, vamos a salir de esto, te lo juro. Aunque a él quise calmarlo, aceptando su llamado a la fortaleza y a la calma, sabía que mientra